Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro siguen dando alegrías a los lectores. Se cumplen ahora treinta años desde la publicación de El lejano país de los estantes y, aunque Vila tiene ya unos añitos, Lorenzo Silva, el artífice de esta pareja literaria de guardias civiles, tiene claro que a estos dos todavía les queda mucho camino por recorrer.
A Vila y a Chamorro los hemos visto actuar en diferentes localizaciones nacionales e internacionales, siempre tras la pista del criminal que haya perpetrado el asesinato de turno. En esta ocasión, se quedan en territorio patrio, moviéndose entre Extremadura y Toledo. Y es que, en esta nueva novela, Las fuerzas contrarias, nos encontramos dos líneas argumentales. Por un lado, una investigación que se desarrolla en Badajoz sobre la desaparición de Esperanza Gil y el cerco al supuesto sospechoso. De este asunto se ocupará Arnau, un compañero del equipo. Por otro lado, la muerte de una anciana en un edificio del pueblo de Illescas. Al principio piensan que esa muerte es por Covid pero una serie de circunstancias inclinan la balanza hacia un asesinato.
La idea para esta novela parte de un dato curioso. A Lorenzo Silva le contaron que, durante la época más dura de la pandemia y el coronavirus, si se daba aviso a la policía del fallecimiento de alguna persona en su domicilio, comunicaban el óbito al médico forense para que certificara la muerte. La cosa es que, algunos médicos, y ante el temor del contagio, si no existían evidencias de signos de violencia que hubieran podido provocar el fallecimiento de la persona, ni siquiera acudían al domicilio e inspeccionaban el cuerpo sino que, desde el mismo portal, firmaban la defunción por coronavirus. Esta singular actuación da que pensar. ¿Y si resulta que la persona en cuestión murió por asfixia? ¿Y si alguien, aprovechando la coyuntura, cometía un asesinato que quedó camuflado como muerte por Covid? Esta es la premisa de la que parte la novela. De esto y de muchos asuntos más conversé con Lorenzo Silva la semana pasada. Os dejo con la conversación.
Marisa G.- Lorenzo, un placer tenerte en Sevilla y volverte a ver.
Lorenzo S.- Lo mismo digo.
M.G.- Empecé a leer tu novela. Voy por la página doscientas y me la estoy bebiendo.
L.S.- Me alegro. Para eso son.
M.G.- Creo que estamos en la entrega número ¿doce o catorce?
L.S.- Duodécima novela pero hay dos libros de relatos más, así que este sería el decimocuarto catorce.
M.G.- Tengo que confesarte que soy un poco reticente a la hora de enfrentarme a sagas. Porque no tengo paciencia y no por otra cosa. Pero estamos hablando de una serie de tiene muchas entregas y admiro a esos autores que, como tú, son capaces de mantener esa atención de los lectores a lo largo de los años. Son 30 años ya.
L.S.- Treinta años y cinco mil páginas.
M.G.- ¿Y eso cómo se consigue?
L.S.- Pues fíjate, cuando empecé no sabía que iba a ser una serie. Pero escribí una segunda y empecé a pensar que esto podría tener continuidad pero me planteé como una media docena, sin pasar de ahí. Pero llegué a la media docena, escribí la séptima y después de la séptima pensé que estos personajes estaban vivos y que podría continuar. A partir de ahí me pregunté cómo yo mismo podría sobrevivir a algo tan largo. Decidí convertir esta serie y a estos personajes en una especie de lugar donde vivir, al que vuelvo de vez en cuando y que, al igual que ocurre con tu casa, la tienes que mantener habitable, la tienes que reacondicionar, cambiando muebles de sitio. Lo que sí tuve claro en ese momento fue que no podía escribir catorce veces la misma novela, que tenía que cambiar. Por eso hay novelas en las que volvemos al pasado del personaje, o novelas en las que los envío a sitios tan excéntricos y distintos como Afganistán, o novelas en las que, por ejemplo, Vila y Chamorro no están juntos. De hecho, hay una novela en la que a Chamorro le pegan un tiro al principio de la trama y ellos van a mantener una relación como a distancia. Intento siempre buscar un argumento nuevo, una forma nueva de contar y de acercarme a estos personajes. La ventaja que tengo es que los conozco muy bien. Les tengo mucho cariño y uno siempre quiere volver con la gente a la que le tiene cariño. Creo que eso se transfiere al lector. Si los lectores vuelven a la serie es porque les tienen cariño y no porque la novela les vaya a deslumbrar, a asombrar, a descolocar. No hay deslumbramiento que aguante treinta años. Si tú estás con una persona treinta años no es porque te sigue deslumbrando cada mañana, sino porque habéis desarrollado esa forma de afecto, de familiaridad, de estar a gusto, de estar en un lugar en el que uno quiere estar y al que quiere volver.
M.G.- Las fuerzas contrarias arranca en el momento en el que el presidente del Gobierno anuncia que va a decretar el estado de alarma. Es una novela que se engloba dentro de la pandemia y del confinamiento. Si te soy sincera, cuando vivimos aquella mala experiencia, pensé que iba a haber un boom de novelas enclavadas en la pandemia. Me ha sorprendido que, al final, no haya tantas.
L.S.- En libros y ficción audiovisual, prácticamente nada. El cine o la televisión le han dado la espalda completamente. A mí no me sorprende. No es la primera vez que escribo sobre este tema. Cuando me planteo cómo escribir y acercarme a este asunto, tengo que ser consciente de que para mucha gente es un recuerdo amargo, un recuerdo tenebroso, incluso. El ser humano no quiere volver a lo amargo ni a lo tenebroso, más bien prefiere eludirlo o sortearlo. Quizá sea esa la razón por la que se indaga poco en este episodio. En el caso de la serie de Bevilacqua, que desde hace treinta años tiene como cierta vocación, notarial si quieres, de levantar acta de lo que va sucediendo en la sociedad española, ¿cómo iba a evitar este episodio? No podía hacerlo. La novela anterior acaba en la Navidad del año 2019, por tanto, esta tenía que situarse en la primavera del año 2020. No me podía saltar la pandemia. Tenía que haber dado un salto de año y medio para llegar a cierta normalidad. Pero estoy había que contarlo a través de Bevilacqua y Chamorro. Lo que pensé fue que, sin escamotearle al lector el recuerdo de todo eso que ninguno queremos recordar, era una ocasión para escribir sobre la pandemia y atestiguar, de alguna forma, todo lo que no fue tan terrible, todo lo que en cierto modo nos permitió afrontar esa adversidad y superarla en la medida en que la hayamos superado. Es decir, escribir sobre la gente que estuvo en su lugar, la gente que hizo lo que debía, la gente que se sacrificó, la gente que se expuso, la gente que puso interés en cuidar a los que estaban siendo descuidados. Todo eso también es la pandemia. Todo eso también es parte de lo que vivimos. Además, hay otra dimensión que también está en la novela, la de esos personajes que viven solos, que acaban encontrándose, no sólo con su propia soledad, sino con esa soledad que comparten, ese vínculo que tienen desde hace treinta años. Eso fue una cosa buena que trajo la pandemia y estos personajes, como hicimos todos, recapacitan sobre quiénes son, dónde están, qué hacen, por qué lo hacen, a dónde van, qué tiene sentido de lo que eres,... También revisan sus prioridades en la vida, como hicimos todos. Y ese ejercicio siempre es bueno. Hombre, es mejor que no te lo desencadene un acontecimiento tan traumático pero, ya que estás ahí... No creo que saliéramos mejor como sociedad pero sí tuvimos la oportunidad de, como individuos, mejorar algo. Luego cada uno lo aprovechó en la medida de sus posibilidades, de su carácter o de su disposición. Pero todos tuvimos esa oportunidad de mejorar individualmente y de no ir tan atolondrados por la vida.
M.G.- Creo que esa asignatura de mejorar y de convertirnos en mejores personas la suspendimos, a pesar de las expectativas que teníamos de ser más humanos.
L.S.- No, no. Eso, con carácter general, la historia lo cuenta una y otra vez. No es la primera vez que hay una pandemia. Ha habido muchas y en todas ocurre lo mismo. En el momento del miedo, todo el mundo intenta volverse a la virtud, a los valores y tal pero, cuando el miedo desaparece, regresamos de nuevo a los vicios. Eso es lo que dice, no recuerdo bien si Procopio de Cesarea sobre la peste de Bizancio o Tucídides sobre la peste de Atenas. Uno de los dos dice que cuando desapareció el miedo se volvió al vicio con más intensidad. Creo que es Procopio el que lo dice.
M.G.- Lo has comentado en otras entrevistas. La idea de la que parte la novela fue algo que te contó alguien, algo muy significativo y que te hace pensar si realmente todas aquellas muertes por Covid, realmente fueron muertes que provocó el virus.
L.S.- Recientemente hemos sabido que una desaparición que se denunció como tal en Canarias, en realidad, fue un asesinato. Su marido la asesinó, la descuartizó y fue regando con los trocitos de su cuerpo todo el barrio, de camino al supermercado. Y lo denunció como desaparición. Es decir, aprovechó ese escenario en el que todo el mundo estaba desbordado, en el que había un montón de muertos y demás para para cometer un crimen. Esa circunstancia es una circunstancia real. Es decir, en el momento más duro del confinamiento aparecían muchos cadáveres al día. En Madrid hubo días que aparecieron quinientos cadáveres. A veces, aparecían en sus casas. Al encontrarlos, la policía llamaba al médico y algunos certificaban las muertes desde el portal, por miedo al contagio y porque, si el cadáver no presentaba signos de violencia, lo más probable es que hubiera muerto por Covid. Pero esta circunstancia da oportunidad a quien tenga una mala idea de que, en medio de ese trastorno y en esa alteración tan sensacional de la normalidad, un crimen pase inadvertido. Es perfectamente posible que alguien tuviera una mala idea y que la pusiera en práctica. No sé en cuántos casos porque eso no lo sabremos nunca.
M.G.- Cuando estuviste aquí, en Sevilla, junto con Noemí Trujillo para promocionar La forja de una rebelde, que también sucede en el confinamiento, ya comentamos que hubo muchos crímenes ventajistas que se produjeron en pandemia. Fue una época en la que todo el mundo estaba encerrado y eso podía hacer pensar que los delitos iban a reducirse. Sin embargo, sí aumentaron las adicciones, la venta y el consumo de drogas, los delitos cibernéticos,...
L.S.- Sí, sí. Las malas ideas nunca descansan. Esa situación también generó oportunidades y hay gente que esas oportunidades las aprovechó. Todos éramos más vulnerables. Todo lo que hacíamos lo teníamos que hacer por Internet. Es decir, al final, se creaban nuevas oportunidades. Y luego, está claro que, durante ese tiempo, mucha gente se vio forzada a una convivencia de semanas. Seguramente se multiplicaron los delitos de violencia de género, la violencia intrafamiliar, más allá de lo que dicen las denuncias porque no se podía denunciar como sí se puede en condiciones normales.
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M.G.- Centrándonos en la historia que recoge la novela, recuerdo que empecé a leer y lo primero que me vino a la mente fue la madre de Vila. Estamos en un momento complicado.
L.S.- Y él también es de la primera que se acuerda.
M.G.- Hijos y padres separados, con el temor a que los mayores se contagien. Le pasa a Chamorro también. Dentro de las situaciones propias de un entorno laboral, a la investigación criminal se unen esas preocupaciones personales, el temor a que tus familiares más vulnerables se contagien.
L.S.- Todos teníamos ese temor. Vivíamos con eso y además con la incapacidad de no poder hacer otra que llamarlos por la mañana y por la tarde, hacerles una videollamada. No podías darle ningún calor al que lo necesitaba, a quien tú tenías todo el deseo de dárselo. Al inicio de esa época empezó a quedar pronto claro que las personas mayores eran más vulnerables y eso casi te preocupaba más que caer tú enfermo. El miedo a tu propia enfermedad es un miedo bastante conjurable porque tú sabes si estás mal o no, pero el miedo a la enfermedad ajena es mucho más angustioso porque está fuera de tu control.
M.G.- En la novela encontramos muchas referencias al Quijote. Parte de la trama se desarrolla en Illescas, una localidad cercana a otro municipio vinculado con Cervantes. El Quijote es una sombra que planea por la novela.
L.S.- Es una sombra que planeta por toda la serie. Nunca lo he ocultado. Don Quijote y Sancho Panza se echan a los caminos y duermen en las ventas. Bevilacqua y Chamorro se echan a las autovías y paran en las áreas de servicio. Son dos practicantes de la andante caballería del siglo XXI.
Mi trabajo como novelista, como el de cualquier novelista español, está en la estela de Cervantes. O de cualquier novelista que escriba en español, por ampliarlo un poco más. Incluso como novelista que se acerca a la ficción criminal en español es todavía más insoslayable la presencia de Cervantes. Antes lo comentaba en otra entrevista que tanto en El Quijote, en el episodio de los galeotes, como en las Novelas ejemplares, ya sea Rinconete y Cortadillo, El casamiento engañoso o La fuerza de la sangre, está muy presente el mundo de la criminalidad de su época. Se puede ver en el episodio de los galeotes, lo bien que él conoce a los criminales y ese conocimiento lo adquirió aquí al lado, en ese edificio que estamos viendo, donde pasó un rato largo [se refiere al edificio de la Cárcel Real de Sevilla, que se ubica cerca del ayuntamiento y que hoy, obviamente, tiene otra finalidad] .
M.G.- Cierto. Ahí estuvo. Bueno, y marca también de la casa, Lorenzo, no es sólo escribir una trama criminal, sino ir intercalando, a través de los pensamientos de Vila o de las conversaciones con Chamorro, reflexiones sobre la actualidad, sobre la realidad que vivimos. En este caso, y dado que la novela está ubicada en la pandemia, se habla mucho de la soledad o del sistema penitenciario. Hay un tema que me ha gustado mucho, porque creo que es otra asignatura pendiente, y más entre las generaciones más jóvenes, que es poner en valor a la gente mayor. Hoy somos lo que somos porque lo que ellos hicieron en su día.
L.S.- Es evidente que la sociedad, desde antes de que lo escribiera Rousseau, se basa en un contrato, en un pacto social. Y una parte muy importante de ese pacto social es un pacto entre generaciones, un pacto que establece un principio de solidaridad entre unos y otros, entre los mayores y los más jóvenes, entre los que nos precedieron y entre los que nos han de seguir. Pero tengo la sensación de que, en buena medida, ese pacto está roto en España, está deteriorado, alterado. Hay realidades que no son normales, que son anómalas. Muchos jóvenes sienten que no tienen oportunidad y muchas personas mayores sienten que su esfuerzo, su trabajo y su sacrificio por los que vienen después, no es reconocido, ni valorado, ni atendido. Hay aspectos, más concretos y cuantitativos como, por ejemplo, que el salario medio inicial sea bastante más bajo que la pensión media inicial de los que acceden a la jubilación. Eso, para empezar, es que ni siquiera es sostenible aritméticamente. Y ese desequilibrio no lo estamos atendiendo, no lo estamos cuidando, no lo estamos solventando. Eso va distanciando y, a veces, oponiendo, incluso enemistando a los mayores contra los más jóvenes. Y este es el principio de la descomposición del pacto social y de una sociedad. Es decir, es un problema realmente grande.
Durante la pandemia, muchas personas mayores se sintieron solas, desatendidas, descuidadas. En la novela, la víctima de uno de los crímenes se llama Caridad, un nombre que, aparte de significar beneficencia, compasión y conmiseración, también significa amor y cuidado. Eso faltaba entre nosotros. Y también, la pandemia golpeó a los jóvenes que estaban en precario de una manera que no golpeó a un funcionario público de media edad. Estas situaciones golpean más a los más vulnerables y en aquel momento se puso de manifiesto muchos desequilibrios en nuestra sociedad. Por ejemplo, en la novela vemos una contraposición entre personas que tienen, más o menos, una cierta seguridad económica, de una cierta edad, y personas que viven la precariedad más absoluta, viviendo en pisos compartidos, con contratos eventuales o sin contratos, falsos autónomos. Una sociedad no puede funcionar así. Tenemos un montón de asignaturas pendientes con las que estamos conviviendo muy alegremente. Y por más que afloraran hace cinco años de manera tan cruda, tengo la sensación de que, como sociedad, hayamos tomado conciencia de la gravedad que tiene esto, la menos, a juzgar por las medidas que se han tomado para intentar revertir estos desequilibrios, medidas que son pocas o ninguna, que yo tenga conocimiento.

Yo he leído la serie completa de Bevilacqua y Chamorro. No me pierdo ni una entrega y me resulta muy cómodo porque voy al día y las leo cuando salen. me encanta cómo Lorenzo Silva nos va relatando distintas etapas y facetas de la historia más reciente y de las problemáticas de distintos lugares. Ésta última ya la tengo y la leeré en breve.
ResponderEliminarMe ha encantado leer la entrevista que está genial y por la que te felicito.
Un beso.
Felicidades estimada, Marisa, por esta entrevista a uno de los grandes escritores del panorama nacional. Me he quedado impactado cuando he leído lo de las 35.000 páginas; el que empiece ahora con la saga lo ha de tomar con paciencia. Lo bueno de esta serie es que se puede ir actualizando al compás de los tiempos. Y estoy de acuerdo que en la pandemia se cometieron muchas tropelías en el sector forense y en otros lo que demuestra que el miedo a veces es una fuerza irracional y paralizante.
ResponderEliminarBuen fin de semana.
Besos.
Silva es una maravilla y la serie de los picoletos una joya, entre la novela detectivesca y la crónica social. Además, he hablado en persona con Lorenzo un par de veces y es un tipo amable, que escucha, que no pontifica, inteligente... O sea, que hay que leerlo. Y no solo esta serie.
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