Escritoras es de esos libros que se disfrutan doblemente. Por un lado, por el descubrimiento o la profundidad que suponen. Entre las páginas que firma Carmen G. de la Cueva, transitan mujeres como Carmen Baroja, María de Maeztu, Elena Fortún o María Lejárraga, entre otras. Y es una delicia ir leyendo, a la par que te vas fijando en la bellísimas ilustraciones de Ana Jarén.
Ambas autoras pasaron por Sevilla hace una semana y al resguardo de una preciosa librería, mantuvimos una conversación sobre este volumen, un proyecto que nació en un momento de crisis, cuando Carmen, estrenada en su maternidad, se separa de su pareja. Al margen del grueso del libro, de la posibilidad de asomarnos a la vida de todas aquellas mujeres que nos allanaron el camino y poder verlas en otra faceta distinta, las páginas introductorias de este volumen, en el que Carmen se sincera, me han parecido hermosas y valientes. Escritoras se une a mi colección de libros ilustrados. Este género cada vez que me depara más y más sorpresas. Os dejo con la conversación.
Marisa G.- ¿Qué tal? ¿Cómo estáis? ¿Estáis bien? ¿Todo bien?
Carmen G.C.- Sí. Muy contentas. Nos están tratando tan bien. Y contentas por la segunda edición.
M.G.- Qué bien, ¿no?
Ana J.- Sí, lleva solo unas semanas en la calle y ya vamos por la segunda.
M.G.- Pues felicidades. Y tengo que felicitaros también porque el libro es una absoluta preciosidad. Es una maravilla. Es de esos libros de los que siempre digo que gusta tenerlos en la librería, como una joya.
C.G.C.- Sí, a los que nos gustan los libros, queremos conservarlos, atesorarlos y...
A.J.- Y tener varios del mismo. En mi caso, yo tengo ediciones de Emma de distintas editoriales porque me chiflan.
C.G.C.- Yo también. De Un cuarto propio tengo, por los menos, siete.
A.J.- Claro, es que es muy bonito.
M.G.- Sí, sí. Bueno, vamos a entrar en materia. Carmen, no es la primera vez que nos regalas libros sobre mujeres ni libros ilustrados. Es decir, ¿tú apuestas siempre por la combinación entre texto y dibujo?
C.G.C.- Bueno, eso no es una decisión mía, enteramente. Me encanta hacer libros ilustrados, desde luego. Hablaba con Ana de esta cuestión. ¿Un libro, por ser ilustrado, es menos libro, es menos profundo o menos riguroso por tener ilustraciones? En este caso se ve que no. Pero sí que es cierto que en el mundo literario o cultural, a veces el libro ilustrado no tiene tanto prestigio ni reconocimiento.
M.G.- ¡Error!
C.G.C.- Es un error, por supuesto, pero es así. Con el primer libro, Mamá, quiero ser feminista, yo lo concebí ilustrado porque quería fuera así. Fue en 2016, cuando estábamos empezando a hablar de feminismo, y empezamos a sentirnos cómodas con la palabra. Quería que ese libro llegara a mucha, mucha, mucha gente y a muchas chicas jóvenes, a las que les diera también incluso miedo la palabra feminista. Y sentía que las ilustraciones lo podían hacer más hermoso, más cercano. El de Simone de Beauvoir, bueno pues como que se concibió así también. Pero este da un salto porque lo que ha hecho Ana es otra cosa. Aquí el texto y las ilustraciones tienen un peso muchísimo más equilibrado.
M.G.- Ana, tú empezaste, por lo que sé, en el mundo de la moda. Y no sé si sigues en ese tema o los has aparcado por centrarte un poco en la literatura.
A.J.- Que va, yo soy como Paquita Salas 360. Yo hago de todo. Hice publicidad y estuve trabajando cuatro años en un despacho de comunicación de moda. Ahí vi que la gente vivía de su creatividad. A mí siempre me había gustado pintar. Así que empecé a levantarme temprano y, antes de irme a trabajar, pintaba; cuando volvía del trabajo, pintaba; y poquito a poco empezaron a salir los primeros encargos. Evidentemente, en ese momento no me lo planteaba, pero el dibujo fagocitó la otra versión mía, la profesional. Me alegro mucho de que haya sido así.
A raíz de aquel momento, me convertí en ilustradora. Llevo ya unos trece años, o una cosa así. Y lo bonitísimo de lo que hago es que hago de todo. Esa diversidad me da mucha felicidad. Lo mismo hago un puzle, que hago un libro, que ilustro un libro en el que tengo que pensar de una forma distinta y, a la vez de todos estos proyectos, son muchos también, de manera que tengo que organizar mi día de una manera muy óptima para que todo salga a tiempo.
M.G.- Carmen, cuentas en las páginas iniciales cómo se gestó este proyecto. De los momentos de crisis salen buenas ideas.
C.G.C.- Bueno, eso o te tiras por la ventana, ¿no? No era solo el momento de crisis concreto, sino los años previos en los que la escritura había estado en un lugar muy secundario en mi cotidianidad, pero muy presente en mi pensamiento.
En ese momento de la separación, con mi niño chiquitito, escribir tenía la doble aspiración de la supervivencia económica. Es decir, un libro implica un adelanto; implica tener dinero para salir de esa casa y poder pagar un alquiler, teniendo un niño pequeñito. Pero también suponía un proyecto en el que pensar, en el que centrarme, en el que volver a confiar en la escritura. Cuando pienso en mí, pienso en la escritura. No me concibo sin escribir, pero la maternidad me había apartado tantísimo de ello, que la desconfianza hacia mi voz era muy, muy grande. Todo eso tenía que estar al principio del libro, porque creo que es importante que sepamos cómo se gestan los proyectos, sean del tipo que sean. Es importante mostrar la vida de las mujeres que hay detrás de todo lo que vemos, cuáles son las luchas, las dificultades,... ¿Qué mujer no se ha sentido así en algún momento, dejando de lado lo que quería hacer, porque la vida la ha empujado hacia otro lado?
M.G.- ¿Y cómo os conocéis, Ana? Esta colaboración, ¿cómo surge?
A.J.- Pues surge fríamente porque ha sido de la manera más standard, pero luego ha crecido en algo muy bonito.
A mí llama Lola, la editora, una persona con la que yo estaba deseando trabajar, y me resume un poco la idea que tiene del proyecto que está gestando con Carmen. Me dijo que había pensado en mí para las ilustraciones, pero que querían ver una muestra antes porque había que hacer un trabajo de irse a otra época. Mi trabajo es muy actual y colorista, y tuve que hacer el ejercicio de trasladarme a finales de siglo, a los años 30, fijarme en otros contextos, en otros edificios, en otro todo.
Fui recibiendo el texto e iba mandando como conjuntos de ilustraciones que estaban gustando mucho. Cada vez que hablaba con Lola, la notaba muy emocionada y más me crecía. Ella, si no le gusta algo, te lo dice. Lo bonito es que todo ha quedado muy cerrado. Siento que el texto y la imagen se complementan, no es redundante, que eso para mí era algo muy importante. El dibujo no está generando ruido, sino aportando. Y ahora, el momento promo también está siendo una delicia, porque ya esa profesionalidad ha trascendido y es muy agradable poder compartir todo esto con Carmen y ver nuestro hijito, hijita.
M.G.- Cuentas en el libro, Carmen, que tú no haces una biografía al uso de las escritoras que vamos a ver en estas páginas. Querías hablar de estas mujeres de una manera sencilla para que cualquiera que se acerque a este libro, sabiendo o no sabiendo nada de estas mujeres, pudiera sentirse hermanada con ellas.
C.G.C.- El peligro de un libro como éste es volver a caer en la sucesión biográfica. La semana que viene, que es el 8M [la entrevista tuvo lugar el pasado 2 de marzo], vamos a ver un montón de reportajes, tanto en prensa como en tele, de las mujeres que tienen que estar, de ahora o de antes. Y nos van a contar las cuatro cosas que hicieron, y las cuatro cosas que sabemos. Yo quería ir más allá porque ya teníamos textos de ese tipo. Quería contar todos los hilos, la trama, lo que había entre ellas, si se conocían, se leían, se acompañaban, se apoyaban. Lo cotidiano, lo que hacía que tú cuando lo leas, sientas que las conoces o que pueden tener una relación parecida a la que tú has tenido con tus amigas, con todas las diferencias, por supuesto, de tiempo y de espacio.
Quería que el texto te interpelara, te hiciera querer seguir leyendo, te llevara a pensar en tu propia vida y te empujara a seguir investigando. Es decir, que tú lo cierres y te vayas a una biblioteca, y quieras leer las cartas a las mujeres de María Lejárraga; o quieras leer la biografía de Carmen Laforet de Anna Caballé; o quieras leer la correspondencia de Elena Fortún; o Entrevisillos de Carmen Martín Gaite. Eso es lo que quiero y eso no se consigue contando nació aquí, murió aquí, y en medio hizo estas cuatro cosas, sino dándole vida, carnalidad, contando lo mal que lo pasaron, pero también todo lo que se rieron y disfrutaron.
[Si prefieres escuchar nuestra conversación, dale al play]
M.G.- Porque tú te centras más en el papel de la mujer, de las relaciones con otras mujeres, más que el papel de la escritora. Lo que han escrito, lo que hicieron literariamente está muy trillado. Te centras en lo más personal. Además la palabra «amistad», que figura en el subtítulo, tiene un peso específico en este libro.
C.G.C.-Obviamente, la amistad era una de las ideas que tenían que articular este libro, precisamente por lo que te digo, porque las conocemos de manera independiente, como islitas. Pero no sabíamos del todo, ni siquiera yo sabía hasta dónde llegaba la amistad de alguna de ellas. Por ejemplo, sabíamos que Elena Fortún era la autora de Celia, que se exilió, que se escribió cartas con Carmen Laforet, pero no sabíamos que, gracias a María Lejárraga, empezó a publicar Celia. Fue María Lejárraga la que la animó a escribir. Quizá, sin la figura de María, no solo como autora sino como amiga, hoy no tendríamos a Fortún. Es que eso es muy importante y yo no lo sabía. Lo sé desde hace algunos años, pero me consta que la mayoría de la gente no lo sabe. Y es eso lo que hay que conocer, para que nos demos cuenta de que la historia de las mujeres no es una cosa que sale de la nada y que aparece cada cierta década, de manera aislada. No era así. Eran unas mujeres que trabajaban juntas, que se conocían, que se iban de fiestas, que además montaban espacios, porque sabían de la necesidad que había de crear esos espacios, como María de Maeztu, con la residencia de señoritas o el Lyceum Club. Se conocían todas.
Elena Fortún fue a la residencia de señoritas a estudiar documentación y biblioteconomía. Esos estudios le sirvieron luego cuando se exilió en Argentina. En la residencia fue profe de esa materia durante un tiempo. Allí conoció a otras mujeres con las que luego, en el exilio, seguiría hermanándose. Hay que contar todo lo pequeñito, las entretelas de la vida.
A.J.- ¿Esto no es lo que se llama sinergias, ahora? Tú piensa. En el momento en el que tú empiezas a moverte, a socializar, y a juntarte con personas que son susceptibles de que tengan tus mismos intereses, de ahí salen cosas.
C.G.C.- Claro, eso es lo que le pasó a Fortún cuando llega a Madrid. El marido era el escritor, el que conocía al marido de Lejárraga en el teatro. De repente, claro, las mujeres con las mujeres, y los hombres con los hombres. Y una le cuenta a la otra que tiene un cuaderno, que escribe notas sobre sus hijos,... Y Lejárraga le pide que le enseñe el cuaderno. Ella estaba en el centro, aunque no publicaba con su nombre, y tenía muchísimos contactos. Era la dramaturga de la época, aunque bajo el nombre de Gregorio Martínez Sierra. Lejárraga podía ayudar a Fortún. Y la ayudó porque en realidad, en aquel momento, publicar literatura infantil era algo inofensivo. Pero ahora, coge tú Celia en la Revolución. Tienes ahí la novela sobre la guerra civil más potente que hay, contada además por una persona que la vivió.
Ana lo dice siempre, Fortún fue la escritora que más le costó ilustrar porque hay menos fotografías, porque se la ve como muy pequeña, muy frágil. Pero era una mujer apasionada y vitalista. Eso es lo que yo quiero contar.
M.G.- Y Ana, has comentado antes que tus ilustraciones no pretenden repetir lo que Carmen cuenta en el texto, pero también tienen cierta simbología, ¿no?
A.J.- Mucha simbología. Era como un objetivo que yo tenía al empezar el libro. Quería hacer algo simbólico y emocional, que evocara. A pesar de que intento que se contextualice, también quiero que volemos, y que nos lleve a un mundo más real, maravilloso, más mágico.
Tenemos el tema de las flores, algo muy recurrente. Las flores de la portada, por ejemplo, son margaritas. La margarita es una flor que solían regalarse las amigas. Una flor muy sencilla. Quería que tuvieran presencia. Lo mismo con los claveles. Tenemos también mariposas, que simbolizan los deseos, porque este libro está repleto de deseos. Hay pájaros, y ansias de volar, y de libertad.
También hago mucho hincapié en el tema del detalle. Si tú quieres ver una ilustración un poco más de cerca, vas a encontrar nuevas miradas. También el tema de la costura a mí me tocó especialmente. Quería homenajear esas mujeres que se habían pasado horas cosiendo, bordando. He intentado no solo pintar, sino también coser y bordar. Muchas de las ilustraciones que podría haber resuelto de una manera mucho más rápida, igual de estética, he hecho las puntadas. Por ejemplo, el nombre de los capítulos o la manta de patchwork. El patchwork es una actividad que suele realizarse en grupo. Y cada cuadradito, pues tiene un significado, asociado con lo que vamos a descubrir a lo largo de todo el libro. Ahí tenemos el libro en blanco, que es el libro que tenían en la cabeza, pero que no escribieron. Las cartas son las correspondencias. El boli, por lo que escribieron. Los hilos, la margarita, el matrimonio, las ganas de volar, el feminismo, la maternidad, la cocina y lo que quedaba por venir. Si te fijas, todo esto son puntaditas. Para mí era muy importante ese tipo de preciosismo. Lo relaciono con un encaje de bolillos, con una filigrana, una reivindicación de la artesanía, del oficio. Y me apetecía mucho que estuviera aquí.
M.G.- Y Carmen, hablas de muchas mujeres, por ejemplo, Emilia Pardo Bazán, Carmen Baroja, María Lejárraga,... ¿Había más mujeres en la idea originaria de este libro? (Ríen las dos)
C.G.C.- Bueno, sí, sí. No me lo preguntan siempre y me gusta esta pregunta. Al final tienes que elegir porque, en realidad, el libro iba a ser más corto, incluso. Lola la editora lo dijo en la presentación, que tuvo que pedirme que me contuviera mucho.
Llevo investigando y leyendo a estas autoras muchos años. Para mí, la historia de la vida de las mujeres y de la escritura de las mujeres tiene que ver con mi propia infancia, con escuchar a las mujeres de mi familia, las historias de la guerra. Es algo que ha estado siempre en mí.
Lo que hice fue coger un A3, pegarlo en la pared, y hacer como un árbol por periodos. Empecé por el siglo XIX, principios del XX, segunda mitad del XX. Puse nombres y luego dibujado flechitas y ramificaciones. Esta conoció a esta y a esta,... Esta era amiga de esta. Esta estaba en el liceo pero no en la residencia. Todo así. Tenía para tres libros, mínimo.
Tuve mucha ayuda. Por ejemplo, pregunté mucho a Nuria Capdevila y a María Jesús Fraga porque ellas son investigadoras de ese periodo. Y yo cada vez tenía más nombres. Y hubo un momento, antes de empezar, que estaba agobiada. Las que están han sido elegidas porque son las que más me interpelaban pero era importante nombrar a muchas otras. Son muchas también las que se han quedado fuera. Por ejemplo, de la parte catalana, se han quedado fuera muchas cosas y muchas mujeres que no eran burguesas, todas esas asociaciones obreras.
A.J.- Tú imagínate toda esa información que me llega al principio, cuando todavía no está todo totalmente cuajado. A mí empiezan a caerme nombres y a la mitad no las conozco. ¿Qué digo a la mitad?
C.G.C.- Yo sabía lo que quería contar pero claro, Lola me pedía que le diera nombres para que Ana fuera investigando. Y le mandé mi árbol, unas cinco páginas, pero no era un listado de nombres sino muchas ramificaciones. Así era más difícil ubicarlas porque no de todas hay documentación. Y la que hay es académica, es decir, tesis doctorales, publicaciones del año chimpún, que estaban en una biblioteca perdida. Fue detectivesco.
M.G.- Total, Ana, que tú has aprendido un montón.
A.J.- ¿Yo? Una barbaridad. Te lo digo, me siento mucho mejor. A mí me llega esto y lo primero que me ocurre es ser consciente de mi incultura y de mi falta de ganas de saber. Conocía algunos nombres pero otros no. No tenía ni idea de quién era Carmen Baroja, sin embargo, sí sabía quién era Pío.
Me parece un libro muy necesario, porque yo, que me consideraba una persona actual, me ha hecho ser realmente actual y tengo muchas ganas de seguir sabiendo, de seguir tirando del hilo. A raíz de este proyecto he ido a más exposiciones, he visto más documentales, tengo muchas ganas de leer obras de ella. Me ha despertado una curiosidad que yo no sabía que tenía. Me parece un libro muy necesario para todos, para que veamos lo que teníamos y no se sabía.
M.G.- Claro, son mujeres que trazaron el camino que andamos todas ahora.
A.J.- Evidentemente, claro. Yo estoy muy agradecida. Me siento en mi mesa a pintar porque muchas mujeres fueron muy molestas hace muchos años y gracias a que eran molestas, yo puedo dedicarme a lo que me dedico, de la manera en la que lo hago, con el confort que lo hago. Te digo que no todo el monte es orégano, pero tengo muy presente donde estoy y por quien estoy.
M.G.- Hay una frase muy bonita en las primeras páginas que dice: «Una mujer que escribe tiene que pelearse con toda una tradición de silencio y con el desdén de los otros. Esa lucha debe apostar siempre por su propia voz». Me parece una frase que resume perfectamente todo lo que las mujeres han estado haciendo y seguimos haciendo.
C.G.C.- Ese texto inicial lleva escrito muchos años, cuando me hice madre. Es un texto al que yo le iba añadiendo cosas, según me iba viniendo mi propia experiencia, mientras miraba a las mujeres de mi entorno. Es un texto que mira hacia atrás, hacia estas generaciones de mujeres y lo difícil que lo tuvieron, pero está escrito desde el presente, y mira también hacia el futuro. Para que mañana, literalmente mañana, cuando te sientes a escribir, te sientes a pintar, te sientes a operar, tengas esa confianza en tu voz. A pesar de lo económico, de las condiciones materiales, de la estructura familiar, del contexto, lo que te lleva a sentarte es confiar en ti.
M.G.- Hay muchas partes del libro que emocionan. Muchísimas. Pero te diré, Carmen, que a mí me ha removido por dentro esa palabra que utiliza tu hijo para llamar a estas mujeres. Las llama valerosas. Me parece una forma maravillosa de definirlas.
C.G.C.-Lo estoy educando en la importancia de las historias, de todas las historias. A mí, desde pequeña, me gustaba leer pero también ver películas. Por la necesidad de tener historias para contarnos, para explicarnos, para alimentar la curiosidad.
Los dos volúmenes de Valerosas, una colección de vidas de mujeres contadas en forma de novela gráfica, se editaron hace varios años, antes de quedarme embarazada, y se la empecé a leer a él. Y luego, en Filmin, las hicieron dibujos animados.
A.J.- ¿Sí?
C.G.C.- Sí, esto no te lo he contado. A Gala [hija de Ana] le va a encantar. Entonces, todas esas vidas de mujeres las hicieron en dibujito y, a medida que leíamos la historia, veíamos el personaje ilustrado, corriendo, hablando. Y mi hijo estaba enganchadísimo a esto. Pero de leerlas y verlas durante meses en bucle, de saberse nombres impronunciables incluso para mí, de llevar los libros al colegio, aunque no son para niños, sino cómics para adultos. Todo esto con tres años. Luego hemos leído a María Hesse, las Malas mujeres, por ejemplo. A él le interesaba mucho todo esto y cuando yo le enseñé la portada de este libro me dijo: mira mami, otras valerosas, ¿no? Siempre se quedó con esa palabra.
M.G.- No os robo más tiempo. Dejamos aquí la entrevista. Un placer hablar con vosotras.
C.G.C.- Gracias.
A.J.- Muchas gracias
Hubo un momento en España en el que todo parecía posible para las mujeres: estudiar, salir de sus casas, tejer hilos de amistad y plantar una pequeña semilla que, a pesar de la guerra y de la posguerra, germinó en poemas, libros y cartas. Una historia que transcurrió en entornos como la Residencia de Señoritas o el Lyceum Club Femenino, que seguiría a menudo en el exilio, y que entrelaza las vidas de creadoras como Emilia Pardo Bazán, Carmen Baroja, María Lejárraga, María de Maeztu, Victoria Kent, Elena Fortún, Marisol Dorao, Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite.
Carmen G. de la Cueva ha rastreado las huellas de quienes, mucho antes que ella, encontraron en la voz y el amor de otras el impulso necesario para creer en ellas mismas. Por su parte, Ana Jarén ha creado la atmósfera perfecta para un hermoso relato de sororidad y creación.
Buenos días, Marisa.
ResponderEliminarYa te comenté cuando nos enseñaste el libro que me apetecía un montón tenerlo. Ahora, después de leer tu entrevista, se renuevan mis ganas de leer el libro.
Por otro lado, se me encoge el corazón conociendo el momento que vivió la escritora cuando surgió la idea del libro.
Un abrazo, y gracias por esta entrada tan interesante!!
Aunque la novela gráfica no es lo que más me gusta, últimamente, las hay interesantes. Esta veo que habla de mujeres muy emblemáticas, escritoras, pero tratadas como mujeres más que como autoras. Me hace la novela muy apetecible. Además, aunque tampoco conocía a Carmen Baroja o a Marisol Dorao, el resto, al menos de nombre, me son familiares y a algunas las he leído muchísimo.
ResponderEliminarUn beso.
Qué bonita entrevista, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarTengo que hacerme con este libro. Tengo muchas ganas de leerlo, me parece muy especial y... precioso, además.
Un abrazo.