Carlos S.- La idea surge por parte de Espasa. Ellos estaban interesados en que escribiera un libro sobre mis vivencias. Luego lo han llamado autobiografía y, es verdad, es autobiográfico porque, al fin y al cabo, cuento mi vida. Sin embargo, yo me planteé este reto más bien como un intento de escribir un libro sobre ese sueño que tiene un niño de siete u ocho años de llegar a ser actor, y todo el camino que ha transcurrido desde entonces hasta hoy, contando lo bueno y lo malo. Pensaba que, si hay gente que quiere ser actor o comunicador, o cualquier otra cosa en la vida, que este sueño mío le pueda servir, contando lo bueno y lo mano. Este libro es un testimonio de mi trabajo, mi profesión y mi vida, más que una autobiografía.
M.G.- Fíjate que, cuando la editorial me mandó información sobre el libro, se mencionaba la palabra memorias. Siempre que recibo un libro de memorias, lo primero que hago es buscar la edad del autor. En tu caso, son sesenta y tres, si no me equivoco. Pero, todavía te queda mucho que contar.
S.B.- Yo espero que sí, ¿no? Por eso espero llegar hasta los noventa y poder escribir otro libro. De hecho, en este libro hay muchas cosas estrictamente personales de las que no hablo o hablo muy por encima. No hablo de mis amores, de mis desamores, de mi familia en profundidad. Hay muchas cosas que se quedaron en el camino.
Mira, Juancho, Ignacio Gallardo, el director de Marca, me escribió ayer y me dijo que le había encantado mi libro porque decía que era como una carta de amor a la profesión; a Patricia, mi mujer; y a la vida. Y dije: ¡Coño, tío, lo has clavado! Yo no he tenido talento para decir que mi libro es eso, pero es verdad, es realmente eso.
M.G.- Es que se nota que hablas con mucho cariño de todo lo que se recoge en el libro. Y, en cuanto al título, A contracorriente, es casi una definición de tu carácter, ¿no? Te consideras una persona a contracorriente. Hacer lo contrario de lo que se esperaba de ti ha sido tu forma de vida.
C.S.- Sí, siempre, siempre. De pequeño vestía como alguien mayor. Me ponía abrigos largos que me permitían entrar a las discotecas. Ahora a los sesenta, voy con vaqueros y camisas hawaianas. Además fui padre con cuarenta y ocho años, en vez de con veinticinco o con treinta y cinco. Y cuando todo el mundo esperaba que yo fuese un maravilloso notario, de repente decidí que lo mío era ser actor. Y cuando fui actor, decidí que era el momento de ser presentador. Si me decían que no hiciera un programa porque no iba conmigo, yo me empeñaba en hacerlo. Siempre he ido un poco a contracorriente en ese sentido, diciendo no a cosas que nadie entendía que dijera no, y diciendo sí a cosas que tampoco mucha gente entendía que dijera que sí. Pero, no sé, he ido...
M.G.- Dejando espacio a tu intuición.
C.S.- Sí, creo que eso es vital. A veces, me he equivocado. De hecho, me he equivocado bastantes veces pero creo que eso es lo bonito del camino, elegir lo que te apetece, lo que crees que pega contigo, con tu forma de ser. Hacer lo que te gusta para aprender. Luego, aciertas o no, pero el acierto o no acierto no está en función del éxito o del fracaso en términos de audiencia, sino que está en función de otras cosas importantes como el aprendizaje, la experiencia o la gente a la que conoces.
M.G.- Pero esa forma de ser, de ir a contracorriente, imagino que, de joven, o de más joven, sí te habrá traído algún que otro conflicto familiar, ¿no? A veces, los padres esperan una cosa del hijo y resulta que el hijo sale por otro lado.
C.S.- Bueno, en el caso de la carrera, no fui a contracorriente. Mis padres se empeñaron en que estudiase una carrera y les dije que no se preocuparan, que iba a estudiar una y encima sabía cuál. Elegí Derecho. Lo de ser abogado me molaba porque tiene mucho que ver con la comunicación. La puesta en escena de un juicio es muy parecida a la de una obra teatral. Los jueces, fiscales y abogados son como actores. En el fondo, tienen que interpretar e incluso convencer de sus tesis a los demás. Por entonces, yo estaba muy influenciado por la serie Ironside, de Perry Mason, que iba en silla de ruedas y tal. Además, estudiar Derecho me iba a venir muy bien en la vida, porque aprendes cosas que te vienen de maravilla a la hora de firmar contratos, de casarte, de divorciarte, de todo. Pero luego, sin embargo, cuando decidí dejar la universidad, a mis padres les costó aquello un disgusto, especialmente a mi madre. Me decía, pero hijo, ¿cómo vas a dejar un trabajo seguro, con un sueldo fijo? Pero hasta ahí había llegado, tenía que ser coherente y apretar el acelerador hasta el final, para dedicarme a lo que realmente me gustaba. Tenía una carrera universitaria por delante pero, ¿quería ser profesor universitario hasta los sesenta y siete? No. Me tuve que ir y me fui.
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M.G.- En este libro cuentas pasajes de tu trayectoria personal y profesional. Tu carrera profesional la conocemos, más o menos, pero, y aunque no profundices mucho, también hablas de tu esfera personal e íntima. Y en estos casos, siempre me pregunto, ¿cuesta trabajo exponerse, contar cosas que, a lo mejor, sólo conoce tu círculo más cercano?
C.S.- Sí, claro que cuesta exponerse. Y cada vez que cuentas algo, lo lees treinta veces antes de decirle a la editorial que lo meta o no. Yo llego a confesar que me enamoré hasta las patas de una compañera de clase que se llamaba Aratxu. Creo que ella se lo imaginaba pero hasta que no lea el libro no se va a enterar porque fui incapaz de decírselo. Sí, cuando cuentas cosas así, sentimientos con tu padre, con tu madre, cosas que han pasado en la familia, o cómo me he sentido en el ejercicio de la profesión, o cuando han herido mi sensibilidad, te ves ahí....
M.G.- Vulnerable.
C.S.- Muy vulnerable. De repente, te entra una cosita pero bueno, me parecía que si escribía un libro así, tenía que ser honesto. No puedo contarlo todo ni debo contarlo todo pero, por lo menos, un mínimo de honestidad tengo que poner en el libro, porque si no, ¿para qué?
M.G.- Empezamos a leer el libro, y vamos descubriendo muchas cosas de ti y algunas muy sorprendentes. No sabía que habías sido profesor universitario. No sabía tampoco que habías comprado un teatro. ¡Y que no sabes nadar! Es decir, hay muchas cosas curiosas sobre tu vida.
C.S.- Sí. [Ríe]. Me acuerdo que en Canarias, haciendo la función Palabras encadenadas, mi regidor intentó enseñarme a nadar. Me pasé quince días en las piscinas de los hoteles, con manguitos, intentando aprender a nadar. No lo conseguí.
M.G.- Pero eres de tierra con mar.
C.S.- Sí, son contradicciones. Mi mujer me dice que si no aprendí a nadar fue porque no me dio la gana, porque todos mis amigos saben nadar. Y sí, es verdad, pero algo me debió de pasar de pequeño. No me acuerdo que pudo ser pero algo me tuvo que traumatizar. Mi primer contacto con el río, al que me llevaban mis padres, no tuvo que ser bueno. Le cogí manía al agua y me daba pánico. Bueno, me sigue dando pánico. No me meto en una piscina que tenga más de un metro de profundidad.
M.G.- Y cuando hablas de la infancia y de la adolescencia, confiesas que no fuiste un niño feliz. No encajabas en el sitio que ocupabas o te faltaba algo.
C.S.- El entorno. Tuve la gran fortuna de tener una familia maravillosa y era muy feliz, a pesar de que vivíamos en una casa muy humilde. No había grandes lujos pero no nos faltaba nada. Pero a mí me pesaba mucho el entorno. Barakaldo se me caía encima porque era un pueblo muy industrial, muy oscuro, muy triste, lleno de suciedad, de contaminación, de carbones por todas partes. Los paseos que hacía en tren, desde Portugalete hasta Barakaldo, pasando por Sestao, era como viajar dentro de una película de Ridley Scott. Una cosa tremenda. En aquella época, claro. No había alegría en las calles. Hasta los policías vestían de gris. Era una cosa tristísima, con poca iluminación porque en las calles había cuatro farolas que daban una luz de 125v y se iba cada dos por tres. No había escaparates tampoco. Recuerdo que en mi calle había una tienda de pinturas que era asquerosa, de la que salía un olor que llegaba hasta mi portal. Yo tenía que pasar por delante para ir al colegio y veía aquellos botes de pintura... Era todo horroroso. No había luces de neón ni el escaparatismo de ahora. Era todo una tristeza, con tan poca luz, poco sol, y mucha lluvia. No sé. Yo tenía alma de poeta y a mí aquello me agobiaba, me angustiaba. Y es en ese sentido cuando digo que no fui feliz.
M.G.- ¿Y cómo fue esa búsqueda de tu lugar? En el momento en el que decides que aquello no era para ti, que querías irte a otro lado para buscar otro futuro, ¿cómo fue ese momento?
C.S.- Pues mira, cuando cumplí dieciocho o veinte años, empecé a coger algo de independencia. Tenía coche, empecé a viajar y a ver otros mundos. Por entonces, España ya había pegado un cambio radical. De la España del año 65 a la España del año 82 había mucha diferencia. Pero, a partir del año 82, este país cambió de manera vertiginosa. Fue entonces cuando me fui a buscar lo que me gustaba, lugares bonitos. Cuando me casé me fui a vivir a Loiu, que está en pleno campo vasco, donde había luz. Allí, la ría divide la zona izquierda de la de la derecha. Y la vida es tan injusta que en la derecha están las cosas buenas y en la izquierda, las malas. Y encima luce el sol en la parte derecha pero no en la parte izquierda. ¡Hay que joderse! Así que me cambié también de lado de la ría, y fui buscando las cosas que me gustan, el contacto con la naturaleza y con la gente, edificaciones bonitas y ciudades humanizadas. Siempre he buscado eso en mi vida.
M.G.- Eres actor. Te hemos visto en teatro, en series de televisión, has presentado muchos programas. Si miramos tu trayectoria, muchos te conocemos por tu aparición en televisiones nacionales pero también has hecho mucha tele autonómica. De hecho, vas y vienes de un lado a otro.
C.S.- Sí, sí. Y además exijo ese reconocimiento. Yo me vengo de ETB a España, a Madrid, triunfo como presentador, y no tengo ningún inconveniente en volver a ETB a presentar Date el bote. Yo ya había hecho Millonario. Se lo decía a los de ETB, que estaban todo el puñetero día premiando a Carlos Arguiñano, a Ramón García, a Anne Igartiburu, a Patxi Alonso,... Y son todos gente que se han ido y no han vuelto, y ni volverán nunca porque están ya instalados. Pero yo, he triunfado en Madrid y he sido capaz de volver para trabajar. Y he trabajado al mismo tiempo en Madrid y aquí, porque siempre he tenido cariño a mi primera televisión, que fue ETB. Nunca se me han caído los anillos por regresar a ETB. Incluso, en el año 2002, cuando dejé Telecinco, rechacé una oferta de Antena 3 para irme a ETB. Y la gente me decía que no estaba bien del bolo que, habiendo triunfado a nivel nacional, como iba a rechazar una oferta de Antena 3 para volver a ETB. Pero es que lo me ofrecía Antena 3 no me gustaba y lo que me ofrecía ETB, sí. Quería hacer cosas que me gustaran. Ya habría tiempo para volver. Y volví. Y dos años más tarde, me puse a trabajar a la vez en ETB y en Antena 3 porque ya me hicieron una oferta que me gustó. Y también he estado trabajando en Canal Sur. Y en el 2010 me ofrecieron hacer un programa para Canal 7 de Murcia, un programa muy parecido a Los mejores años de nuestra vida, de entrevistas, grupos musicales y actores de la tierra y lo acepté. Porque primero era trabajo y, después, porque era un programa muy bonito. Quería hacerlo. No importa que estuviera en Murcia, como si estaba en Sebastopol. No hay televisiones pequeñas, como no hay papeles pequeños. Hay trabajos buenos...
M.G.- Y que gustan.
C.S.- Eso es.
M.G.- Bueno, pues de esa época de programas en televisiones autonómicas cuentas una anécdota muy divertida, con la que me he reído mucho, que tiene que ver con el tropezón de una actriz francesa.
C.S.- Con Catherine Deneuve. ¡Madre mía!
M.G.- Me imaginaba la escena porque la describes muy bien.
C.S.- Aquel día pensé que mi carrera se acababa. Mira que yo adoraba a Catherine Deneuve. La había visto en películas desde pequeño. Me parecía la diva francesa por excelencia. ¡Estaba enamorado de ella! Y claro, cuando surgió la oportunidad de que viniera a un programa de ETB para una entrevista, se me ocurrió inventarme algo para salir en plano con ella. Pero dio un tropezón en una puerta de plató y cuando vi la leche que se metió aquella pobre mujer, que casi se parte la cabeza,... Es que el tropezón fue terrible. Las puertas de plató tienen un zócalo de diez centímetros. No fue un golpecito fue una hostia en toda regla. Y cuando se levanta, veo que se dirige a mí. Yo no sé francés pero entendí todo lo que me dijo, todo lo que me llamó, todo, todo, todo,... ¡Cómo vocalizaba aquella mujer! Estuvo un minuto lanzándome improperios y yo sudando tinta roja, negra, china,... Todo.
M.G.- Es muy divertida la anécdota pero si te dieran la oportunidad de dar marcha atrás, ¿harías o no harías algo? ¿Te arrepientes por no haber hecho algo o por haberlo hecho?
C.S.- Sé que es una respuesta muy manida pero, la verdad, es que no. Si me arrepiento de algo, igual sería de no haberme ido antes, a probar fortuna a Madrid. No haberlo intentado con veintiocho años, en vez de con treinta y cinco. Pero luego lo pienso y creo que la vida siempre te coloca en tu lugar. Igual, hacerlo así me vino bien porque llegué con cierta madurez y habiendo vivido ya el éxito y el fracaso en ETB, con lo que ya nada me afectaba tanto. Ni el éxito me volvía loco ni el fracaso me torturaba en exceso. Me torturaba, pero no en exceso. Sin embargo, si hubiera venido igual con veinticinco años, cualquier cosa me hubiera hecho un daño terrible. No lo sé. O hubiera tenido un éxito maravilloso y me hubiera vuelto gilipollas. Yo qué sé. Yo creo que al final llegué en el momento oportuno.
A veces dices no a un proyecto y te equivocas, sabiéndose que iban a ser buenos, porque yo sabía que Pasapalabra o Gran Hermano eran ofertas irrechazables. Y otras veces, aceptas propuestas que son muy fallidas, pero es que aprendes de eso también y aprendes mucho. Con lo cual, si estoy aquí hoy, hablando contigo Marisa, es porque también tomé aquellas decisiones. Igual tomo otras y no estamos aquí. Igual estaría en Hollywood, rodando con Penélope Cruz, como podría estar en China, encarcelado por tráfico de... Yo qué sé.
M.G.- Quién sabe... Bueno, el libro cuenta con un capítulo precioso, un homenaje que a mí siempre me parece necesario. Ese hablar de los padres.
C.S.- Es que esto... Joder, cuánto más tiempo ha pasado, mejor lo he entendido.
M.G.- ¿A que sí? Te doy toda la razón.
C.S.- Cuando uno vive con sus padres, cuando uno tiene siete años o incluso dieciocho, no te enteras de nada. Pero cuando uno se va de su casa, y deja allí a los padres, y sobre todo, cuando uno forma su propia familia y tiene hijos, empiezas a comprenderlo todo. Mis padres fueron maravillosos. Mi padre era un cachondo mental, con una vitalidad y un optimismo que me contagió siempre. Me hizo feliz. Y mi madre era una mujer con una capacidad de amor, de complicidad, y de entendimiento brutal. Yo no hacía nada malo pero ella tuvo que pasarlo conmigo... porque yo le daba una vara a la pobre mujer. Yo componía canciones y me ponía a cantárselas al oído. ¡Qué amor tiene que tener una madre por su hijo para aguantar esa tortura! Y no un día, ¡meses!, ¡años! Mis padres fueron siempre un ejemplo. Yo les veía siempre trabajar con ahínco, con ilusión,... Y luego, mis padres nunca viajaron. Mi madre, por ejemplo, hasta que fue a México donde me casé con Patricia, el único lugar que conocía era Madrid. Mi madre no sabe lo que es Barcelona o Sevilla. No te digo ya París o Londres. Y yo la llevé a México con ochenta y siete años. Entonces, no viajaban. No salían a cenar como podemos hacer ahora.
M.G.- También hablas en el libro de los profesores que marcaron tu vida. O esas lecturas que te han hecho amar el teatro. Cuentas que te leíste las obras de Lorca en una tarde.
C.S.- Sí. Y sé que puede haber gente que no se lo crea pero juro por Dios que fue verdad. Aquello fue una tarde de domingo. Tendría trece o catorce años. Estaba solo y, de repente, vi un libro que tenía las obras completas de teatro de Lorca. Me puse a leer. Empecé por La zapatera prodigiosa y me encantó. Luego seguí con Mariana Pineda, con Yerma,... Bueno, me entusiasmó y además era una lectura facilísima, aunque no sé si llegué a entender todo lo que Lorca quería decir. Lo leí todo del tirón. Me entusiasmó. Y luego, a partir de ese momento, con catorce años, me gastaba el dinero de mi paga en comprar obras de Moliere, de Lope de Vega, de Calderón,... Era alucinante. Yo buscaba obras de teatro en las librerías de Barakaldo y las compraba. Me entusiasmó.
M.G.- ¿Y qué supone para ti esa pasión por el teatro?
C.S.- Interpretar es una forma de comunicar. Para mí eso es fundamental, porque yo quiero comunicarme y entenderme con la gente. Y deliberar todo lo que llevo dentro, -creatividad, amor y tensión-, todo me sirve para liberarlo. Y luego el teatro me parece un lugar mágico, es un lugar de comunión maravilloso. Te expones, pero te expones con un trabajo que provoca emoción en la gente, muchas emociones muy diversas, muy contradictorias, muy seguidas. Y eso me hace muy feliz. El ver a alguien que se ríe conmigo, que llora conmigo, es que me entusiasma.
Esto es algo que no cuento en el libro pero yo, cuando era chaval, con diez u once años, nos reuníamos en la calle para jugar. Y uno de nuestros juegos favoritos era contar historias. Éramos dos amigos. Pedro contaba historias de terror y yo contaba historias de humor. Y todos los amiguitos de la calle, nos metíamos en un portal, nos sentábamos en las escaleras, y Pedro salía y contaba su historia. Y luego contaba yo las mías de humor. De pequeño, contar historias me chiflaba. Eso lo he llevado siempre dentro. Lo tengo más claro que el agua. Y esto no lo cuento en el libro. Y esa necesidad de salir a un escenario... No te digo ya a un teatro porque, cuando estuve en el Festival de Mérida, con tres mil quinientas personas pendientes de ti, de tu historia, ver que se ríen, o que lo pasan mal, o que disfrutan,... ¡Hostia, es que eso no tiene parangón!
M.G.- Es un subidón.
C.S.- Absoluto. De repente, sabes que has nacido para eso y es eso lo que quieres hacer en la vida.
M.G.- Actor teatral pero también de series de televisión. Si no me equivoco, tu primera serie fue Al salir de clase. ¿Cómo lo viviste? ¿Qué supuso para ti?
C.S.- Fue mi escuela, una escuela de interpretación y de vida. De interpretación porque hacer series diarias te enseña mucho. El nivel de exigencia es alto y todos los días vas aprendiendo, memorizando, actuando. Llega un momento en el que coges un callo tremendo y, te echen lo que te echen, tiras para delante. Y luego fue una escuela de vida brutal porque conviví sobre todo con los más jóvenes. Yo, probablemente porque soy como soy y tengo este carácter, conecté con ellos de maravilla porque era mi primera vez pero también la de ellos. Así que, en los camerinos, en los pasillos, en las comidas,... tuvimos una comunión brutal. Y aprendí de ellos lo que no está escrito. Disfruté, crecí, me divertí y fue algo extraordinario.
M.G.- Para escribir este libro habrás tenido que tirar mucho de memoria, desbloquear, quizá, algún recuerdo que tu mente había arrinconado porque no sé si has contado algún episodio delicado.
C.S.- Bueno, sí que cuento alguna cosa un poquito delicada, cuando, por ejemplo, hablo de mi final de periplo en Atresmedia. Pero son cosas que hay que contar para que la gente vea que, aunque parezca que estás aquí arriba, sigues estando como todo el mundo a otro nivel, y te siguen pasando también cositas raras. Me parecía honesto hacerlo.
M.G.- De todos modos, es un libro al que no le falta el humor. Creo que eso también es una cualidad de tu carácter. Al margen de ir a contracorriente, el humor está muy presente en tu forma de ser.
C.S.- Sí, sí, sí. Incluso, a veces, el humor me traiciona porque le pongo humor a todo, hasta a las historias más dramáticas. Yo recuerdo que cuando presentaba Volverte a ver, coincidí con Josep, director del programa. Volverte a ver era un programa muy duro, de gente que buscaba a su familia y, a veces, se contaban historias tremendas. Pero yo tengo un sentido del humor de tal magnitud que, a veces, me traiciona y hago chistes donde no debo. Los invitados hacían algún comentario, a lo que yo soltaba algún comentario y claro, la gente se reía. Y el director me decía por el pinganillo: ¡¡Carlos, no, no, que rompes el ambiente de tensión!! Y enseguida tenía que reconducir. Pero es que no puedo evitarlo. El humor me ha salvado de muchas cosas. Cuando ejercito el humor, eso me sirve para salvar momentos malos personales o familiares. Me hace relativizar las cosas y superar mis conflictos.
M.G.- Pues ahora que dices esto y que te tengo aquí, te quiero preguntar por algo que siempre me ha intrigado. Por ejemplo, cuando uno hace un programa como First Dates, un programa alegre, pero tiene un día malo, un día de perros, ¿cómo hace para gestionar lo que siente por dentro y la imagen que exterioriza?
C.S.- Mira, pasan dos cosas que son muy curiosas. Una es tu sentido de la responsabilidad, que es lo que se llama también profesionalidad. Puede ser que un día hayas discutido con tu mujer, que tengas un problema con tu hija, que tengas a un tipo que te está tocando las narices en el trabajo o donde fuere, pero son tus problemas. Estás ahí para presentar un programa, tienes que pasártelo bien porque la gente viene con ilusión al plató, el público enciende la tele para ver el programa y no puedes estar jodiendo la marrana. Tienes que estar donde tienes que estar y haces ese esfuerzo. Pero, por otro lado, pasa otra cosa que es mágica. Es algo que nos pasa a los que amamos la profesión. Te puede doler el estómago, puedes estar agotado porque llevas dos días sin dormir pero, de repente, se abre el telón y todo cambia. Es así, magia pura y dura. Sales al escenario, el regidor te da la entrada y te cambia todo. Se te pasa el dolor, el mal pensamiento, la mala sensación. Te vuelves otro. Toda tu energía sale a flote y te salva. Te conviertes en un tío simpático, agradable y feliz, que se olvida de todo. Es increíble. Y eso es magia. No lo controlas tú. Simplemente se produce. Pero claro, creo que, en el fondo, se produce porque estás haciendo algo que te entusiasma, de tal manera que te olvidas de todo.
M.G.- Y dejas los problemas aparcados.
C.S.- Sí, porque es como cuando eres niño, ¿sabes? De repente, sales a jugar, a disfrutar, y olvidas que tienes que cenar, que meterte en la cama, que tienes deberes. Pasa exactamente igual.
M.G.- Es guay, eso. Pues vamos a darle un pequeño repaso a First Dates y ya vamos terminando. De este programa, dices en el libro que no conoces otro con más frescura y libertad que First Dates.
C.S.- Sí y es verdad. Es un programa que no tiene actores, aunque algunos piensan que sí. Es gente de la calle, gente maravillosa, auténtica, que se abre, que se muestra tal y como es, que es divertida, que es súper especial. Los elegimos así, claro que sí. Claro que lo hacemos a propósito. Buscamos sorprender a nuestro público...
M.G.- Y los primeros sorprendidos sois vosotros porque no sabéis cómo van a reaccionar.
C.S.- Claro. Yo no hablo con ninguno antes de empezar el programa. Los recibo a puerta gayola y lo hago a conciencia porque quiero que lo que me cuenten me sorprenda a mí, al mismo tiempo que al espectador. Yo sé que, cuando alguien me dice una burrada, voy a poner una cara tremenda. Y sé que el espectador, al mismo tiempo que está viendo mi cara, él está poniendo la misma cara en su casa. Es total libertad y total frescura. Es maravilloso. Aparte de que es un programa que sirve para muchas cosas, como para visibilizar las tendencias sexuales, también es un caldo de cultivo de libertad, de frescura, de espontaneidad,...
M.G.- Es un catálogo de la diversidad que podemos encontrar. Y claro, al igual que te encuentras a personas muy peculiares, porque las hay, también encuentras a gente muy buena, muy bondadosa, gente que solo quiere compañía. Eso es muy tierno.
No creo que me anime con el libro, pero me ha encantado la entrevista. Carlos Sobera es un hombre que me cae muy bien desde que lo conocí haced muchos años en un concurso que no recuerdo como se llamaba. Lo veía mi madre y cuando estábamos juntas, en su casa o en la mía, y lo ponían lo veíamos juntas. Algún año lo he visto también en las Uvas de Nochevieja.
ResponderEliminarLa entrevista resulta muy honesta y seguro que también fue divertida.
Un beso.
Veo que has pasado un rato muy entretenido con Carlos Sobera. Es un hombre muy versátil. Hace tiempo que no veo ninguno de sus prigramas, desde el mítico Quién quiere ser millonario. Hace años lo vi actuar en el Coliseo del pueblo en una obra de teatro. Besos.
ResponderEliminarSe nota que te lo pasaste bien. Se ve una persona muy amable y simpática. No creo que me anime con la lectura, que no es lo que suelo leer, pero me lo he pasado bien leyendo esta entrevista.
ResponderEliminarBesotes!!!