viernes, 22 de marzo de 2024

LO QUE LA LUZ NO SABE de Francisco Núñez Roldán

 

Editorial: Algaida
Fecha publicación: enero, 2024
Precio: 19,95 €
Género: narrativa
Nº Páginas: 264
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
ISBN: 978-84-9189-879-5
[Disponible en eBook;
puedes empezar a leer aquí]

Autor

Francisco Núñez Roldán es un madrileño que vive en Andalucía desde los once años. Catedrático de inglés, jubilado. Aficionado a la historia, al arte, a la música clásica, a la ornitología y a la arqueología. Muy viajero, en especial por espacios naturales, y ama el tren. Devoto lector de los clásicos españoles, franceses, portugueses y angloamericanos. Aprecia mucho la amistad, y da dinero por una buena conversación.

Autor de traducciones, guías de viaje y artículos de historia. Como ensayista tiene Historia de la prostitución en España (Temas de Hoy, 1995) y La guerra del gabacho (Ediciones B, 2008).

Como novelista ha publicado La sota de sombras (1995); El año cinco (1997); Guatarral almirante y pirata (2001); El enigma de los guerreros de bronce (2004); Ofelia Queiroz y otros relatos (2004); Cazar al cazador (2007); El legado del hereje (2008); Ven despacio, paraíso (2011); El corazón del cóndor (2014); Un general para Hitler (2016); Pura raza (2017), del mismo año es Andalucía, notas de andar y ver (en colaboración con Juan Eslava Galán); Chantal y la sombra (2021) y el libro infantil Nurk (2023). Fue Premio Ateneo de Valladolid con De Algeciras a Estambul y ganó el XVII de Novela Ciudad de Badajoz con Jaque al peón; ambas publicada por Algaida Editores. También fue merecedor del IX premio de novela histórica Hispania, con Palabra de guerrillero

Sinopsis

La sombra de una mano con un rotulador puede simular una pistola empuñada y llegar a costar la vida de Eugenio, profesor en paro y detective por afición. La muerte ajena o propia asoma además donde menos se espera y de la manera más extraña. Soledad, especie de novia de Eugenio, su vecindario y sus amigos amueblan la vida de un hombre bienintencionado a quien las circunstancias aprietan hasta quizá el final.

[Información tomada directamente del ejemplar]

Tenía pensado hablaros hoy de una novela que narra un terrible drama, una historia que, en algún momento, me hizo derramar alguna lágrima durante su lectura, pero es viernes, y estamos a las puertas de la Semana Santa, así que he optado por cambiar el rumbo y proponeros una novela divertida.

Estos días atrás he estado sumergida en la lectura de Lo que la luz no sabe de Francisco Núñez Roldán. Del autor madrileño, afincado en Sevilla, he leído un par de novela (Pura Raza y Jaque al peón) y ambas me gustaron. Pero nunca había leído nada suyo en clave de humor. Siempre hay una primera vez para todo. Os cuento.

Eugenio Frutos es un profesor de Historia que, a los 62 años, ha sido despedido de la academia donde daba clases. Es un hombre viudo, cuyo mundo se reduce a cuatro o cinco personas, entre las que figura su hermana Leocadia, que reside en Palma de Mallorca, y dos amigos.


«Eugenio comparte vino y ratos con Daniel, licenciado en Derecho que no ejerce, dueño de una tienda de tejidos cercana donde trabaja toda la familia, y con José María, profesor de instituto jubilado y traductor de griego, viudo desde hace unos años, y con dos hijos ya independizados». [pág. 19]


Eugenio vive de alquiler en un piso pequeño, rodeado de «libros, fotos, morralla arqueológica varia y demás chismes inofensivos». El piso es propiedad de Soledad, la primera mujer más importante de su vida, con la que mantuvo una relación hace diez años. A pesar de que ya no están juntos, siguen manteniendo la amistad y el contacto, y, como se suele decir, donde hubo fuego quedan rescoldos.

A su edad, Eugenio se enfrenta a un problema. No tiene edad aún para jubilarse, es demasiado mayor para que lo contraten en otro lugar, y tiene que seguir pagando facturas y el alquiler. Así que se le ocurre meterse a detective privado. Aprovechando que ha leído muchas novelas negras a lo largo de su vida, cree conocer bien el oficio, así que contacta con la agencia de detectives Watson. La propuesta que le hace al dueño de la agencia, Andrés Mariñas, es irresistible. Eugenio se ofrece como un detective atípico, un colaborador. No tienen que darle de alta en la Seguridad Social, ni ponerlo en nómina. Él sólo cobrará si resuelve los casos asignados de manera satisfactoria. Así que Mariñas ve el cielo abierto. Una mano extra nunca viene mal. Por lo tanto, junto a Dieste, otro detective de la agencia, le encarga el caso del empresario Francisco Morales, dueño de una empresa de transportes, que anda algo escamado con el comportamiento de algunos de sus trabajadores. Este encargo lo llevará a ejercer labores de espionaje y vigilancia, y le obligará a trasladarse momentáneamente hasta Cádiz.

Pero este no será el único embolado en el que Eugenio se meta. Por amor y amistad, ayudará también a Sole. La mujer se enfrenta a un «problemilla» (entiéndase la ironía), que puede acarrearle graves consecuencias. Por ello, la relación entre ambos se volverá más estrecha. Ya no sólo se verán cuando tengan que comentar algunas cuestiones de índole doméstica entre arrendatario y arrendador, sino que la gravedad del problema de Sole obligará a esta peculiar pareja a pasar muchas horas juntos y a realizar actos de carácter delicado. Ahí lo dejo. 

Así pues, Eugenio pasará de una vida anodina y triste, a jornadas llenas de aventuras, hasta llegar a un desenlace en el que, sin comerlo ni beberlo, se convertirá en pieza clave de una resolución policial, con sorpresa inesperada. 

Qué me ha parecido la novela

La lectura de Lo que la luz no sabe me duró un suspiro en las manos. Estamos ante una novela en clave de humor, con unos personajes de lo más peculiar, que se ven envueltos en peripecias de lo más rocambolescas. En este sentido, Lo que la luz no sabe me recordó a novelas de Eduardo Mendoza, a esas historias de detectives en las que rebosa el humor, como la que acaba de publicar recientemente Tres enigmas para la Organización, que él mismo califica como «una tontería» (puedes leer el artículo aquí). No podría decir si la escritura y la trama de Núñez Roldán está a la altura del autor catalán, pues he leído muy pocas novelas de Mendoza como para forjarme una opinión. Lo que sí te puedo decir es que en la novela de Roldán vas a encontrar lo que te comentaba antes, personajes singulares, buscavidas, gente que está en un apuro y trata de solventar sus problemas, aunque sus decisiones, a veces, no tengan fundamento, metiéndose en jardines de los que salen con ideas peregrinas y disparatadas. En este sentido, Lo que la luz no sabe te hará pasar un rato entretenido. No te va a arrancar carcajadas constantes, al menos a mí no me las arrancó, pero en algún momento sí conseguirá colocarte alguna sonrisa, especialmente con los hechos que ocurren en Cádiz. Hay una conversación con un taxista que no tiene desperdicio. Así que creo que esta novela cumple, principalmente, con el objetivo del puro entretenimiento, conectando con unos personajes de los que os paso a hablar ahora.

Personajes

De todos los personajes que figuran en la novela me voy a centrar en los que a mí más me han gustado.

* Eugenio es un tipo disparatado. Lo percibo como un personaje culto que, a pesar de sus ideas, cree pisar siempre tierra firme. Sus argumentos dejan atónitos a todo aquel que se preste a oírlo y eso provoca que el lector lo perciba como un individuo del que te puedes esperar cualquier cosa. Amigo de sus amigos, amado hermano, Eugenio es un buscavidas. Y mejor no te cuento más nada para que lo descubras tú mismo.

* Sole es una mujer madura. Su madre murió y ahora se siente sola, pero es una mujer a la que todavía le corre la sangre por las venas. Mantiene con Eugenio una relación de tira y afloja, al menos, al inicio de la trama. Él y ella saben lo que hubo entre ambos en el pasado y aún quedan heridas abiertas. Volará algún reproche socarrón cuando la oportunidad lo permita. Pero se aprecian y creo que, en el fondo, ella sigue un poco enamorada de él. De todos modos, aquella relación quedó atrás. Ahora su corazón y su cuerpo están acariciado por otras manos. ¿Las de quién? Bueno, eso será un secreto que Sole tratará de mantener a buen recaudo. Sin embargo, algo ocurrirá y todo se irá al traste.

* Leocadia es la hermana menor de Eugenio y la segunda mujer más importante de su vida. Vive en Palma de Mallorca con su marido Abilio. Para el protagonista de la novela, Leocadia es la voz de la conciencia, la mujer que le pone los pies en la tierra, la que escucha las locuras de su hermano y lo recrimina, pero siempre desde el cariño y el amor fraternal. Leocadia y Eugenio hace tres años que no se ven, pero mantienen vivo el contacto. 

* Ignacia, la portera honoraria del inmueble, resulta ser la tercera mujer más importante en la vida de Eugenio. Es una mujer jubilada que ocupa el espacio de la portería por pura afición. La comunidad no le paga nada y de eso se valen. Ignacia rompe con el estereotipo de portera. A Ignacia no la vamos a ver jamás haciendo las tareas propias del puesto, sino que siempre tendrá la cabeza metida entre libros. Se saca las carreras universitarias como si nada y acostumbra a aprovechar la paz que le brinda la portería para leer todo tratado de Historia que caiga en sus manos, lo que le permite viajar en el tiempo para ver, por ejemplo, la caída de Constantinopla. Ignacia es pura sabiduría y sapiencia. Tiene criterio propio. Lee y analiza lo que otros hicieron al marcar el rumbo del mundo y mantendrá sesudas e intelectuales conversaciones con Eugenio, el único vecino del edificio que está a su altura.

* José María, es uno de los amigos de Eugenio. Es un hombre viudo que se siente solo. Muy solo. Sus hijos son ya mayores y como cada uno tiene su vida, él quiere rehacer la suya, pero ya no está dispuesto a perder el tiempo. Quiere encontrar a la candidata idónea y para ello se le ocurre una idea un tanto loca (otra más en esta novela). ¿Cómo se tomarán sus futuras pretendientas las ocurrencias de José María? Lo sabrás con la lectura. 

Estructura y estilo

Escrita en tercera persona, en Lo que la luz no sabe abunda el diálogo, por encima de la narración. El autor cede la palabra a los propios personajes para que ellos mismos nos cuenten sus cuitas, de tal modo que el lector se siente muy próximo a ellos. Los iremos conociendo cada vez más con el avance de la lectura. Los capítulos de longitud media en los que no falta la acción y la abundancia de diálogos, consiguen que la lectura fluya a muy buen ritmo. En cuestión de dos tardes te ventilas esta novela. 


Como os he comentado, es una lectura entretenida. Probablemente no será una novela inolvidable pero la trama es simpática y los personajes te ponen una sonrisa en los labios. Bajo mi punto de vista, Lo que la luz no sabe tiene toques de comedia de enredo y, en este sentido, funciona muy bien para descongestionar la mente, frente a una día complicado, o cuando has estado inmerso en novelas más sesudas.

Nos vemos después de Semana Santa. Pasadlo bien. 

 

[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

Puedes adquirirlo aquí (tapa blanda) y aquí (Kindle):


jueves, 21 de marzo de 2024

FRANCISCO GALLARDO: ❝La medicina que no es humanista, no es medicina❞

Arthur Conan Doyle, Antón P. Chéjov, Luis Martín-Santos o Pío Baroja son algunos de los nombres que se recogen en Letras de médicos, el nuevo libro de Francisco Gallardo, que firma conjuntamente con Ismael Yebra. Letras de médicos es un volumen que ahonda en la trayectoria de diversos médicos que fueron escritores o escritores que también estudiaron medicina. Y es que habría que lanzar una pregunta al aire: ¿por qué escriben los médicos? Gallardo, traumatólogo, y Yebra, dermatólogo, se hicieron esa misma pregunta en una de esas mañanas de sábado, en las que coincidían en una librería de Sevilla. Ambos saben del arte de la sanación, pero también del arte de la escritura, no en balde, ambos han publicado libros. Así que, de aquella pregunta nace Letras de médicos, un libro especialmente emotivo para Francisco Gallardo, que perdió a su compañero de oficio en 2021. Ismael Yebra ya no está con nosotros, pero no está en cuerpo porque sigue aquí, en el recuerdo y a través de sus obras. Os dejo con la entrevista.


Autoría: Luis Delgado

Marisa G.- Paco, un placer conversar contigo, otra vez. 

Paco G.- Igualmente.

M.G.- Vamos a hablar de Letras de médicos, aunque hace muy poco publicaste otro libro, sobre baloncesto, que firmabas junto a Juan Antonio Corbalán. Ambos libros son, digamos, divulgativos. Ha pasado mucho tiempo desde aquella novela tan bonita, Áspera seda de la muerte, ¿has abandonado la narrativa?

P.G.- No, no. Precisamente Letras de médicos salió en el hueco que había para otra novela que quiero publicar. Lo que pasa es que este es un libro muy especial para mí, por el fallecimiento de mi amigo Ismael Yebra, y también autor de este libro. Decidí entonces dar prioridad a la publicación de Letras de médicos, en vez de a la novela. Este es un libro que planificamos los dos y que desgraciadamente, al fallecer Ismael, lo he acabado yo solo.

M.G.- Ismael era médico, como tú. Como dices, él ya no está con nosotros pero ¿cómo surge el proyecto de este libro? En el prólogo se cuenta una historia curiosa sobre cómo surgió.

P.G.- Sí. Fue en la Plaza de la Alfalfa [se refiere a una plaza en Sevilla]. Ismael y yo no nos conocíamos personalmente pero fue el quiosquero de la plaza, al que yo llamo el editor del libro entre comillas (ríe), el que nos presenta. A partir de ese momento, empezamos a vernos y a conocernos. Ismael era, bueno es, porque me gusta hablar en presente, un enamorado de la literatura, un apasionado de los libros. Nos veíamos mucho en Librería Beta de la calle Cerrajería, los sábados por la mañana. Hablando de medicina y literatura, nos preguntábamos a veces por qué escriben los médicos. Para nosotros, era una pregunta muy interesante. Llegamos a la conclusión de que hay dos tipos de médicos escritores. Por un lado, los que escriben pero son médicos hasta el final de sus días, como Chéjov. Y por otro lado, los que son médicos pero abandonan el ejercicio de la medicina para convertirse en escritores. Es lo que le pasó a Pio Baroja. Él estudió medicina, ejerció unos meses en Cestona y luego lo dejó para dedicarse a escribir. Así surgió la idea del libro, y empezamos a escribirlo. Él se lo tomó a rajatabla, pero yo me demoraba un poquito más. Iba más lento. Los capítulos se los llevábamos a Ricardo, el quiosquero, y él me reñía porque no iba al mismo ritmo que Ismael. 

M.G.- ¿Pero os conocíais desde hace mucho o fue una amistad reciente?

P.G.- Nos conocemos desde el año 2008. Sabía que él había escrito y, de hecho, me había leído Viaje a Sanabria, un libro fantástico, un libro de viaje, muy al estilo de Viaje a la Alcarria de Cela. Pero no lo conocía personalmente. Cuando nos presentaron, surgió entre nosotros una complicidad muy grande. Él decía que no, pero Ismael ha sido un maestro para mí. Era un hombre muy sabio, trascendente, pero sencillo, a la vez. Sí, fue mi maestro, aunque él se negaba a que lo llamara así. Ismael fue un maestro de medicina, un maestro de escritura y un maestro de vida.

M.G.- ¿Y cómo os organizasteis el trabajo? ¿Cada uno eligió a un grupo de médicos?

P.G.- Cada uno eligió a sus preferidos. No queríamos firmar el libro, sino que fuera un todo. Pero ya hay muchos amigos que lo han leído y saben lo que ha escrito cada uno. Por el estilo y por los médicos que cada uno eligió.

M.G.- Ismael fallece en 2021. Este libro ve la luz en 2023. Cuando él fallece, ¿en qué punto del proceso estaba el libro?

P.G.- Cuando él fallece, su parte estaba ya completa. En teoría, a mí me quedaban tres autores. Pero también me quedaba un reto difícil, buscar a mujeres médicos escritoras. Porque existir han existido pero el problema está en que no han salido a la luz. En el libro aparecen Rita Levi-Montalcini y Nawal El Saadawi, dos mujeres fascinantes. Me llevó mi tiempo porque me puse a leer la obra de las dos. Y como tercer escritor me quedaba Arthur Schnitzler, otro personaje fascinante y autor de Juventud en Viena.

M.G.- Precisamente te quería preguntar eso. El libro tiene catorce capítulos, con catorce escritores y médicos, y solamente dos mujeres. Me llegué a preguntar por qué no había más mujeres.

P.G.- Ojalá hubiera habido más. Hoy las hay, pero el libro se centra en autores y autoras fallecidos. Seguro que en la actualidad, hay muchas mujeres médicos escritoras y también tuvo que haberlas en la residencia de estudiantes de Madrid. Bueno, quizá sea un trabajo para el futuro. Si algunas vez abordamos un segundo libro. De todos modos, y como símbolo de la esperanza, en el epílogo nombro a otra mujer médico que escribe.

M.G.- A Nuria Mendoza, sí.

P.G.- Exacto. ¿Las conoces?

M.G.- No, pero sí he leído lo que mencionas de ella y estuve también investigando.

P.G.- Yo no la conocía. La conocí estas navidades, cuando vino a Sevilla. Es un médico humanista. Tiene 50 años, joven, y es una mujer que refleja la esperanza del humanismo y de la mujer humanista médico. Como símbolo de futuro, quise incluirla en el epílogo porque creo que a Ismael le hubiera encantado.

M.G.- Al hilo de lo comentas, tú destacas la gran humanidad de esta mujer. Muchas veces pienso que, antes de ser buen médico, hay que ser muy humano. Solemos encontrar que las dos cualidades no siempre van de la mano.

P.G.- Exactamente. Nuria estudió en la Facultad de Medicina de Sevilla. Se hizo pediatra y estuvo trabajando aquí, con una plaza del SAS [se refiere al Servicio Andaluz de Salud]. Pero en 2012 hizo un curso de escritura creativa en Nueva York. Supongo que, por circunstancias personales, se queda allí y empieza a trabajar en un doble ámbito muy interesante. Por un lado, como traductora de la población hispana en los hospitales de Nueva York. En su libro, Un pájaro debajo de la cama, cuenta cómo atiende a una pareja de habla hispana. Tenían que operar del corazón a su hijo recién nacido. Los padres del  niño no saben inglés y Nuria se presta como traductora.  A partir de ahí empieza a dar clases de humanismo médico en una universidad de Nueva York. El libro me fascinó. Lo vi claro. Tenía que hablar de ella en el epílogo porque quería que el libro acabara con esperanza.

M.G.- Entre los médicos que encontramos en el libro figuran Arthur Conan Doyle o Pío Baroja. Te confieso que algunos otros nombres no me sonaban de nada. En la elección de tus médicos, ¿qué criterios seguiste? ¿Por qué elegiste esos médicos especialmente?

P.G.- Ismael y yo compartimos dos criterios. Por un lado, tenían que tener calidad literaria. Son escritores que han pasado a la historia de la Literatura. Por otro lado, en la obra de todos ellos hay importantes rasgos médicos. Por ejemplo, Arthur Schnitzler, que ejerció poco, estudió medicina de forma obligada porque su padre le aconsejó que para escribir tenía que ser médico. Somerset Maughan, que vino mucho por Sevilla y conoció muy bien la ciudad, quería que todo el mundo estudiara medicina y después se pusiera a escribir. Él no ejerció porque su primera novela ya tuvo mucho éxito. Y Pio Baroja, si no hubiera estudiado medicina, hubiera sido otro tipo de escritor. O Luis Martín Santos, igual.

M.G.- En el libro se cuenta que si Arthur Conan Doyle no hubiera sido médico, no hubiera existido Sherlock Holmes. ¿Por qué?

P.G.- Porque el criterio que seguía Sherlock Holmes para resolver un caso se parece a la anamnesis que se hace para diagnosticar una enfermedad. No es algo que transcienda cuando se lee su obra, sino que el mismo Conan Doyle lo decía así. 

M.G.- Rogelio Buendía también se menciona en el libro. Yo no lo conocía. ¿Quién era?

P.G.- Este hombre fue un excelente escritor y muy desconocido, por eso mismo quisimos incluirlo en el libro. Es uno de esos casos de escritores excelentes que, por las circunstancias que sean, no transcienden como deberían. Rogelio Buendía es otro hombre que, si no hubiera sido médico, tampoco hubiera escrito. Te animo a que leas alguna de sus obras.

Lo bueno de este libro, y quizá por eso ha tardado un poquito más, porque en él no hay ni trampa ni cartón, es que, cuando se habla de un médico escritor, o hacemos habiendo leído antes su obra. Quizá no toda pero sí muchos de sus libros. ¿Y para qué? Pues para que tenga verosimilitud. No hablamos de oídas.

M.G.- Pero las obras que has leído sobre estos médicos escritores, ¿las leíste especialmente para el libro o ya las habías leído con anterioridad?

P.G.- No, no, para este libro. Y descubrí muchas cosas. Por ejemplo, Rogelio Buendía me pareció un autor con una reminiscencia de García Márquez que nos llamó mucho la atención. Pero hay muchos otros médicos escritores que se nos han quedado fuera, como Ramón y Cajal. Autores de primerísimo nivel, pero era imposible meterlos a todos en el libro.

M.G.- En el caso de Ramón y Cajal, sí, pero creo que no somos conscientes de la cantidad de escritores que eran médicos. Por ejemplo, yo no sabía que Conan Doyle lo fuera. Y sobre él te quiero preguntar de nuevo porque, en el capítulo que  se le dedica a él, se habla de la relación entre la literatura y la medicina. Y ya en el epílogo, tú mencionas que la medicina es como un drama literario, en el que intervienen tres protagonistas: el paciente, el médico y la enfermedad. Me pareció una comparación muy curiosa.

P.G.- Es que desde Aristóteles, ya se consideraba así. Por eso nos fascinó escribir este libro. Lo que ocurre es que, al final, me quedé solo para terminarlo. Es un libro muy hermoso pero muy doloroso también. Desde muy antiguo, el médico ha necesitado expresarse de forma artística. Del mismo modo que siempre ha habido médicos escritores, hay médicos pintores también. El médico siempre ha estado en contacto con el drama humano. Siempre ha habido una necesidad de ese tipo de humanismo médico. Es lo que nos atraía, sacar un poquito a la luz toda esa literatura médica que, en muchos casos, se convierte en una auténtica filosofía.

M.G.- Y Thomas Syndeman aconsejaba a sus discípulos leer el Quijote para aprender medicina.

P.G.- Así es. Thomas Syndeman fue un grandísimo médico y a sus discípulos les decía que leyera el Quijote. Y Miguel Delibes también aconsejaba que, para escribir bien, había que leer el Código Civil y el Código Penal, por aquello de la precisión. Las penas hay que redactarlas con mucha precisión y minuciosidad, y eso es lo que buscaba Delibes en sus novelas. Pues con la medicina ocurre igual. Toda historia clínica es un relato, el relato que la propia persona cuenta a su médico. Así que, para llegar a un buen diagnóstico, tienes que tener en cuenta todos los detalles.

Ismael y yo compartíamos la idea de que la medicina que no es humanista, no es medicina. Eso lo repetíamos mucho, y ahí radica el objeto de este libro, que puede llegar a un anestesista o a un cirujano cardio-vascular. 

M.G.- La verdad es que estaría muy bien que los médicos tuvieran esa parte humanista. Es algo que el paciente detecta fácilmente. Uno llega a consulta con un problema y, a veces, se encuentra mucha frialdad.

P.G.- Exactamente. No te miran a la cara. Solo miran al ordenador. A mí no me importa criticar esto de la medicina actual. Hay un nivel enorme, sí, pero necesitamos más humanismo. Hay que mirar a la cara del paciente y, si hace falta, acariciar su mano. Eso es fundamental para que la terapia funcione. Ismael Yebra era ese gran médico humanista, un gran ejemplo.

M.G.- ¿Qué especialidad tenía?

P.G.- Dermatología. La piel es el órgano más profundo del cuerpo humano. La piel refleja los vaivenes del alma, y manifiesta en enfermedad cosas que ocurren muy profundamente en el espíritu, en el alma y en el cerebro.

Ismael fue un hombre sabio y sencillo, que tuvo una vida muy difícil. Sobre todo, su infancia. Se quedó huérfano de madre con cinco meses, y de padre cuando tenía trece o catorce años. Sufrió mucho y todo ese sufrimiento lo reconvirtió en un servicio a los demás. Por cierto, su biografía saldrá con el tiempo. 

M.G.- ¿La has escrito tú?

P.G.- Sí, pero quiero completarla. Quiero irme al monasterio donde él iba para acabarla allí, a San Pedro de Cardeña, para estar un poco con su espíritu. Tardará un poco en salir porque como además se acaba de publicar otro libro de artículos suyos, vamos a esperar. A través de su biografía he aprendido el valor que tenía Ismael. Nació absolutamente con la desgracia encima pero se convirtió en un hombre muy divertido y alegre. ¿Cómo lo hacía? Pues a través de sus dos grandes pasiones: la literatura y la medicina.

M.G.- Paco, habláis de médicos escritores y de escritores médicos. Tú serías del primer grupo, ¿no? Sería como decía Chéjov, que la medicina era su esposa y la literatura su amante.

P.G.- Sí, totalmente. Yo necesito la consulta para escribir pero también necesito ser médico. Me puedo jubilar ya, pero no me voy a jubilar todavía. Estoy cómodo en mi consulta, con mi equipo, con mi gente. Somos diez personas y formamos un equipo muy integrado. Necesito sentirme médico. 

M.G.- Pero algún día te tendrás que jubilar, aunque el que es médico, lo es toda la vida.

P.G.- Sí, toda la vida, hasta el final. Ismael fue médico hasta el final, incluso estando bastante mal. Hacía telediagnóstico en dermatología hasta poco tiempo antes de morir. Una de sus penas era no poder volver a la consulta, y lo entiendo perfectamente.

M.G.- Por el trato con los pacientes.

P.G.- Sí, y por el servicio que daba.

M.G.- Ya. Y Paco, ya como última pregunta, ¿escribir este libro qué te ha aportado personalmente y profesionalmente?

P.G.- A nivel personal, es el libro más hermoso que he escrito. Victoria, la mujer de Ismael me dijo que, si yo no hubiera cogido este testigo, el libro se hubiera quedado en un montón de folios metidos en un cajón. Este libro me ha hecho muy feliz.

Profesionalmente, como médico, me ha afianzado en lo que yo ya sabía. A mí siempre me ha interesado la historia y el pensamiento médico. Siempre pensé que podía ser muy útil en ese ámbito, para orientar hacia el humanismo. Pero bueno, luego me dediqué a la medicina deportiva y no me quejo. Si me hubiera dedicado a la historia de la medicina, hubieran aparecido muchos más libros de este tipo.

M.G.- De momento, tenemos este y es para disfrutarlo.

P.G.- Sí.

M.G.- Paco, gracias por atenderme. Y nos vemos con la próxima novela que publiques.

P.G.- Eso es. Gracias a ti.

Sinopsis: Escritores médicos y médicos escritores: dos términos que a menudo se han utilizado, respectivamente, para definir a quienes abandonaban el ejercicio de la Medicina para convertirse en escritores o desarrollaban su obra sin apartarse de la práctica médica. Un prototipo del escritor médico sería Pío Baroja, como lo era Antón Chéjov del médico escritor. Pero sin duda esta clasificación peca de simplismo. Los doctores Francisco Gallardo e Ismael Yebra intentan profundizar en el dilema a través de la vida y obra de reconocidos escritores y médicos: Gottfried Benn, Arthur Conan Doyle, Gregorio Marañón, Arthur Schnitzler, W. Somerset Maugham, Miguel Torga y otros muchos, sin olvidar a ilustres doctoras como Rita Levi-Montalcini o Nawal El Saadawi. «La literatura ha interesado siempre mucho a los médicos -concluyen los autores-, hasta el punto de escribirla, probablemente porque su práctica diaria está llena de narraciones. Toda historia clínica de paciente es un relato».


miércoles, 20 de marzo de 2024

NYAD (DRAMA - 2023)

Año: 2023

Nacionalidad: EE.UU.

Director: Elizabeth Chai Vasarhelyi, Jimmy Chin

Reparto: Annette Bening, Jodie Foster, Rhys Ifans, Ethan Jones Romero,...

Género: Drama

Sinopsis: A la edad de 60 años, y 30 años después de abandonar la natación de fondo para ser una destacada periodista deportiva, Diana Nyad se obsesiona con llevar a cabo la proeza que siempre se le resistió: la travesía nadando de casi 180 km de Cuba a Florida, conocida como 'el Everest de la natación'. Resuelta a ser la primera persona en hacer la travesía a nado sin la protección de una jaula contra tiburones, Diana se embarca en una emocionante aventura de cuatro años con su gran amiga y entrenadora Bonnie Stoll y un equipo totalmente entregado.

[Fuente: Filmaffinity]

 

Vaya por delante que no tenía mucho interés en ver esta película. Desconocía la historia de Diana Nyad. No sabía quién era esta mujer y lo que había hecho. Pero, después de indagar un poco allí y allá, supe de su hazaña. Tampoco es que me sintiera especialmente atraída. No obstante, si me senté a verla fue porque, después de llevarme un buen tiempo rastreando el catálogo de Netflix, buscando qué película ver un sábado por la noche, que no hubiera visto ya y que me atrajera, descarté muchos títulos y me quedé con Nyad. ¿La opción menos mala? Ahora me parece ridículo pensar así porque me ha gustado muchísimo este largometraje. Me ha resultado tan hipnótico que no me importó verla una segunda vez para afinar mis impresiones. Os cuento un poco.

Diana Nyad es una mujer a punto de cumplir sesenta años. De joven fue nadadora profesional, logrando importantes hitos a los 28 años. Por ejemplo, cruzó a nado el lago Ontario, bordeó la isla de Manhattan (45 kms), y también cruzó el Canal de la Mancha. Solo le quedó un sueño por cumplir, nadar desde Cuba a Florida, exactamente hasta Cayo Hueso. Es decir, tenía que cubrir una distancia de 165 kms, lo que supondría nadar en mar abierto durante sesenta horas, en un hábitat propio de tiburones y otras criaturas marinas. Lo intentó una vez y no lo consiguió. La joven decidió abandonar. Dejó la competición y se dedicó a ser comentarista para ABC Sports. Sin embargo, ahora que ha cumplido sesenta años, parece que ha entrado en una especie de crisis personal. A su edad, ¿debe resignarse a quedarse arrinconada, esperando que la muerte la visite? Rememorando sus logros de juventud, Nyad toma la decisión de retomar aquel sueño que la ha perseguido desde siempre. El problema es que tiene 60 años, y hace demasiado tiempo que no se mete en una piscina. Pero parece decidida. Comenzará a entrenar y a entrenar, tratando de ganar resistencia dentro del agua. A su lado estará Bonnie (Jodie Foster), a la que la idea de su amiga le parece una auténtica locura. ¡¡Tiene sesenta años, por dios!! ¿Qué pretende? Sin embargo, Bonnie es una amiga leal y fiel, de esas que apoyan incluso en las locuras y, a pesar de sus reticencias iniciales, se convertirá en su entrenadora. Siempre juntas. 

Nyad narra los cuatro intentos que la nadadora llevó a cabo a partir del año 2010. El último le permitió llegar a Cayo Hueso, el 2 septiembre de 2013. Tenía 64 años. 

Qué me ha gustado de la película

La película se inspira en el libro que la propia Diana Nyad publicó en 2015 (Find a Way), donde relataba su proeza. Ya os digo que yo no conocía la historia de esta mujer. No la había escuchado jamás y eso que culminó su hazaña hace tan solo once años. Pero me ha gustado mucho saber más sobre ella. De entrada me ha parecido entrañable ver cómo se cuestiona su vida cuando cumple los sesenta años. Creo que la sociedad, este mundo, acostumbra a tratar como fósiles a las personas que cruzan cierta edad. Así que, la decisión de Nyad, a pesar de parecer una locura, me pareció muy valiente. 

Por otra parte, es muy interesante todo lo que se narra sobre los diversos intentos que lleva a cabo. Nyad nos cuenta qué miembros formaron su equipo, qué función tenía cada uno de ellos, a qué peligros se enfrentó en las diversas tentativas, cómo resolvieron los múltiples problemas que encontraron, y las penalidades, calamidades y desgracias que sufrió Diana. Todo ello por un sueño, que muchos podrían calificar de obsesión enfermiza, pero para ella era algo vital, una forma de decir estoy aquí y sigo viva. Y en este sentido creo que la película transmite un mensaje muy necesario, dirigido a la población de personas mayores, aquellos que ya han cumplido los sesenta pero que todavía pueden tener mucha vida por delante: lucha por tus sueños, tengas la edad tengas, y no te rindas nunca.

La película avanza con un ritmo sosegado, como cuando el mar está en calma chicha. Sin embargo, tiene dos momentos de intensa tensión que animaran bastante la historia. Con esto no quiero decir que la película sea aburrida. Todo lo contrario. Ya os digo que a mí me pareció hipnótica. Y eso que dura dos horas. Pues, para mi sorpresa, no le quitaría ni un minuto.

Por otra parte, se produce un baile constante entre pasado y presente. A modo de pequeños flashbacks conoceremos cómo fue la infancia de Diana. En pequeñas pinceladas se nos hablará de cómo era la relación con su padre, la persona que la incitó a explorar el mar y le habló de Cuba; lo que  piensa de la madre; cómo se formó como nadadora; quién fue su entrenador; las competiciones en las que participó; y los éxitos que cosechó a los 28 años. Muchas imágenes vendrán acompañadas por subtítulos que recogen sus declaraciones reales, así que toca ir leyendo también para no perder información. Quizá hubiera estado mejor doblar al castellano esos pasajes con una voz en off, pero creo que, al hacerlo así, se ha tratado de apostar por el realismo. Y aunque, en ocasiones, la alternancia entre pasado y presente puede repercutir gravemente en el ritmo de una historia, lo cierto es que aquí funciona bastante bien. En ningún momento he tenido la sensación de que la tensión del relato cayera al retrotraernos en el tiempo. Los flashbacks, a mi juicio, hilan bastante bien y con la duración correcta, enlazando con los momentos del presente de la historia.

Temas

La película se centra principalmente en la hazaña de Nyad. Eso implica que se explicará con más o menos detalles los distintos avatares que sufrirá en cada uno de los cinco intentos. Sin embargo, también se abordarán otras cuestiones como la dramática experiencia que vive la joven de adolescente, un espinoso asunto del que se ha hablado más de una vez en el mundo del deporte. No  quiero ahondar mucho pero sumad dos más dos. Es decir, tenemos a un grupo de jovencitas que pasan muchas horas junto al entrenador, al que consideran su ídolo, y todo ello lejos del alcance de la familia. Os hacéis una idea, ¿no?

En algún momento sentí que me hubiera gustado que se profundizara más en este asunto. Más que nada porque, algo así, marca mucho y redefine la personalidad del adulto. Pero esa fue mi impresión en el primer visionado de la película. Después de verla otra vez, cambié de opinión. Y es que la cuestión en sí, aunque no se aborda con mucho calado, sí sale a relucir en las conversaciones que Diana y Bonnie mantienen en la edad adulta, y en esas declaraciones reales que nos ofrece la película. Creo que, con esa información, es suficiente. 

Otras cuestiones que se tocan son, por supuesto, la fuerza de voluntad, la perseverancia, el espíritu de superación y la amistad, hasta el punto de que la película tiene un cierto toque de sororidad. Y brevemente sale a la luz la identidad sexual -Nyad y Bonnie son lesbianas-, pero se pasa muy de puntillas sobre este asunto, lo que me parece lógico en los tiempos que corren. Ya no hace falta hablar de la homosexualidad de forma ex-profeso. 

Personajes e intérpretes

La trama pivota principalmente alrededor de las dos grandes protagonistas de esta historia -Diana y Bonnie-. Ambos personajes quedarán perfectamente dibujados. En el caso de Diana, vamos a descubrir a una mujer algo cascarrabias, que no se resigna fácilmente. Cabezota y testaruda, a Diana le encanta hablar de sí misma. Se diría que es egocéntrica pero cuando les da la chapa a los demás sobre las cosas que ha hecho en su vida, no lo hace por alardear sino por compartir su entusiasmo. Sin embargo, Bonnie, su mejor amiga, sabe que puede resultar pesada y acostumbra a actuar como intermediaria. Para Bonnie, la idea de Diana es una absoluta locura pero ella es una amiga incondicional. Llevan juntas toda la vida, conoce perfectamente a Diana, sabe que con ella hay que ser paciente, y no le importa sacrificarse y entregarse a la causa. Aun así, y a pesar de la gran amistad que las une, veremos cómo también se producen roces entre ellas. No añado más.

Annette Bening y Jodie Foster son dos titanes en esta película. Ambas están fabulosas. De hecho, estaban nominadas a los Oscar pero no lo ganaron. Bening hace un papelón metiéndose en la piel de Diana Nyad. Mientras veía la película me preguntaba si realmente era ella la que nadaba. Busco información y sí, es ella. Aunque contaba con dos dobles, para hacer este papel tuvo que estar entrenando durante un año, junto a una nadadora olímpica, y al parecer se podía pasar un montón de horas dentro del agua, sin problema. Así que, a la proeza de Nyad, hay que sumar la de la actriz que también ha superado los sesenta años.

En cuanto a Foster, también hace un gran trabajo. Digamos que a ella le toca la parte más fácil, llevar el entrenamiento de Nyad desde el borde de una piscina o desde la borda de un barco pero, aún así, hace una gran labor de interpretación, sufriendo por el dolor de su amiga y celebrando sus éxitos como propios. Porque eso también lo vemos en esta película, cómo el equipo está tan unido que, las hazañas de uno de sus miembros es como la hazaña de todos ellos. Y menudo cuerpazo luce la Foster, aunque Bening no se queda atrás. A ver quién es el guapo que hace el teaser de Pilates.

Destaco también la interpretación de Rhys Ifans, en el papel de John Bartlett, el navegante encargado de calcular la ruta y analizar las mareas, al que también le parece una locura la propuesta de Diana. Sin embargo, para él también será una aventura inolvidable. Su personaje es muy emotivo, ya veréis. E inevitablemente al verlo, no puede dejar de pensar en el personaje que hace en Notting Hill, un tipo estrambótico que nos hacía reír. 


En definitiva, me ha gustado mucho esta película. Con un desenlace muy emotivo, no se hace nada larga, a pesar de que dura dos horas. A mí me mantuvo en vilo, a pesar de saber cómo terminaba pero en Nyad no es importante la meta (que ya conocemos) sino cómo se llega a ella. Y cierro la reseña con dos datos. Por un lado, si ves la película, espérate a los créditos finales porque podrás ver a las verdaderas protagonistas de esta proeza junto a las actrices. ¡Son un calco! Y dos, leo en Internet que a Diana Nyad nunca le reconocieron este hito. Hubo mucha controversia y su récord fue revocado. Puedes leer más aquí. En definitiva, que yo la recomiendo.

La tenéis en Netflix, donde además podemos encontrar también un documental, titulado La otra orilla.



Tráiler: 




martes, 19 de marzo de 2024

DANIEL RUIZ: ❝Fuimos una generación que sabía lo que era un descampado❞

El pasado 6 de marzo pude conversar con Daniel Ruiz. Los días previos a aquel encuentro los pasé leyendo su última novela, Mosturito (Tusquets), y casi diría que es la novela que más me ha gustado de todas las que el escritor sevillano ha escrito. Con Mosturito tuve una conexión especial desde el primer momento. ¿Sabéis de esa magia que se produce entre libro y lector, a veces? Fue eso es lo que me ocurrió con esta novela, magia. Y es que, más que leer, a mí me parecía que estaba dentro de la historia, como si la estuviera viviendo en tres dimensiones. Pero de todas esas sensaciones os hablaré con detalle en la pertinente reseña. De momento, os dejo con la entrevista al autor.

Marisa G.- Daniel, un placer volver a hablar contigo después de unos cuantos años. Hace muchos años que no hablamos.

Daniel R.- Es verdad.

M.G.- Te tengo que decir que me he leído tu libro en dos tardes y que lo he disfrutado mucho, porque este libro ha supuesto para mí como volver a mi infancia. Yo he vivido por donde vive el personaje de esta novela. 

D.R.- ¿Sí?

M.G.- Sí. Desde los 8 a los 31 años, viví en la Avenida de la Paz. Así que me conozco perfectamente todos los escenarios de la novela y ha sido como volver otra vez a mi barrio de toda la vida. Ha sido una lectura muy emotiva.

D.R.- Ah, bueno. Qué bien.

M.G.- Por empezar a preguntarte algo. Daniel, a ti se te conoce como el poeta de extrarradio, según aquella definición que acuñó un periodista de ABC. Y es verdad porque, si miramos los libros que has escrito hasta ahora, tocas con cierta recurrencia el extrarradio, los barrios humildes, los barrios obreros, su vecindario,... Es como si esa zona fuera un caldo de cultivo para ti.

Daniel R.- Sí, claro. Al final, es como una rendición de cuentas con mi memoria, y con mi condición ciudadana. Yo soy una persona que se ha criado en un barrio periférico. Viví mi infancia en un barrio muy popular. Y todo eso está de manifiesto en algunas de mis novelas. Quizá en esta es donde está más explícitamente de manifiesto porque cuenta la historia de un niño que crece en los años 80, como me pasó a mí, y se vale un poco del paisaje que he compartido con él. Yo viví en la zona de la calle Urbión, muy cerca de la Avenida de la Paz, con el pasaje Nobel. Esa parte está hoy muchísimo más integrada urbanamente, pero hace cuarenta años no era así.

Es importarte señalar que esta no es una historia autobiográfica pero sí tiene bastantes mimbres autobiográficos, como en determinadas cuestiones que tienen que ver con la vivencia de ese niño y con las condiciones de ese niño. Es un niño acomplejado por ser feo, con varias taras, como el labio leporino o los pies planos, cosas que yo también tuve de pequeño. Yo rehúyo de la literatura testimonial. No me interesa demasiado porque me parece un poco tramposa, pero sí hay que decir que esta es de mis novelas, la que tiene más visos testimoniales porque retrata a un niño que, en buena medida, toma prestado de mi propia biología, de mi propia vivencia personal, muchas de las cuestiones que aparecen.

M.G.- Esta novela está protagonizada por Pedro, al que llaman mosturito, una derivación de la palabra monstruito, y lo llaman así por lo que comentas, por sus taras, porque utiliza botas ortopédicas. Ver a este Pedro es como ver a ese amigo que todos hemos tenido en la infancia. Todos hemos tenido a un Pedro en nuestra vida.

D.R.- Sí, efectivamente. Es un personaje que siempre nos ha acompañado en la vida. Digamos que es una persona distinta, diferente. En este caso, Pedro es distinto porque se sabe feo y recibe el rechazo de su entorno. Al principio, actúa con miedo pero después lo hará con rabia. Digamos que sufre una transformación. Al final, esta novela no deja de ser de esas que siguen un poco el arquetipo de las novelas de iniciación, donde hay un recorrido, donde hay una enseñanza y una vivencia que transforma al personaje, de manera que el monstruito, el Pedro que se ve al principio, es muy distinto de mosturito que termina siendo al finalizar ese proceso de transformación. 

La novela lo que cuenta es la historia de un niño feo que se desenvuelve en un entorno muy antipático y doloroso, y que consigue superar el miedo a través de su rabia, de su auto-conocimiento personal, y de intentar echarle valor a la vida.

M.G.- Este niño tiene unos diez u once años y cursa sexto de EGB. Viene de una familia rota. Vive con su tía, a la que llama Tata. Tía y sobrino son dos supervivientes. Hacen lo que pueden en el entorno en el que les ha tocado vivir.

D.R.- Es una historia de amor y de qué manera el amor puede con todo. En la novela, el amor se enfrenta a unas condiciones absolutamente adversas, sometidas a mil pruebas de resistencia. En este caso, el amor es muy parecido al materno-filial, el amor de una tía a su sobrino que se encuentra en una situación de orfandad. Ese amor puede romper cualquier tipo de barrera y cualquier tipo de impedimento, como pueden ser los que se ven en la novela: la violencia sistémica de las propias instituciones; la violencia de un entorno aciago; las circunstancias de abuso y maltrato; o los infortunios que los personajes tendrán que ir superando, ayudándose mutuamente, algo que también es importante. Es un amor correspondido que, al final, puede con todo, y que derriba barreras, tanto por parte del niño como por parte de la tía.

M.G.- Leyendo la novela resulta muy difícil no sentir cariño por Pedro. Es una novela en la que el lector se siente subido a una rueda emocional. A veces, siente rabia. A veces, ternura. Pensando en Pedro, en lo que le puede deparar el futuro y con las circunstancias que le toca vivir, uno piensa que tiene pocas salidas honrosas. Es una persona que está como abocada al fracaso.

D.R.- Sí. Indudablemente, hay un determinismo social. Uno no tiene que ser muy imaginativo para pensar que, en las circunstancias en las que él vive, su final no va a ser muy bueno. Sin embargo, él tiene un espíritu de lucha, de inconformismo, que le hace, al menos, intentar ser feliz en esas circunstancias aciagas. Al final, todo es una lucha contra los elementos, en las que no hay ni siquiera renuncia al uso de la violencia. Es decir, él es un personaje, como tú bien dices, entrañable, pero, en algunos momentos, es un personaje violento, duro, áspero. Pero a él no le importa porque siente la necesidad de sobrevivir por encima de todas las circunstancias. Esta novela es un canto a la vida.

La cita del principio, que pertenece a la novela La vida ante sí de Romain Gary, viene a decir que ama la felicidad pero, sobre todo, lo que busca es amar la vida, la supervivencia. Esta novela es un retrato de un superviviente que se enfrenta a todo lo adverso y que lo único que hace es luchar, apretando los dientes por salir adelante.


[Si prefieres oír nuestra conversación, dale al play]


M.G.- La acción se sitúa en una zona muy concreta de Sevilla, por el barrio del Plantinar. Como te digo, conozco muy bien la zona porque viví por allí. Según me dices, tú también. Con lo cual, esta novela es como una vuelta a tu barrio, un regreso al lugar del que procedes.

D.R.- Sí, sin duda. La novela, efectivamente, es un reencuentro con el barrio y un intento de reencuentro con mi voz de cuando yo era ciudadano de ese barrio. Yo viví en ese entorno hasta los once años, que me mudé. Lo que intento es recuperar ese espíritu y esas vivencias que tuve. Y también recuperar las sensaciones como niño que sufrió muchos complejos, por mis circunstancias personales de fealdad. El sentimiento de oscuridad que tiene el personaje, de querer morirse continuamente, de tener una relación muy difícil con los espejos, apela un poco a mi yo de aquellos años. Aunque es verdad que luego la novela fluye a otros planteamientos, me interesaba mucho intentar recuperar esa voz del niño que fui, para construir esta novela desde el recuerdo. 

M.G.- Pero tienes una memoria prodigiosa porque los escenarios que vemos en la novela han cambiado mucho. Es decir, hablas de lugares que ya no están. Se hace referencia a los descampados que ya no existen. Recuerdo que mis bloques estaban incluso rodeados de una escombrera, donde yo jugaba. Has tenido que tirar mucho de memoria porque esa zona ha cambiado mucho.

D.R.- Realmente, la novela no está construida sobre un mapa sino que está construida sobre impresiones, es decir, sobre recuerdos que uno tiene como ráfagas. Hay elementos que sí eran claramente de mi barrio, como el puesto de la Encarnita, los pisos de los Zeus, Las Gardenias, el Aníbal González. Todo eso está. El descampado es universal porque nosotros fuimos una generación que sabía lo que era un descampado. Yo tengo hijos adolescentes y post-adolescentes que no saben lo que es un descampado. No han tenido esa relación con el fenómeno del descampado, que tristemente se ha perdido. Ya no existen. Sin embargo, nuestra generación habitó esos espacios, que forman parte de nuestro paisaje sentimental. El descampado es un paisaje muy de la época del desarrollismo y de la época del boom, de la explosión inmobiliaria, de las viviendas protegidas, de todas esas zonas por urbanizar, por conquistar, que nosotros vivimos cuando éramos pequeños.

M.G.- Y fuimos felices, por cierto. Como te digo, me he sentido muy cercana a los escenarios de esta novela, a esa Hamburguesería Dulio, a las casas del Patronato, a los Zeus, a Las Gardenias,... Lo estás comentando, que has jugado con los escenarios porque hablas de lugares, como el Pryca o el Colegio Portaceli, que realmente están algo alejados del barrio. Digamos que amoldas los escenarios a la novela.

D.R.- Claro. A ver, tú, porque has vivido ese paisaje, pero he pretendido que el contexto espacial del barrio y el contexto temporal de esos años 80, con esas referencias culturales y televisivas, no acaben asfixiando la trama, sino que la novela se pueda leer como una trama universal. Mi hija, por ejemplo, acaba de leer la novela y ella no ha tenido la sensación de que el espacio y el tiempo le hayan impedido acceder a determinados aspectos de la trama que se consideran decisivos. Hay un contexto espacio-temporal, pero es un contexto, digamos, para servir de ilustración. No son importantes para la trama porque esta podría funcionar perfectamente como si la hubiéramos construido hoy. 

M.G.- Y qué bonitas las relaciones que se tejen entre Pedro y los niños del barrio. Entre esos amigos hay diferencias sociales. Unos van al colegio Aníbal González, y otros al colegio Portaceli, pero los niños son, al fin y al cabo, niños. Las amigas de Pedro que van al Portaceli también tiene ese toque macarra y canalla, ¿no? 

D.R.- La infancia es la patria común que aúna a todo el mundo. Lo que ocurre es que, mirado con los ojos de hoy, era una infancia más brutal. No diría más difícil, pero sí una infancia en la que, por ejemplo, el recurso de la violencia estaba muchísimo más a mano. Recuerdo a profesores que no tenían ningún reparo en utilizar la violencia como una más de sus habilidades formativas. Gracias a Dios, eso se ha perdido. Pero era una infancia donde la convivencia con la calle era muchísimo más directa y más áspera. Yo recuerdo salir a la calle a las cuatro de la tarde y no volver hasta que se ponía el sol. Te construías una personalidad muchísimo más de niño de la calle que la que tienen hoy. Con eso no quiero decir que sea ni mejor ni peor, ni que fuera más difícil o más fácil. Sencillamente era distinto. Pero, desde luego, sí que había mucha más interacción social y el recurso de la violencia era mucho más claro. Y luego, el paisaje del descampado era también el paisaje de las postillas en las rodillas, de los moratones, del dolor, del sufrimiento, algo que ahora los niños tienen mucho más preservado.

M.G.- Es verdad. Bueno, tocas muchos temas. Pedro naufraga siempre aferrado a las cosas que le importan, a la familia, a su tata, a los amigos, al amor. Esos son los pilares de cualquier niño, pero también te metes en otros terrenos más pantanosos, como la violencia doméstica, lo que ahora llamamos bullying, las drogas... Son cuestiones mucho más duras a las que Pedro también se tiene que enfrentar.

D.R.- Sí, son cuestiones que yo, como niño que fui, viví en mi entorno, donde había maltratos, abusos,... Recuerdo que, en aquella época, había una relación muy traumática con las drogas. No entendíamos demasiado qué eran esos individuos que se ponían al final del autobús 30 o 31, y fumaban algo sobre papel de plata, que tenía un olor extraño. Eran personas ojerosas, que siempre iban corriendo a todos lados, que perfectamente podían sacarte una navaja y robarte. Por ejemplo, a mi madre le sacaron una navaja dos veces para robarle el bolso. Uno no entendía muy bien cómo eran capaces de pincharse porque nosotros teníamos pavor a las agujas. Era algo terrorífico, ¿no? Y era esa incomprensión, de no entender muy bien ese contexto pero, a la vez, convivir con él. Y todos esos elementos que estaban en mi paisaje como niño de los 80 es lo que he intentado reproducir en la novela y la manera en la que los niños de aquella época tuvieron que desenvolverse con todas esas precauciones que nos ponían los mayores, -no hables con desconocidos, ten cuidado con lo que te ofrecen,...-, porque vivíamos de manera mucho más cercana a situaciones que hoy están condenadas, como un posible abuso, la posibilidad de un maltrato, u otras cuestiones que antes se veían muy de puertas para adentro y con las que hoy se conviven de manera mucho más sancionada. 

M.G.- En los pasajes en los que se mencionan los autobuses 30 y 31 me tuve que reír. El que no haya cogido nunca esos autobuses, no entiende lo terrorífico que eran. 

D.R.- Eran autobuses chungos. Pero bueno, era así en todos los entornos. Por ejemplo, el hecho de fumar y comer en los Dulios, como hace la tata, hoy sería impensable. Pero nosotros vivimos en esa época, en la que los profesores fumaban en las clases. Son contextos que han formado parte de nuestra vida, como por ejemplo, la relación con la sexualidad que descubríamos con algo tan antiguo como las revistas pornográficas.

M.G.- Y que se encontraban en los descampados.

D.R.- Efectivamente. Hay un libro muy interesante que se llama Descampados, publicado precisamente por Tusquets. Creo que el autor se llama Manuel Calderón y es una especie de ensayo de remembranza de los descampados. Desde la vivencia personal del autor, que es un poquito mayor que nosotros, viene un poco a reivindicar la importancia de los descampados como paisaje sentimental, y a poner en relieve de qué manera los descampados han caído en desuso. Ya no existen para las nuevas generaciones. Él cuenta en ese libro la riqueza que tiene el descampado, donde uno encontraba de todo, desde cosas para vivir, chasis de coches, juguetes,... Eran casi jugueterías involuntarias. Y todo eso se ha perdido. Por toda esa pretensión de profilaxis que hoy tenemos, incluso como padres, la idea de que los niños jueguen en un descampado es algo que está absolutamente descartado. Nos parece una aberración que hoy sólo conduce al tétanos y a infecciones varias.

M.G.- Sí que encontrábamos de todo. Y de cualquier cosa hacíamos un juguete. Detrás de mi bloque había un terraplén, y si en el descampado encontraba una tapa de váter, la usaba para deslizarme por la pendiente. Pero Daniel, uno de los temas que tocas es el de los abusos sexuales en el mundo eclesiástico. Pero no profundizas, lo dejas caer como de pasada. No quieres entrar.

D.R.- No, porque realmente lo que intento es concentrar la mirada en el niño, en lo que él percibe y puede ver. El niño puede estar equivocado en las interpretaciones que hace. Supuestamente, el amigo gordito tiene una relación de abuso con el padre que regenta el centro de menores en el que está, pero me interesaba no ser muy explícito para que el lector luego saque sus propias conclusiones. El niño tiene la convicción de que sí, de que el gordito sufre abusos, pero no lo podemos saber realmente. Me interesaba mucho más lo que el lector pueda construir que lo que el niño pueda decir, porque no es un narrador fiable. Te podrás creer lo que dice o no. Él está construyendo en primera persona y muchas de las cosas que dice pueden ser barbaridades o no.

M.G.- Hablemos del lenguaje que se emplea en la novela. Optas por calcar la forma de hablar, por volcar el lenguaje hablado al escrito, omitiendo palabras, con contracciones, haciendo un uso incorrecto de los pronombres,... Todo esto habrá añadido un plus de dificultad a la hora de escribir la novela, ¿no?


«Enga mosturito levanta

sino que el Ponce magarre delante del Villegas y me tire del jersey parriba y me diga ira, ira el mosturito». [pág. 17]


D.R.- Sí, efectivamente. Eso encierra también una reflexión sobre el hecho de escribir bien. ¿Qué significa escribir bien? Muchas veces se confunde escribir bien con escribir bonito. Y escribir bonito no es escribir bien, para mí. Al menos en la literatura que yo entiendo. Creo que se han escrito libros muy bonitos que al final están fatalmente escritos porque son libros que no aportan nada, que no dicen nada. En cambio hay muchos libros que están muy mal escritos pero que cuentan historias prodigiosas.

Me interesan mucho las novelas que aparentemente se les puede reprochar que están mal escritas, pero que son novelas muchísimo más redondas que muchas que están escritas prodigiosamente. Para mí escribir bien no es escribir con un alto nivel de filigranas ni impecables desde el punto de vista sintáctico y ortográfico. Para mí escribir bien es escribir de manera eficaz, de manera que fondo y forma contribuyan a una consolidación de una historia que esté bien contada o que se traslade bien. En este sentido, mi apuesta en esta novela era por, premeditadamente, escribir mal. Escribir desde la mirada de un niño que podría escribir con doce años, sin ningún tipo de atención a criterios de corrección estilística y ortográfica, y que se moviera únicamente por la expresividad. Eso, al final, es un reto muchísimo mayor que el de escribir bien una novela, porque te obliga a un trabajo de corrección tremendo. Creo que esta ha sido la novela que más esfuerzo de corrección me ha obligado para que ese carácter incorrecto que tiene resultara natural y no forzado. Al escribir con un estilo así corres el riesgo de que se perciba como una impostura, que quede como demasiado prefabricado. Que fuera como esas falsas abacerías que se venden como negocios con solera pero que acaban resultando como de cartón piedra. Yo no quería eso. Quería fuera algo natural y para eso hay que hacer un trabajo de pulido muy grande, para que el estilo resultara muy directo, muy improvisado, muy expresivo, que no atiende  a la corrección, sino a zarandear un poco al lector.

M.G.- ¿Y te has llegado a plantear qué efecto puede causar este estilo en lectores que sean de otro lugar, fuera de aquí y ajeno a nuestra forma de hablar?

D.R.- Hay lenguajes que resultan universales. Creo que la expresividad, al final, es un tipo de lenguaje que, más allá de los problemas de comprensión, entiende cualquier lector. Estoy pensando, por ejemplo, en Aurora Venturini, que es una escritora de Tusquets, y que escribe novelas muy expresivas, donde la corrección ortográfica y sintáctica es dejada un poco de lado, en beneficio de la expresividad a la hora de contar. Pienso que hay toda una tradición al respecto. A nivel de Andalucía, estoy pensando las novelas de autores como Fernando Quiñones o Ángel Vázquez con La vida perra de Juanita Narboni. Son novelas que están en unas coordenadas muy andaluzas, que funcionan muy bien más allá de quien las lea. Pero esto no es exclusivo de Andalucía. Por ejemplo, en el ámbito latinoamericano, estoy pensando en La maravillosa vida breve de Óscar Wao de Junot Díaz, un autor de Miami que es absolutamente tropical en la forma de contar. Tiene unas coordenadas muy tropicales y, sin embargo, uno entiende perfectamente la novela. O El lugar sin límite de José Donoso, novelas que, más allá del uso del lenguaje en determinados contextos, tienen un nivel de pureza muy grande.

Lo que yo buscaba era construir un texto muy orgánico, donde la expresividad impactara mucho al lector, más allá de la comprensión al 100% del texto. Creo que el tema de la oralidad tiene mucho futuro en la literatura, sobre todo, en el contexto en el que estamos actualmente, un contexto donde cada vez tiene más importancia la inteligencia artificial, un tema que se está imponiendo cada vez más. Ya ha habido algunos escándalos de novelas que se han construido con inteligencia artificial. Incluso algunas de esas novelas han ganado concursos. Mi novela es anti-inteligencia artificial porque es una novela construida desde un planteamiento humano, que muy difícilmente podrá replicar una inteligencia artificial que trabaja sobre patrones. Todo lo que podamos construir desde la creatividad pura y desde la expresividad se va a salir del molde de la inteligencia artificial.

M.G.- Ya como última pregunta, tu novela es muy sensorial. Los sentidos está muy presentes, especialmente los olores, pero también los sonidos. Es una novela que evoca mucho a los sentidos del lector.

D.R.- La aspiración que tiene uno como novelista, por lo menos en mi caso, y al menos en esta novela, es construir una novela casi como quien está haciendo una obra artística. Pero una obra artística con una pretensión casi manual. Te diría que me ha faltado poner churretes en el propio texto porque buscaba una relación orgánica con el lector. Y esa relación orgánica con el lector implica intentar tirar más allá del sentido de la vista y del sentido del cerebro, también con los olores, con la plasticidad. Incluso me pensé en un momento determinado en introducir dibujos, porque a mí me fascinan algunas obras de arte muy manuales. Yo tengo mucha envidia, por ejemplo, de los escultores o de los pintores, y de esos estudios donde todo está manchado de pintura. Aspiro a construir textos donde no se respire solo lo literario sino que el lector tenga la sensación de que, en lugar de leer un texto, está contemplando algún tipo de obra de arte, que tiene más texturas, aparte de la historia que se cuenta. El escritor debe aspirar a ser un artesano de la palabra.

M.G.- Daniel, pues no tengo más preguntas que hacerte. He disfrutado mucho de esta novela. Te ha quedado una novela que, como dice Pedro, el protagonista, es muy tutifruti. Te agradezco mucho que me hayas atendido y mucha suerte.

D.R.- Muchas gracias a ti, Marisa.


Sinopsis: Mosturito crece en un barrio periférico de una ciudad andaluza. Hijo de un padre maltratador que cumple condena, vive con la Tata, su tía, una mujer entrada en carnes y adicta al alcohol, que arrastra su propio historial de desengaños. Hasta ahora, Mosturito ha vivido anclado en ese barrio problemático, esquivando junto a su peculiar pandilla a los matones de la zona, que no dejan pasar ocasión de meterse con el muchacho. Sin embargo, una excursión fuera de los dominios habituales le llevará a conocer a un grupo de chicos que le van a descubrir un mundo nuevo, en el que las familias no pasan apuros para llegar a fin de mes. Eso sí, juntos deberán sortear algunos de los peligros que asolan las ciudades de los años ochenta, como la devastadora epidemia de heroína. También aprenderá a sobrellevar los primeros desengaños amorosos, y a vencer su complejo físico para hacerse con un lugar en su nueva cuadrilla. Un salvaje y peculiar relato de iniciación con punkis, mansiones encantadas y vírgenes que se aparecen en la pared.

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