Autor
Sabemos de Manuel Aparicio Villalba que se asomó prematuramente al mundo una madrugada de 1964. También conocemos que las monjas lo bautizaron antes de
la amanecida, porque un apresurado médico aventuró que el crío no sobreviviría. Su madre narraría de por vida que justo después de echarle el agua, su hijo renació. Quizás aquella experiencia fuera su primer contacto con el realismo mágico.
Se enorgullece de haber cursado la EGB en uno de esos pequeños colegios de barriada obrera, con solo cuatro maestros y aulas compartidas para los primeros cursos. Después vendría un bachillerato por la rama de letras -su pasión- en un instituto público y un COU con clases nocturnas en otro distinto para poder trabajar. Para entonces, había memorizado tanta poesía que jamás necesitó volver a releerla.
Entre turno y turno de trabajo, comprendió que las letras aprendidas no le solucionarían el porvenir. En la universidad cambió la creatividad de la métrica por la mecánica de las integrales dobles y la omnipresencia del arte por la fugacidad
de los balances de situación. La mediocridad tiene su precio. Aun así, fue por aquellos años cuando descubrió la precisión de la prosa.
Hemos oído hablar de su inmensa biblioteca de legajos antiguos y confiesa que desde que comenzó a escribir su primera novela, únicamente lee el diccionario de la RAE con la finalidad de no contaminarse con otras lecturas. Cuando adquieras este libro, estará a punto de llegar a la letra V.
Casualidades de la vida; en ese hospital donde su madre dio a luz, trabaja desde que estudiaba COU. Primero como subalterno, después como directivo, hoy como gestor. Vaticina que seguramente muera allí. «Le debo un éxitus letalis a la estadística del centro», ha referido en el tardeo de las copas.
Sinopsis
Sevilla, verano de 1898. En nuestro puerto sin mar, vagan los perros sedientos a cincuenta grados a la sombra, y los pájaros de tierra se estrellan contra los escaparates de los comercios buscando el refugio del interior.
El 6 julio, el capitán Antoine Morandé arriba en el muelle Camaronero. Trae el encargo de llevar a Francia un piano de gran cola de la firma Piazza que perteneció a la reina María de las Mercedes. Aquello que debía de ser un mero trámite se complica al comprobar que sus ochenta y cuatro teclas suenan a duelo.
A partir de ese momento, nace la leyenda del piano melancólico de los Montpensier y con ella, un relato épico en el que Antoine Morandé, hombre incierto con tres verdades ciertas; una afinadora de piel tibia y manos prodigiosas llamada Artemisa; una contrabandista de ajuares para novias apodada la Tres Ombligos y un oficial de carabineros que cree que Dios dormita bajo el horizonte del Atlántico, tratarán de salvar a María de las Misiones, huérfana bantú de siete años a quien el arzobispo castrense se trajo de ultramar vestida de novicia.
Mezclando la rigurosidad de la crónica histórica con la seducción del realismo mágico, Las duquelas —en caló: los pesares— continúa la saga de los Tiempos del Porvenir iniciada por el autor con El retratista de los niños muertos, transportándonos a una fecha anterior en la que una jovencísima Davinia acaba de finalizar sus estudios y únicamente sale de su mansión de la avenida de las Bombillas para limpiar la tumba de su madre.
[Información tomada directamente del ejemplar]
La Feria del Libro de Sevilla tuvo lugar este año entre los días 27 de octubre y 6 de noviembre. He comentado ya por aquí que su celebración me cogió con el Covid a cuestas, así que estuve confinada todos los días que estuve dando positivo. Qué remedio. Sin embargo, había una cita que corría peligro. Con meses de antelación me había comprometido a colaborar en la presentación de un libro. Las duquelas de Manuel Aparicio Villalba, editada por Ediciones Alfar, se presentaba el último día de feria, y para entonces yo tenía que estar libre de todo virus. Por suerte, así fue.
El 6 de noviembre amaneció con un sol espléndido y una temperatura muy agradable, lo que animó a los lectores a pasear por la feria. Como digo, era el último día y había que aprovechar. A las doce de la mañana, hora en la que se iniciaba la presentación, la carpa estaba literalmente a rebosar. No era la primera vez que acompañaba a Manuel Villalba Aparicio en la presentación de una novela suya. Ya lo hice en 2019, cuando se presentó su primer trabajo literario, El retratista de los niños muertos, editada por la misma editorial. Por entonces, yo no conocía a Manuel absolutamente de nada. No sabía a qué se dedicaba, desde cuándo escribía, si había publicado con anterioridad, pero cuando leí aquella novela me llevé una enorme sorpresa. Los que leemos asiduamente sabemos que en muy pocas ocasiones se tiene la sensación de estar ante una novela espectacular, y eso era y es precisamente El retratista de los niños muertos. Puedes leer mi entrevista con el autor aquí.
Hoy, Manuel lo ha vuelto a hacer. Las duquelas es una novela tan brutal que no deja indiferente a nadie. Así lo señaló Luis Oliva, el editor, que inició el acto comentando la gran impresión que le había producido conocer la literatura de Manuel Aparicio. «Tiene algo especial que embruja a los lectores», apuntó. Las duquelas no es una segunda parte de la novela anterior, aunque sí tiene algunos puntos en común. En realidad, esta novela sería anterior a El retratista de los niños muertos, y ambas comparten su magia. Oliva calificó al autor como un auténtico crack de la literatura y cree que merece ser reconocido a nivel nacional.
Si os soy sincera, hablar de este libro me resulta complicadísimo porque es una novela de narración tan compleja, que corro el riesgo de quedarme corta o de contar demasiado. Manuel no considera que Las duquelas sea una precuela de la novela previa, aunque es una historia cuya narración tiene lugar en los años previos a aquellos en los que se sitúa la anterior, y en la que aparecen personajes comunes como Davinia, Che, doña Paquita, Antoine Morandé, o Gonzalo Salazar Expósito.
«No me gustaría hablar de precuela. Las duquelas se engloba en una saga que he llamado Los tiempos del porvenir. Dos semanas antes de que se enviara a imprenta El retratista de los niños muertos, le dije a mi editor que añadiera ese subtítulo porque mi intención era hacer una saga. Con esta me he quedado corto.
Esta saga es como un gran corral de vecinos, por el que se mueven los personajes de los que yo hablo. Uno de ellos es Antoine Morandé, un personaje que fallece en El retratista pero del que me apetecía contar más».
Si El retratista de los niños muertos abarca desde 1905 a 1929, con una pequeña incursión en 1898, Las duquelas se centra precisamente en ese año, en 1898, concretamente entre los días 15 de febrero y 20 de agosto, aunque hay un capítulo introductorio que tiene lugar en 1961 y luego uno intermedio que transcurre en 1910. ¿Qué ocurre en esos meses? No sé ni por dónde empezar. Permitidme que me apoye en la sinopsis para contaros algunos detalles de la novela.
«El año 1898 fue un año donde ocurrieron muchas cosas. De entrada, fue el año en el que más calor hizo. Fue el año en el que Sevilla se quedó sin flores porque todos los puteros las llevaban a la casa de prostitutas, para entregárselas a Che. Fue año de la explosión del acorazado Maine».
El piano y Artemisa.
Por un lado, tenemos un piano que perteneció a la reina María de las Mercedes, reclamado por María Isabel de Orleans y Borbón. Del traslado del piano, ubicado en el Palacio de los Montpensier (Sevilla), hasta el lugar en el que reside María Isabel se encargará un francés, Antoine Morandé, un gabacho aficionado a la fotografía y al flamenco. Él llegará a Sevilla con el propósito de hacerse cargo del piano y llevarlo a destino, pero el instrumento presenta alguna deficiencia.
El piano no funciona bien. Dicen que llora desde que las manos de carita de cielo, como se conoce a María de las Mercedes en la novela, dejó de tocarlo. Y para arreglarlo, le encargan su afinación a Artemisa, empleada de la firma de pianos Piazza, situada en aquellos años en la Plaza de San Fernando, número 5. Artemisa se pasará buena parte de la novela en el Costurero de la Reina, un edificio singular de Sevilla, ubicado cerca del Parque de María Luisa, donde tratará de arreglarlo.
A todo esto, Artemisa no es su verdadero nombre. El pasado de esta mujer también será un punto fuerte de la novela, pero no os desvelo más.
La Tres Ombligos
Ella será otro personaje importantísimo en la narración. Se trata de una contrabandista a la que conoceremos en dos enclaves distintos dentro de la línea temporal. Por un lado, en Cuba. Por otro, en Sevilla. Vive en un corral, en lo que se conoce en esta ciudad como la cava de los gitanos, y digamos que se encarga de los bajos fondos.
María de las Misiones
Se trata de una niña huérfana, de origen bantú, y de siete años de edad. Alrededor de este personaje girará buena parte de la trama de la novela. La pobre criatura no ha tenido una vida fácil y la desgracia no deja de perseguirla. Digamos que un arzobispo con muy malas intenciones anda detrás de ella y buena parte de los personajes se afanarán por salvarla y ponerla a buen recaudo.
Las duquelas es una novela muy coral, en la que entran y salen muchos personajes, algunos reales y otros ficticios. De todos ellos, brillan con luz propia tres mujeres muy potentes: Artemisa, la Tres Ombligos y Davinia, a la que ya conocimos en El retratista de los niños muertos.
«El personaje más potente del libro es María de las Misiones. Lo que pasa es que es tan pequeña que nos olvidamos de ella. Es el pivote central de la novela.
No sé retratar mujeres que no sean fuertes, poderosas y empoderadas. Siempre he estado rodeado de mujeres así. Siempre. Desde chico, mi hermana me ha enseñado cómo se debe empoderar uno y, junto a ella, he jugado con muchas niñas de pequeño. Y quienes más me han enseñado en mi trabajo han sido las mujeres con las que he trabajado. Y hoy estoy aprendiendo de Susi, la que maneja todo el centro Duque del Infantado. Es decir, las grandes mujeres me han rodeado siempre, con lo cual solo he tenido que coger partes de ellas para mis personajes. Y siempre me he enamorado de grandes mujeres, de las que yo tenía que estar detrás de ellas, y no al contrario».
Pero todo esto es solo la punta del iceberg porque realmente Las duquelas llega mucho más lejos. La ficción se mezcla con la realidad y así, Manuel nos habla de:
- la explosión del acorazado USS Maine en La Habana, en febrero de 1898, y que dio lugar a la guerra de Cuba.
- la boda de Alfonso XII y María de las Mercedes, cómo se conocieron, cómo se comprometieron o qué inconvenientes familiares se encontraron para contraer matrimonio
- la Feria de Abril de Sevilla, cuando se celebraba en el Prado de San Sebastián, y que se inició primeramente como mercado agrícola y ganadero, convirtiéndose posteriormente en lo que conocemos hoy, gracias a un quiebro en el que tuvo mucho que ver la mano de los Montpensier
- el motín que hubo en la fábrica de tabacos, a manos de las cigarreras
Escenarios
Y aunque la acción se desarrolla principalmente en Sevilla, Manuel Aparicio también hace viajar al lector. De su mano, y es así como se inicia el relato, pasearemos por las calles de La Habana, donde la Tres Ombligos regenta un garito de pelea de perros. Por otro lado, en un momento dado, también seremos testigo de alguna reunión que se celebra en el despacho oval. Y como colofón, viajaremos a Holanda, donde uno de los personajes pasará una temporada con sus abuelos.
Por mucho que uno sepa de Sevilla, por muchos años que uno haya vivido en esta ciudad, las novelas de Manuel siempre nos descubren parte de una ciudad que, hasta el momento de la lectura, desconocíamos por completo. Con El retratista de los niños muertos descubrí un asentamiento chabolista -Villalatas-, del que jamás había oído, y eso que su ubicación estuvo situada en el barrio en el que, avanzando el tiempo, yo viví hasta los ocho años. Y lo mismo ocurre con Las duquelas, novela en la que he visto una Sevilla llena de curiosidades, donde he paseado por unas calles con establecimientos tan peculiares como el café cantante El burrero. Un descubrimiento tras otro, me obligaba a detener la lectura para buscar en Internet qué era verdad y qué ficción de toda esa ciudad que se desplegaba ante mis ojos, página a página.
«Todo lo que cuento sobre Sevilla es verdad. La única duda que tengo es la burguesía montaba en globo en el Prado de San Sebastián, como digo en la novela. El resto, todo es verdad. Retrato la Sevilla con los nombres que se usaban a finales del siglo XIX. Por ejemplo, la Plaza del Duque se llamaba entonces la Plaza del Pacífico. He estudiado la ciudad del momento de manera minuciosa, sin dejar nada al azar. Eso ha sido una labor complicada, leyendo muchas tesis doctorales y buscando información. Todo lo relativo a la navegación sobre el río me costó la misma vida porque los cauces fueron cambiando con el tiempo. En esta labor es en la que he perdido la mayor parte del tiempo. Más que en escribir la novela».
Todo lo que ocurre en Las duquelas está perfectamente hilvanado. Se trata de una narración donde no se da puntada sin hilo, donde cada hecho y cada personaje tiene un porqué. Nada se deja al azar.
Las duquelas es una novela para leer con los cinco sentidos, o con seis si los tuviéramos, porque la narración es muy visual, muy sensitiva. Vamos a poder ver las calles de La Habana sin necesidad de viajar a Cuba. Tampoco será necesario haber nacido a finales del siglo XIX para ver con nuestros propios ojos cómo eran las calles de Sevilla, cómo se vestían nuestros antepasados, cómo se relacionaban las personas, o qué establecimientos podíamos encontrar en tal o cual plaza.
También vamos a poder tocar los tejidos de las vestimentas de los personajes, los miriñaques, las mangas de pernil, los trajes de cheviot. O vamos a poder oler las flores que los puteros llevaron a Che, en vez de ver a las gitanas luciéndolas en su pelo para acudir a la feria. Podremos paladear el sabor del coco, del boniato, del melón o del membrillo. Y, por supuesto, también podremos oír música. La que sonaba en las calles de la ciudad o las que tocaba Artemisa al teclado, en su afán por recomponer el piano de los Montpensier, y que compone en la soledad del Costurero de la Reina.
Cuando presentamos El retratista de los niños muertos, Manuel nos explicó que él no tiene trazado de antemano un esquema en el que se recoja la narración con detalla, sino que, partiendo de una idea, se deja llevar.
«Es lo que me está pasando con la tercera. No sé de qué a va a tratar. Con El retratista tenía un pivote inicial y final. En esta, el punto de partida era Antoine Morandé llegando a Sevilla y quería desarrollar una historia personal en relación a María de las Misiones. Pero no tenía nada para el final.
Escribo los capítulos y voy desarrollando los hechos conforme puedo. La escritura, al primero que debe sorprender es al propio escritor. Como yo no me vaya sorprendiendo día a día tiro el libro y no sigo escribiendo. Y para sorprenderse uno no puede tener un guion. Es más, tuve que cambiar todo el final porque Juana, la correctora, me dijo que ese final no era el correcto. Cambiar el final implica modificar toda la novela. Pero fue necesario para conseguir un desenlace que nadie se pudiera esperar».
El título
Y no fue lo único que tuvo que cambiar. En realidad, la novela se iba a llamar de otro modo.
«La palabra "duquelas" se refiere a las angustias, a los pesares y se escribe como minúscula, aunque en la novela hay una familia a la que se la conoce como las Duquelas. Es la palabra más bonita que tiene el castellano, y procede del vocabulario gitano».
Pero este fue un título de última hora porque durante la mayor parte del proceso de escritura, esta novela se llamaba el Costurero de la reina. Sin embargo, este título podía inducir a error, y se podría pensar que era una guía de Sevilla. Barajó también titularla como El adagio Montpensier, pero al final se decantó por Las duquelas.
¿Y quién es realmente Manuel Aparicio Villalba, capaz de escribir una obra de este calibre?
Mi compañero en la presentación, Francisco Javier Torrubia, amigo del autor, fue el encargado de dar algunas pinceladas sobre la trayectoria profesional de Manuel Aparicio Villalba, en el sector sanitario. Del autor destacó que es un hombre resolutivo, hecho a sí mismo, que sabe contar las cosas. Voluntarioso y trabajador incansable, compaginó los estudios universitarios con el trabajo. «Comenzó en el Hospital Virgen del Rocío, desde el puesto base, y cuando lo conocí ya era subdirector del centro hospitalario», señaló Francisco Javier.
De nobleza extraordinaria, Torrubia considera que Manuel es un amigo leal y generoso, que se implica en su trabajo por encima del cien por cien. Después de muchos años, la carga de trabajo se aligeró, y Aparicio Villalba se centró en la escritura. «Un día se me presentó en la consulta y me soltó un tocho de papeles», recordó Francisco Javier y le pidió que lo leyera. Confesó que no sabe muy bien cómo describir la forma de escribir de Manuel. Apuntó que usa un lenguaje exquisito, cuidadoso con una llamativa forma de exponer y describir situaciones y escenas. «Las duquelas te transporta a otra época de Sevilla como igual ocurrió con El retratista, que yo desconocía. Él lo sabe todo de la Sevilla de aquellos años».
Torrubia contó varias anécdotas y mencionó que la forma de escribir de Manuel le recuerda mucho a Gabriel García Márquez. Al preguntarte por su interés literario, Manuel respondió:
«Le debo mucho a la pequeña biblioteca que tenía mi hermana en casa. Cuando yo era muy chico me pasaba horas y horas leyendo. Antologías literarias, cómics e incluso poesía. Era un poquito repelente. Después descubrí a Herman Hesse, libros que le regalaban a mi hermana como Demian, El lobo estepario, Siddhartha, y luego los leía yo. Llegó un momento en el que empecé a leer a Gabriel García Márquez. Cien años de soledad la leí en la mili, haciendo guardias. Me resultó apabullante. De García Márquez lo leí todo y él me fue llevando a otros autores como Juan Rulfo, o William Faulkner,... A todos los escritores del realismo mágico».
Las duquelas es una labor de ingeniería, un arduo trabajo narrativo que atrapará al lector en el interior de una historia llena de conexiones, con unos personajes potentes, psicológicamente muy bien perfilados, donde la realidad se mezcla con la ficción, gracias a esas ensoñaciones que nos permite el realismo mágico. No os la perdáis.
La presentación finalizó con una actuación musical, a cargo de Bethany Neumann.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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