martes, 12 de marzo de 2024

LOLA ÁLVAREZ: ❝EL 50% de los problemas de salud mental en adultos comienzan en la adolescencia❞

Búsqueda en Google: ¿Cuántas personas sufren de problemas de salud mental?

Confederación de Salud Mental en España:

1 de cada 4 personas tiene o tendrá un trastorno mental a lo largo de su vida.

- Entre el 35% y el 50% no reciben ningún tratamiento o no es el de adecuado

Con estos datos, la salud mental sigue siendo una asignatura pendiente en España. En este país, si vas a tu médico de cabecera porque te sientes hundido, con claros síntomas de depresión, cuadros de ansiedad, o cualquier otro tipo de trastorno mental, probablemente salgas de la consulta con cuatro consejos y una caja de Lexatín. Que te deriven a Salud Mental por el sistema de sanidad pública es casi más difícil que te toque la lotería. Y cuando consigues acceder a esa especialidad médica, las citas son tan tardías que el seguimiento del paciente se vuelve inviable. No tenemos un buen servicio público de salud mental en este país. No hay recursos y la gestión es mala. Por eso, la mayoría de la gente que acude a terapia lo hace por lo privado. Pero ¿qué pasa con las familias que no se pueden permitir una consulta privada? Pues que la gente sufre y vive acarreando sus problemas sin saber cómo gestionarlos.

Si a todo esto se le suma el factor adolescencia, el problema se recrudece. En una etapa de tantos cambios y vaivenes como es la adolescencia, hay jóvenes que sucumben, que no llevan bien la presión social, que se enfrentan a situaciones complejas en el seno familiar, que viven en una constante comparativa, agravada por las redes sociales.  De todo ello, Lola Álvarez sabe mucho. Pedagoga y psicoterapeuta experta en infanto-juvenil, ejerciendo en Reino Unido desde hace treinta años, Álvarez acaba de publicar ¿Qué me he perdido? (Planeta), en el que se centra en los problemas de salud mental en los jóvenes. 

La semana pasada, Lola Álvarez pasó por Sevilla y pudimos conversar con ella. Ahí va la entrevista.



Marisa G.- Lola, tienes una trayectoria profesional increíble. Como primera pregunta, me voy a remontar a ese momento en el que una persona con edad universitaria decide lo que quiere estudiar. ¿Qué es lo que te empujó a estudiar pedagogía y luego a convertirte en psicoterapeuta?

Lola A.- Fue una de esas cosas de la vida. Tenía un tío que vivía muy cerca de casa. Nos prestó un libro sobre una escuela inglesa que se llamaba Summer Hill. Era una escuela muy progre, de niños libres, y cosas así, pero se regía según el psicoanálisis. A mí eso me interesó mucho. Por entonces, yo tendría catorce o quince años y pensé que aquello era lo que yo quería hacer de mayor. Hice pedagogía pero el psicoanálisis se daba en una o dos lecciones en toda la carrera. Me interesaba mucho poder transformar la vida de un niño a través de la educación. Tener una buena educación es una cosa determinante en la vida.

Luego me fui a vivir a Inglaterra. Allí hay mucha escuela. De hecho, cuando Freud huyó de Austria con la llegada de los nazis, se fue a vivir al norte de Londres, donde murió. Por eso se creó allí mucha escuela alrededor de la psicoterapia, el psicoanálisis, y la psicoterapia aplicada al mundo infanto-juvenil. De esta forma nació la clínica Tavistock, una clínica, digamos, de renombre internacional. Al llegar a Londres, busqué un postgrado y entré Tavistock. Hablé con una profesora que luego sería mi tutora años después. A ella le expliqué lo que quería hacer y me orientó sobre qué curso hacer. Y así empecé.

M.G.- Este es tu segundo libro. El primero que publicaste se llamaba ¿Pero qué te pasa? y te centrabas en hacer un repaso de los problemas que los padres se pueden encontrar con los hijos en edad adolescente. En este otro, como que restringes más el tema. Es decir, te centras en una cuestión más concreta.

L.A.- Sí. En el otro, el tema era la adolescencia en general, lo que ocurre en la adolescencia, la transformación del adolescente, el desarrollo psicológico, sexual, de identidad, las redes sociales,... Todo lo que está relacionado con la adolescencia actual. Sin embargo, en este hablo de la salud mental de manera más específica. 

Me formé en el sistema de sanidad pública de Reino Unido y trabajé durante quince años en la sanidad pública. Pero antes, en la parte pre-clínica, había trabajado en escuelas primarias y secundarias en el centro de Londres porque tenía que reunir los requisitos de formación, que son bastante rigurosos. Te exigen haber trabajado con niños de todas las edades. Y ese primer libro lo que recoge de forma general es lo que he visto con mayor frecuencia en la clínica. Pero este profundiza más en los problemas de salud mental que vemos continuamente.

M.G.- En este libro, describes las señales de alarma a las que los padres tienen que estar atentos para descubrir a tiempo qué les ocurre a sus hijos, pero ¿cuáles podrían ser esas señales que a lo mejor nos pasan desapercibidas?

L.A.- En general, siempre hay que vigilar los cambios de conducta y averiguar a qué se deben. Puede que sólo sea un cambio de conducta temporal o, en cambio, puede ser que se trate de una progresión. Por ejemplo, hay que vigilar si el joven abandona su círculo social, si deja sus aficiones, si está desanimado, con desesperanza hacia las cosas, si baja el rendimiento escolar, si tiene mal humor, tristeza, irritabilidad, apatía,... Sé que todo esto forma parte de la adolescencia pero son cosas que van y vienen. Puedes tener a un adolescente que un día te dice que pases de él pero, al siguiente, está entusiasta y la mar de bien. Pero no me refiero a eso. Me refiero a estados de ánimo más crónicos, que duran semanas, y del que parece que no pueden salir.

M.G.- Que están como estancados.

L.A.- Sí. A veces, lo que les ocurre es poca cosa pero pasa que, como tienen acceso a tanta información vía Internet, esa poca cosa se puede agravar y puede empeorar bastante rápido sin que te des cuenta. 

M.G.- Y cuando unos padres encuentran ese tipo de señales que estás comentando, entiendo que lo primero que deben hacer es interesarse y preguntarles qué les ocurre. Lo que pasa es que las relaciones padres-adolescentes son difíciles. No quieren que invadas su terreno.

L.A.- Exacto, sí, sí.

M.G.- Es muy complicado para los padres.

L.A.- Sí, y delicado. Siempre digo que hay que elegir bien el momento. No hablar estos temas cuando les están riñendo porque han llegado tarde, o porque la habitación está desordenada, o porque le han puesto un cate, sino elegir el momento más propicio para la conversación.

Algo que recomiendo es decir las cosas de forma que le allanes un poquito el terreno, para cuando sean ellos los que quieran hablar. En vez de preguntar o interrogar, decirles: «Oye, he notado que estás un poco raro, que no sales hace un mes con tus amigos, cuando antes salías todos los sábados. ¿Te pasa algo?». De este modo le dejas entender que estás alerta y que sabes que algo está pasando. Y esto mismo se puede aplicar a muchas otras situaciones.

M.G.- Como dejarles la puerta entreabierta.

L.A.- Sí, dejarles la puerta entreabierta. En realidad, en terapia hacemos mucho eso. Que interpretes un poco cómo lo ves. Comentarles que cada vez que habláis sobre un tema, se cierra, y cambia de tema. Cosas así que son una señal de que algo no va bien.

M.G.- El libro se estructura en dos bloques. La primera parte habla de cómo funciona nuestra mente, y cómo puede repercutir en el entorno familiar y el desarrollo de la personalidad. Hablas de temas duros y además de actualidad, por ejemplo, el abuso escolar, que ha existido toda la vida, pero ahora se le pone nombre. ¿Cómo se gestiona eso dentro y fuera de la familia? Cuando unos padres saben que sus hijos sufren bullying, ¿cómo se gestiona eso?

L.A.- Es difícil. Lo primero que tienen que hacer los padres es hablar con el colegio porque el colegio tiene que poder gestionar esas situaciones. Y si eso no surte efecto, a veces los padres tienen que hablar con los padres del otro niño. Es delicado pero es algo que se tiene que abordar en los colegios. Muchas veces no se detecta porque ocurre a la hora de comer, o cuando están jugando, y los monitores de recreo están en otras cosas. No todo el mundo puede estar tan vigilante, siempre. 

El bullying hace mucho daño psicológicamente. Y muchos adultos todavía acarrean esa sensación de ser víctima, o arrastran miedo y ansiedad por haber sufrido bullying de niños. Es algo que hay que tomarse muy en serio porque, desgraciadamente, algunos suicidios están directamente relacionados con el bullying. Porque la idea central del suicidio tiene que ver con la desesperanza que se sufre al pensar que nada puede cambiar. Cuando hablamos con un joven que puede ser un suicida y le preguntamos qué se puede hacer para que cambie su situación, ellos siempre piensan que no hay remedio posible. Que piensen eso es señal de que está en un punto de bajón tan grande que es difícil que ellos puedan salir por sí mismos. 

M.G.- En otra parte del libro hablas de los abusos sexuales. Y dices que un niño que ha sido abusado sexualmente de pequeño, puede llevar a convertirse en un adulto abusador. Es decir, adopta el patrón de su abusador.

L.A.- Sí. El abuso sexual impacta mucho en la mente de la persona abusada. Es un trauma físico, porque también lo es, al suponer un ataque físico a tu integridad, a tu cuerpo. Y lo es también psicológicamente porque crea una confusión enorme en la mente del niño o de la niña. Aunque no siempre sea así pero, que una persona de tu confianza, como un profesor, un maestro, un entrenador deportivo, o un familiar presente esa conducta con ellos genera mucha confusión.

Y luego, hay un grado de excitación sexual que no saben cómo gestionar. Es algo que ocurre, sobre todo, en edades mayores. Así que, todo esto como que te descoloca mucho. Por eso, cuando una persona que ha sufrido abusos no ha sabido resolver lo que le ocurrió, puede haber interiorizado esos comportamientos.

Lo que sabemos es que los abusadores jóvenes, que abusan de hermanas, de primas,...  y tienen menos de dieciocho años, suelen ser jóvenes que forman parte de una familia en la que existe coerción. Es decir, donde hay violencia doméstica y violencia de género. Esas personas están acostumbrados a pensar que el sexo y la violencia están muy unidos. Un día están a bofetadas con su pareja y al día siguiente están en la cama haciendo mucho ruido. Ellos interiorizan la unión de la violencia y el sexo, con lo que distorsionan los parámetros de lo que es una conducta normal. En las familias en las que hay violencia también suele haber mucha perversión sexual.

M.G.- Y hablando de la violencia. Algo que se oculta en las familias es la violencia filio-parental. Es decir, encontramos familias en las que la violencia se genera de los hijos a los padres. ¿Cómo hacen para controlar esa situación teniendo a la persona violenta a su cargo y en casa?

L.A.- Es un gran dilema para padres y madres. Fundamentalmente, se trata de una ausencia de límites porque el niño, o la niña, -bueno, digo niño porque ocurre con más frecuencia con los niños-, tiene demasiado poder y demasiado control de la situación. 

No es tan raro que padres e hijos se insulten cuando discuten. Unos y otros cruzan los límites. Si un hijo le dice a su madre, por ejemplo, mala puta y eso se tolera, ya has cruzado un límite. Y una vez que ese límite se ha cruzado, es difícil volver atrás. Es una agresión verbal. Pero es que hay padres que, a veces, también insultan a sus hijos. Les llaman idiota, imbécil, inútil,... Hay una falta de respeto mutua. Y lo malo es que, como les da tanta vergüenza, no buscan ayuda porque no quieren que nadie sepa por lo que están pasando. Pero siempre les digo que tolerando la violencia de un hijo no se le ayuda, sino que lo que se hace es fomentar que siga siendo un maltratador. Siempre hay que buscar ayuda, o de las autoridades, o de un vecino, o de otro familiar al que llames para poner orden. Y luego hay que tratar esa situación porque no es tolerable. Es decir, lo principal es impedir que ocurra y una vez que lo has impedido, hay que pensar en cómo acabar con esa situación.

M.G.- Pero Lola, leo que hay como una especie de moda, como una tendencia. Algunos niños manifiestan que tienen algún problema de salud mental porque eso da prestigio. ¿Por qué lo hacen? ¿Creen que así tienen más atención de los demás?

L.A.- En cierto modo, sí. Esto tiene bastante que ver con las celebrities y las redes sociales. Cuando una celebrity confiesa que sufre ansiedad, anorexia, depresión,... la gente piensa que está muy bien porque así resultan más cercanos. Bueno, ellos están en Hollywood y tú en tu casa. Tan cercanos no estarán. Pero lo que ocurre es que hay un factor de imitación. Si confiesas que sufres un problema mental se crea como una especie de aura misteriosa o de fragilidad a tu alrededor

Y luego ocurre lo contrario. Hay chicos y chicas que están diagnosticados de algo, de hiperactividad, de autismo, y no lo quieren decir porque no quieren que se les trate de forma distinta. Es decir, esto de la moda no ocurre con todos los trastornos. Además, a veces pasa que los padres quieren una diagnosis porque no saben lo que les pasa a sus hijos, pero tener un diagnóstico no resuelve el problema. Vas a tener que apoyar a tu hijo tenga un diagnóstico o no. De hecho, es una buena noticia que no tenga diagnosis.

M.G.- Es decir, que los padres necesitan poner un nombre a lo que le ocurre al hijo porque no entienden lo que le pasa y no saben cómo actuar.

L.A.- Sí, sí, sí.  A lo mejor tiene un síntoma que se puede parecer a este trastorno o a este otro, pero no es suficiente como para dar un diagnóstico. Que el hijo esté triste no quiere decir que tenga depresión. 

M.G.- En el segundo bloque del libro te centras en problemas como la ansiedad, los estados depresivos, la autolesión y el suicidio. No sé si te has enterado de que hace unos días tuvimos el suicidio de una estudiante de la Complutense de Madrid. Una chica se lanzó desde uno de los edificios de la universidad. Toda la comunidad universitaria dio la voz de alarma. ¿Está aumentando el porcentaje de jóvenes que se suicidan?

L.A.- En España, creo que el número de casos ha aumentado desde la pandemia. También es verdad que ahora sí se habla de estos temas. Antes, no se publicaban estas noticias en los periódicos por miedo a los contagios. Pero sí, creo que han aumentado porque hay más presión en general, presión por parte de los padres, de la sociedad, de las redes,...

El suicidio es un tema muy complicado. Hay muchas motivaciones y muy diferentes. En el caso de esta chica universitaria, no sabemos qué motivos habría. A lo mejor era porque había suspendido o a saber qué. Es difícil saberlo. En el Reino Unido, las universidades de más exigencia académica tienen ahora protocolos muy estrictos con el tema del suicidio. Hay mucha más asistencia de salud mental porque la presión académica es fuerte y es muy competitivo el sistema. 

M.G.- Y cuando unos padres tienen que enfrentarse al suicidio de un hijo, el sentimiento de culpabilidad tiene que ser muy grande, ¿no? ¿Se pueden sentir fracasados como padres cuando un hijo se suicida?

L.A.- Sí, pero eso ocurre con un hijo o con un padre. Los que se quedan, siempre sienten culpabilidad.

Hace poco trabajé con una niña cuya madre se había suicidado. Ella se culpaba y se decía que no tenía que haberle dicho esto, que no tenía que haberle pedido aquello otro,... Un hijo, cuando un progenitor se suicida, siente que eso sucede porque, como hijo, no ha sido suficiente para esa persona, que tener hijos no lo anclaba suficientemente a la vida. Y realmente es así. Son personas para los que la idea de la muerte es un alivio de algún tipo. Todo lo que tienen no es suficiente para querer seguir viviendo. Puede ocurrir en jóvenes o en adultos.

M.G.- Es verdad lo que comentas que antes no se hablaba de los suicidios en los medios de comunicación por evitar el efecto contagio. Sin embargo, tú aconsejas en el libro que, si un hijo tiene pensamientos suicidas, lo primero es hablar con ellos porque de este modo el hijo se siente más escuchado y arropado.

L.A.- Sí, más acompañado. Pero eso no quiere decir que no se tenga que actuar. Igualmente hay que pedir ayuda.

Nosotros seguimos unos protocolos. Les preguntamos desde cuando tienen ideas suicidas, cuándo empezaron a pensar en el suicidio, y si han buscado la forma de hacerlo. Si nos responden que sí, le preguntamos qué les ha impedido llevar a cabo ese plan, que por qué no lo han hecho. Si te hablan de su familia, de que el hermano pequeño, el abuelo o alguien de su familia quedaría destrozado, entonces vemos que ahí hay un ancla. Pero si te dicen que la familia pasa de él y que él pasa de toda la familia, entonces pensamos que ahí hay un riesgo alto. Además, si hay suicidios en la familia, si ha habido algún suicidio familiar en el pasado, el riesgo aumenta. Es decir, hay una serie de factores a tener en cuenta.

Y luego hay otros adolescentes que te dicen que han pensado en el suicidio pero sabes, más o menos, que no lo van a hacer. Es sólo un pensamiento que está ahí, como una opción, pero no van a pasar a la acción. De todos modos, es una cosa que tenemos que revisar de vez en cuando. Volverles a preguntar si siguen teniendo ese pensamiento o no. Si dicen que no, es que el bache ha pasado. Pero bueno, es que la adolescencia es algo de muchos extremos e impulsos. Los impulsos pueden llevarlo a verlo todo muy blanco, o muy negro.

M.G.- Y en los problemas de salud mental, ¿qué importancia tiene la genética?

L.A.- Es un factor. La genética incluye predisposición a hacer ciertas cosas. Por ejemplo, en la depresión y la ansiedad, la historia familiar es importante porque se aprenden patrones. A veces es difícil diferenciar entre un patrón aprendido o uno heredado.

M.G.- Lola, en el libro incluyes casos prácticos pero no sé si son casos reales que has tenido en consulta o son historias inventadas que sirven para ejemplificar.

L.A.- No, son casos reales. Totalmente reales. Lo que pasa es que he disfrazado la identidad para que no reconozcan a las personas. Y algunos son dos casos en uno que mezclo para hacer uno solo. Pero son reales, sí.

M.G.- Y los adolescentes, cuando llegan a consulta, ¿suelen ser abiertos y hablar de lo que les ocurre o te encuentras con muchos muros?

L.A.- Hay de todo. Algunos vienen poco convencidos porque sus padres o profesores les han pedido que vengan y, a veces, son ellos mismos los que piden venir a consulta. Aunque, si quieren venir porque han tenido un mal día y les das cita para dentro de una semana, cuando les toca venir ya se les ha pasado lo que sea. Eso también pasa. (Ríe). 

Y luego están los que mantienen un perfil bajo pero generan preocupación porque, a lo mejor les han mandado alguna redacción y el profesor detecta algo que el niño ha escrito y que da que pensar. 

M.G.- Tú llevas mucho tiempo viviendo y ejerciendo fuera de España. Aquí, a veces, es un poco complicado que uno mismo, o los hijos, entren en el circuito de la salud mental por el sistema público.

L.A.- España se tiene que poner las pilas en salud mental. Va muy a la cola de Europa en este tema. No puede ser que la gente que no puede pagar a un psicólogo se quede sin ayuda. Hay mucha gente que me contacta y me dice que ha podido llegar a su hijo a consulta durante tres meses, pero que han tenido que dejar de ir porque no pueden costearlo. 

M.G.- O te dan cita pero muy de tarde en tarde.

L.A.- Sí, cada tres meses. Eso no sirve para casi nada. 

Y con respecto a la medicación, quizá aquí se medica antes. En Reino Unido medicamos cuando ya hemos agotado todas las posibilidades. Allí, en la sanidad pública, se ofrece primero terapia hablada. Se ofrece sesiones familiares. A veces, hablamos con el padre, con la madre, o con el hijo. Otras hacemos una combinación. Si vemos que, pasados tres o seis meses, la persona no mejora, sino que empeora, o se estanca, entonces empezamos a considerar la medicación. 

En salud mental, todos son procesos. No hay cura mágica. Tienes que probar, intentar esto o lo otro. Con los jóvenes, vale la pena ayudar porque les estás evitando muchos problemas de adulto. EL 50% de los problemas de salud mental en adultos comienzan en la adolescencia.

M.G.- A los catorce años exactamente, he leído.

L.A.- Eso es. Así que, imagínate. Es que eso es mucho.

M.G.- Sí. Y luego como para encontrar las causas.

L.A.- Es que llevan toda una vida sufriendo. Te impide tener relaciones felices, encontrar un buen trabajo,... Estás toda la vida arrastrando algo que no te ha dejado vivir la vida plenamente. Por eso también hay que intervenir cuanto antes.

M.G.- Pues sí. En fin, Lola, lo dejamos aquí. Un placer por haberme atendido y un placer tenerte en Sevilla. 

L.A.- Mucho gusto, Marisa.

Sinopsis: La salud mental importa siempre, y en la adolescencia es clave para definir a los adultos que van a ser

Entender qué pasa por la cabeza de nuestros hijos es la clave para empatizar y poder ayudarlos a superar los momentos difíciles. La psicoterapeuta Lola Álvarez lleva más de treinta años trabajando con adolescentes y sus familias y, en todo este tiempo, ha visto cómo los problemas psicológicos durante esta etapa del desarrollo se han ido haciendo más complejos, con lo cual es frecuente que padres y educadores no sepan cómo abordarlos. 
Este es un libro necesario que trata la salud mental de la adolescencia en un sentido global, teniendo en cuenta el contexto social y familiar. Una auténtica guía para detectar a tiempo desde problemas de conducta o de ansiedad hasta cuadros más complejos como la depresión, las autolesiones o las ideas de suicidio. Una obra con recomendaciones prácticas para ayudar a los padres a intervenir de forma efectiva.

La adolescencia es un periodo fluido y cambiante, y por complicada que parezca la situación, siempre hay una manera dialogada y accesible de reconducir las situaciones más problemáticas.

¡Nunca hay que rendirse!

2 comentarios:

  1. Es interesante todo el tema de la salud mental, pero cuándo se trata de niños y adolescentes, más aún. Como profesora de Secundaria he tenido alumnos diagnosticados de diferentes trastornos (TDAH, TEA, etc), pero los peores eran los que estaban sin diagnosticar y veías que les pasaba algo, pero los padres no querían ni oír hablar del tema. Afortunadamente, suicidios no conocí ninguno.
    Un libro muy interesante, pero esta vez no lo apunto. Estoy jubilada como profesora y como madre porque mi hijo, con treinta y seis años, aunque tiene ciertos accesos de ansiedad como yo misma no parece que vayan a mayores.
    Un beso.

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  2. Una muy buena entrevista. Un problema al que en los últimos años se le está dando la importancia que se merece, aunque existe el peligro de convertirlo en una moda, como dice la autora. Y hace falta que el sistema sanitario se ponga las pilas, algo bastante difícil. Muy interesante esta lectura.
    Besotes!!!

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