Si mis cálculos son correctos y la memoria no me falla, me he sentado dos veces a conversar con Fernando Fabiani. Médico de familia, es un magnífico divulgador en temas sanitarios. En 2016 comenzó a publicar una serie de libros ilustrados centrados en los avatares que él, como médico de familia, vivía con los pacientes en su consulta. Con muchísimo humor, desmintió mitos, aclaró síntomas, compartió anécdotas, y siempre hizo hincapié en la relación médico-paciente. Ahora, tras tres libros en esta línea, Fabiani vuelve con una nueva publicación, La salud enferma (Aguilar). No aparta el humor totalmente, porque él considera que es el mejor vehículo para comunicar, y no le falta razón, pero sí se pone algo más serio para, a través de diez capítulos, centrarse en cuestiones que a todos nos atañen.
Con su habitual y cercana forma de transmitir, Fabiani nos cuenta en este libro cosas muy interesantes, que te deben hacer reflexionar. ¿Por qué miras tus síntomas en internet? Lo que a ti te pasa, ¿es realmente una enfermedad? ¿Qué papel juega el médico de familia en la vida de sus pacientes? ¿Hasta qué extremo somos capaces de llegar? No puedes perderte lo que comenta sobre la cibercondria, o sobre el nutricionismo (que no es lo mismo que la nutrición), o la dismorfia del selfie,... Fabiani te abre los ojos y te ayuda en cuestiones tan importantes y serias como nuestra salud.
Hace unos días el autor encontró un hueco para promocionar y conversar sobre La salud enferma. Os dejo con nuestra conversación. Os recomiendo que, mejor que leer esta conversación, que la escuchéis porque vais a conectar con Fernando a otro nivel.
Fernando F.- Sigo convencido de que el humor es una herramienta esencial para contar cosas importantes. Es un gran vehículo para que nos veamos reflejados y cuando uno se ve reflejado en algo, está en la situación ideal para corregirlo. Utilizo el humor como una forma de hacerlo más cercano y para que entiendas que cada uno de los capítulos están escritos también para ti. Por otra parte, el humor también me permite seducir al lector, que necesite saber cómo se resuelve esto o aquello que él también se ha encontrado.
Es verdad que es un libro con menor carga de humor que los anteriores porque, aunque intento que no se pierda el tono durante todo el libro, hay momentos con datos, con mayor profundidad. Intento que entendamos el porqué de las recomendaciones con las que termino cada capítulo. Cada capítulo acaba con unos pequeños tips con los que puedes intentar sobrevivir, en tanto que nuestra sociedad va cambiando.
M.G.- La salud enferma. Y la palabra enferma usada como adjetivo y como verbo.
F.F.- Sí, como las dos cosas. Sí, porque la salud absoluta que nuestra sociedad tiene asumida, esa salud absoluta, sin el menor sufrimiento, sin ningún tipo de patología, sin ningún dolor, sin ningún picor, es algo enfermo. Es decir, es un concepto erróneo porque eso no existe. Y como queramos pensar que existe, vamos a estar frustrados permanentemente, porque no nos vamos a sentir sanos. Esa salud, mal entendida, está enferma y, al mismo tiempo, tratar de perseguir la salud absoluta nos hace enfermar. Así que, sí, la palabra enferma como verbo y como adjetivo.
M.G.- El libro cuenta con una introducción que me ha parecido brutal. En esas primeras páginas lanzas unas reflexiones muy interesantes. Hablas de esta sociedad que idealiza el concepto de salud y también comentas que el sentimiento de enfermedad vende y no solo comercialmente, sino que también es un motor vital.
F.F.- Claro, porque resulta que nos atemorizan con poder enfermar. Te conviertes en Gollum. ¿Te acuerdas de El señor de los Anillos? Yo quiero un anillo pero tener ese anillo y, a la vez, sentir temor por perderlo hace que mi vida se vaya al traste. Yo tengo que tener salud para disfrutar de ella, pero no para protegerla con pánico a perderla ni perseguirla de manera obsesiva. Tenemos que disfrutar con hábitos saludables y, por supuesto, tengo que cuidarme. Pero mi único objetivo en la vida no puede ser intentar mantener una salud absoluta toda la vida. Eso es imposible. Porque si persigo la salud de manera obsesiva, lo que estoy haciendo es perderla. Lo digo tal cual. Perseguir la salud de manera obsesiva es la vía más rápida para perderla. Y en este conflicto vivimos todos en esta sociedad.
M.G.-Todas estas reflexiones me conducen a pensar que el hecho de estar enfermo no lo debemos magnificar, sino que es otra circunstancia más de la vida y punto.
F.F.- Claro. Es que la enfermedad convive con nosotros. Pero te voy a decir más, es que yo puedo tener enfermedades y sentirme sano. En este libro no abogo por estar sin enfermedades. Las enfermedades nos van a tocar antes o después, a unos más, a unos menos, a unos más duras de llevar, y a otros más leves. Pero enfermedades vamos a tener. Pero es que, incluso con enfermedades, te puedes sentir sano. Ese sí que es un concepto de salud que a mí me vale, porque esa es la salud de verdad.
Tengo un montón de pacientes que vienen a la consulta con enfermedades y se sienten sanos, y yo no me atrevería a llevarles la contraria. Yo convivo con mis circunstancias. Llámales circunstancias. Nosotros, como médicos, tenemos que decir si lo que siente el paciente es una enfermedad o no. Eso es problema nuestro. Pero cada paciente, y yo mismo como paciente porque también lo soy, tengo que convivir con mis circunstancias, que me limitan en unas cosas y me permiten hacer otras. Y con mis circunstancias, yo me puedo sentir sano.
M.G.- ¿Y para cuándo la Organización Mundial de la Salud va a cambiar esa definición que tiene sobre salud? Tú lo comentas en el libro. Con esa definición es imposible sentirse sano.
[OMS. La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social]
F.F.- Fíjate que a mí esa definición me genera un conflicto. Por una parte, me encanta que en la definición aparezca el concepto «mental y social». Porque la salud no es algo sólo físico y orgánico. Y esa definición es de los años 50. Que hace 75 años, para hablar de salud se incluyera también la salud mental y la salud social, eso me parece un avance brutal a mediados del siglo XX. Sin embargo, en pleno siglo XXI, se sigue sin invertir en salud mental. Y la salud social está como está. Pero es verdad que decir que la salud es un estado de bienestar absoluto a todos los niveles físicos, sociales,... Ostras, esto no lo alcanza nadie. Como se dice en el libro, que siguiendo la definición de sano, lo que se dice sano, estaré en algún orgasmo y me dura muy poco. Porque el estado de pleno bienestar mental, social, físico,... Eso, ¿dónde se vende? ¡Eso es imposible!
M.G.- En el libro recoge diez situaciones, en diez capítulos, para hablar de ciertas cuestiones. Vas constantemente poniendo ejemplos de tal manera que el lector se va a sentir muy integrado, como parte de lo que cuentas, un elemento importante. En fin, que todos esos ejemplos van a funcionar muy bien para empatizar con lo que narras en el libro.
F.F.- Sí. Me parece que eso te va a ayudar a entender. Si te dijera que en un capítulo te voy a explicar cómo se interpreta un análisis, seguramente no te interesaría. Pero claro, cuanto te cuento que estás en tu casa, que son las doce de la noche, que te llega un correo desde la aplicación de tu mutua de salud, para descargarte el análisis, y lo haces, y lo ves todo lleno de asteriscos, te empezarán a sudar hasta las pestañas. Ahí piensas que no estaría mal que supieras lo que significan esos asteriscos. Al final, el ejemplo, la descripción de la situación es para que entiendas que todas esas cosas nos afectan y para que prestes atención al capítulo.
[Si prefieres oír nuestra conversación, dale al play]
M.G.- Pues, te confieso que soy cibercóndrica. Se podría decir así, ¿no? Esto es un clásico. Esto de buscar nuestros síntomas y patologías en internet que, además, siempre nos remiten al mismo punto. Da igual lo que busquemos, siempre nos va llevar a lo peor. ¿Por qué insistimos en utilizar Google como nuestro primer médico cuando sabemos que eso es totalmente contraproduciente?
F.F.- Es inevitable que lo hagamos y de aquí a nada le preguntaremos a la inteligencia artificial. Ya se está haciendo. Fíjate cómo van cambiando las cosas. Pero yo creo que es natural, lógico y defendible el que la gente se informe. Desde el sector sanitario, ni desde ningún otro, el mensaje no puede ser que no miremos en internet. Informarse no puede ser malo. Otra cosa es que sepamos dónde nos estamos metiendo. Una vez que sabemos dónde nos estamos metiendo y miramos los resultados de una búsqueda, vamos a ver que aparecen 157.000 páginas. ¿En cuáles entras?
M.G.- En el primer o segundo resultado.
F.F.- Porque está estadísticamente estudiado que casi nadie llega a la segunda página de resultados. Sólo te fijas en los diez primeros y esos diez están ahí, ¿por qué? ¿Porque son los más fiables? No. Están ahí por el posicionamiento, por las técnicas de marketing y, a veces, por el patrocinio. Así que, cuidado. En segundo lugar, una vez que entro en la página que elijo, tengo que mirar qué tipo de página es. ¿Hay una institución detrás que me dé fiabilidad a esa información? ¿O hay un profesional detrás que me dé fiabilidad? Porque si es que no, lo mejor es que no lea nada. Y aún así, habiendo una institución fiable detrás, una vez que entre, tengo que leer la información con calma. Probablemente me encuentre una descripción de opciones, de probabilidades, donde inevitablemente hay un sesgo que tenemos todos. Y es, si yo leo en esa página muy fiable que hay nueve opciones que son muy buenas pero una es muy mala, la que va a captar mi atención es la mala. Pero no porque yo sea pesimista, sino porque es lo que temo. Y a las doce de la noche, cuando tú estás buscando tu síntoma en Google, en la soledad de tu habitación, y ves que hay una opción que es mala, es la que te hace sufrir, la que te hace perder la perspectiva. Si escuchas cascos, piensa en caballos, y no en cebras. Pues si tienes dolor de garganta a primera hora de la mañana, piensa en una faringitis, y no pienses en cosas más feas. Estos son los problemas de las búsquedas en internet. Tenemos que aprender a buscar en fuentes fiables y a mirarlo todo con calma.
M.G.- Y hablando de fuentes fiables o de fuentes no fiables, también tocas el tema de los influencers y de Instagram, donde se da mucha información. La gente se cree todo a pies juntillas. Eso es un peligro.
F.F.- Bueno, sobre el uso de redes sociales, hay una estadística a nivel nacional que demuestra que aproximadamente siete de cada diez personas que estamos en redes sociales seguimos a uno o varios influencer. Hasta aquí bien. El tema es que ese mismo estudio dice que le damos una alta credibilidad. Todo lo que nos dice esa persona, independientemente de a qué se dedique, nos lo creemos. Es decir, si tú sigues a un influencer porque explica rutinas de ejercicios pero mañana te recomienda que te tomes un complejo vitamínico, o que te pongas una crema para los granos, o que vayas a ver una película, le das la misma credibilidad a todo. Hay que distinguir. Yo sigo a muchos compañeros, gente que admiro, nutricionistas maravillosos y que son auténticos influencers. Si los sigues para asesorarte sobre nutrición, es de lo mejor que puedes hacer en tu vida para cuidar tu salud. O sea, no es un «no» a los influencers. Lo que tenemos que hacer es ser conscientes de que nos llega mucha información y que tenemos que poner ciertos filtros.
Hay una premisa que es muy sencilla. Si la misma persona que te orienta sobre tu salud, sea en redes sociales o en una página web, te está vendiendo un producto a la vez, ten cuidado porque hay cierto conflicto de interés.
M.G.- Las colaboraciones pagadas, que se llaman.
F.F.- Mucho cuidado con la publicidad encubierta. En ese caso, el problema no está en que consumas un producto, que ya tiene un coste para ti. El problema está en que las redes sociales te pueden hacer sentir enfermo y por eso terminas consumiendo el producto.
Me estás hablando de Instagram, una de las redes más utilizadas ahora mismo. Pues ya hay estudios que analizan cómo repercute Instagram a nuestra salud mental, sobre todo en los adolescentes, que son los que más la utilizan. Nos repercute a todos los niveles y disminuye nuestra autoestima, nos genera problemas de conciencia, de imagen corporal,... Los complejos que todos tenemos se ven ahora multiplicados por la visibilidad en las redes sociales. Incluso, está llegando gente a las clínicas de cirugía estética, no ya con la foto de una actriz famosa, sino con una foto propia a la que le ha aplicado un filtro. Eso tiene un nombre. Se llama dismorfia del selfie. Es decir, me he acostumbrado a verme con filtros, que me hace la cara más afilada, que me pone pequitas, que me pone la nariz más puntiaguda,... Y empiezo a identificarme más con mi imagen filtrada que con mi imagen real. Y tanto es así, que quiero parecerme a mi yo filtrado. Esto es una realidad y con esto no digo que no se utilicen las redes sociales. Yo soy un fan de las redes sociales, pero creo tenemos que ser conscientes de qué riesgos tiene para nuestra salud.
M.G.- Esto que me estás contando es espeluznante.
Bueno, también hay que tener en cuenta que hay cosas que consideramos enfermedades cuando no lo son.
F.F.- Sí, la no enfermedad o convertir en enfermedad lo que no es. A día de hoy fácilmente podemos ver que se habla mucho del síndrome pre-menopausia. Síndrome es una enfermedad y, que yo sepa, todas las mujeres, si viven lo suficiente y lo esperable, lo lógico es que, al igual que un día les vino la regla, otro día se les retire. Pero eso no es una enfermedad. Podrá tener molestias, incomodidades pero no es un síndrome. Pero eso no quiere decir que no merezca atención su circunstancia, pero no hay que hacerla sentir enferma. Simplemente es un proceso natural. ¿Acaso el envejecimiento es una enfermedad? ¿Por qué hay medicinas antiaging? Envejecer no es una enfermedad. Claro que, con 90 años te saldrán cositas porque no conozco a nadie de esa edad que se mueva como uno de 15. Nada de eso son enfermedades. Nos empeñamos en encontrarle un nombre a todo, buscar un diagnóstico a todo porque queremos cargar la mochila con diagnósticos, a medida que vamos cumpliendo años.
Ahora también nos enfrentamos a un problema de medicalización de la vida. Porque, ¿cuántos problemas que hoy día catalogamos como problemas mentales son simplemente la propia vida? El saco de la salud mental es muy grande y, por supuesto que requiere mucha atención, mucha inversión y recursos, pero cuidado porque, a veces, esos supuestos problemas de salud mental son sólo problemas sociales. Por ejemplo, pasar una mala racha económica y no llegar a final de mes; que la coordinadora de tu trabajo te tenga explotada; que una persona de tu familia esté enferma;... Todo eso hace que te angusties, que sufras, que no duermas, que estés intranquila, que no tengas apetito. Y si quieres buscar un diagnóstico a todo eso podemos hablar de trastorno de adaptación, de ansiedad, de insomnio,... Le podemos poner mil etiquetas. Pero lo que te pasa es una preocupación lógica por algo que te está ocurriendo. Y ese malestar, ese sufrimiento, no se arregla con pastillas ni con psicoterapia.
Estoy cansado de escuchar eso de que el psicólogo le viene bien a todo el mundo. Mire usted, pues no. Afortunadamente no hay que ir al psicólogo a hacerse una ITV. Si llega un momento en el que me hace falta un psicólogo o una psicóloga, perfecto, porque hacen una labor estupenda. Pero eso de que todos tenemos que ir al psicólogo, pues no. Igual que no todos tenemos que ir al médico, o al fisioterapeuta. Y lo peor es que la búsqueda de un psicólogo responde a veces a algo perverso, a algo que te genera la sociedad. Porque alguien te dice que deberías saber gestionar lo que te está pasando. O sea, ¿me estás diciendo que tengo un montón de marrones en mi vida, que esto no hay quien se lo trague, que estoy pasando una racha terrible, y que el problema es mío porque no lo sé gestionar? ¿Que tengo que ir a un psicólogo para que me ayude a gestionar que mi jefe es para matarlo? Pues mira, menos psicólogo y más sindicato. Porque hay mucha gente con problemas laborales serios, que trabajan el doble de horas de las que cobran, en unas condiciones que no deberían ser, y que llegan a las consultas con ansiedad, con angustia, con fobias, con insomnio. ¿Y qué hacemos? Los mandamos a todos al psicólogo. Pero, a lo mejor, lo que habría que hacer es revisar la situación laboral de esa empresa. Esto es algo que me pasa mucho en la consulta. Pacientes que llevan un tiempo de baja por circunstancias insostenibles y me cuentan que en su empresa, la mitad de los trabajadores están igual. El problema está en que el sistema sanitario es el desagüe de todos los problemas sociales, a los que no se les da otra solución. Al final, a mucha gente, lo único que les queda es hablar con su médico de familia. Es una de las virtudes que tenemos. Ahí estamos para lo que necesiten pero, como médico, ves que se le está tratando de dar solución desde la salud a problemas que son sociales, problemas que no son puramente médicos. Pero para resolverlos de manera correcta hacen falta recursos.
M.G.- Y, al hilo de lo que comentas, de esas enfermedades que no lo son, también mencionas que solemos tener un nuevo síntoma cada cuatro días y hablas también de la hipervigilancia y nos propones que apliquemos el PTI. ¿Qué es eso?
F.F.- El PTI es maravilloso. A ver, seamos conscientes de que tenemos muchos síntomas. Aproximadamente, un adulto tiene un síntoma cada cuatro días, así que puede ser que, en una semana, te toquen dos. Habrá semanas que sean mejores y semanas que sean peores. Pequeños síntomas, pequeñas cositas. Pero, si a todos los síntomas les prestamos atención, no nos queda tiempo para vivir. O estamos atentos a los síntomas o vivimos, pero las dos cosas a la vez es muy difícil. ¿Y qué tenemos que hacer con los síntomas? Bueno, pues prestarles la atención justa y esto lo podemos ver de dos maneras. Una, como te propongo yo, con el PTI -paciencia y tolerancia a la incertidumbre-. Si te pincha la espalda, pues paciencia porque, a lo mejor, mañana ya no te pincha. Y mucha tolerancia a la incertidumbre porque, si te sigue pinchando y no sabes qué es, no te alteres. Hay que aprender a vivir con no saber exactamente la causa de todo. No tienes que saber al 100% el porqué de lo que te está pasando.
Y luego, la otra manera es la de mi madre. Mi madre tiene cuatro hijos. Ella sabe lo que es tener hijos y criarlos. Algunas veces, cuando se enteraba de alguna trastada que hacían mis hermanos o yo, ella decía que una madre se da cuenta de todo pero no siempre se da por enterada. Eso es lo que podemos hacer también con los síntomas. Tú te vas a levantar por la mañana y vas a notar que te duele la garganta, que tienes un poco de mocos, que estás ronca,... De todo eso te vas a dar cuenta pero no te des por enterada, no le prestes atención. Hay que prestar atención únicamente cuando realmente se requiera porque el síntoma se vuelva más intenso, porque evidentemente tengas datos para pensar en gravedad, o porque se prolongue en el tiempo. Así que llamémosle PTI o llamémosle sabiduría materna, pero cualquiera de las dos creo que nos da la misma clave.
M.G.- En una parte del libro hablas de los niveles de atención arterial, que han ido variando con el tiempo. Ha pasado lo mismo con el umbral del colesterol. Antes era más alto y lo han bajado. ¿Por qué lo que hoy es normal, mañana no lo es?
F.F.- Te diría que no siempre hay la suficiente evidencia científica detrás de esos cambios. Y aquí, no lo olvidemos y no nos engañemos, hay un poder importante de la industria farmacéutica. Si yo mañana bajo diez puntos la cifra de colesterol normal, si digo que el límite es 220, pero mañana nos reunimos y decidimos que el límite es 200, al bajar 20 puntos, inmediatamente y de manera automática, he hecho que tenga el colesterol alto, millones de personas en el mundo, que ayer lo tenían normal. Todos los que ayer tenía 215 de colesterol y era normal, hoy lo tienen alto. Ostras, ¿acaba usted de crear millones de potenciales pacientes con colesterol alto? Sí. ¿Por qué? Porque he movido la rayita de la cifra normal. Y esto tendría sentido si gracias a esa modificación se toman medidas que realmente demuestran que van a mejorar tu salud, pero esas medidas no siempre están detrás. De hecho, hay guías que dan una cifra y guías que dan otra. Por lo tanto, hay que ser muy estricto con la aplicación de estas cosas, porque a veces pequeños cambios de parámetros crean legiones de pacientes por un cambio de paradigma. Y por eso hablo en el libro de muchas cosas, pero a los primeros a los que doy mucha caña es a nosotros mismos, a los médicos. No debemos de etiquetar de enfermos a personas que, a lo mejor, no lo son, porque eso tiene consecuencia a nivel de vivencia, a nivel de tratamiento, y hay que ser muy estrictos.
La hipertensión, en sí misma, no es una enfermedad. Es un factor de riesgo, pero la asumimos como enfermedad. ¿Qué significa factor de riesgo? Pues que tener la tensión alta y no se controla, aumenta el riesgo de que, con el paso de los años, tengas algunas complicaciones, como problemas cardíacos, problemas cerebrales,... Perfecto. Tengo que controlar la tensión para prevenir una enfermedad. O sea, estamos en una fase de prevención de enfermedad. Pero automáticamente asumimos que la hipertensión en una enfermedad, bailamos la cifra, y olvidamos cosas importantes. Pero si es que haciendo ejercicio, bajando de peso, y disminuyendo el consumo de alcohol, la tensión baja de media a dos puntos. No lo olvidemos.
M.G.- Otros capítulos interesantes del libro. Supermercados que parecen farmacias y farmacias que parecen supermercados. Y es verdad que, en estos establecimientos, nos llaman la atención ciertos productos que se suponen que mejoran nuestra salud y lo mismo, no es así.
F.F.- En un supermercado, todos los embalajes de los productos están orientados directamente a condicionar nuestra compra, por cuestiones de marketing. Nos hacen pensar en enfermedad, nos hacen pensar en prevenir enfermedad, o en aliviar una enfermedad. Y por lo tanto, al hacernos pensar en esto, condiciona nuestra elección. Por ejemplo, cuando tú quieres elegir un yogur, tú quieres un yogur y ya, pero ves que lo primero que te dice la industria es: ¿qué enfermedad quiere usted mejorar? ¿Usted quiere que el yogur le suba las defensas, le fortalezca los huesos, le baja el colesterol, le ayude a ir al baño? ¿Qué yogur quieres? Pues yo solo quería un yogur para comérmelo de postre, con una frutita. No, no, tienes que elegir una enfermedad para saber qué yogur elegir. Eso me parece perverso. Yo vengo a comprarme un yogur y ya está. Pues esa amenaza de la salud lleva a condicionarnos con algo preocupante. Y los mensajes intentan hacer aparentar como saludable un alimento que no lo es. Eso se consigue con los productos «con» y los productos «sin». Es decir, tú piensas que un producto es saludable por el hecho de que le hayan quitado o puesto algo.
Los nutricionistas lo dicen muy claro y lo explican muy bien. Ellos dicen que tenemos que tener cuidado con lo que se llama nutricionismo. Se trata de no ver el valor integral del alimento, sino de asumir que ese alimento es bueno o malo por un nutriente concreto. Eso no es así. Hay que mirar el conjunto. Si tú mañana quieres comprar una crema de cacao para untar, buscas una que no tenga aceite de palma. Y lo ponen en grande, «sin aceite de palma». Tú ves eso y piensas que esa crema es buenísima porque no lleva aceite de palma, algo que llevas escuchando que es muy malo. ¿Y está bien que no lleve aceite de palma? Sí, muy bien. ¿Pero eso lo convierte en una opción saludable como merienda? Pues no, porque no lleva aceite de palma pero sí lleva otros ingredientes perjudiciales, azúcares, grasas saturadas,... ingredientes que no son recomendables tomar, salvo excepcionalmente. Aunque yo le quite un ingrediente, eso no convierte el alimento en saludable.
Por otro lado, es que también, a veces, hay trampas. Por ejemplo, los productos sin azúcar. Lo ponen bien grande en la etiqueta. ¡Qué bien, sin azúcar! Pero claro, si le quitan el azúcar, el alimento se vuelve triste, así que le añadimos un montón de edulcorante y grasas. Por lo tanto, aunque ponga sin azúcar, no quiere decir que sea saludable. Por mucho que le quites, lo que realmente deberías quitar es la bollería industrial. Pero lo mismo pasa con el «con». Lo vemos en un montón de alimentos destinados para los niños. Esto me parece especialmente cruel porque esas madres, preocupadas por la salud de sus hijos, van al supermercado y empiezan a encontrarse productos no saludables como galletas, cereales de desayuno, bollería, con mensajes de «con cinco vitaminas e hierro». Y esa madre piensa que eso es buenísimo para su niño. Pero es que, por mucho que tú le añadas vitaminas a algo no saludable, va a seguir siendo no saludable. Las vitaminas están en la fruta. No hace falta que te las comas de un bollo.
M.G.- Fernando, pero yo digo una cosa. Si hay productos que, por ejemplo, van destinados a bajar el colesterol y no lo bajan, ¿ahí nadie mete mano? ¿Las organizaciones sanitarias no hacen nada al respecto?
F.F.- Bueno, lo primero que debemos hacer es ser conscientes de que, para mejorar nuestra salud, no hace falta ningún producto con un logo. Hay que irse al mercado. Tú vas al mercado, vas a tu frutero de referencia, y le preguntas qué hay de temporada. Y te dice, pues la sandía, los melocotones, las uvas,... Y luego te vas a por verduras y lo mismo. Y de ahí, a la pescadería. Y luego a por legumbres,... Ahí está la esencia de la salud. Porque, cuando nos metemos en el mundo del etiquetado y los reclamos, debemos tener cuidado. Cuidado porque, además, hay mucha letra pequeña. De hecho, hay que coger una lupa, y los que tenemos cierta edad, ya ni eso. Se están poniendo de moda las app para leer etiquetas. Y está bien leer etiquetas pero si tenemos que leer muchas etiquetas, igual es que estamos comprando mucho producto etiquetado.
En esto que te comento hay mucha estrategia. Por ejemplo, imagina que quieres añadir un micronutriente a un alimento, uno que ayude a mejorar nuestro sistema inmunitario. Imagínate que añado un 15% de vitamina B6, reconocida por instituciones europeas como necesaria para el normal funcionamiento del sistema inmunitario. Si hago eso, puedo poner en el embalaje que ese alimento ayuda al normal funcionamiento del sistema inmunitario. Y si hago un poquito más la trampa, digo que te suben las defensas. No es lo mismo, pero me escapo un poco de la normativa. Pero vamos, que vitamina B6 tiene un plátano y no le hace falta etiqueta. Así que, hecha la ley, hecha la trampa. Son afirmaciones legales, pero poco éticas.
M.G.- Cuentas muchas cosas interesantes en este libro, Fernando. Otra cuestión que me gusta que menciones, el pensamiento positivo. No puedes obligar a la gente a tener un pensamiento positivo simplemente porque no debes estar agobiado.
F.F.- Las tazas de desayuno lo aguantan todo. Y los sobres de azúcar, también. Esto es psicología barata que, en vez de ayudarte, lo que hace es que te sientas peor. Aunque si a ti te ayudan de manera natural, pues perfecto. Si eres un optimista patológico y todo lo malo eres capaz de verlo bueno, pero de manera innata, ¡ole, por ti! Pero, si no te sale, forzarlo no funciona.
M.G.- No funciona, no. Bueno, Fernando, lo dejamos aquí. Como siempre, un placer. Y nos vemos en el próximo.
F.F.- Por supuesto.
Sinopsis: Vivimos bombardeados por mensajes que nos hacen sentir enfermos. Todo lo que nos rodea nos insta a tomar medidas para mejorar nuestra salud, desde los relojes inteligentes, pasando por los anuncios de productos saludables -y no tanto- o los chequeos de salud hasta el propio buscador de Google, a quien consultamos sobre nuestros síntomas aun a riesgo de empeorarlo todo.
La enfermedad vende y, si el precio es que dejes de sentirte sano, lo vas a pagar. ¿Tienen esa capacidad? No lo dudes. La trampa es perfecta: una sociedad que idealiza la salud y, al mismo tiempo, te hace sentir enfermo. ¡Ahora vas y lo gestionas!
El doctor Fernando Fabiani alza la voz contra esta obsesión con la salud perfecta y nos invita a analizar cuánto de verdad y cuánto de negocio hay en cada uno de los mensajes, reclamos y recomendaciones que unos y otros nos aconsejan integrar en nuestro día a día con la excusa de mejorar nuestro bienestar.
¿Estás dispuesto a rebelarte? Tu salud va en ello.
Buenos días, Marisa.
ResponderEliminarQué tema tan divertido y preocupante a la vez. Es cierto que todos consultamos nuestros síntomas en Internet. No obstante, hay personas que lo hacen con tanta fe que su vehemencia parece patológica. Muy interesante la entrevista, y muy apetecible esta lectura que nos traes. ¡Muchas gracias!
Un saludo!!
No suelo leer libros de ensayo sobre la salud, pero éste me parece muy interesante. A veces veo los carros de la compra que descarga la gente en las cajas y me dan escalofríos. Y yo soy de las que leen etiquetas a ver si tiene esto o carece de aquello lo que compro. Aunque suelo comprar pocos productos con etiquetas. Apunto el libro.
ResponderEliminarUn beso.
Acabo de conocer el término "cibercóndrica"... Y también lo soy. ¿Quién no lo hace? Y lo de la dismorfia del selfie también me ha asustado. ¿Hasta dónde estamos llegando? Una entrevista muy interesante. Tomo nota del libro.
ResponderEliminarBesotes!!