Autor
Daniel Ruiz (Sevilla, 1976), escritor y periodista, trabaja en comunicación. Inició su carrera con Chatarra (Premio de Novela Corta de la Universidad Politécnica de Madrid), que inspiró un corto cinematográfico preseleccionado para los Oscar en 2006, y con otras narraciones que le valieron el V Premio de Novela Corta Villa de Oria o el Premio Onuba de Novela. El resto de sus novelas han sido publicadas por Tusquets Editores: Todo está bien (2015), sobre los asesores de los políticos, y La gran ola (2016), XII Premio Tusquets Editores de Novela, «una sátira tan hilarante como amarga sobre el “coaching”» (Francisco Estévez, El Imparcial). Les siguieron el tríptico de historias de barrio formado por Maleza, por las que Daniel Ruiz ya ha sido saludado como «el especial poeta del extrarradio de las ciudades españolas» (Juan Ángel Juristo, Abc Cultural), El calentamiento global (2019) y Amigos para siempre, «Una orgía dolorosamente humana» (Sara Mesa). Con Mosturito vuelve al suburbio y nos presenta a un niño vivaracho que conquistará sin remedio al lector.
Sinopsis
Mosturito crece en un barrio periférico de una ciudad andaluza. Hijo de un padre maltratador que cumple condena, vive con la Tata, su tía, una mujer entrada en carnes y adicta al alcohol, que arrastra su propio historial de desengaños. Hasta ahora, Mosturito ha vivido anclado en ese barrio problemático, esquivando junto a su peculiar pandilla a los matones de la zona, que no dejan pasar ocasión de meterse con el muchacho. Sin embargo, una excursión fuera de los dominios habituales le llevará a conocer a un grupo de chicos que le van a descubrir un mundo nuevo, en el que las familias no pasan apuros para llegar a fin de mes. Eso sí, juntos deberán sortear algunos de los peligros que asolan las ciudades de los años ochenta, como la devastadora epidemia de heroína. También aprenderá a sobrellevar los primeros desengaños amorosos, y a vencer su complejo físico para hacerse con un lugar en su nueva cuadrilla. Un salvaje y peculiar relato de iniciación con punkis, mansiones encantadas y vírgenes que se aparecen en la pared.
[Información tomada directamente del ejemplar]
La pasada primavera tuve el placer de conversar con Daniel Ruiz sobre su última novela, Mosturito, publicada por Tusquets (puedes leer la entrevista aquí). No es la primera novela que leo del autor sevillano. Convencida estoy de que no será la última. Pero, a raíz de aquella conversación, me quedé con las ganas de compartir con vosotros mis impresiones sobre esta historia, que todavía hoy perdura en mi memoria. Con ayuda de los recuerdos de esa lectura y las notas que siempre voy tomando, no quiero desaprovechar la oportunidad de hablaros de una novela construida a base jirones de piel, la que el protagonista se deja en este camino de iniciación.
Mosturito (desviación de la palabra monstruito), o Mostu como lo llaman algunos, es, en realidad, Pedro Godor Fernández (la zeta es posible que se vuelva muda en algún momento), hijo de Antonio Godor y de Candela Fernández. Nadie lo llama Pedro. Los que lo quieren de verdad no utilizan ese mote cruel, sino que lo llaman Perico, como lo hacía su mama, o Periquillo, como lo hace su tía. Él será el narrador de esta historia, su historia, un niño de doce o trece años, fruto de una familia desestructurada, donde la violencia machista acabó con la vida de su madre.
«El papa era un cabrón, era un borracho, pero no en plan tranqui como la Tata, a la mama no la quería, la pegaba y le decía cosas que mejor no pensar, que borro de mi cabeza hasta que sin pensarlo los recuerdos vuelven, o el agobio grande, cuando la Tata] por ejemplo pone el disco de Pimpinela y el barbas y la chavala se pelean». [pág. 85]
La violencia, esa que ejercía el padre sobre la madre, y la que encuentra en el colegio o en la calle, está muy presente en la vida de Mostu. Se añade, además, que las botas ortopédicas que calza suponen un enorme impedimento a la hora de huir de aquellos que lo acosan. Mostu es un niño «contrahecho y carastrujá», como él mismo se define. Su nariz torcida y su labio leporino le han valido el apodo que le han colocado, un mote del que no puede despegarse.
Mostu, tras perder a su madre, vive con su tía paterna, la Tata, que «es gorda y tiene los dientes grises, de tanto fumete o de tanto calimocho, yo no sé». Ella es toda su familia, la que lo defiende a jierro, nunca mejor dicho, porque si hace falta emplear un bate de beisbol de aluminio para atacar a los abusones, lo hará, sin pensar en las consecuencias. El mundo de Mostu es pequeño. La Tata, sus amigos -Carmi y Michi-, y el barrio.
Nunca lo tuvo fácil. Sus orígenes lo han marcado y el entorno lo sentencia. Mostu es una víctima del tiempo y del lugar, esos años 80 en un barrio periférico de la ciudad, donde se junta el borracho que le pega a su mujer y luego parece un ciudadano ejemplar, con la loca que sale desnuda al balcón. Aferrado a lo poco que tiene, Mostu es un superviviente nato, un luchador contra el sistema, contra todo ese entramado de Asuntos Sociales que terminará por colarse en su vida. ¿Por qué tienen qué inmiscuirse? ¿Qué saben ellos lo que le conviene a Mostu? Los perseguidos terminan por huir y traspasar límites, para adentrarse en otros territorios de los que no sabían nada. Lo nuevo atrae y seduce. Otras caras, otros barrios, otras realidades. ¿Acaso encontró el paraíso? Ese lugar en el que él se siente un igual, donde nadie lo cuestiona ni tampoco abusan de él. Amor con amor se paga. Si tú me das la mano, yo te tiendo la mía. Y Mostu -es que es un niño- deja aflorar la inocencia que tenía arrinconada en lo más profundo, se deja guiar por los que cree sus maestros, se aleja de un pasado horrible, buscando un futuro, para hacer cosas de adultos entre adultos. Por fin encuentra ejemplos a seguir. Pero qué terrible es comprobar que los hechizos se evaporan.
«Porquerioso mundo de mentiras. Te dan la mano pero siempre es falso. No te quieren, les importas una mierda, nadie te quiere en realidad». [pág. 129]
Mostu, venga, vuelve a la casilla de salida. Y llegarán otros lugares horribles, y más mierda, y más gente ruin, mezquina y traicionera. Y entre tanta oscuridad, quizá algún rayo de esperanza. Porque eso es lo que nos queda a todos, lo que le queda a Mostu, la esperanza de una vida mejor. Ya no te diré si lo consigue o no porque ese es tu trabajo, lector, descubrir qué le ocurrirá a Mostu, y a todos los Mostu del mundo.
Personajes
Destaco a este trío:
* Periquillo
Dejadme que lo llame así, como lo llama la Tata. No quiero llamarlo Pedro, ni Perico, ni mucho menos Mosturito o Mostu. Periquillo es de esos personajes que se quedan contigo para siempre. ¿Se le puede reprochar algo? ¿Afearle alguna conducta? Por supuesto, pero es que tiene que defenderse. Salir a la calle es salir a la jungla, sortear peligros, esquivar las balas. Y en ese sálvese quien pueda es donde nos gana, donde resulta entrañable. Mostu se siente feo, y está tan acomplejado que ni siquiera quiere mirarse en un espejo. Y esa supuesta fealdad se transforma en hermosura, especialmente cuando, llegando al final de la historia, el lector descubra una verdad fea y dolorosa. Esa sí que es fea de verdad.
«En días así es cuando me gustaría morirme. Solo es un rato, pero una cosa dura me se mete en la garganta y solo tengo ganas de llorar, como la Tata cuando se aguanta las lágrimas en el taxi. Me miro al espejo, y me veo la nariz torcida, y el labio metío padentro, y también la frente abombada, mosturito, contrahecho y carastrujá. Y pienso lo de siempre, que igual no tendría que haber nacido, que pa qué vine al mundo, que igual esto tan feo que se ve en el espejo es lo que hizo que al final el papa pegara tanto a la mama hasta matarla». [pág. 27]
* La Tata
«La voz de la Tata en el portero es como un abrigo calentito». [pág. 265]
No hay mejor definición que esa para describir lo que la Tata significa para Mostu. La Tata, a pesar de no ser la mejor de las opciones, es refugio, es hogar, es calor. La Tata es otra víctima, una mujer vapuleada por la vida que ha rodado de desengaño en desengaño. A ella le gustaría salir del agujero del alcohol en el que está metida, y de verdad que lo intenta, pero es otra perdedora más. Ya está. Esas son las cartas que le han tocado en esta partida. Ama profundamente a su sobrino y trata de hacer lo posible por él. Dicen que al que hace lo que puede no se le puede exigir más.
* El Zurdo
Será el amigo punk de Mostu, otro anti-sistema que no conoce otro modo de rebelarse, más que formar parte de la tribu de las crestas y dejarse encandilar por las drogas. Lo que diferencia al Zurdo de Mostu son sus orígenes pero no sus ganas de romper con todo. Zurdo es de buena familia, y dentro de ese núcleo agraciado, él se convierte en la oveja negra, es el que saca los pies del plato. Zurdo será alguien admirado por Mostu, un hermano mayo, el mejor amigo, pero el joven tiene también su propia mochila que porta a cuestas.
Temas
De Daniel Ruiz se dice que es el autor de extrarradio, el que se fija en los perdedores, en los que viven al margen, aquellos que no importan a los de estratos superiores. Y en ese extrarradio se cuecen los temas que precisamente deberían de importar más.
En Mosturito asoma la violencia, esos hombres que golpean a mujeres como si se tratara de un hábito cualquiera. En los años en los que vive Mostu, la violencia de género era algo prácticamente normalizado. No existía el 016, ni tampoco había tanta conciencia social ni tanta asociación de ayuda. La mujer que tenía un marido o una pareja maltratadora aguantaba palos y se los guardaba para sí, aunque todo el vecindario supiera lo que ocurría en el 5ºB. Pero en esta novela, no sólo hay violencia doméstica, también la hay en la calle y en los colegios, con esos niños malahora, los abusones que ejercían su autoridad sobre los más frágiles, machacados y estigmatizados para el resto de sus días. Era una violencia, -y es-, que generaba bienestar, una manera de canalizar lo más oscuro, esa bilis que sube por la garganta, la sangre envenenada, el rencor, el odio y hasta el miedo.
Y el acoso. Y también los abusos sexuales, incluso en el interior de centros religiosos, asunto sobre el que el autor prefiere no ahondar. Mostu no es tonto. Sabe que, si es blanco y en botella, probablemente sea leche. Así que también tendrá que apañarse para esquivar a los agarraniños que suelen venir disfrazados de bonhomía.
Pero en Mosturito no todo es oscuridad. Ruiz sabe que estos perdedores también tienen sus momentos de felicidad y explora el lado más amable de sus vidas exponiendo ante nuestros ojos el amor familiar, la relación entre la Tata y el niño, lo que siente uno por el otro, el dolor que también experimenta un amor supuestamente traicionado. O el amor romántico que no deja de ser, como todo, una moneda con sus dos caras pues, a veces, no es más que un espejismo. Pero ese amor preadolescente es saeta luminosa que te atraviesa como un rayo cuando, por primera vez, tu corazón comienza a latir de otro modo. Sientes que ese amor te salvará de todo lo malo que hay en tu vida, y te hará vivir emociones que jamás regresarán con la misma intensidad.
Y junto al amor, la amistad y la lealtad. Al amigo de verdad hay que respetarlo y jamás se le levanta a la novia. Al amigo de verdad hay que cuidarlo en momentos de apuro. Al amigo de verdad hay que visitarlo cuando lo llevan a un lugar terrible. En la calle, donde no hay ley, la lealtad es lo único que queda.
Amor, abusos, familia, cultura del descampado componen un drama sobre el que Daniel Ruiz también arroja momentos de humor. El autor destensa la cuerda con alguna situación que provocará la sonrisa en el lector.
El universo Mosturito
Mosturito es una fotografía en blanco y negro, una instantánea de la infancia, tomada en un lugar y en un tiempo concreto. En ese contexto espacio-temporal caben todo tipo de referencias que muchos de nosotros, los que jugamos en las calles y en los descampados cuando éramos pequeños, vamos a reconocer. Mosturito es encontrar aquel álbum de cromos que todos coleccionamos alguna vez; es saborear de nuevo aquellas golosinas de la época (escalofríos, orozú negro, el chupachups Kojak); es escuchar nuestro apellido en boca de los profesores que no nos llamaban por nuestro nombre de pila; es volver a ver algún episodio de la serie V, con aquella Diana-come-ratones, o regresar a la telenovela Doña Bella; es beberse un vaso de Tang de naranja; es quedarte embobado viendo los trucos de Uri Geller; o acompañar a tu madre a hacer la compra al Pryca.
Y junto a todo eso tan inocente, Mosturito es regresar a las peleas en la puerta del colegio; es escuchar cómo un vecino pega a su mujer, a través de los tabiques o del ojo patio, sin que nadie diga nada; es volver al boom de la heroína, que tantos despojos y muerte dejó en el camino.
Este es el mundo de Mostu, un mundo en el que yo misma me he encontrado aunque...
Mosturito y yo
...mentiría si dijera que yo fui también Mostu. No es que sea muy agraciada, pero tampoco soy contrahecha (creo). No tuve una infancia tan dura como él. Nunca vi cómo mi padre golpeaba a mi madre, no me tuve que ir a vivir con mi tía, ni tampoco recibí la visita de Asuntos Sociales. Mi infancia en comparación con la de Mostu fue un vergel, un paraíso, aunque mi familia siempre fue humilde, con cuatro hijos que comían, vestían y estudiaban gracias al trabajo de un camionero, que se ausentaba de casa a las 5 de la mañana y no regresaba hasta las 9 de la noche. Sin embargo, sí me crucé con muchos Mosturitos en aquellos años y como él recorrí muchos espacios que se describen en la novela. Y no hablo de lugares afines sino idénticos, los mismos que recorre Mostu. Ya lo comenté en la entrevista a Daniel Ruiz, que leer Mosturito fue como volver a mi barrio de toda la vida. Y es que Mostu y yo sabemos lo que se cuece en Las Vegas, ese barrio de las Tres Mil Viviendas que sale tanto en la tele (ayer mismo, para no irnos muy lejos). También conocemos la mala fama que tenían las líneas de autobuses 30 y 31, donde podías ver a los yonkis pincharse en las últimas filas del bus, mientras tú ibas con tu mochila del colegio a tus espaldas. Ambos nos hemos movido por los bloques de los Zeus o Las Gardenias. A los dos nos ha llamado la atención las casas del Patronato, sobre las que corrían tantos rumores. Y sabemos perfectamente donde está el colegio Aníbal González.
Y aunque no todos los espacios son exactos y precisos, en cuanto a ubicación o distancia, a mí me ha encantado leer esta novela porque Daniel ha despertado unos recuerdos que me han hecho sentir feliz, rescatando de mi memoria lugares tan olvidados como las hamburgueserías Dulio.
Estructura y estilo
Escrito en primera persona, con una voz muy personal y peculiar, Mosturito se estructura en cinco partes, con capítulos muy breves. A veces, un párrafo o dos son suficientes, lo que permite rapidez en la lectura, dinamismo, acción.
Pero, además de la historia en sí, resulta llamativo el estilo de esta novela. Daniel Ruiz no se limita a contar por boca del personaje. No es el autor el que nos habla a través de Mostu, sino que es el mismo personaje el que lo hace. Y es que Ruiz permite que su protagonista se exprese libremente. Mosturito es una novela eminentemente oral, donde encontramos contracciones imposibles, jerga, coloquialismos que nos colocan a pie de calle. En esta novela, no hay lecciones de gramática. No hay corrección ortográfica ni sintáctica, en favor de un lenguaje libre y sin ataduras.
«Nos hemos gastado todo el moni, y estos san fundido todos los porros que tenían y el Fidel dice que mañana curra, que tiene que ayudar al padre en la tienda». [pág. 117]
¿Te he convencido, lector? Mi entusiasmo por esta novela no se debe a que la acción transcurra en mi ciudad. Ni siquiera la he nombrado en esta reseña porque, en realidad, todo lo que ocurre en esta novela podría ocurrir en cualquier ciudad española. Mi entusiasmo por esta historia se debe a sus personajes, -niños, jóvenes, mujeres-, que han tenido peor suerte y les ha tocado bailar con la más fea. Mosturito me ha gustado tanto porque está pegada al asfalto, a la realidad de un momento, a un contexto que resulta tan reconocible. Mosturito me ha enternecido y me ha divertido. Es una novela que te cala hondo, te deja huella, te agarra y no te suelta, apelando a las emociones más diversas, -tristeza, esperanza, dolor, amor-, las que genera un protagonista que tiene que madurar deprisa y que lanza reflexiones como esta:
«Ques estar muerto y ques estar vivo. Muchas veces se vive pero en verdad es como si estuviéramos fiambres, no se nota, salvo que te pellizques o te caigas o tagas daño, que el corazón te late. Otras veces hay muertos que viven más que los vivos. Por ejemplo, la mama se murió pero pa la Tata y pa mí sigue muy viva, sin embargo el papa vive y por lo que a mí respecta está bien muerto». [pág. 278]
Creo que es un universo muy universal el de Mosturito, porque lo que cuentas, podría ser muy bien los suburbios de Barcelona o cualquier otra ciudad. Una novela que toca la fibra, por lo que leo y nos de vuelve a nuestra niñez. Besos y gracias por la magnífica resena.
ResponderEliminar¡Hola, Marisa!
ResponderEliminarUna propuesta distinta y con un personaje genial, de los que no se olvidan fácilmente.
Pinta ser una historia que nos hará reír y al mismo tiempo llorar, porque en el fondo se respira dureza en esa realidad que el autor plasma en su libro.
No he leído a Daniel Ruiz, me llama bastante la atención esta novela por su ambientación y por estar narrada desde la voz de Mosturito haciendo uso de un lenguaje oral callejero y descarado.
Gracias por esta sugerencia lectora ;)
Un abrazo.
Ya me habías convencido cuando le hiciste la entrevista al autor y ya tenía la novela apuntada. Tras leer ahora tu reseña, refresco el recuerdo y espero no tardar en leerla. Yo tampoco fui víctima de esas cosas que tuvo que vivir Periquillo; ni acoso escolar ni violencia doméstica y además, unos años de escuela, los sesenta y primeros setenta, mucho más amables. Es cierto que vivimos la dictadura, pero la droga y los yonquis nos quedaban muy lejos. Esos ya me pillaron con veinte. Espero no tardar en leer este libro.
ResponderEliminarUn beso.
Estás novelas que transcurren en nuestros lugares de referencia y que nos transportan a nuestra adolescencia e incluso niñez suelen gustar mucho. Y sí están bien escritas como ésta, pues ya no te digo. Me la apunto, Marisa.
ResponderEliminarUn beso
Pues de primeras no me llamaba la atención pero me gusta lo que cuenta de sus personajes y es tanto tu entusiasmo que al final me lo voy a tener que apuntar.
ResponderEliminarBesotes!!!
Hola. Pues a pesar de que a Periquillo le pintan bastos, creo que esta historia es de las que me gustan. Sobre todo por la nostalgia y el cariño que el autor le pone y esa visita al pasado. Mi madre es de tirar todo, así que no hay álbum de cromos que visitar (que por cierto, nunca terminé ninguno), tampoco me compraron nunca un Tang, no sé por qué. Pero el Pryca sigue siendo Pryca.
ResponderEliminarYa le había echado el ojo solo por la foto de la portada y además lo tienen en la biblio, todo junto Gloria.
Besos
Vaya reseña, Marisa. Se nota que te ha gustado mucho. Me atraen mucho este tipo de historias, por lo que representan sus protagonistas. Tomo muy buena nota. Besos
ResponderEliminar