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Alejandro P.- Pues estoy mayor.
M.G.- ¿Te sientes mayor? ¿Crees que has envejecido mucho en poco tiempo?
A.P.- Sí. Sí, creo que me he hecho mayor. No sé cómo explicarlo de otra manera. Hay algunas cosas por las que ya no voy a pasar, cosas que ya no se van a repetir. No sé, siento que me he hecho mayor. ¿Sabes?
M.G.- Es la sensación que tienes y cada uno tiene la suya propia.
Bueno, Alejandro me ha llamado la atención la publicación de Una vida porque recientemente también has publicado El día que mi hermana quiso volar. Casi se solapan porque una es de octubre y la otra de ahora, de enero. ¿Por qué dejar tan poco margen de tiempo entre una y otra?
A.P.- A ver, son sellos distintos, editoriales distintas y grupos distintos. Me he llevado mucho tiempo sin publicar, para lo que yo soy. Me refiero a ficción porque Esto no se dice no era ficción, sino un testimonio. Con lo cual, llevaba como cuatro años y medio sin publicar, pero eso no quiere decir que no haya escrito. Y ese era el problema. Tengo obra creada porque no paro de crear y tenía que empezar a colocar cosas. De hecho, en mayo saco un cómic.
M.G.- Un cómic que está muy vinculado con Amalia.
A.P.- Exactamente. Ha tenido que ser así porque vienen cosas.
M.G.- Hay que ir evacuando.
A.P.- Sí, dando salida. La excusa es que, en este caso, uno es juvenil y el otro adulto y, supuestamente, no se molestan.
M.G.- Pues en Una vida, el lector va a encontrarse con Amalia de nuevo y con sus hijos. Van a sufrir porque tienen que enfrentarse a la enfermedad de Amalia y a sus consecuencias. Desde que salió el libro, te han preguntado muchas veces si este es el fin de Amalia, si no la vamos a ver más en novela. Tú siempre has respondido que nunca se sabe pero Alejandro, independientemente de que volvamos a verla o no, ¿esta novela supone cerrar heridas y dejar atrás el duelo?
A.P.- No lo sé. Creo que voy a seguir con el duelo hasta que me muera. No voy a dejar el duelo por mi madre o por Amalia, por ninguna de las dos. He tenido la suerte, y es algo que veo ahora, de que he tenidos dos madres o una madre desdoblada. La mía la perdí en vida pero no la perdí del todo porque precisamente creo que, viéndolo ahora después de todo lo que ha pasado, creé a Amalia para no sufrir una orfandad del 100%. Con lo cual esta otra, Amalia, esta otra madre, no voy a dejar de trabajar nunca con ella. No va a desaparecer nunca.
M.G.- De una madre nunca se despide uno, aunque ella ya no esté, pero los autores también sufrís un cierto duelo al despedir a un personaje. Especialmente en este caso, que te ha acompañado durante tantos años.
A.P.- Sí, pero no me voy a despedir de ellos. Ya he decidido que no. No se van. Para mí es innecesario que se vayan. Lo paso tan bien con ellos, me divierto tanto,... Mientras los sigan queriendo ahí fuera, voy a seguir trabajando con ellos.
M.G.- Antes de iniciar esta entrevista, te he dicho que esta novela me lo está haciendo pasar muy bien pero también lo estoy pasando regular, en algún momento. Yo también pasé la enfermedad de mi madre y siento mucha empatía con los personajes. ¿Qué emociones te atravesaron a lo largo de la escritura?
A.P.- No me ha sido difícil. No me ha costado escribirla porque escribirla era como volver a tener, volver a estar, y eso para mí era superbonito. De hecho, ha sido la novela con la que más he tardado, con la que más he estado trabajando porque no quería dejarla. Ha sido superbonito estar con ellos. Es la novela que más emociones me ha generado y creo que además eso se transmite, se nota que estoy muy presente.
M.G.- Los que conocemos a Amalia, sabemos que es una mujer muy excéntrica, hiperactiva, traviesa, revoltosa, en su mundo, tozuda, alocada, anti-sistema, como se dice en la novela. Pero también tierna y bondadosa. Todos estos adjetivos que aplicamos a Amalia, ¿también se podrían aplicar a tu madre?
A.P.- Sí.Todos. No había ni uno que no fuera ella. No he tenido que añadir ni quitar nada. Era así.
M.G.- ¿Y siempre fue así? ¿Fue Amalia así, desde la primera novela? ¿Fue tu madre así a lo largo de toda su vida o hubo evolución?
A.P.- Hubo una evolución a partir de que ella se convirtió en Amalia. Es decir, a partir de que ella, a los 65 años, se divorció y se quedó sola. Desde el momento en que se quedó impar, descubrimos que mi madre era así. A partir de ahí pudo ser lo que ella era. Se descubrió así y la descubrimos así. Antes estaba muy solapada por la sombra de mi padre, con lo cual no sabíamos... Bueno, sabíamos pero no fue ella.
M.G.- No se dejaba ser ella misma.
A.P.- No, no fue ella del todo. Lo fue una vez que se convirtió en una mujer sola.
M.G.- Se liberó. Pues a mí me gusta mucho Amalia. Ella te puede sorprender en cualquier momento. Se repite mucho en el libro la frase: No digas burradas. Pero, dentro de su absurdo, Amalia tiene un pensamiento muy coherente. Me he reído mucho con sus ocurrencias. Por ejemplo, hay un momento que ella dice que Fer no odia a nadie porque toma Lexatín. Y tú te quedas pensando qué tendrá que ver una cosa con otra pero claro, si te paras un poco y reflexionas, es que tiene toda la lógica. No se puede odiar si eres feliz con el Lexatín. Es decir, hay mucha coherencia dentro de ese absurdo.
A.P.- Es que es muy coherente. Por eso llega tanto, porque inconscientemente a ti no te rechina nada, porque en el fondo te das cuenta de que es así, que es muy lógico lo que dice.
M.G.- Tiene un pensamiento mucho más nítido que el resto de la humanidad.
A.P.- Exactamente. Es como más infantil, pero eso no quiere decir que no sea acertada. Es más pura a la hora de expresar. Es como que ha limpiado las frases de muchas cosas. Como no juzga... Ella piensa que claro, al tomar Lexatín, pues está en paz consigo mismo, con lo cual, no odia a nadie como me pasa a mío como le pasa a todo el mundo.
M.G.- Y es imposible enfadarse con ella.
A.P.- Imposible porque ella, con esa mirada que tiene sobre el mundo y sobre ellos, pues desarma todo lo que mira. Hay tanta bondad y tanta candidez en lo que hace que es imposible enfadarse con ella, porque enfadarse con ella está mal, incluso habla mal de ti.
M.G.- Te escuché decir en una entrevista que, tras la muerte de tu madre, nunca te sentiste vacío, sino lleno. Es la misma sensación que yo tuve. Uno piensa que, cuando tu padre o tu madre se van, te vas a quedar hueco, que te va a comer esa orfandad, tan relacionada con la ausencia y el vacío. Sin embargo, tú te sentiste pleno y a mí me pasó exactamente igual.
A.P.- Sí, y es raro. Cuando lo cuentas suena extraño y tienes que explicarlo muy bien. Cuando mi madre murió fue como si me traspasara su energía de alguna manera, como si yo sumara su energía a mi vida. Y sigo sintiendo esa energía, que navega conmigo. Soy más cosas de las que era antes de que ella se fuera. Incluso es una cosa física. Soy de otra manera.
M.G.- Pero a Fer, el hijo de Amalia, cuando ve que se acerca el final de su madre siente miedo. Es un sentimiento muy humano y que todos experimentamos. Miedo a no saber qué vas a hacer con su vida, si vas a ser capaz de continuar. Antes de fallecer tu madre, ¿sentías eso también? ¿Pensabas que no ibas a ser capaz de levantarte por la mañana y de ponerte a escribir?
A.P.- Llegué a dudar de que pudiera vivir tras la muerte de mi madre. No me veía capaz de seguir adelante. No entendía. De hecho, mi cabeza todavía no entiende que mi madre ya no esté. No entiendo muy bien que no aparezca nunca.
M.G.- No la ves pero sí la sientes. Eso es lo que te hace seguir adelante.
A.P.- Claro. A ver, es que uno es más fuerte de lo que cree. Somos mucho más fuertes de lo que creemos, mucho más resiliente y más resistentes. Normalmente, cuando imaginamos situaciones, las imaginamos mucho más catastróficas de lo que son realmente. Una cosa es la imaginación, que crea monstruos, y otra cosa es la experiencia. Lo bueno de tener una imaginación que crea monstruos es que cuando has creado al monstruo y llega la experiencia y dices: «¡Ah! ¿Era esto solamente? ¡Con lo que yo había imaginado! Bueno, pues si solo es el 30%, pues mira qué bien». Y vives en un constante alivio, porque tu imaginación siempre está creando cosas terribles. Pero sí, yo tenía este terror a cómo iba a ser la vida sin ella. Está claro que hay la vida con una madre y la vida sin una madre. O un padre o una madre. Hay una vida sin, que es la segunda parte de nuestra vida. Y ahí tenemos que aprender a navegar como sea. Como podamos. Cada uno lo hace como puede. Pero yo creía que no iba a ser capaz.
M.G.- Fer, Silvia, Emma... Cada uno de ellos tiene una relación muy distinta con Amalia. Está el que la consiente, el que controla, el que está en una posición intermedia... Es decir, cada hijo tiene una relación diferente con la madre, como nos pasa a todos.
A.P.- Claro, como nos pasa a todos. Lo bueno de esta familia, de estos hermanos, es que son tres y nos dan tres puntos de vista muy claros. Está la cuidadora, porque Emma es muy cuidadora e intenta que siempre esté todo bien. Luego está el conspirador, el que conspira mucho con su madre y juega mucho con la vida. Y también está la otra, la vigilante, la estricta, la que no puede con el desorden. Son arquetipos tan repetidos pero tan reales... Es que entras a una cafetería y escuchas a una madre hablar con sus hijos y sabes que este es este y aquel es el otro, porque se repiten. Somos así. Proyectamos sobre ella nuestra personalidad. Las madres son esos espejos en los que proyectamos nuestra personalidad.
M.G.- Silvia es la controladora y yo vengo a romper una lanza en su favor. Porque yo soy Silvia. Fui Silvia con mis padres. Yo sabía a qué hora les tocaban las pastillas a mis padres, cuando había que ir al médico, qué había que comprar en la farmacia,... Sé que somos muy cansinas pero lo único que queremos es ayudar.
A.P.- Sí te digo que, si no hubiera Silvias, todos estos tránsitos serían muy difíciles porque, aunque parece que son muy pesadas, todo estaría muy descompensado sin ellas. Al resto, nos ayudan mucho las Silvias. Son difíciles de soportar pero, a la vez, nos ayudan mucho porque hacen un trabajo que nosotros ni sabemos hacer ni queremos hacer. Es el trabajo peor pagado porque además sufren mucho y sufren de una manera muy incómoda. Es incluso incómoda para ellas porque se dan cuenta, pero muy necesarias para que el equilibrio exista.
M.G.- Alejandro, en la novela coincide, aunque no sé si en la vida real también, el deterioro de Amalia con el deterioro de Rulfo, el perro de Fer. A la vez que Amalia enferma más, Rulfo cada vez está más delicado. Es como si la vida le dijera que si quiere arroz, ahí van dos tazas.
A.P.- Es un aprendizaje exprés. Hay tránsitos en la vida en la que no pasa nada, en la que todo está bien, en la que flotas... Y, de repente, un día empiezan a caer fichas de dominó y caen tres a la vez. Y te preguntas que cómo puede ser eso, que por qué te pasa todo a ti. Y no es que te pase todo. Es que, de repente, coinciden dos cosas, dos duelos muy grandes.
En la vida real no fue como se cuenta en la novela. La muerte de mi madre y de Rulfo fue más espaciada en el tiempo pero yo lo recuerdo como si todo hubiera ocurrido a la vez. Curiosamente, el recuerdo hace esas maniobras. Recuerdo los dos duelos juntos porque son los dos duelos que más me han marcado. Para Fer, igual. Uno es el alter ego del otro en el tema del duelo. ´
M.G.- Los perros, tanto Rulfo como Shirley, que es la perrita de Amalia, son hiperintuitivos, muy inteligentes. Saben que algo ocurre a su alrededor.
A.P.- Sí, eso lo he vivido yo.
M.G.- Y yo. Ellos saben que algo malo está ocurriendo. Se arriman al que está sufriendo.
A.P.- En el caso de Shirley, al principio, ella decide apartarse de Amalia porque esa no es su Amalia, no es su madre. Ella se niega al duelo pero cuando percibe que ha llegado el momento real y animal de doler, entonces es cuando ella se pone a su lado y necesita protegerla. Eso para mí es algo brutal que yo viví. Con la perrita de mi madre nos preguntábamos que por qué no quería estar en la habitación. Flipábamos e incluso, a veces, yo me enfadaba. Pero el día que la vi entrar y ponerse encima de mi madre, me dije: ¡Qué bestias son!
M.G.- Es que son tremendos. Muy intuitivos.
Bueno, Mauro es otro personaje importante en la novela, un pilar importante para Amalia, lo más parecido a un compañero o a un amigo verdadero. Yo lo veo como un rey mago.
A.P.- Totalmente.
M.G.- No sé si Mauro existió en la realidad o es fruto de la ficción. Si es solamente fruto de la ficción, a mí me encantaría que hubiera mucha gente como Mauro y me encantaría conocerlas.
A.P.- A mí también. Mauro no existió en la realidad, es ficción, pero sí conocí a un Mauro pero ese Mauro no es el de esta historia.
M.G.- No conectado con esta historia.
A.P.- No. Este tipo de personas son muy necesarias en la vida de las personas y por eso lo añadí a esta novela porque creo que, además, desmontan muchos prejuicios. En un principio, por la diferencia de edad, tú lo ves llegar y empiezas a pensar que se va a aprovechar. Estás todo el rato pensando eso hasta que luego te das cuenta de que es prejuicio tuyo. Me encanta hacer esto con la ficción para que te des cuenta de lo prejuicioso que eres con las cosas.
M.G.- Tocas un tema que me parece muy necesario, hay que sacarlo a relucir porque, desde un punto de vista literario sí se ha tratado pero, desde un punto de vista social, a mi juicio, es una asignatura pendiente. Me refiero a la labor del cuidador, en ese momento en el que los hijos se convierten en padres de los padres. De eso se habla muy poco y se pasa muy mal como cuidador.
A.P.- Se habla nada, no se toca, como tantos otros temas, y se pasa muy mal porque no estamos preparados. Nadie nos dice que va a llegar un momento en el que va a ocurrir esto. Pensamos que eso le ocurre a los demás y a que a nosotros no nos va a ocurrir nunca. Lo vemos en nuestros padres con sus padres pero pensamos que eso les ocurre porque ellos son mayores y a que a nosotros, eso no nos va a ocurrir. Pero llega y tenemos padres que se vuelven dependientes y que nos piden cuidados. Y no estamos preparados para eso, ni mental, ni física, ni emocionalmente. Y no hay nada más cansado que cuidar de alguien a quien quieres. Es lo más cansado del mundo. Terminamos todos agotados y no hay nadie, no hay ningún lugar al que acudir. Y además, crees que te está pasando solo a ti, que nadie más te va a entender y que no te puedes quejar porque forma parte de la estructura que hay que cumplir. Y es terrible, la soledad del cuidador es algo terrible.
M.G.- Es agotador psicológicamente.
A.P.- Es terrible, terrible. Yo recuerdo terminar el turno de estar con mi madre, volver a mi casa, tirarme en la cama y pensar que acabe esto ya porque ya no podía más. Era tan cansado... Entre lo que sufres, la pena que tienes, que te toca estar improvisando todo el rato porque hay muchas cosas que desconoces... Entre cambiar, lavar, ejercitar,... Es una tensión horrible. Nunca me he cansado tanto.
M.G.- Te digo que he empatizado mucho con los personajes porque, en mi caso, la cosa se multiplicaba por tres. Tenía un padre, una madre y una hermana con discapacidad. Tres dependientes. Muchos días salía llorando de casa de mis padres.
A.P.- Yo también. ¿Y cómo hacías?
M.G.- Como pudimos. Era un caos. Arreglabas una cosa y se desarreglaba otra.
A.P.- Eso nos pasaba a nosotros también. Siempre tenías la sensación de que no llegas. Todo era muy precario.
M.G.- Todo lo que haces es nada en comparación con todo lo que tenías que hacer.
A.P.- Exactamente.
M.G.- Había que tomar decisiones, como vemos en la novela, decisiones sobre la salud de los padres. Te asaltan muchas duchas. No saber por dónde salir. Los hijos se sienten mal por aquella vez que les gritaron a los padres. Llega la culpa, el arrepentimiento, el remordimiento,... Otro lastre más en esta situación.
A.P.- Lo de la culpa es terrible. Ves la dependencia de alguien a quien quieres mucho, ves que ya no es quién era, tienes mucha rabia, pero contra la vida, porque te está arrebatando a alguien a quien quieres mucho. Y encima lo que haces es verter la rabia, justamente hacérselo pagar a quien no deberías hacérselo pagar, porque estás cansado, porque estás estresado, porque estás triste. Pero esa persona es el objeto de todo esto, es quien provoca todo esto y, de forma inconsciente, le gritas y la tratas mal. Y luego te sientes tan culpable que es peor. Es una situación muy complicada. Emocionalmente es lo más complicado que he vivido.
M.G- ¿Y enfrentarte a la desnude de tu padre o de tu madre?
A.P.-Ay,... Eso es otra cosa. ¡Uf!
M.G.- Por ahí hemos pasado los que hemos ejercido el papel de cuidador. Esto no lo entiende el que no ha pasado por esa situación.
A.P.- Exactamente. En mi inocencia, nunca imaginé que me iba a tocar tratar con esa intimidad física para la que nadie está preparado. Por favor, que nunca me toque volver a pasar por eso. Dame toda la carga psicológica que quieras pero la física fue terrible para mí. Además es que sientes que estás violentando, que estás entrando en un territorio sagrado y que estás traspasando una frontera. Para mí era horrible.
M.G.- Pero no solo para el hijo o la hija. Cuando le tenía que hacer ciertas cosas a mi padre, pensaba que él, a su vez, estaría pensando que yo lo estaba tocando.
A.P.- ¡Eso! Lo viví muy mal, muy mal. Mis hermanas también pero no tanto, porque parece que, entre mujeres, es distinto. No sé si lo hubiera vivido de forma distinta si fuera mujer. Pero a mí, lo de limpiar a mi madre, lo de bañarla,..
M.G.- Se pasa muy mal, sí.
Alejandro, ¿el sentimiento de orfandad nos devuelve al niño que fuimos?
A.P.- Sí, porque nos hace vernos muy pequeñitos, muy pequeños en el mundo, muy solos en el mundo, como cuando eres pequeñito y no tienes recursos. Te dejan en la cuna, en la cama, y no quieres estar solo. ¿Dónde van los adultos cuando se van? ¿A dónde van cuando cierran la puerta de mi habitación? ¿Qué hay ahí afuera? Vuelves un poco a cuando no querías que te dejaran solo. No quieres estar solo. El mundo no está hecho para un niño solo.
M.G.- La novela está dedicada al Santuario Gaia, un espacio que existe de verdad y que tiene su protagonismo en la novela. He buscado información en Internet ¿Qué es realmente este lugar y cómo llegas a conocerlo?
A.P.- Lo conocí hace muchos años, por el año 2000. Lo conocí a través de las redes. Desde entonces, he estado en contacto con ellos. Mi madre era muy fan de estos dos [se refiere a Coque y a Ismael, las personas que regentan el santuario]. Ella era muy fan de todo lo que pasaba allí. Siempre tuvo la fantasía de ir pero se nos pasó el tiempo y no la llevamos. En la novela, Amalia sí visita el santuario y ha sido como cerrar una herida. Mi madre no pudo visitar el santuario pues, por lo menos, que lo visite Amalia y que ella disfrute lo que mi madre hubiera disfrutado.
M.G.- Es un gesto bonito. Y cambias el nombre de tu madre, de tus hermanas, de ti mismo, de la perrita de tu madre, pero no así el de Rulfo, el de Coque, o de Ismael. Eso me llamó la atención. ¿Por qué unos nombres sí y otros no?
A.P.- No sabía cómo llamar a Coque y a Ismael en la novela. Además, quería hacer justicia a la realidad con ellos porque Coque, por ejemplo, es muy fan de Amalia. Pensé que quería dejar escrito lo importante que él ha sido para mi madre y que se sepa. Quiero que él sea parte de este mundo, pero como en tiempo real. Quiero que la gente busque este santuario, que sepa que existe, que sepa un poco cómo es, que sepa cómo es ese lugar que ella miraba tanto, y que puedan participar.
M.G.- La página es muy interesante. Hay fotografías de todos esos animalillos que tienen. Te puede hacer voluntario y hacer donaciones muy económicas.
A.P.- Es un sitio muy bonito y lo hacen tan bien. He ido un par de veces y es un lugar maravilloso. Tienen una vaca que se llama Amalia. Era ciega pero luego recuperó la vida. Mi madre, por supuesto, estaba enamorada de la vaca Amalia.
M.G.- Esa Amalia que quiere llevarse a todos los animales a su casa porque los animales y las plantas son muy importantes en tu vida y en la novela.
A.P.- Ella era así. Mi madre era así. Llegabas a su casa y nunca sabías lo que te ibas a encontrar, a quién había recogido, porque recogía todo lo que encontraba. Teníamos un problema y había que estar siempre como controlándola mucho. Te podías encontrar que estaba merendando con alguien que no procedía. En la vida real lo pasábamos muy mal pero claro, luego lo ficcionas, y utilizas eso para dar una cara amable y divertida. Pero muchas veces no era tan divertido en la vida real porque metía una gata que paría en la casa y nos preguntábamos cómo había conseguido meterla en casa. Ella encontraba los sistemas más... Nunca había una semana de tranquilidad.
M.G.- Al menos, en la novela, sí te puedes permitir tomarte estas cosas con humor porque el humor está muy presente, a través de ella.
A.P.- Sin humor no habría podido sobrevivir en mi vida. No puedo escribir solo drama. No me sale. Tengo que compaginar el drama, con el humor, la vis cómica,... Y ella no es cómica. Ella no es consciente de que es graciosa, de lo que provoca en los demás. Es que ella es así. No es que intente hacer reír a nadie, no. Es así. Nosotros nos reímos pero, a su lado, la gente no se ríe mucho. La gente se desespera. Nosotros nos reímos de la desesperación de los demás y de que tiene un mundo muy peculiar, una mirada muy sana sobre la vida, o muy coherente, como tú dices. Pero estar a su lado, no siempre era cómodo.
M.G.- Te decía antes que me sentía muy unida a ti en este sentimiento de orfandad que los dos tenemos, porque es verdad que podemos tener vidas muy diferentes, pero la muerte, el dolor y la pérdida nos iguala a todos.
A.P.- A todos. Estamos todos hechos de lo mismo. No hay más. Somos eso y no hay más. Tenemos que pasar por las mismas cosas, todos. Nacer y morir. Y entre una cosa y la otra, los duelos, los encuentros, los reencuentros, los abandonos,... Está todo ahí. El abecedario con el que jugamos, las letras son todas las mismas. Y las combinaciones, casi tan bien. Lo que depende es nuestra capacidad de adaptarnos a lo que la vida nos ofrece. Eso es lo que nos diferencia los unos de los otros.
M.G.- Has comentado antes que en mayo hay un cómic y creo que te he oído decir que también ya obra de teatro programada.
A.P.- Sí.
M.G.- Pero no son adaptaciones de la novela. Entiendo que le vas a dar más vida en formato cómic y en formato teatro.
A.P.- En formato cómic, va a ser una serie. Va a ser un poco como lo que pasó con 7 vidas y Aida. La prota es Amalia. De hecho, se titula Amalia, memorias de una madre incontrolable. Estarán todos los personajes pero será la vida cotidiana de ella. La vamos a ver en todo su esplendor, yendo al mercado,..
M.G.- El día a día.
A.P.- Sí, pero con sus locuras y con sus relaciones. Además engaña a los hijos,.. Bueno, esas cosas que ella hacía. Y la obra de teatro es sobre Una madre. Es la adaptación. Probablemente habrá cosas distintas e introduciremos elementos nuevos.
M.G.- ¿Y habrá tour por España? Porque espero que vengáis aquí.
A.P.- Sí. A mí lo que me gustaría es hacer en teatro lo mismo que he hecho en la ficción. Es decir, hacer Una madre un año, al año siguiente Un perro, al año siguiente Un amor, y al año siguiente Una vida. Todo con los mismos protas. Esa es la idea. Aunque con tener Una madre ya me conformo. Luego ya veremos porque imagínate que no funciona. Pero si funciona bien, puede que se haga.
M.G.- Yo esperaré a ver esa obra en Sevilla.
A.P.- Yo también. Me gustaría.
M.G.- Como última pregunta, he visto que vas a hacer un retiro literario en una localidad de Burgos, del 7 al 9 de marzo. He estado mirando a ver si me apuntaba.
A.P.- Hay otro en Cádiz.
M.G.- ¿Qué me dices? ¿Cuándo?
A.P.- A finales de marzo. La gente que lo hace son LibrArte. Es un sitio tan bonito. Es como un monasterio muy bonito. Ese te queda cerca y es un sitio espectacular.
M.G.- Pues lo intentaré mirar. Burgos es que me queda un poco lejos. Pero era chulísimo. Dos días y medio.
A.P.- Este es igual pero en el de Cádiz, la noche del sábado hacemos un monólogo poético. En el otro es lectura, silencio, conversar sobre la lectura.
M.G.- Pues lo miraré por ver si me encaja y me pudiera apuntar.
Alejandro, lo dejamos aquí. Un placer tenerte en Sevilla, leerte, volver a hablar contigo. Esta misma tarde termino de leer la novela porque me queda nada.
A.P.- Te va a sorprender el final.
M.G.- ¿Tú crees?
A.P.- Sí.
M.G.- Ay, me da un poco de... porque sé lo que va a ocurrir...
A.P.- No. Te va a sorprender. A ver, lo que va a ocurrir, va a ocurrir. Pero no sólo eso.
M.G.- Me dejas ahí con la incertidumbre y con la duda. Bueno, pues esta noche...
A.P.- Es que yo no podría hacer un final tú prevés y que... Ocurre, pero no... O sea, te vas a desviar a un lugar.
M.G.- Bueno, pues cuando lo termine de leer, te cuento qué me pareció. Muchas gracias, Alejandro.
A.P.- Gracias a ti.
Sinopsis:VUELVE AMALIA. VUELVE UNA MADRE. El cierre de un universo que ha conquistado a más de 150.000 lectores.
¿Cuánto sabe una madre? ¿Cuánto calla, cuánto dice, cuánto miente? Mientras las madres viven, los hijos somos hijos por encima de todo: más hijos que hermanos, más que maridos, más que padres. Colgamos de nuestras madres como el escalador de su mosquetón, no importa la edad, no importa la distancia. Si hasta su muerte mandan sus genes, después de su muerte manda la ausencia. «Si mamá me viera…», «Mamá se estará riendo, seguro», «¿Qué pensaría mamá de esto?». Hablamos con ellas cuando nadie nos mira, porque sabemos que están, aunque no las veamos. Sabemos que son eternas.
La tarde en que Fer, Emma y Silvia llevan a urgencias a su madre, aquejada de lo que parece una leve infección, no imaginan que la vida ha dispuesto para ellos un escenario totalmente inesperado. Al salir del hospital después del breve ingreso, el paisaje familiar es otro: los tres hermanos se convierten a la fuerza en hijos y cuidadores mientras se preparan para la posible orfandad que quizá vaya a dejar tras de sí un ser tan excéntrico e insustituible como Amalia.
Con su excelente prosa emocional, Alejandro Palomas cierra a lo grande el universo narrativo que inició con Una madre y que continuó con Un perro y Un amor, y que vuelve a mostrarnos con un texto intenso, vibrante y lleno de vida en su mejor versión.
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