Ana Alonso, poeta y autora de literatura infantil y juvenil, da un paso y se adentra en la literatura de adultos. Lo hace impulsada por su agente literaria, Sandra Bruna, y en parte por la situación sanitaria en la que vivimos. Y es que el confinamiento también tuvo para ella una cara más amable y positiva. Fueron meses en los que, alejada de su octogenaria madre, decidió invertir varias horas al día para hablar con ella por teléfono y así conocer en mayor profundidad toda su vida. De aquellas conversaciones nacieron personajes como Adela, una mujer con un pasado anarquista, y madre de la pequeña Lucía, a la que las actividades de la Sección Femenina la maravillan. Adela, maestra de pueblo, vivirá siempre mirando a su espalda, a la espera de que la desgracia la alcance en los tiempos del franquismo. Mientras inicia una peculiar relación de amistad con don Marcos, un cura algo inquietante pero con buen propósito, Adela recordará a su amiga Carmen, escritora de novela rosa anarquista, de la que un día decidió alejarse.
Ana Alonso construye en Los colores del tiempo una historia basada en la historia de amor de sus padres. Un bonito homenaje y una lectura preciosa.
Ana A.- Es la primera. Empecé en el terreno de la poesía. Con diecinueve años publiqué mi primer libro de poemas, luego vinieron otros. Más tarde empecé con el mundo del infantil y juvenil, un género que me gusta mucho. Me resistía a dar el salto a la novela de adultos pero fue Sandra Bruna, mi agente, la que me empujó y se lo agradeceré siempre. Ha sido muy bonito todo el proceso de escritura.
M.G.- Escribir infantil y juvenil es muy diferente a escribir para adultos, se manejan recursos diferentes. ¿Te has sentido también cómoda con la literatura para adultos?
A.A.- Ha sido un aprendizaje. El infantil y juvenil te ayuda mucho a moverte en diferentes registros. Te enseña a hablar de lo que realmente te importa pero adaptándote a un tipo de lector. Eso me ha ayudado mucho a enfrentarme a un proceso como este porque ya tenía unas herramientas y un bagaje.
M.G.- Abrimos el libro y encontramos una nota aclaratoria. Nos dices que los personajes son ficticios pero los nombres reales. Generalmente es al revés, personajes reales con nombres ficticios.
A.A.- Aunque me parece un poco obsoleta, añadí esa nota porque hay muchos personajes de esta novela que beben de personas reales, y que luego he ficcionado. Muchos vienen de recuerdos de mi madre. Ella figura en la novela como en un doble plano. Fue niña de la posguerra, como Lucía, la hija de Adela; pero también fue maestra en una posguerra más tardía y en la localidad de Pardesivil, que también aparece en la historia.
Por otro lado, mi padre fue sacerdote, y esa historia de amor que él vivió con mi madre la encontramos también en la novela.
M.G.- Has nombrado a tu madre y a tu padre. Esta historia nació de esas horas de conversación telefónica con tu madre, durante el confinamiento.
A.A.- Sí. Siempre he tenido una relación bastante difícil con mi madre pero el confinamiento lo vivimos con mucha angustia. Yo vivo en Alcázar de San Juan y ella en León. Tiene ochenta y siete años, está ciega, con solo un diez por ciento de visión, y se sentía muy angustiada. Para aliviar un poco la situación, se me ocurrió prepararle largas entrevistas sobre su infancia, sobre lo que había vivido. Le preguntaba mucho por detalles sensoriales, por cómo olía cuando entraba en la tienda de Roque, por ejemplo. Para mí fue también como hacer un viaje al pasado. Me permitió entenderla mejor y reconstruir nuestra relación. A partir de ahí, la novela surgió casi sola.
M.G.- Imagino que tú conocías muchas cosas de tu madre pero seguro que otras las habrás descubierto a través de esas largas conversaciones.
A.A.- Eso es. La memoria se ancla en cuatro o cinco cosas que se repiten siempre, y que mi madre nos contaba, pero había otras muchas cosas que no habían aflorado. Al hacerle entrevistas tan precisas, empezó a aflorar todo. Y luego, también fue mágico que amigos míos se animaran a hacer lo mismo con sus padres. Así empezaron a llegarme audios de personas mayores de toda España, que habían vivido el conflicto desde diferentes posiciones, de familias catalanistas, de familias de derechas, de familias anarquistas. Todos esos testimonios de ancianos hablando de sus juguetes, de los colores cuando iban al cine, de cosas muy evocadoras. Fue muy bonita la documentación.
M.G.- Supongo que habrás tenido que tirar también de hemeroteca.
A.A.- Sí, sí. Había hecho un trabajo previo sobre la novela rosa anarquista, algo muy poco conocido pero muy curioso. Durante la República, y sobre todo durante la Guerra Civil, los principales partidos utilizaron la novela rosa como instrumento para llegar a la gente, con fines propagandísticos. Hubo novela rosa comunista, novela rosa socialista, pero la novela rosa anarquista alcanzó muchísima popularidad. Era una colección que se titulaba La Novela Ideal, publicada por la familia de Federica Montseny. La propia Federica, que llegó a ser ministra, publicó como unos treinta libros en esa colección. Su padre era el autor de la mayoría de las obras.
M.G.- Hablando de literatura, hay un pasaje en la novela muy interesante. Adela se queja en su presente de que las novelas del momento, en comparación con otras más antiguas, idealizan demasiado el amor y crean falsas expectativas a las jóvenes.
A.A.- Es verdad que Adela se queja de eso pero también es cierto que en estas novelas rosa anarquistas había igualmente mucha idealización. Presentaban muy claramente el conflicto de clases porque de eso se trataba pero, por otro lado, la parte romántica estaba bastante idealizada y la perspectiva era también muy machista. Pero en la posguerra, el ideal de mujer se vuelve mucho más ñoño, y se produce un retroceso en cuanto a las expectativas.
M.G.- Aunque es una novela muy coral, me centro en Adela, la protagonista principal. Es una mujer que tiene un pasado complicado que iremos descubriendo. ¿Cómo es Adela?
A.A.- Adela es hija de obreros textiles en Barcelona, que aprende el oficio de costurera. Empieza a moverse en los ambientes revolucionarios de los años 20 y es entonces cuando conoce a Carmen, una escritora de novela rosa anarquista. Adela tiene todo un pasado de militancia y de haber vivido la guerra en primera línea, dentro de misiones de espionaje. Tendrá que aprender a reinventarse en el contexto de la posguerra, con una hija, sin ningún apoyo, en medio de un mundo que no le gusta nada y en el que tiene que ocultarse.
M.G.- Su pasado es complicado y su presente, también. Es una persona que está siempre en estado de alerta. No se puede fiar de nadie y tampoco nadie se fía de ella. De hecho, hasta su color de pelo es motivo de sospecha.
A.A.- Pero eso era real. En el ambiente de moral opresora del franquismo ser pelirroja no estaba bien visto.
M.G.- Una hija del demonio, prácticamente.
A.A.- Sí, era así. Pero he intentado no idealizar a Adela. Al ser un personaje muy potente, el peligro estaba en imponerle mi visión del mundo. He tenido que hacer un ejercicio de escucha del personaje y dejar espacio a su vulnerabilidad, a sus defectos. No es una madre perfecta. Lleva muy mal que a su hija le gusten los coros y danzas de la Sección Femenina pero es que Lucía está creciendo en el régimen. Adela es una mujer con muchos traumas pero también con muchas ganas de vivir. Destacaría su vitalidad y su manera de relacionarse con los hombres, muy libre pero, a la vez, muy moderna.
M.G.- Y en esa relación con los hombres, hay uno, concretamente un cura, que la perturba muchísimo.
A.A.- Don Marcos es un personaje que empieza siendo muy inquietante. Si pensamos en un cura del franquismo nos imaginamos lo peor. Sin embargo, he intentado huir de los estereotipos y se ha convertido en casi uno de mis personajes favoritos. A pesar de sus condicionantes, es muy respetuoso con Adela. No la juzga y la ama. Para mí era muy importante contar una historia de amor poderosa y creíble, que convenza a los lectores. Don Marcos era casi el desafío mayor a la hora de escribir esta novela.
M.G.- ¿Dirías que esa historia de amor es la que sustenta toda la trama?
A.A.- Sí. Este libro narra la historia de amor de mis padres. Una historia muy difícil. Mi padre era un niño de pueblo y su única oportunidad para estudiar era irse al seminario. Allí pasó hambre y recibió malos tratos. Cuando mi padre se salió, incluso lo desterraron, le hicieron firmar un papel comprometiéndose a no volver. Pero antes, el obispo lo llamó, tuvo una entrevista personal con él, y le intentó convencer de que llevase una doble vida.
M.G.- ¿Y qué sabe tu madre de la novela?
A.A.- Lo sabe todo. Cuando estábamos con las entrevistas se lo dije, que había material para una novela. Ahora, gracias a un programa de la ONCE, ha podido oír la novela. Se emociona y, al mismo tiempo me recrimina que algún personaje no se parezca a la persona real.
M.G.- Y si en esta novela hay amor, también suspense. Tenemos a Carmen, la escritora amiga de Adela, que desaparece sin dejar rastro.
A.A.- Esa parte de la trama es muy importante porque, además, con esta novela reivindico también la amistad entre mujeres. Carmen y Adela, en un momento muy convulso, se separan de mala manera pero Adela se interesará otra vez por ella cuando al leer una novela, se da cuenta de que es una novela rosa anarquista reciclada y escrita por Carmen. ¿Por qué reaparece esa novela? ¿Está detrás su amiga o la han plagiado? Ahí empieza esa búsqueda de Carmen, de la que Adela se alejó por diversos motivos.
M.G.- Estamos hablando de mujeres escritoras y en esta novela figura el nombre de Gloria Fuertes. Me ha gustado ese guiño.
A.A.- Gloria Fuertes aparece como personaje, porque me parece muy interesante lo que ella estaba haciendo en ese momento, en Madrid. Era una mujer muy joven, que ya estaba publicando literatura infantil. Ha sido un homenaje que quería hacerle porque no lo tuvo fácil. Inició la tertulia "Versos con faldas" junto a otras mujeres poetas, una tertulia sistemáticamente boicoteada por los poetas hombres, que iban a reírse de ellas, a hablar mal, e incluso se ponían a jugar a los dados para que no se las oyera.
M.G.- Los escenarios pertenecen a León. ¿Han cambiado mucho desde entonces?
A.A.- León ha cambiado y, al mismo tiempo, se conservan muchas cosas. En los recuerdos de mi madre, León tenía esas calles burguesas del centro y, por otro lado, estaban las barriadas, donde se desarrollaba lo más interesante del día a día. He intentado plasmar cómo era una ciudad provinciana en la primera posguerra, llena de penurias. En los pueblos no era así porque había otros recursos.
M.G.- Y titulas la novela Los colores del tiempo. Es un título muy evocador para una novela en la que los personajes viven una vida tan gris.
A.A.- Siempre nos imaginamos la posguerra en blanco y negro. Me pareció que no estaba de más reivindicar que esos años tenían color. Para la gente que los vivió de joven y se enamoraron en esa época, no hubo otra. Lo vivieron con la misma intensidad y el mismo color con el que nosotros hemos vivido nuestro momento. Hice la reconstrucción de todos esos detalles sensoriales a partir de las entrevistas y jugué mucho con lo sensorial, con el color, con los sabores, con los olores y los sonidos. Me parece que es la mejor manera de situar al lector de lleno en otra época, y que se meta en la piel del personaje. Esto me viene de la poesía, que tiene ese componente sensorial que te sumerge directamente en una atmósfera.
M.G.- Ana, un placer hablar contigo. Muchas gracias por atenderme y por esta preciosa novela.
A.A.- Gracias a ti.
Sinopsis:
Una luchadora por la libertad atrapada en la España sin horizontes de la posguerra.
Un misterioso libro que, a pesar de la censura, evoca la atmósfera revolucionaria de 1936.
Tres hombres enamorados de la misma mujer... Y una búsqueda que termina transformándolos a todos.
Para Adela, encajar en la sociedad provinciana de León, en el ambiente cerrado y asfixiante de un pueblo de montaña o en el Madrid gris de escombro resulta doloroso. No se adapta a vivir en la sospecha, a que la miren de reojo o a mantenerse siempre en guardia frente a los delatores mientras los suyos se consumen en la guerrilla o se colocan la máscara del Régimen y piden «té especial» en las cafeterías de moda. Para ella, que nació obrera en Barcelona y luchó en la defensa de la ciudad por un mundo más justo e igualitario, lo peor es la impostura, y a eso no se acostumbra. El deseo de revolución late en la maestra, en la lectora compulsiva, en la costurera, en la madre imperfecta, en la mujer cuya vida se truncó en el Pirineo un día del año aciago en el que se perdió la guerra.
Adela nunca llegó a comprender lo ocurrido ese día. Hasta que empieza a encontrar respuestas en el lugar más insospechado: las páginas de la novela romántica Una mancha de carmín. Las claves ocultas en la historia parecen contener una invitación para recuperar los colores de aquella revolución soñada. Pero ¿qué margen le queda a una maestra represaliada para luchar por una sociedad mejor?
A través de Adela, de Carmen, de Mercedes, de Federica Montseny o de Gloria Fuertes, Ana Alonso nos lleva al mundo encorsetado de las mujeres de la primera posguerra y a la España en blanco y negro de los años cuarenta, llena de «secretos, máscaras, mentiras que se exhiben y verdades que se ocultan».