Autora
Reyes Aguilar Caro nació en Sevilla en julio de 1969. Es autora de las novelas El juego del hombre invisible y El Blues de la Perplejidad; y de las obras sobre el Betis, El Manquepierda, una filosofía de vida y Oselito y el Betis.
En su blog se convierte en la dama de sevillano nombre, recorre en bicicleta las calles de ella misma entre Santa Catalina y el Polígono San Pablo. Observa la vida y la escribe con tinta verde; Reyes es de las pocas mujeres que se ha atrevido a escribir un libro sobre fútbol y lo hizo sobre la historia del Real Betis Balompié, quien sigue inspirándola. Defiende los cielos machadianos en una Sevilla heterodoxa de azoteas, con el entusiasmo por bandera.
Sinopsis
Una historia conmovedora que se inicia con el golpe de estado en Sevilla en julio de 1936, momento previo a la Guerra Civil. Con unos personajes bien definidos por la autora, a lo largo del libro, con exacto rigor histórico, la historia va cobrando vida. Un homenaje más a todas las víctimas del franquismo narrado por la mente maravillosa de Reyes Aguilar. No dejen de leerla, porque no sólo no defrauda, sino que enamora.
[Información tomada directamente del ejemplar]
He estado tentada de llamar por teléfono a Reyes Aguilar Caro en muchas ocasiones, durante la lectura de esta novela. Había párrafos y capítulos que me empujaban a contactar con ella, simplemente para que me escuchara suspirar. Y es que Los garbanzos de doña Violeta consiguen eso, que suspires, que sientas a los personajes como parte de tu familia, que recuerdes momentos vividos en tu infancia, que te acuerdes de tu madre, a la sigues añorando profundamente, a pesar de haberla perdido hace algunos años.
Los garbanzos de doña Violeta es la segunda novela de esta dama de nombre sevillanísimo, después de que en 2016 publicara El Blues de la Perplejidad. En aquella novela ya se hablaba del mapa personal e íntimo de la autora, del andalucismo, del Betis, de la Alameda de Hércules, de la calle Peris Mencheta, de la lucha, de la música. Gira Aguilar Caro hacia otros derroteros en Los garbanzos de doña Violeta, sin perder sus referentes y sus principios.
Siguiendo dos hilos temporales. -uno ubicado entre los años 1936 y 1937, mientras que el otro se centra en el año 2000-, la autora va a hablarnos en estas páginas de lo que más sabe, de Sevilla, de su historia, de su barrio macareno, y de sus vecinos. En la calle Primavera número 5 del barrio de la Macarena vive Violeta. La joven trabaja como chica de los recados en el taller del prestigioso modista Aldo Carlini, un nombre que nos puede hacer pensar en orígenes italianos pero nada más lejos de la realidad. Su trabajo consiste en entregar a domicilio los vestidos que las señoras de la alta sociedad sevillana encargan a la firma. En su mismo inmueble reside Carmelita, que regenta una tienda de ultramarinos en los bajos del edificio, y que vende «fiao». Su hijo Luis, que tiene la misma edad que Violeta, le ayuda en la gestión del establecimiento. Pero el hijo de Carmelita no quiere ser un tendero toda su vida. Le gustan los libros, leer, y sueña con ser profesor de Literatura algún día. Los jóvenes llevan juntos toda la vida y ya se sabe que el roce hace el cariño. Podían haber sido felices.
Podían haberlo sido si no fuera por aquel fatídico 18 de julio de 1936. Cuando la vida transcurría entre dificultades, pero tranquila entre las calles del arrabal macareno, llega el alzamiento y con él las revueltas, los chivatazos, las detenciones, las desapariciones, los fusilamientos, la sangre y la muerte. El sinsentido. El barrio de la Macarena, como otros tantos de Sevilla, trató de hacer frente a la sublevación. Los vecinos lucharon mano a mano pero el avance era inexorable. Adiós a la vida humilde pero sencilla. Se cierra esa puerta para abrir miles de ventanas a través de las que solo se podía ver el dolor y la tristeza. Llegaron los lamentos de las esposas despojadas de sus maridos, de los hijos sin sus padres, de las madres que miraban por última vez al fruto de sus entrañas. Y entre todos aquellos que fueron separados de los suyos estaba el joven Luis. Al hijo de Carmelita también se lo llevaron por delante, justo en el momento en el que el amor con Violeta comenzaba a florecer. Una madre y una novia quedarán heridas de por vida. La joven tratará de buscar la manera de ayudar a Luis y para ello recurrirá al hijo de doña Piedad, una distinguida dama sevillana que siempre huele a jazmín, y no a sudor como las esposas de los rojos, a la que acostumbra a llevarle a casa las creaciones de Aldo Carlini. En esa casa señorial también reside Isabel, pero en calidad de criada. Violeta e Isabel se harán inseparables porque el dolor, la pena y la desgracia unen mucho.
En cuanto al presente, los hechos seguirán desarrollándose en el barrio macareno. En el año 2000, Violeta ya no es Violeta a secas. Un matrimonio le ha permitido colocar el «doña» por delante. Su marido es un hombre que vive perdido en sus recuerdos. Su mente se ha emborronado pero algún momento de lucidez le trae a la memoria lo despreciable que fue. Sin hijos, doña Violeta invierte parte de su tiempo cuidando a su marido, mientras recuerda a los que ya no están, los años de la guerra, lo que vivió el barrio, lo que ocurrió con la gente de la calle Primavera, número 5. Ella también suspira, como he suspirado yo al verla recorrer aquellas calles que antaño bullían alegremente con el sonido de sus tacones. Violeta lleva demasiado peso a sus espaldas, demasiados recuerdos y emociones. Vive por inercia, pero ya sabemos que, a veces, el pasado vuelve a llamar a nuestra puerta, despertando emociones adormecidas, y reviviendo un corazón que ya latía lánguidamente.
Los garbanzos de doña Violeta ha sido una lectura tierna, emotiva, conmovedora y nostálgica. Su argumento hace un recorrido por aquellos años de la guerra, poniendo el foco de atención en la humanidad o la vileza de sus personajes. Entre estas páginas encontraremos las vidas sencillas de gente de barrio, que se levantan cada día con esperanza, que sufren por los reveses de una guerra fratricida, que se apagan con la pérdida, o que renacen frente a un pequeño hilo de esperanza. Esta novela nos habla de un amor que perdura hasta el infinito, del sacrificio por los demás, de la renuncia a la felicidad, del miedo y el silencio, del sudor y la fatiga. Y junto a los personajes vivirán la esperanza, la traición, los celos, los remordimientos, y la añoranza de aquel que echa en falta sus orígenes y su tierra.
Me ha gustado leer Los garbanzos de doña Violeta, a la que no le faltará algún giro suave, alguna sorpresa que volverá a iluminar los apagados ojos de sus personajes. Para mí, el primer capítulo de esta historia fue como un punch. En esas primeras líneas alguien rellena los casilleros de una quiniela, despacio y concienzudamente, alguien coloca el boleto bajo el cristal de una mesa, y al hacerlo contempla unos ojos que le miran desde una foto en blanco y negro.
«El cristal de la mesilla de noche guardaba la quiniela cada lunes repetida como una costumbre, casi como una tradición, sin importarle el partido o la clasificación de cualquiera de los equipos que la competían. Él cogía el bolígrafo y copiaba, como un escolar en su cuaderno de caligrafía, los resultados de la semana anterior con precisión de relojero. Grafías exactas y exactos resultados en los mismos casilleros jornada tras jornada». [pág. 13]
Este pasaje, y los siguientes, me hicieron entender que estaba ante una novela con aroma a cisco picón, a bolitas de alcanfor, a café recién molino en aquel molinillo color verde betis que mi tía Ana usaba en su casa del pueblo. Entendí que Los garbanzos de doña Violeta iba a trasladarme a un universo doméstico que ya se había perdido para siempre y fue ahí, con esas primeras líneas de la página trece, donde algo tierno se removió en mi interior. Lancé mi primer suspiro. Vendrían más.
Aguilar Caro se deja la piel hablando de su barrio, de cómo aquellas calles resistieron el envite de los nacionales, dibujando como auténticos héroes a esos hombres y mujeres que, sin miedo a la muerte, «plantaron cara al fascismo con apenas nada con lo que defenderse, dando una lección de solidaridad y de humanidad de la que se deberían sentir orgullosas generaciones venideras de vecinos que habitasen aquellas casas, aquellos corralones de vecinos de la Macarena, que ocupasen aquellas calles desde San Luis a San Marcos, desde San Julián a la Alameda de Hércules». Toda la obra está cargada de pasión y emoción, ensalzando a una vecindad que ya, por sobrevivir a las penurias de aquellos años previos a la contienda, hicieron auténticas heroicidades.
Y tan volcada está la autora en esta narración que he creído encontrarla como un personaje más. Margarita será también una voz en esta historia, pero su presencia únicamente estará vinculada al presente. ¿Quién es esta mujer? No quiero dar detalles para no desvelar los momentos más significativos de la historia. Os diré que Margarita es como una nieta postiza, una joven que ha crecido muy unida a Violeta por circunstancias que no debo contar. Margarita se parece mucho a Reyes. O eso creo. Tiene su pelo, sus ojos, su mirada. La autora le ha prestado incluso al personaje alguna que otra dolencia. Pero Reyes Aguilar tira también de su entorno, y en otro guiño simpático, convierte en protagonista colateral a alguna amistad suya.
Sí tengo que decirle a la autora que doña Violeta me ha parecido tan entrañable que me he quedado con ganas de más. Me hubiera gustado que se alargara alguna escena, como ese encuentro que tiene lugar en el Bar Plata, donde doña Violeta está a punto darle la mano al pasado. Me hubiera gustado ver su reacción, escuchar sus palabras y sentir cómo su corazón palpitaba, sin creerse lo que estaba escuchando. También tengo que decirte, querida Reyes, que me hubiera encantado acompañar un poco más lejos a doña Violeta en ese desenlace tan literario que tú has dibujado para tu novela. Es que se le coge mucho cariño a este personaje, a Violeta. Y la llamo así, sin el doña, porque el tratamiento será para los que no han conocido su pena ni su tristeza, no para mí, que la he vivido a través de las páginas de este libro. Para mí, solo será Violeta.
Sevilla
La novela nos dejará asomarnos a la Sevilla de antes pero también a la más reciente. Hay pasajes muy visuales en los que podremos contemplar cómo era el día a día en las calles de un barrio. Ese arrabal macareno será otro protagonista más. El lector podrá andar sus calles y visitar los espacios más singulares de esa zona sevillana.
Y ya, cuando la guerra se haya desatado, visitaremos las cárceles, los presidios inventados, reconvirtiendo salas de cines o barcos anclados en el puerto, donde se hacinaban los hombres de todas las edades. Resulta muy real la descripción de la atmósfera que se respiraba en esos recintos o el ánimo de aquellos hombres «muertos en vida», que esperan temerosos que alguien pronunciara su nombre para subir a un camión y despedirse de la vida. Entre estas páginas veremos los campos de concentración o los campos de trabajo, donde los recluidos pasaban las horas construyendo canales para el riego o cualquier otra labor en la que muchos perdían la vida.
Estilo y estructura
La novela está narrada en tercera persona, a través de un narrador omnisciente, cargado de ironía cuando se trata de hablar de la gente de alcurnia y de los falangistas. Con capítulos muy breves, la historia se cuenta en desorden, alternando sin patrón fijo los hilos temporales, pero tejida con cordura.
La prosa de Reyes Aguilar Caro es muy evocadora. Acostumbra la autora a desplegar extensos párrafos, conectando frase tras frase, concatenando subordinadas, por lo que hay que afinar bien la entonación para que el texto cobre todo su sentido.
Pesa más la narración que el diálogo en estas páginas, salpicadas por fragmentos de un diario y también por los discursos de Queipo de Llano, aquel que paradójicamente está enterrado en lugar santo, en la basílica de la Macarena, ubicada en ese barrio que el teniente general arrasó, despojándolo de buena parte de sus vecinos. Su tumba, bajo el amparo de la mirada de la Virgen Macarena, sigue levantando ampollas en esta ciudad.
«Un lugar donde descansa sin conciencia alguna el de la voz de trueno, un hecho incomprensible que para doña Violeta, y como para tantos, se silenciaba con la resignación y el miedo impuesto que aún llevaban adheridos a los recuerdos; era lo que había y nadie podía quejarse ante algo tan tremendamente doloroso. La Virgen no es de nadie, se decía para sus adentros aquella señora cada vez que entraba en la Basílica sin mirar la tumba del General, el descanso con honores de aquel asesino sin alma el encargado de arrebatar tantísimas vidas» [pág. 37]
Poco más os puedo contar. Las páginas de Los garbanzos de doña Violeta, a pesar de que parte de su trama transcurre en unos años que yo no viví, tienen el aroma de mi infancia, huelen a ese cajón donde mi madre guardaba las pocas fotos que tenía de joven, aquellas en las que mi padre vestía de soldado, las de la romería de su pueblo, y las dos únicas instantáneas que le hicieron el día de su boda. El mundo en blanco y negro. Me gusta esta novela porque he conectado fácilmente con lo que ella contiene, con esa cotidianidad de los personajes que me resulta familiar, como esas cocinas y baños pintados de verde agua, con las pastillas de jabón Heno de Pravia, guardadas entre las sábanas de la cómoda para darles olor, un mundo donde había muchas carencias pero en el que la buena vecindad era un hecho, el amor perduraba, y la felicidad consistía en gastarse dos pesetas.
«Dos pesetas una foto para inmortalizar un momento, un estado de ánimo, una relación y una peseta la butaca en principal para comerse a besos, ajenos a Cary Grant y al programa de mano donde se anunciaba una graciosa comedia y en español, ese era el precio de la felicidad». [pág. 85]
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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Jo, Marisa! Me dejas con ganas locas de ir corriendo a por esta novela. Ya traía mucho ganado con su ambientación, pero es que con tu fantástica reseña es imposible resistirse.
ResponderEliminarBesos.
aNTES LEIA HE DEJADO POR COMPLETO LAS LECTURAS DE NOVELITAS
ResponderEliminarmE ABURRI DE LEER
tE ADMIRO ME GUSTA COMO RESEñAS
Hola. Esta es de las que va directa al corazón y te revuelve tus propios recuerdos. Lo único que no me llama es el justo el año pero me lo voy a guardar para cuando haga mi habitual excepción con el tema porque creo que merece mucho la pena. Uno que se viene a la lista.
ResponderEliminarBesos
Hola! No conocía el libro pero tiene muy buena pinta y me gusta la ambientación así que me lo anoto. Muchas gracias por tu reseña.
ResponderEliminarUn saludo!
Pues me encanta la idea de esta novela. Sevilla como escenario me encanta; la guerra civil con época, me interesa muchísimo y, por lo que cuentas esta novela no es una más de las muchas que hoy se escriben con ese momento histórico como fondo. Ya está apuntado. Gracias por el descubrimiento.
ResponderEliminarUn beso.
Ay, tiene pinta de ser preciosa *.*
ResponderEliminarNo te puedo decir que no con tremenda reseña. Apuntadísima me la llevo, que no la conocía.
ResponderEliminarBesotes!!!
¡Hoooola!
ResponderEliminarAy, que buena pinta.
Veo que es una de esas novelas que te envuelve totalmente, que te mete en la historia y que, como dices, te hace suspirar con los personajes y casi sentirlos como reales. Sin duda, con esta reseña me lo tengo que llevar super apuntado jajaja ^^
¡besotes!
No he podido resistirme, me la compro. Besos
ResponderEliminarEste libro lleva mi nombre, voy a buscarlo ya mismo!
ResponderEliminarPues como dice Norah, parece de las que van directas al corazón. Como tu reseña. Después de leerla me apetece mucho conocer a Violeta y, ya puestas, tomarme un café con Reyes para saber cuánto de lo que hay en esta segunda novela forma parte de su propia historia. Lo del taller de costura, qué quieres que te diga, que a mí los talleres de costura me tiran mucho, casi tanto como las islas desiertas. Anotadita está esta novela.
ResponderEliminarBesines