Autor
Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) fue mosso d’esquadra desde 1992 hasta 2012 y cursó estudios de Historia. Es autor de las novelas El peso de los muertos (Premio Tiflos de Novela 2006), El abismo de los sueños (finalista del XIII Premio Fernando Lara 2008), La tristeza del samurái (Prix du Polar Européen 2012), traducida a una decena de idiomas y bestseller en Francia, Respirar por la herida (finalista en el Festival de Beaune 2014 a la mejor novela extranjera), Un millón de gotas (ganadora en 2015 del Grand Prix de Littérature Policière), La víspera de casi todo (Premio Nadal de Novela 2016), Por encima de la lluvia (2017) y Antes de los años terribles (2019). En 2018 fue nombrado caballero de las artes y las letras de la República Francesa.
Sinopsis
¿Quién es Diego Martín? Ni siquiera él lo sabe. Un padre de familia, un esposo, un respetable profesor universitario. Uno de los hijos de la emigración de la España rural a la España industrial en los años sesenta. Alguien que se ha hecho a sí mismo renunciando a sus orígenes, a sus raíces. Y a la vez alguien incapaz de liberarse de ese pasado, de la sombra de su padre, del enfrentamiento ancestral entre la familia Patriota y la suya. Un hombre que se está convirtiendo en aquello que más odia.
El detonante es Martin Pearce, un seductor enfermero que cuida de su hermana Liria, ingresada desde hace años en un centro psiquiátrico. Martin, que de entrada parece un chico sensible, refinado y cautivado por la belleza, esconde otra cara que Diego descubrirá de la peor manera posible.
¿Qué hizo Martin Pearce para desatar a un Diego desconocido? ¿Qué ocurrió para que este rompiera con su familia y se enfrentara con todos ellos? Diego todavía recuerda ese pasado con la mirada del niño que fue y comprende que quizá ha llegado el momento de verlo con unos nuevos ojos.
¿Para qué necesitamos conocer la verdad sobre nosotros mismos si podemos escondernos en la mentira?
[Información tomada directamente del ejemplar]
Llevo un par de semanas dándole vueltas a la reseña de este libro. ¿Cómo resumir / agrupar / sintetizar todo lo que Víctor del Árbol cuenta en El hijo del padre? Reviso mis notas. Le doy varias vueltas a las veinte páginas que nacieron durante la lectura de esta novela, veinte páginas llenas de apuntes, reflexiones, meditaciones, frases extraídas del libro, preguntas,.... ¿Cómo os lo cuento para que podáis entender hasta donde llega la magnitud de esta novela? No lo sé. Releo y releo esas notas. Voy de hito en hito, recordando el relato completo. Los personajes, los sentimientos, los hechos. Espacio y tiempo. No sé si voy a ser capaz de comprimir todo esto. Vaya por delante mis disculpas porque, probablemente, esta reseña no esté a la altura.
El hijo del padre es la segunda novela que leo de Víctor del Árbol. Por casa andan todas las anteriores, desde La tristeza del samurái. Pero fue con Antes de los años terribles cuando descubrí literariamente al escritor. El autor dice que sus novelas no forman parte de un género estandarizado, sino que son fruto de su propio género, del género Víctor del Árbol. «Quien me haya leído ya sabe lo que significa», me dijo la última vez que nos vimos (puedes leer la entrevista aquí). Y yo asiento porque es verdad. Víctor del Árbol tiene algo en la yema de los dedos que sabe trasladar al papel. No sé si es una sensibilidad especial o un modo de mirar diferente al resto de los mortales. Pero lo que sí tengo claro es que en sus novelas, y más concretamente en sus personajes, la vida se detiene. Y qué personajes los de esta última novela.
El hijo del padre es la historia de Diego Martín. La novela arranca en un lugar que, de por sí, aviva la curiosidad. En la Unidad de Evaluación Psiquiátrica, alguien transcribe las notas que Diego escribió entre enero y septiembre de 2011. En ellas, se recoge una confesión. Se habla de un secuestro, de tres días de tortura y de un asesinato. Diego Martín confiesa que secuestró a Martin Pearce, lo retuvo en la Casa Grande, y el 11 de noviembre de 2010, le pega dos tiros en la cabeza. Después, se entrega a la policía.
«Martin Pearce también me arrebató eso, mi vida. Cuando extiendo la mano y la busco, solo encuentro arena entre mis dedos». [pág. 25]
Con un inicio de esta envergadura, relatado en un capítulo introductorio, donde el personaje da cuenta a grandes pinceladas de sus días en reclusión, el lector se adentrará en la vida de Diego Martín. El presente de la novela se desarrollará a partir de una inesperada llamada de teléfono. Le anuncian que su padre acaba de fallecer. Para él, aquel hombre «déspota y caprichoso» llevaba muerto más de veinte años. Como prácticamente lo estaba toda su familia, con la que rompió lazos mucho tiempo atrás. La muerte del padre hace estallar una vida que él ya tenía enterrada. Tendrá que regresar a sus orígenes, a donde todo empezó. Regresar al pueblo, a la casa familiar, a la Casa Grande, donde tendrá lugar la muerte de Martin Pearce tiempo después. Tendrá que volver a ver a su madre. Y a sus hermanos: Octavio, Alberto, Gloria. Solo Liria, la hermana pequeña, se salva de su rencor. Es el único miembro de la familia con el que Diego mantiene contacto.
El entierro del padre le permite conocer Teresa, la pareja de su padre en los últimos años, después de que este se divorciara. Ambos mantendrán un breve encuentro, intercambiarán pareceres, hablarán del que ya descansa bajo tierra. Teresa tiene una misión que cumplir, dar a Diego una carta escrita de puño y letra de su padre. Aunque hubo un tiempo en el que Diego quiso a su padre como los hijos aman a los que nos dan la vida, hoy no quiere nada de él, le repugna todo lo que tenga su olor, todo lo que él haya tocado. ¿Qué pueden contener esos papeles que a él le puedan interesar? ¿Acaso lo que haya ahí escrito podría hacer cambiar la opinión que él tiene ahora de su padre?
«- A mi padre le gustaba mucho inventar historias, y estoy seguro de que te contó unas cuantas. Pero pareces una mujer lista, así que ya debes de saber que mentía tanto como hablaba. Se le daba bien manipular a la gente». [pág. 83]
El regreso de Diego Martín supone reencontrarse con su pasado, con unos hechos que pusieron patas arriba las bases de lo que se supone que es una familia. Diego no quiere nada del legado familiar, sin embargo, el padre le deja en herencia la Casa Grande, un inmueble que solo ha traído desgracias a la familia. Poner un pie en aquella casa conlleva recordar todo lo que ocurrió. En el desván, una vieja maleta guarda en su interior una fotografía y una pistola en perfecto estado. Diego recuerda y se traslada mentalmente al año 1936. A través de ese flashback, navegaremos por la genealogía del personaje. Conoceremos al abuelo Simón, que maltrataba a la abuela Alma Virtudes y a sus hijos. Sabremos de aquel tío anarquista al que asesinaron con tan solo diecisiete años. Nos asomaremos a la rivalidad entre la familia Patriota, dueña y señora del lugar, frente a los Martín, gente humilde, de la tierra, humillados por los que ostentan el poder. Nacerá la guerra, y habrá bandos y represalias, vencedores y vencidos.
Moviéndonos en la línea del tiempo, y con frecuentes saltos en la cronología, iremos conociendo, por un lado, cómo es la vida de Diego en el presente. Los hechos que se producen dentro de su matrimonio, la relación que mantiene con su hijastra, las coacciones y amenazas de un compañero de trabajo. Por otro, cómo fue la vida de los Martín en el Pueblo, los años en los que el abuelo estuvo en la División Azul, cuyo regreso implicó tener que «mendigar favores», el tiempo que el padre pasó en el Sahara Occidental, como legionario, lo que ocurrió con Liria, el porqué de la ruptura familiar, una unidad que se deshizo como si fuera un terruño aplastado con el pie. Y las consecuencias que todos esos actos dio lugar. ¿Qué pasó en esa familia? ¿Por qué la madre dice lo siguiente?:
«Los embustes de Liria acabaron con mi matrimonio y me enemistaron con mis hijos». [pág. 91]
Lo que fuera que ocurrió dio pie a un juicio donde la unidad familiar quedó definitivamente dinamitada. Cada uno de los miembros quedó marcado y se hundieron en un profundo pozo. Amargura, resignación, desequilibrio mental. La familia se hizo añicos porque hay traiciones, venganzas, odios, recelos y violencia. «A la familia se le perdona, Diego», le dirá Octavio, el conciliador, a su hermano mayor porque «lo que ocurrió fue jodido para todos, pero han pasado casi veinte años. Hay que olvidar, hermano». Pero Diego no puede olvidar, sobre todo, cuando va a visitar a Liria con la que siempre tuvo una conexión especial. De familias habla El hijo del padre. También de VERDAD (así, en mayúsculas), porque «se le suele dar mucha importancia a esa palabra, pero todos juegan con ella como niños con una copa de cristal: la manosean, la comprometen y la traicionarán sin comprender ni su fragilidad ni su valor. La mayoría no sabe qué hacer con ella, de modo que fingen que no existe, a menos que puedan cambiarla por otra más conveniente». Pero también se abordarán otras cuestiones que prefiero callar porque esta novela no es para hablar de ella, aunque haya tanto que decir, sino para leerla y dejarse engullir por su complejo entramado.
Tengo que admitir que a veces he sentido vértigo con la lectura. Me ha perturbado esa sensación de incomodidad que te inunda cuando sientes que algo terrible va a ocurrir. Dentro de estas familias se respira una aire enviciado, que provoca inseguridad, porque sabes que ahí no estás a salvo. Hay escenas que me han quitado el aliento. También me ha escocido profundamente la tensión y la agresividad que se vive dentro de las familias de esta novela. La red de relaciones que se forja entre unos y otros da para un largo debate. Ya sabemos que en todos lados cuecen habas, por eso no es extraño encontrar rencillas y conflictos, de mayor o menor calado, en todas las familias. Aquí, las cuitas son de altura. El lector se encontrará con asuntos desnaturalizados que germinan a la sombra de la duda. Y yo hablaba antes de la verdad, pero ¿cuál es la verdad en el seno de las familias? Dejo que seas tú mismo quien lo descubra en el caso de los Martín.
Estamos ante una saga familiar en la que Diego encabeza el rosario de personajes. Profesor universitario de cuarenta años de edad, está casado con Rebeca, una mujer de buena familia que no es consciente del origen humilde de su marido. Junto a ella, Diego optó por dejar atrás lo que un día fue porque «renunció a sus raíces, inventó otra historia que contar, tejió una tela de araña donde se confundieron la fabulación y la realidad». Rebeca aporta al matrimonio una hija. Ana, a la que Diego unió su vida cuando la niña tenía seis años, jamás confió en él. Ahora que ha crecido y es una universitaria, la relación entre ambos se tensará mucho más. Diego lleva una vida estable aunque algo gris. Parece de esos hombres que están estancados, que viven dentro de un matrimonio aburrido y rutinario, y por eso, alguna vez se permite algún escarceo que tampoco le aporta absolutamente nada, ni siquiera el cosquilleo que proporciona tocar una piel joven o el morbo que pude implicar ser pillado en falta. Diego solo siente vacío, decepción, asco, culpabilidad en lo prohibido. «Era un infeliz vocacional». Eso es él.
Diego es de esos hombres que tratan de caminar erguidos aunque su espalda tienda a encorvarse como efecto del peso que porta sobre la misma. Da la impresión de sentirse totalmente desubicado. No forma parte de su familia, con la que ya nada lo une. Tampoco se siente acogido en esa Barcelona en la que reside ahora, y que etiqueta a los que son como él, como charnegos.
«Era una palabra del pasado pero que seguía clavada como una astilla en alguna parte de su memoria, escupida con desprecio hacia los recién llegados por los que se consideraban dueños de la tierra, los que siempre estuvieron aquí, aunque todo el mundo venga de alguna parte. Sinónimo de harapiento, muerto de hambre, el dedo que señalaba a su abuelo, a su padre, a él durante mucho tiempo». [pág. 37]
Diego se crió entre chabolas, en esa zona de la ciudad a la que llegaban los desheredados, «un suelo blando que la lluvia transformaba en torrentes de agua sucia que arrastraba colina abajo toda clase de inmundicias. Todo iba a parar a la parte baja convertida en un vertedero que daba la espalda a la verdadera ciudad». Y aunque él consiguió construirse una nueva vida, un nuevo pasado, una nueva identidad, no ha podido jamás desprenderse del olor a pueblo y del barrizal con el que manchó sus pies cuando llegó a Barcelona. A Diego le pesa su pasado. Le pesa su familia. Y le pesa aquella sentencia que escuchó decir a su abuelo Simón, el día que junto a él, lo vio lanzar un anillo con una piedra negra a un estanque. «Espero que no te jodas la vida como hemos hecho todos los hombres de esta familia». Y en esa jodienda tiene mucho que ver una casa, la Casa Grande, otro personaje más de esta novela.
«Quien más y quien menos tenía que ver con aquel caserón levantado en 1863 por un lejano Patriota enriquecido en Cuba, cuyo nombre se perdía en los orígenes de la genealogía de aquella familia que durante décadas gobernó la comarca con un puño de hierro. Todo el mundo tenía algún pariente que había trabajado en sus tierras como jornalero, en las alquitaras, en la fábrica de envasado o en el servicio doméstico». [pág. 60]
Propiedad de los Patriota, la Casa Grande pasó de las manos de los poderosos a las manos de los humilde, de los Martín. Un inmueble que supone todo un símbolo, que representa la ejecución de una venganza, y que encierra buena parte de la desgracia de los hombres de la familia, como bien apuntaba el abuelo Simón.
Y sigo comentando de los personajes, algunos depravados, con un lado negro y que incluso, a pesar de su faz más tenebrosa, también tienen algún ramalazo de humanidad y conciencia.
Entre los personajes, podría hablar de Martin Pearce, al que dejamos abandonado al inicio de esta reseña, con dos tiros en la cabeza. La relación que une a Pearce con Diego no la voy a desvelar. Digamos que todo fluye de manera natural entre ellos, que la relación se forja por las inevitables circunstancias. Las primeras impresiones no son siempre las más certeras. Diego, con el tiempo, irá descubriendo ciertos secretos de Martín, de este joven de veinticuatro años, criado en una familia en la que «todo era pecado, todo era malo, peligroso o dañino. Oscuro y enfermizo». Otra familia más, la de Pearce, que terminará por hacerse polvo. Martin es un tipo que sabe camuflarse, mimetizarse con el entorno, y ofrecer su mejor versión. En mi idioma, un tipo así tiene un nombre.
Y os podría seguir hablando del padre de Diego, cuyo nombre solo conoceremos en la última página; del tío Joaquín, aquel anarquista al que le arrebataron la vida tan pronto; de Beatriz Patriota que será personaje del pasado con billete de ida al presente; o de Liria, esa mujer que ocupa todo el espacio de su hermano Diego. Adentrarme en la vida de Liria es desgranar en exceso la novela. No lo haré. Quisiera que fueras tú el que descubriera las motivaciones de Diego, el porqué actuó como lo hizo, independientemente de su verdad. Son muchos los sucesos que transcurren en la novela, muchos los personajes, muchos los años narrados,... Porque El hijo del padre es también el retrato de una época, de todo el siglo XX en España. De ahí que muchos personajes vivan en primera persona los acontecimientos más importantes de nuestra historia.
Por otra parte, he disfrutado mucho con la atmósfera de Pueblo. Me ha parecido magistral la manera en la que el autor recrea la vida en los pueblos, en los tiempos de hoy y en los de ayer. Solo los que han pasado parte de su vida viviendo en esos reductos diminutos, en pequeñitas localidades, donde hay otras reglas, saben cómo es la atmósfera que se respira. En ciertos pasajes, he podido recordar las sensaciones que tenía durante mis temporadas en el pueblo, aquellos veranos corriendo por el campo o la visión de esas sillas de anea, vacías y abandonadas, junto a las puertas de las casas, cuando el sol castigaba en las horas centrales. Sillas que siempre quedaban a la espera de que bajaran las temperaturas, para volver a ser ocupadas y convertirse en testigos de mudos de la cháchara de las vecinas.
En los pueblos, todos saben de todos, y eso supone un gran problema en tiempos de guerra y posguerra, o cuando hay líos de falda. No había forma de ocultarse ni pasar desapercibidos. Lo que hoy me haces tú, queda dentro de mí, y ya veremos si mañana, cuando cambien las tornas, no seré yo quien me cobre la ofensa. Así eran y son los pueblos, lugares con una justicia propia, enclaves en los que todos los estamentos están implicados. La Iglesia también. Por eso todo lo que ocurre entre los Patriota y los Martin, por eso todo ese odio y rencor, macerado a fuego lento durante años.
¿Qué más os podría contar? Siento que se me quedan tantas cosas por decir pero, a la vez, no queriendo hablar más de la cuenta. Aún así, cabe añadir que Víctor del Árbol consigue atraparte en una narración plagada de emociones y con unos personajes complejos. El hijo del padre es compacta, densa, detallada y, sin embargo, fluye. Tiene mucho que ver el estilo del autor, esa forma intimista de contar las vivencias de unos personajes, a los que hace protagonistas de una vida llena de socavones. Bajo mi punto de vista, y aunque hay pasajes que me han interesado menos -los capítulos dedicados a Rusia y al Sáhara-, esta novela conforma un todo de enormes dimensiones, en los que Víctor del Árbol demuestra un hábil manejo de la estructura narrativa. Combinando voces y haciéndonos avanzar y retroceder en el tiempo, el lector llega a un desenlace en el que la palabra «verdad» cobra todo su sentido. ¿Qué piensas hacer con toda esa rabia que te ha ido consumiendo por dentro, Diego?
Escrito con una prosa que no solo es elegante, sino inteligente, El hijo del padre erosiona la piel, la magulla, la hiere. Es muy complicado hablar de una novela como esta, tan brutal, que se dilata tanto en el tiempo, con un conjunto de personajes llenos de aristas. Lo que ves en esta reseña es solo la punta del iceberg. Por ello, te invito a leerla. Merece mucho la pena descubrir por qué Diego mató a Martin Pearce y qué le pasó a Liria. Para mí son dos de las grandes incógnitas de una novela espléndida que arranca al lector un aluvión de preguntas. No te la pierdas.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
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No me la pienso perder, pero aún tengo pendiente dos novelas del autor en la estantería, así que tardará en caer. Una gran reseña.
ResponderEliminarBesotes!!!
Este libro va a caer sí o sí, Besos!
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminares un NOVELÓN así, en mayúsculas, que todo el mundo debería disfrutar.
Un beso, Marisa
Fantástica esta novela. Ya te comenté que había sido la que más me había gustado del autor, pero es que además ha ido ganando en el recuerdo. me ha encantado volver a ella con tu fantástica reseña.
ResponderEliminarUn beso.
Me gusta todo todo lo que nos cuentas, parece una gran historia que descburir así que me lo anoto =)
ResponderEliminarYo lo tengo, desde hace poco, aunque no se excusa para no haberlo leído todavía 🙄
ResponderEliminarEstupendo y completísima reseña 💋💋💋
Si no lo hubiera leído ya saldría corriendo a buscarlo. Menuda reseña te ha quedado ! Coincidimos totalmente en impresiones.
ResponderEliminarBesos.
Buenas tardes:
ResponderEliminar¡Qué tremendísima reseña has escrito! No debe ser fácil, efectivamente, reseñar una novela tan compleja. Todo lo que cuentas es interesante, por ello me la anoto para leerla cuando mi vida tenga un poco de paz.
Un abrazo y enhorabuena por la reseña!!
¡Hola!
ResponderEliminarPues no conocía este libro hasta hoy, pero tiene buena pinta y no descarto darle una oportunidad.
Un abrazo
Estoy deseando leerla y más después de tu reseña. Saludos
ResponderEliminarDe Víctor del Árbol sólo leí Por encima de la lluvia, una novela con la que me costó mucho conectar con su trama. Es la tercera reseña que leo de El hijo del padre, y creo que es el título adecuado para reconciliarme con su narrativa. Besos.
ResponderEliminarTengo pendiente estrenarme con este hombre aún...
ResponderEliminarBesotes