Editorial: Seix Barral
Fecha publicación: febrero, 2021
Precio: 19,90 €
Género: narrativa
Nº Páginas: 320
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 9788432237737
[Disponible en eBook y Audiolibro;
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Jesús Carrasco nació en Olivenza (Badajoz) en 1972. Su primera novela, Intemperie (Seix Barral, 2013), lo ha consagrado como uno de los debuts más deslumbrantes del panorama literario internacional, y ha sido galardonada con el Premio Libro del Año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, el Premio de Cultura, Arte y Literatura de la Fundación de Estudios Rurales, el English PEN Award y el Prix Ulysse a la Mejor Primera Novela. Ha quedado finalista del Premio de Literatura Europea en Holanda, del Prix Méditerranée Étranger en Francia. Elegida como Libro del Año por El País en 2013 y seleccionada por The Independent como una de las mejores novelas traducidas de 2014 en Reino Unido, Intemperie ha sido publicada en veintiocho lenguas y ha sido adaptada al cine por Benito Zambrano. Su segunda novela, La tierra que pisamos (Seix Barral, 2016), ha sido galardonada con el Premio de Literatura de la Unión Europea.
Sinopsis
Juan ha conseguido independizarse lejos de su país cuando se ve obligado a regresar a su pequeño pueblo natal debido a la muerte de su padre. Su intención, tras el entierro, es retomar su vida en Edimburgo cuanto antes, pero su hermana le da una noticia que cambia sus planes para siempre. Así, sin proponérselo, se verá en el mismo lugar del que decidió escapar, al cuidado de una madre a la que apenas conoce y con la que siente que solo tiene una cosa en común: el viejo Renault 4 de la familia.
«De todas las responsabilidades que asume el ser humano, la de tener hijos es, probablemente, la mayor y más decisiva. Darle a alguien la vida y hacer que esta prospere es algo que involucra al ser humano en su totalidad. En cambio, rara vez se habla de la responsabilidad de ser hijos. Llévame a casa trata de esa responsabilidad y de las consecuencias de asumirla», Jesús Carrasco.
Esta es una novela familiar que refleja de forma brillante el conflicto de dos generaciones, la que luchó por salir adelante para transmitir un legado y la de sus hijos, que necesitan alejarse en busca de su propio lugar en el mundo. En esta emotiva historia de aprendizaje, Jesús Carrasco traza una vez más personajes formidables sometidos a decisiones fundamentales cuando la vida los pone contra las cuerdas.
[Información tomada directamente de la web de la editorial]
Llévame a casa es una de las novelas más bonitas que he leído este verano. Además, ha supuesto mi estreno con Jesús Carrasco, autor al que le tenía muchas ganas. Intemperie lleva un tiempo esperando turno entre esas lecturas pendientes, pero no me arrepiento de haberme estrenado con el autor a través de la lectura de su última novela. Llévame a casa me ha enamorado. Me ha mostrado una historia que, en cierto modo, conozco bien. Por eso creo que, efectivamente, ha sido como si Carrasco me llevara a casa. A mi casa.
¿No os pasa a veces que empezáis una lectura, en cualquier momento, en cualquier lugar, y nada más leer las primeras líneas sentís que vas a disfrutar mucho de la historia que tienes entre las manos? A mí me pasa. Me pasó con Llévame a casa. La abrí justo antes del almuerzo de un día de verano, rodeada de familia que bullía. Leí unas cuantas líneas, me dejó pensando, y opté por cerrar el libro, para volverlo a abrir cuando todo el mundo, tras el almuerzo, desapareciera a descansar.
Llévame a casa está protagonizada por Juan Álvarez, jardinero de profesión y afincado en Edimburgo desde hace cuatro años, donde trabaja en el Real Jardín Botánico de Escocia. Juan llevaba tiempo recibiendo mensajes de su hermana Isabel. Ella le enviaba avisos sobre la salud del padre, sobre su deterioro, pero Juan no los consideró nunca nada grave. Continuó con su vida en la ciudad escocesa, con sus plantas y sus flores, hasta que el regreso a los orígenes se hace inevitable. El padre fallece el 2 de agosto de 2010. Veintinueve horas más tarde, Juan llega al pueblo.
«El suelo de terrazo del recibidor le lleva de vuelta a su origen. Viene de un apartamento, el de Edimburgo, en el que hasta la cocina tiene moqueta. Un suelo silencioso, mullido y cálido, no particularmente higiénico, pero que reacciona químicamente en la cabeza de Juan ahora que tiene delante las losas que ha pisado desde que era niño». [pág. 17]
Lo que allí se encuentra no es más que tristeza, nostalgia, y rencor. Con la muerte del padre, su madre se queda sola. Este es un hecho en el que él ni siquiera se había parado a pensar porque al frente de la intendencia del hogar familiar siempre ha estado su hermana Isabel. Así ha sido hasta ahora pero las cosas cambiarán mucho. Juan, que ya lleva el billete de vuelta en el bolsillo y solo piensa quedarse en el pueblo unos siete días, el tiempo necesario que marca el protocolo, verá cómo su deseado regreso a Edimburgo se difumina tras una conversación con su hermana. Isabel no está dispuesta a que las cosas continúen como hasta ahora. Ella también tiene vida, sueños y familia. Es hora de que Juan se ponga al frente de una batalla que le atañe a los dos, que se haga cargo del cuidado de una madre que requiere cada vez más atención. Ante Juan se abre un abismo. No sabe cómo rebatir la propuesta que le hace su hermana, cómo librarse de las obligaciones que le caen encima. Pensará y manejará algunas opciones, tratará de organizarlo todo para que él pueda regresar a esa vida sencilla pero cómoda que le espera en Escocia. Sin embargo, hay demasiados cabos que no puede atar. ¿Qué hará Juan? ¿Asumirá su responsabilidad?
¿Qué me ha gustado de esta novela?
Todo. Llévame a casa contiene vida y realidad. Es un retrato del difícil trance que les toca a los hijos cuando tienen que hacerse cargo de unos padres cada vez más dependientes e incapaces. En tales circunstancias, siempre hay hijos que se implican más que otros. Es así. A Juan siempre le ha venido muy bien residir fuera de España para no tener que involucrarse en la atención a los padres. Para no tener que pringar que dicho así, suena descorazonador, pero es la absoluta verdad. Le vino también muy bien que Isabel diera el cayo y estuviera siempre ahí para todo lo necesario, aunque ella tuviera que estar constantemente cogiendo un avión para asomar por el pueblo. En Edimburgo, Juan se ha construido una vida libre de preocupaciones ajenas porque para él, ese hombre y esa mujer que hoy ya son mayores, suponen un lastre del que siempre ha querido huir.
En esta novela, Carrasco narra ese cara a cara entre los hermanos, fija en el reloj la hora de la verdad, el día D para decir todo lo que se piensa y poner las cartas sobre la mesa. El autor esgrime las argumentaciones de Isabel con una maestría irreprochable pero, aunque me he sentido muy identificada con ella, tampoco puedo decir que no comprenda a Juan. ¿Quién quiere ver a sus padres languidecer? ¿Quién quiere encerrarse con la vejez cuando tu piel es aún joven? Sé que hay una especie de compromiso adquirido desde que nacemos que, por poco sentido moral que tengas, sabes que tienes que asumir. Hay quien ve en los hijos ese seguro de jubilación tan necesario en la vejez, pero es extremadamente complicado el papel de hijo-cuidador, de hijo con su propia vida, trabajo y familia que, ahora, también tiene que hacerse cargo de unas personas mayores que se vuelven niños, casi peor que niños, porque tu autoridad se cuestiona, porque no los puedes castigar, porque tus métodos son tan distintos a los de ellos, que no los quieren aceptar. Por eso, también puedo llegar a entender la pereza, la apatía, las ganas de escapar que tiene Juan, -yo también las sentí-, que haya «remado en aquella dirección porque únicamente alejándose de su origen, sentía, podía fundar su propia vida».
Todo ese retrato en el que se conjugan la vida y la muerte, la juventud y la vejez, la obligación y el deseo queda dibujado en la novela con una nitidez meridiana. Pero Llévame a casa es también el retrato cálido, como las tardes de verano, de la vida en los pueblos. De mujeres sentadas al fresco del atardecer, de niños jugando en la plaza, de chimeneas de leña, de botellas de cristal reutilizadas para llenarlas de agua, de naftalina en los armarios, de colonia en envases de litro, de vestidos negros que cuelgan en los armarios para esos momentos que, lamentablemente, siempre van a llegar, de expurgos de lentejas, de viajes en 4 latas y sin cinturón de seguridad. Carrasco destapa una vieja caja de hojalata, que un día guardó galletas de mantequilla, en la que ha estado encerrado todo el costumbrismo de este país.
Y también es algo más que eso, es el camino que transita Juan hasta una reconciliación, primero consigo mismo, con su egoísmo, su distanciamiento, su ingratitud, lo que permitirá dulcificar la relación con su hermana, acercarse a la madre que, poco a poco, se va perdiendo, y añorar a un padre al que ya no puede abrazar. Llévame a casa es regresar al lugar al que pertenecemos.
No puedo puntualizar ningún aspecto que me haya defraudado en esta novela. Simplemente, no lo hay.
Personajes
Juan Álvarez. Bajo mi punto de vista, lo primero que define al personaje es el deseo de huir, escapar de una realidad que se le antoja incómoda. Es mucho más agradable vivir ajeno a una situación que solo conlleva decrepitud y agonía. Enfrentarse al deterioro de los padres no es plato de buen gusto. Aunque tu vida se limite a trabajar como jardinero en una ciudad gris y lluviosa, y no tengas poco más que algún escarceo rápido, todo eso resulta un oasis frente a la obligación de atender a unos padres que cada vez necesitan más ayuda y atención.
Admito que hay veces que Juan me ha enervado. Lo he odiado. Lo he aborrecido. Me han entrado ganas de posicionarme junto a Isabel y escupirle a la cara lo que pienso de él. ¿Cómo se puede uno desentender de los padres? ¿Cómo no corresponder y devolver todo lo que te han dado? Pero Juan, en los inicios de esta novela, dice cosas como la siguiente:
«Si yo estoy tan lejos, señora, es porque no quiero estar aquí. Así de sencillo. He decidido renunciar a mis obligaciones como hijo. Ahora soy un apátrida en lo que a la familia se refiere». [pág. 52]
Pero si te abren los ojos, si te cantan las cuarentas, si te pegan un buen tirón de orejas, tienes que tener muy poquísima vergüenza para no reconocer la verdad. Juan quedará atrapado en un callejón sin salida. Tratará de abrir algún boquete por el que salir, pero lo que él no sabe es que, en realidad, la vida le está regalando un tiempo de descuento, la oportunidad de rectificar, de conocer realmente a sus padres y dejar de pensar que no eran más que «los hijos de la guerra y el hambre».
En la vida de Juan hubo disputas con su padre, malentendidos, frialdad, falta de gestos cariñosos pero lo que también hubo fue amor, aunque él no fuera capaz de verlo, aunque sus padres no fueran como esos de las películas americanas que se besan y se dicen «te quiero», aunque se limitaran a vivir para trabajar, sin comprender que hay otra vida más allá de aquella a la que han sido condenados. Juan, como todos los hijos, no es más que una víctima de esa maldición en la que todos caemos, víctima de la ceguera en nuestra juventud, de la ignorancia al pensar que ellos, los padres, estarán siempre ahí, que no saben nada de la vida, que se quedaron anclados en su tiempo. Para cuando queramos darnos cuenta de nuestro error, ya será tarde. Juan entenderá muchas cosas mientras está junto a la madre, será incluso capaz de juzgar el comportamiento de otros hijos con los que coincidirá.
Y luego está Isabel, la hija mayor, que vive en Barcelona con su familia. Durante la enfermedad del padre ha tenido que estar yendo y viniendo, y eso la ha quemado mucho. Hay mucho rencor y reproche en este personaje. ¿Cómo no iba a haberlo? Desde que su hermano se marchó a Escocia hace cuatro años, ella ha tenido que hacerse cargo de todo. En todo este tiempo, su hermano ha regresado al pueblo en tres ocasiones, y dos de ellas han sido a la fuerza. A la fuerza.
Isabel es un pozo de bilis que lleva años tragando. Se siente desgastada porque resulta agotador llevar sobre los hombros «la responsabilidad, impuesta desde fuera y desde dentro, de cuidar de quien no es ella como si fuera ella misma», porque es muy duro sentirse en un «estado de guardia permanente». Y está tan cansada que termina por reventar. Yo también reventé un día.
«...esto no es mío, se dijo. No me pertenece a mí esta mochila. Yo ya tengo que cuidar de mis hijos y vivir mi vida». [pág. 174]
Y si se ha hecho cargo de todo hasta ahora es por ser la «hija mayor, por mujer, por obstinación de la madre, por incomparencia de su hermano». Carrasco dedica a Isabel el capítulo 20, a sus sueños que ha ido demorando por cuidar de los padres, a su agotamiento, a los reproches de su madre, a la buena voluntad, a sus remordimientos, que ha tratado de compensar con una ayuda económica para que a sus padres no les faltara de nada. Pero ya no puede más, no puede soportar por más tiempo que su mente esté constantemente en alerta, «lo quiera o no». ¿Cómo no vamos a alinearnos con ella? El lector juicioso y cabal, la entenderá perfectamente.
En la vida real, la relación entre los hermanos es tal y como la pinta Carrasco. Isabel aguanta, cede, soporta, hocica, atiende, acompaña, cuida,... por no dejar solos y abandonados a sus padres. Y sobre todo calla. No quiere añadir más problemas a los problemas diarios que llegan cada día. Pero hay un momento en el que se tiene que parar a pensar. ¿Por qué ella para todo? ¿Por qué no una corresponsabilidad en las obligaciones familiares? ¿Por qué Juan puede tener su vida y atender a su trabajo sin interrupciones? La reprimenda de Isabel le cae a Juan como un jarro de agua fría. Juan tratará de sacudirse la responsabilidad que le ha caído encima. Lo intentará. Pero no hay escapatoria posible.
«Uno no puede huir de sí mismo, ni esconderse. Por mucho que se vaya a Escocia, a Australia o a la estación espacial, uno se lleva sus jugos gástricos consigo, y tarde o temprano, le sube la acidez al esófago y el eructo que produce es pestilente». [pág. 95]
Y luego está la madre que, en verdad, y ya muerto el padre, no es más que el objeto de discordia entre sus hijos. ¿Quién se va a hacer cargo de ella ahora que se queda sola? Qué fabulosa es esta madre que nos dibuja el autor. En su vejez, como sabiéndose ya un juguete roto, permanece al margen de las disputas de los hijos, aunque se encuentre presente. Es como si la cosa no fuera con ella. «Haced conmigo lo queráis», seguro que pensará. Hay padres y madres que dicen eso a sus hijos, o que lo piensan, aunque no se atreven a pronunciarlo. Esta es una madre figurante en un teatrillo en el que los reproches vuelan como flechas. ¡Ay, esa madre! Esa madre que fue la representación del orden más pulcro, convertido ahora en un caos absoluto. De adulta a chiquilla, porque hay enfermedades que tienen esas «rarezas en las que la senectud y la infancia se encuentran». Hay que cuidarla, llevarla al médico, prepararle la comida, atender todas sus necesidades más básicas. Y los hijos sabemos que existen las residencias de mayores, que también hay señoras extranjeras que se encargan de los viejos, que con dinero, todo es más fácil. Inmenso debate el que se abre en este punto, porque no hay alivio, ni consuelo, ni tampoco se trata de librarnos del estorbo. Aun así, ¿dónde queda el amor? El amor de los hijos, el amor de tu sangre, el de esos a los que tú has parido. No hay dinero que supla ese amor. Y en qué situación tan difícil nos pone la vida a los hijos. ¿Cómo atender a aquellos que nos aman en estos tiempos de prisas? Por eso puede ocurrir que luego llegue el arrepentimiento, que nos pese como una losa aquello que dijimos en un momento de crispación, aquello que no hicimos. Nadie habla de esa culpa que arrastramos los hijos, del remordimiento por no haber elogiado antes los guisos de la madre, y agradecer el esfuerzo del padre, lo que tanto nos dieron.
Estructura y estilo
Desconozco la situación personal de Jesús Carrasco, si ha encarnado el papel de Juan o de Isabel. Pero, de lo que no me cabe la menor duda es de que tiene una extraordinaria capacidad para retratar unas circunstancias llenas de penalidades, que solo los que hemos pasado por ella somos capaces de entender en toda su extensión. Miro mis notas y caen en cascada una cita, y otra, y otra, y otra más. Cada reflexión es un puñetazo en el estómago. No puedo más que asentir pesadamente con la cabeza cada vez que leo una emoción, un sentimiento, un dolor. Y lo mismo da que tú, lector, hayas estado en un lado u otro, hayas sido Juan o Isabel. Porque a los dos los vas a entender perfectamente. Me ha fascinado la manera en la que el autor transmite cada uno de los estados emocionales por los que pasan los personajes. Pura verdad.
Sin remarcar casi el espacio y el tiempo, porque esta historia es universal y atemporal, con un total de cuarenta y nueve capítulos, y acudiendo ocasionalmente al estilo indirecto, la historia está contada por una narrador en tercera persona. Quizá para un relato tan íntimo y personal como este, se podría haber empleado la primera persona pero no he echado en falta la voz propia de los personajes. No me ha hecho falta que sean ellos los que me hablen para entender sus reacciones, sus deseos, sus incomodidades, sus silencios, sus reproches,... Todo encaja.
Llévame a casa es de esos libros que reabren heridas para volverlas a cauterizar cuando llegas al final de la lectura. Me ha gustado muchísimo esta novela. Mucho, de verdad. Y eso que tiene un desenlace me ha dejado sumida en un pozo de tristeza. Pero es que no podía existir otro final más que el que nos ofrece Carrasco. No hay más cera que la que arde. Aún así, he disfrutado de cada página, de cada una de esas sentencias que han caído sobre mí como auténticos obuses. A veces he sido Isabel. A veces he sido Juan. Porque soy hija y hermana. Porque también tuve unos padres que un día se volvieron niños.
Muy, muy recomendable.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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