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Autora
Bárbara Montes es licenciada en Psicología y diplomada en Turismo. Trabajó como responsable de marketing y comunicación hasta que decidió dar el salto a la psicología, especializándose en niños y adolescentes. Ha publicado cuatro novelas infantiles (serie Rexcatadores, B de Block) y Julia está bien es su primera novela dirigida a un público adulto. En la actualidad vive en Madrid.
Sinopsis
Esta es una novela que nos habla de fracasos generacionales, valentías como ya no quedan y amores de verdad. Una historia sobre dos mujeres que, en el momento más inesperado, compartirán su pasado y su presente, buscando la una en la otra su tabla de salvación.
Sofía es una treintañera que no atraviesa su mejor momento. Recién divorciada y en el paro, decide mudarse a casa de su abuela Julia para cuidarla y, de paso, ahorrarse el alquiler que no puede pagar. Lo que al principio es una solución desesperada se convierte pronto en una especial relación de convivencia entre una anciana cada vez más enferma, que desea narrar su vida antes de que se le acabe el tiempo, y una nieta que, página tras página, irá dándose cuenta de cómo necesita escuchar ese relato.
Las extraordinarias vivencias de la abuela durante la Guerra Civil, cuando arriesgó su vida como parte de un grupo de resistencia mientras el hombre al que amaba estaba preso, se unen en esta novela al reflejo -lleno de ternura y tristeza, pero también de humor- de la rutina de estas dos mujeres que comparten unos días que saben que serán los últimos. Basándose en la historia de su propia familia, la autora trenza una novela que salta una y otra vez de la actualidad al pasado, para contarnos dos historias que tal vez hayan sido siempre una sola.
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Muchas son las cosas que hemos aprendido durante esta pandemia. Bueno, muchas son las cosas que deberíamos haber aprendido durante esta pandemia. Una de ellas, a valorar a las personas mayores, escucharlas y dedicarles tiempo, porque ellos fueron los que abrieron nuestro camino. Lo comentaba el otro día en Facebook, cuando publiqué la entrevista con Bárbara Montes (puedes leerla aquí), que me arrepentía de no haberme sentado con mis abuelos, para que me contaran cómo habían sido sus vidas y cómo vivieron la guerra civil. Una amiga respondió: «Piensas que van a estar siempre y que ya tendrás tiempo. Cuando te das cuenta ni tienes el tiempo ni los tienes a ellos». Así es.
Por suerte, Bárbara Montes fue mucho más inteligente que yo. Ella sí se sentó con su abuela. Ella sí compartió parte de su tiempo con Juliana. Ella sí la escuchó. Prueba de ello es la novela que la autora de las novelas infanto-juveniles, protagonizadas por Amanda Black, y escritas junto a Juan Gómez-Jurado, ha publicado recientemente. Hoy os hablo de Julia está bien.
Sofía tiene treinta y nueve años. Está separada y en paro. El combo perfecto. La vida le ha caído encima como un jarro de agua fría y se ha encerrado en sí misma. En tales circunstancias, Sofía tendería a recurrir al apoyo de su madre pero «ella nunca ha sido de esas madres que te dicen lo que quieres oír y te proporcionan consuelo y amor. Ella te dice lo que le da la gana, sigue con su vida y allá tú con tus emociones». Como no tiene otra cosa mejor que hacer, a Sofía le encargan la tarea de cuidar de su abuela Julia. Con ello, todos salen ganando. Ella ganará un dinerillo y tendrá un lugar donde vivir, mientras que la abuela estará acompañada por la nieta. El negocio no le hace mucha gracia. Aunque Sofía adora a su abuela, una ancianita de noventa y seis años, con la que siempre se ha llevado bien, la situación no es más que el reflejo de una vida llena de fracasos.
De perdidos al río, que dice el refrán. Ya que la joven no tiene más remedio que irse a vivir con su abuela, al menos tratará de conocerla mejor. Es la última oportunidad que tiene y apuesta por aprovecharla. Sofía le pide a Julia que le cuenta cosas de su vida, cómo fue su infancia en el pueblo, o cómo conoció al abuelo. Así se inicia el relato de la abuela, que nos llevará de vuelta al año 1934, a San Pedro de Mérida, un pueblecito de Extremadura, donde Julia vivía con sus padres, Pedro y Benita, y sus hermanos Ana, Mercedes, Antonia, Eugenia, Mª Luisa y Fulgencio, y donde pasó la guerra civil.
De este modo, el lector se adentrará en la vida de una muchacha de diecinueve años, residente en un pequeñito pueblo extremeño, de familia numerosa y muy humilde. Por aquellos tiempos y lares, la vida transitaba con cierta calma. No había más que pobreza y todo se reducía al trabajo como sirvienta en casa de la familia más acaudalada del pueblo, pero también había instantes de felicidad. Julia conocerá a Salvador, un joven apasionado por la pintura, del que ella se enamora, aunque a sus padres no les hace gracia. Preferirían que su hija pusiera la vista en otro tipo de muchacho, en alguien que le pueda proporcionar una vida mejor, más confortable, más holgada. Un buen candidato podría ser Ramón, el hijo de los señores en cuya casa sirve la joven, un universitario atractivo, culto y con dinero. ¿Hay mejor partido? Pero donde manda patrón, no manda marinero. Y si tu corazón se enamora de un seguidor de Largo Caballero, tan muerto de hambre como tú, no hay nada más que hacer. Y así, con esta diatriba sentimental, este tira y afloja entre Salvador y Ramón, debería de haber transcurrido la juventud de Julia si no fuera porque estalla la guerra civil, y todo se recrudece. Ya sabemos lo que aquella contienda supuso -bandos, chivatazos, rencillas, ajustes de cuentas, venganzas-. Julia tendrá que madurar a la velocidad de la luz y enfrentarse a unas circunstancias que jamás hubiera imaginado. En algún momento se sentirá entre la espada y la pared, y escocerá en su piel el dolor de la separación o de la muerte.
Al mismo tiempo, y en paralelo al desarrollo de la trama de la abuela, el lector conocerá a Sofía. ¿Cómo una mujer de su talla llega a este punto de desequilibrio? La joven está en ese momento de su vida en el que solo caben dos caminos: dejarse arrollar y caer definitivamente, o levantarse de sus cenizas, cual ave fénix. Mientras va escuchando a su abuela relatarle partes de su existencia, Sofía se enreda en sus reflexiones y analiza cómo ha sido su vida hasta ahora. ¿Ha sido feliz? ¿Se sentía amada por su marido? Para aclarar sus ideas le servirá de ayuda el relato de las vivencias de su abuela. Ella tuvo que plantar cara a la adversidad y tomar decisiones complicadas. Será un gran ejemplo para la nieta, un auténtico referente.
El amor será uno de los pilares de la novela, ese amor pueril, sin mácula, emergente, que nace de los corazones jóvenes. El lector asistirá al comienzo de una relación sentimental, a los nervios y a las mariposas en el estómago, a los primeros besos y a esos instantes en los que los cuerpos se rozan por primera vez. Es el amor de los años treinta, un amor en blanco y negro, pasional pero sincero, tan distinto al amor de hoy, afiliado y adulterado en ocasiones, tan diferente al amor que vive Sofía. Y junto al amor, otros grandes valores de la vida como el espíritu de sacrificio, el compromiso con los ideales, la lucha, el entusiasmo o la dignidad. Serán elementos y cualidades que veremos en los personajes de esta novela.
Pero estando la guerra civil de por medio, la política ocupará un porcentaje importante en el relato. Aquellos años fueron convulsos en cualquier punto del país y afectaron a todos los ciudadanos por igual. Asistiremos a la huelga general promovida por el PSOE y la UGT y también sentiremos cómo la República comienza a tambalearse. Salvador será el personaje que nos servirá de guía para tomar el pulso del devenir político en Extremadura. Es un revolucionario, un ideólogo, un joven que apuesta por un país basado en la libertad. Sus creencias políticas lo convierten en un joven de mentalidad abierta que sorprende a Julia por su extravagancia:
Sofía es una mujer de su tiempo, con las preocupaciones típicas de nuestra era. Su matrimonio se ha venido abajo tras descubrir la infidelidad de su marido. Eso no solamente ocasiona un tsunami sentimental en su vida, sino que también supone renunciar a un trabajo que le gusta, pues trabajaba para la empresa de Álvaro. Sin embargo, este parece arrepentido y anda detrás de la joven, pidiendo una segunda oportunidad. Insiste e insiste, y a Sofía le entran las dudas. ¿Qué debería hacer? ¿Realmente está Álvaro arrepentido y sigue enamorado de Sofía? En ese mar de incertidumbres se debate la joven. Para buscar solución a su caos mental, recurre a sus amigas, pero quien más la ayudará a resolver sus conflictos será la abuela, sin que ni siquiera esta última se percate de ello.
Para mí, la abuela es el personaje estrella de esta novela, el más atractivo. En su juventud, nos encontraremos con una joven noble, algo rebelde -cualidad propia de la edad-, pero de buen corazón. Y, ante todo, valiente. Su cabezonería y testarudez le serán de gran ayuda en los complicados momentos que le tocará vivir, cuando el miedo los paraliza. La abuela se tragó su orgullo siendo joven, arriesgó su vida, y fue víctima de humillaciones y amenazas. Pero ahora, en la vejez, está en esa edad en la que ya todo le importa muy poco. A sus noventa y seis años, dice las cosas como las piensa, sin filtro, y tampoco se esfuerza demasiado en mantener las típicas fórmulas de cortesía ni los convencionalismos sociales a los que siempre estamos encorsetados. Esa falta de inhibición la convierten en un personaje natural, espontáneo, fresco y seductor. Además cuenta con un sexto sentido, un radar interno que le permite saber si algo marcha bien o no a su alrededor. Quizá se deba a que, como es ciega, tiene el resto de los sentidos muy desarrollados y no se le escapa una. Es una mujer divertida que conseguirá enamorarnos.
La relación abuela-nieta no puede ser más entrañable. Es de esas relaciones de algodón, suaves y mullidas. El cariño que Sofía siente por su abuela nos llega a través de las páginas de este libro. La joven entiende que le debe mucho a la abuela, que gracia a ella, y otras tantas mujeres como ella que lo pasaron realmente mal durante la guerra, hoy somos lo que somos. Entiende que le debe mucho a esa mujer, aunque no sepa cómo devolverle todo lo que su abuela ha hecho por ella.
Julia está bien se sustenta sobre una estructura de sesenta y nueve capítulos, precedidos por un prólogo, que nos adelanta alguna escena de la trama, y culminada por un epílogo. Todo ello es de corta extensión, encontrando bastante diálogo. Se añade también que la narración es muy fluida, con ritmo ágil y cuenta además con su puntito de suspense. A eso hay que sumar a una trama en la que se percibe el cariño que ha puesto su autora. La combinación de todos estos elementos consigue que la novela se lea a buen paso, rápido, avanzando por las vidas de Julia y Sofía. Por destacar algo, hay algunas escenas de sexo, de ese sexo lleno de inocencia, juventud e inexperiencia que están narradas con una gran delicadeza. Da la sensación de que la autora ha puesto todo su esfuerzo en narrar ciertos hechos con sumo cuidado.
Por otra parte, la novela cuenta con un desenlace dulce, un broche precioso que supone un sueño cumplido para la abuela y una deuda saldada para la nieta. Sofía no pudo encontrar mejor modo de devolver a su abuela lo que ha significado para ella, de conseguir que esa anciana recupere un trocito de su juventud. Es de esos desenlaces que te van a arrancar un «Ohhh» reconfortante.
Narrada a dos voces y con capítulos que se alternan entre los dos hilos temporales -el que se inicia en 1934 y el que arranca en 2011- Julia está bien no puede tener una dedicatoria diferente a la que tiene. «Para la abuela». Me ha parecido una historia preciosa, tierna, emotiva, hecha con y desde el cariño más absoluto. Aunque no todo lo que ocurre en Julia está bien es autobiográfico, es decir, aunque no todo lo que le ocurre a Julia le ocurrió a Juliana (la abuela de Bárbara Montes) es muy fácil imaginarse a su abuela en aquellos años, viviendo algo muy similar. A Bárbara Montes le ha quedado una novela para el recuerdo. De una sola vez, ha conseguido que el lector se enamore de esta historia, pero también ha logrado algo más importante, que conozcamos a Juliana porque, como ella misma nos explica en el epílogo:
Lo has conseguido, Bárbara.
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Desde que La última paloma vio la luz hace tan solo unas semanas, publicada por Planeta, no se ha dejado de hablar de Men Marías entre los lectores. Dicen los que ya la han leído que es un thriller absolutamente adictivo y brutal, que viene pisando con tanta fuerza, que horada el terreno por el que pisa.
La acción nos lleva al pueblo gaditano de Rota, enclave en el que se asienta desde medios de los años 50 del pasado siglo, una de las cuatro bases americanas con presencia en España. La joven Diana Buffet aparece un día muerta, horriblemente mutilada y con dos alas cosidas a la espalda. Se encargará de la investigación del sargento de la guardia civil Patria Santiago, junto con su compañero Sacha Santos. Lo que parece un crimen independiente, se tornará en un comportamiento en serie. Además, la investigación sacará a la luz que este crimen está vinculado con otros sucesos terribles que ocurrieron hace sesenta años, cuando los americanos llegaron al pueblo.
Hablamos con Men Marías.
Men M.- No, no es mi caso no es. Bueno, era algo que me gustaba. Al igual que nos cambiamos de ropa, ¿por qué no cambiarse de nombre? Lo de Men Marías viene de mi propio nombre. Men por Carmen y Marías, pues de María. Me dio por hacerlo así. Me pareció que quedaba bien.
M.G.- La última paloma no es lo primero que publicas. De 2018 tenemos Pukata, pescados y mariscos, con la que cosechaste algún premio. Sin embargo, creo que sí es lo primero en género negro. ¿Puede ser?
M.M.- Efectivamente, aunque te puedo decir que, en cualquier género siempre hay algo de negra, porque es lo que se presta a la acción, a esa intriga. Pero sí, lo que en el género negro, en exclusiva, esta es la primera novela que escribo.
M.G.- Y en ella nos presentas un crimen espeluznante, que se produce en Rota, muy cerca de la base naval americana. ¿Cómo nace en tu cabeza esta historia? Me refiero a enclavarla en Rota, ese pueblo de Cádiz, famoso por la base, pero no deja de ser un pueblo.
M.M.- Tenía muy claro que quería escribir una novela negra y ubicarla en Andalucía. Estos dos puntos los tenía clarísimos. Porque Andalucía es como los buenos asesinos. ¿Quién iba a sospechar de ella con tanta luz? Pero pensé que sería interesante construir una trama negra detrás de la gente de Andalucía, tan alegre, como somos, de esta claridad que nos rodea. Me apetecía sacar lo turbio y concretamente, la llegada de los americanos a Rota.
Como tú dices, el tema de las bases navales en España está en el imaginario común pero, cuando me adentré en la historia de la base naval de Rota, no daba crédito. Es algo tan especial y tan seductor, un choque cultural tan grande que, lo primero que hice fue buscar quien había escrito el libro que yo ya tenía en mente. Estaba segura que, ficcionado o no ficcionado, alguien tenía que haber escrito algo así. Pero no encontré nada, absolutamente nada. Así que me fui a Rota, a hablar con la gente. El noventa por ciento de las anécdotas y de las historias que se cuentan en la novela son reales. Los vecinos me contaron muchas cosas. De hecho, hablando con una señora, le conté lo que quería escribir, por saber si le parecía muy descabellado. La señora me respondió que no sabía si eso había ocurrido allí alguna vez pero que, perfectamente, podía haber pasado. Y esos mismos vecinos comentaban que los americanos, a su llegaba, iban diciendo que más que un viaje al sur de Andalucía habían hecho un viaje a la edad de piedra. Imagínate, en el año 53, llegó a Rota los Rolling Stones, la Coca-cola, Mickey Mouse, la libertad, cuando resulta que en el pueblo, que eran cuatro calles sumergidas en la España franquista, ni había agua corriente en las casas, ni alumbrado público, ni nada. Hubo un choque cultural brutal.
Los americanos llegaron a aquel pueblo después de seis meses bajo el mar. Rota era baratísima para ellos y el dinero les quemaba en el bolsillo. Todo eran juergas, diversión, aquello se llenó de bares y prostitutas, incluso apareció en la revista Interviú como paraíso del vicio nacional. Lo que allí ocurrió es una historia muy desconocida, pero muy seductora.
M.G.- Pero tú, vinculación previa con Rota no tenías, ¿no?
M.M.- Nada. Solo a partir de que me planteo la novela. He ido muchas veces y he hablado con mucha gente. Además es que son gente muy maja, que te lo dan todo. En otras ubicaciones, para hablar con sus habitantes casi que le tienes que robar las palabras pero Rota y su gente es muy generosa.
M.G.- El inicio de la novela no puede ser más espeluznante. Hay una puesta en escena muy truculenta, en la que el lector se va a encontrar con una chica joven asesinada, y que muestra unos signos de violencia muy singulares.
M.M.- Sí, Diana aparece salvajísimamente mutilada y con unas enormes alas cosidas a la espalda, cerca de la base naval de Rota y frente a la casa de Mongoli, un enclave alrededor del cual giran varias leyendas. Es una finca abandonada, que perteneció a León de Carranza, antiguo alcalde de Cádiz. Del cuidado de la finca se encargaba un guardia al que llamaban el Mongoli pero ese hombre desapareció un día y nunca más se volvió a saber de él. A partir de ese momento, se empezó a hablar de cosas extrañas que ocurrían en la casa, como gente que decía haber visto a una mujer ahorcada en el torreón. También habla de ruidos y de pasos.
La responsable de la investigación será la sargento de la Guardia Civil, Patria Santiago. Ella es criminóloga y aprecia ciertos indicios en el crimen, que le indican que el asesino va a volver a matar.
M.G.- Pero este asesino, tal y como mutila a la mujer, parece que sufre de misoginia porque a la víctima le arrebata todo eso que la hace femenina.
M.M.- Así es. Y en cierto modo, puede ser que padezca de algo de eso. A la mujer la desfeminiza. Puede ser algo en lo que el asesino pone el foco pero eso se irá viendo con el avance de la trama. No desvelamos más.
M.G.- Lo dejamos, así. De todos modos, Men, la novela no empieza con el crimen sino que hay unas páginas previas que nos hablan de un niño, un hombre barbudo y un paisaje nevado. Obviamente, esto tendrá que ver con la historia pero a priori, la nieve y Rota no casan.
M.M.- Es un adelanto. Esa escena guarda toda relación con la trama principal pero hay que esperar un poco para saber quién es ese niño, y qué tiene que ver con todo lo que se cuenta en la novela.
M.G.- La galería de personajes es muy importante. Si leemos sus biografías, se podría decir que son personajes atormentados, que arrastran un trauma. Todos tienen algo.
M.M.- Eso era algo importante para mí. Cuando me refiero a los personajes de esta novela siempre digo que, en el fondo, todos ellos son niños detenidos en algún momento de la infancia. Creo que eso es lo que los convierte en personas porque a todos nos pasa algo así. Evidentemente, hay personas que viven sucesos mucho más traumáticos a lo largo de su vida pero, en realidad, todos nosotros, de algún modo u otro, hemos vivido situaciones complicadas cuando somos pequeños, ya sea en nuestras casas, o en el colegio. Creo que resaltar las carencias emocionales de una persona y especificar que vienen de la infancia, que se les está obligando hoy día a vivir una vida de adulto, con las herramientas emocionales de un niño, nos lleva a vivir vidas que no nos corresponde, y a vivir con miedo y con angustia.
Siempre digo que La última paloma es un thriller de personajes. Creo que la buena novela negra tiene que centrarse en el quién y en el cómo pero no puede olvidarse del porqué. La inmensa mayoría de las veces el porqué viene de la infancia.
M.G.- Me llama mucho la atención los nombres de los personajes. Patria y Sacha son los guardias civiles, Olimpia es la alcaldesa de Rota,... Son muy curiosos.
M.M.- Para mí, el más importante es Patria. No sabía que ese nombre existía hasta que una conocida, de ochenta años, me enseñó su orla de la universidad con mucho orgullo. Era raro que una mujer fuera a la universidad en aquellos años. Mirando la orla, vi a una compañera de esta señora que se llamaba Patria. Me impactó el nombre e inmediatamente supe que tenía que usarlo para la novela. Es un nombre muy especial por su sonoridad y también por lo que tiene de metafórico. La novela está dedicada a todos los apátridas. Patria es un sustantivo que refleja el lugar al que perteneces, pero en este caso, usado como un nombre propio para una persona que se siente totalmente desarraigada. Hay un contraste curioso y siento que ese nombre me estaba buscando. Patria ya se llamaba Patria, antes de que yo lo supiera.
M.G.- Patria, que es de Rota, tiene un perfil peculiar para ser miembro de la Guardia Civil. La llaman la Escalera.
M.M.- Reconozco que era un personaje del que tenía miedo. Es una antigua boxeadora, reconvertida en guardia civil y, como dices, es nacida y criada en Rota. Su compañero Sacha comenta que, los que la veían corriendo desnuda por la playa, ahora la están viendo en uniforme, vestida de guardia civil. En un lugar tan pequeño, en el que todo se presta a las habladurías, no es fácil encajar algo así, y menos aún, en una persona como ella que arrastra el pasado que arrastra. Patria es un personaje cambiante, con muchas luces y sombras. Se comenta en la novela que todo el mundo la vio haciendo lo que hacía en los cementerios o la han visto en veladas de boxeo privadas, sin guantes y ofreciéndose al oponente. Patria no es de fiar, a pesar de que es lo que se espera de un miembro de las fuerzas de seguridad. Por eso, cuando se tiene que encargar de investigar este crimen, la gente desconfía, como es de esperar.
M.G.- En esta novela, el amor está camuflado.
M.M.- El amor es una parte inevitable de la novela negra. Al menos, yo lo veo así. El amor tiene un componente de noir absoluto y por eso, en esta historia, viene representado por el breve romance que protagonizaron Patria y Sacha hace unos años, y que no está todo lo resuelto que les gustaría. A ver cómo lo solucionan ahora porque, en esta investigación, tendrán que trabajar juntos.
M.G.- Me comentas que te has documentado hablando con la gente de Rota pero imagino que también habrás tenido que indagar cómo era la vida dentro de la base en aquellos años 50.
M.M.- Sí. En la base solo he conseguido entrar una vez. Es algo muy complicado. Como anécdota te puedo contar que el otro día estuvimos grabando en la puerta y nos retuvo la policía naval. Pero más allá de esa visita, lo más importante ha sido lo que la gente me ha contado. La presencia americana hoy día es muchísimo menor que la de aquellos años. Por entonces, me comentaban que se podía pasar de Cádiz a Estados Unidos a través de una verja metálica. La base era un pueblo americano, lleno de jardines, de oficinas, con el housing en el que vivían los militares con sus familias, tenían sus cines, tiendas y centros comerciales. La base era un pueblo americano dentro de Rota.
M.G.- Y mucho trapicheo, ¿no, Men?
M.M.- Sí, sí. Con los americanos llegaron un montón de productos que no se conocían en España, como los donuts, el kétchup, la salsa rancher,... La ropa empezó también a circular y las mujeres estaban obsesionadas con los electrodomésticos y les pedían a sus maridos, a los que trabajaban dentro de la base, que les consiguieran esos artículos. Había un contrabando brutal. Era una mafia que tenían totalmente normalizada. Imagino que se le daría una comisión al guardia que estaba en la entrada, y que sería el más rico de todos, para que mirara hacia otro lado.
M.G.- La estructura de la novela te permite emplear varios narradores. Has jugado con las diferentes voces.
M.M.- Sí, es una novela coral. Creo que es lo que más puede enriquecer una historia. Me guio mucho por lo que siento como lectora y he procurado volcar en esta novela los recursos y las técnicas que a mí me llenan, me gustan o me emocionan cuando leo. Utilizar varios puntos de vista enriquece mucho. Las primeras personas permiten al lector ir de la mano del personaje y ver lo que este siente, lo que piensa, lo que reflexiona y se calla. Y luego, la tercera persona te permite una visión muchísimo más amplia. Me siento más cómoda con la primera persona porque la tercera me cuesta más.
M.G.- Lo que me resulta novedoso es que dos de los narradores sean dos miembros de la guardia civil. Generalmente, en un thriller contamos con la visión de un investigador y una tercera persona, o de un investigador y otra voz más en primera, pero ajena a la fuerzas de seguridad. Aquí no, aquí hay dos voces dentro del mismo bando, por decirlo de algún modo.
M.M.- Patria y Sacha, los dos guardias civiles, tienen una visión totalmente opuesta de la realidad. Se complementan muy bien pero son muy diferentes. Me pareció interesante plantearlo así. Hay tantas formas de ver las cosas que ofrecerle al lector solo una, me parece casi egoísta. Es lo que te decía, que es una forma de enriquecer y acercar la historia.
M.G.- Men, leo en agradecimientos que le das las gracias a la persona que te empujó a escribir esta novela. Los lectores también le tenemos que dar las gracias a esta persona.
M.M.- (Risas) Como esa persona sabe quién es, se va a alegrar mucho.
M.G.- Pues tú ya le das las gracias de nuestra parte. Muchas gracias por este momento y felicidades por la novela.
M.M.- Gracias a ti.
Sinopsis: Sólo quien conoce el dolor puede enfrentarse a un crimen tan macabro
Frente a la base naval de Rota, tras el cordón policial que acordona la brutal escena, un grupo de vecinos clama que se haga justicia: el cuerpo de la joven Diana Buffet yace salvajemente mutilado y con unas enormes alas cosidas a su espalda.
Ni las cámaras ni el helicóptero de vigilancia de la base han captado una sola imagen que pueda servir a la investigación; algo incomprensible.
La sargento Patria Santiago sabe que el asesino va a volver a matar, pero nadie la cree, ni siquiera el cabo Sacha Santos -a quien le gustaría ser algo más que su compañero-, porque al igual que piensa el resto de Rota, Patria ha convivido con el dolor demasiado tiempo como para ser de fiar.
Una sola pista, la investigación que Diana estaba haciendo sobre la base, y su relación con la desaparición de una joven hace sesenta años, cuando los americanos llegaron a Rota, parecen ser los únicos hilos de los que tirar.
Sólo quien conoce el dolor puede enfrentarse a un crimen tan macabro
Nacionalidad: Reino Unido
Director: Joe Wright
Reparto: Amy Adams, Gary Oldman, Wyatt Russell, Fred Hechinger, Julianne Moore, Anthony Mackie, Jennifer Jason Leigh, Brian Tyree Henry, Tracy Letts, Jeanine Serralles, Liza Colón-Zayas, Mariah Bozeman, Daymien Valentino
Género: Intriga
Sinopsis: La Dra. Anna Fox, que sufre de agorafobia, pasa sus días encerrada en su casa de Nueva York, bebiendo vino mientras ve viejas películas y espía a sus vecinos. Un día, mientras mira por la ventana, ve algo que sucede enfrente de su casa, en el hogar de los Russell, una familia que acaba de llegar al barrio.
Varias son las opiniones que voy viendo por redes sobre esta película en las últimas semanas. La mujer en la ventana es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de A. J. Finn, que editó Grijalbo en 2018. No he leído la novela. No recuerdo ninguna reseña en concreto de las que leí, por lo que no sé si el libro merece o no la pena. Lo que sí he leído es que, al parecer, la película es fiel al libro.
Anna Fox (Amy Adams) es una psicóloga infantil que no pasa por su mejor momento. Sufre de ataques de pánico y de agorafobia, y por eso lleva diez meses sin salir de su casa. En tratamiento psiquiátrico y con un plan de medicación fuerte, Anna vive sola en una casa enorme para una sola persona, con tres plantas y enormes ventanales que llegan del suelo al techo. Está separada de su marido. Su hija Olivia vive con el padre, pues la enfermedad de la madre le impide cuidar bien de la niña. Sin embargo, mantiene una buena relación con su exmarido, con el que habla a menudo por teléfono. Como única compañía, tiene a David, un joven al que le tiene alquilado el sótano del inmueble. Anna se pasa las horas muertas dentro de la casa. Sumida en una profunda depresión de la que no parece salir, bebe en exceso y mezcla las pastillas con alcohol. Tiene pesadillas y solo se limita a dormitar frente al televisor, mientras se emiten películas antiguas.
Para matar el tiempo, observa la calle, y el ir y venir de los viandantes. La máxima distracción de Anna es ver lo que hacen los vecinos de los edificios colindantes, como ese músico que ensaya a todas horas, esa pareja que parece golpeada por una infidelidad o las reuniones de una congregación religiosa. Siempre lo mismo. Sin embargo, al edificio de enfrente se ha mudado una nueva familia. Son los Russell, que vienen de Boston. Pronto ella conocerá a Ethan (Fred Hechinger), el hijo del matrimonio, un joven algo desubicado que le cuenta que tuvieron que marcharse de Boston. ¿Por qué? Igualmente entablará amistad con la madre del chico, Jane (Julianne Moore), una mujer algo entrometida, pero risueña y simpática que se gana pronto su confianza. Y, por último, también tendrá algún encontronazo con el marido de esta, Alistair (Gary Oldman), un hombre del que ella recela.
Salvo la novedad de sus nuevos vecinos, Anna sigue con sus rutinas. Todos los días son iguales. Pastillas. Alcohol. Llamadas de teléfono con su exmarido y su hija. Películas. Pesadillas. Pero una noche, mientras toma un baño, escucha un grito que procede del exterior. Algo pasa en casa de los Russell. Parece un episodio de violencia doméstica. Anna sufre por el chico. Ha visto demasiados casos de niños y jóvenes afectados psicológicamente por las escenas de violencia que presencian en sus hogares. Será solo el principio de lo que venga después. Días más tarde, Anna presencia un asesinato al otro lado de la calle. ¿Es cierto lo que ha visto o solo es fruto de su imaginación? Bebe en demasía, toma excesiva medicación, se pasa el día en un estado mental inestable. ¿Y si todo ha sido una jugarreta de su mente? Anna descubrirá cosas de las personas que la rodean. Y es que la curiosidad mató al gato pero solo viendo la película tendrás todas las respuestas.
¿Qué me ha parecido el guion de esta película? Más allá de la novela, La mujer en la ventana recuerda a otros largometrajes. De entrada, en las escenas iniciales, veremos cómo en la televisión de Anna se emite secuencias de la película La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, justo la escena en la que James Stewart (o Jeff, como personaje) está siendo atacado por el asesino. Eso ya nos da una pista de por dónde irán los tiros en este largometraje. No queda ahí la cosa. También es inevitable recordar la película Copycat (Jon Amiel, 1995), protagonizada por Sigourney Weager, en la que interpreta a una psicóloga criminal que, tras lidiar con un psicópata, sufre de agorafobia y se siente incapaz de salir de su casa. Y sigo. Porque La mujer en la ventana tiene ecos de otros largometrajes más, en todo lo relacionado con ese mundo onírico en el que Anna sufre pesadillas y es víctima de esa desconexión entre realidad e irrealidad.
Como pega diré que hay algunos momentos que carecen de coherencia y que se saltan la secuencia lógica. ¿Cómo llamar a una casa si no te han facilitado el número de teléfono y tampoco se te ve buscarlo en algún listín? ¿Por qué, en el momento más necesario, tu teléfono no funciona? Por otra parte, es verdad que observando a la gente se puede averiguar muchas cosas de ellas pero Anna consigue ciertos datos que, sinceramente, a mí me cuesta creer que los haya averiguado con mirar solamente por una ventana y no hablar con nadie.
Pero la mayor pega que le pongo es el desenlace. Admito que, al malo malísimo de esta película no lo vi venir y que esas escenas están cargadas de acción y son frenéticas, pero, ¿qué motivaciones tiene para hacer lo que hace? ¿Qué le empuja a actuar así? O no me he enterado o las justificaciones no están bien definidas, más si cabe cuando parece que se trata de un comportamiento reincidente. Ya me decís vosotros, si la habéis visto porque a mí no me ha quedado claro qué narices le pasa al asesino. O sí, puedo tener alguna idea, pero no se han esmerado mucho en dar explicaciones.
En esta película, la casa funciona como una burbuja de la que Anna no puede, ni quiere salir. A pesar de que es un inmueble grande, con varias plantas y espacios diáfanos, la constante penumbra del interior crea una sensación de asfixia y opresión. El perenne desorden, con la cama siempre deshecha, copas de vino medio llenas repartidas por aquí y allá, y tubos de medicamentos, contribuyen a crear esa atmósfera de caos y reclusión. Y en una casa tan grande, es inevitable que escuchen ruidos aquí y allá. Anna vive en un constate estado de nerviosismo, siempre alerta por todo lo que se escuche en el interior de la casa. El empleo de este recurso para generar tensión está bien, lo que ocurre es que, en mi opinión, hay cierto abuso. Se intenta crear diversos jumpscares que no funcionan. El sobresalto de la protagonista no traspasa la pantalla.
En cuanto a los personajes, Anna es una mujer desquiciada, sin capacidad de reacción ante las agresiones externas. Se siente desvalida y sus ataques de pánico la someten a la tiranía del móvil, es decir, a estar constantemente con el terminal a su alcance, por lo que pueda ocurrirle. Sus sueños y pesadillas la torturan. Con frecuencia es espectadora de una imagen en la que se ven caer copos de nieve. Su cerebro le está mandando un mensaje. También es una mujer habilidosa para encontrar información y para saber lo que ocurre a su alrededor. Internet y las redes sociales son una fuente inagotable. Pero, hasta que no llegamos al pre-desenlace desconoceremos por qué sufre agorafobia, por qué está en tratamiento de algún tipo de desequilibrio mental. El hecho de que no se sepa este dato hasta que nos acerquemos al cierre no afecta. Al menos, no a mí.
Me gusta la interpretación de Amy Adams. Encargar un papel de una desequilibrada supone acentuar el lenguaje gestual y, en ese sentido, creo que la actriz hace un buen trabajo. Resulta convincente en sus delirios y en esos estados de irrealidad por los que cree transitar.
Ethan es el joven de la casa de enfrente. Desde primer momento, el espectador advierte que se trata de un adolescente algo desubicado y solitario. Acaba de llegar a una ciudad en la que no conoce a nadie y se siente algo perdido. Busca en Anna un punto de apoyo, alguien en quien confiar y a quién recurrir cuando lo necesite. Nadie mejor que ella entenderá su situación porque, parece que el ambiente familiar en casa de los Russell no es muy agradable. Nada que decir sobre la interpretación de Fred Hechinger.
El papel de Jane Russell es breve. Es un personaje que desconcierta un poco, algo histriónico, que incomoda. A veces, parece que es ella la que necesita la medicación de Anna. Pero, es abierta y no le importa contar parte de su vida a su nueva amiga y vecina. Ambas se hacen confidencias, hasta un cierto límite. No cruzan ningún umbral comprometido. Conversan sobre los maridos, los hijos. Interpretado por Julianne Moore, me parece que el potencial de la actriz hubiera dado más de sí, con un papel algo más extenso.
Tampoco Alistair Russell tiene excesiva presencia. Él es ese hombre sobre el que planea la duda de un pasado turbio, al que se le pone etiquetas -buenas o malas-, con demasiada rapidez. Sus reacciones son lógicas a la situación que vive. Encarnado por Gary Oldman, un actor al que siempre vincularé con Vlad Tepes, lo hace estupendamente bien. Es un actor con muchísima fuerza, la que necesita un personaje en la situación de Alistair.
Estructurada en bloques, que corresponde a los ocho días de la semana, a lo largo de los cuales se desarrolla la trama, y con una banda sonora apropiada para el género, la dirección de esta película es un homenaje al gran maestro del suspense. Se juega con el enfoque y la perspectiva. Hay escenas que se tiñen de rojo, creando esa atmósfera de angustia, -¿esto es homenaje o copia?- y se emplea los espejos como elemento que separa la realidad de la locura.
En definitiva, La mujer en la ventana es entretenida y ya. En lo que a mí respecta, no ha sido de esas películas que me dejen huella, ni de esas de las que, en conversación con los amigos, sientas el ansia viva de decir: ¡Tienes que verla! Me parece un thriller psicológico olvidable, algo obvio, y con una estructura débil. Aun así, para pasar el rato, cumple.
Por cierto, en Estados Unidos, ¿las persianas de lamas sirven para algo?
La tienes en Netflix.
Tráiler:
El 21 de abril de 1521 tuvo lugar la batalla de Villalar. En esta contienda, la gente de Castilla se enfrentó contra las tropas imperiales de Carlos V, que lucharon contra el abuso de poder del emperador. Perdieron. Fueron arrasados y los principales capitanes, -Padilla, Bravo y Maldonado-, decapitados. Fue el inicio del declive de Castilla y, desde entonces, «los castellanos han sido vistos como abusivos dominadores, cuando en realidad su alma quedó perdida en aquel campo de batalla y ha languidecido en tierras empobrecidas, ciudades despobladas y pendones descoloridos». Lorenzo Silva ha querido rescatar este episodio de la Historia en su nueva novela, Castellano, mostrando los hechos sin querer novelar o ficcionar.
Hablamos con Lorenzo Silva.
Lorenzo S.- Sí, creo que sí. Es un libro que tiene muchos personajes y muchísima información. He intentado digerirla de tal modo que, incluso ese lector que no sabe nada de esta historia y no conozca el contexto, cuente con la información justa y necesaria para entenderla.
Esta es una historia muy compleja, con muchas aristas. Los libros de Historia acostumbran a resumir los acontecimientos históricos en unas cuantas líneas y nombres, pero cuando levantas la tapa te das cuenta de lo que realmente esconde ese suceso, de la cantidad de gente implicada, de las motivaciones tan dispares que tenían unos y otros, o de los perfiles tan distintos. El libro es breve y he intentado sintetizarlo todo, pero quería trasladar al lector la complejidad de este asunto.
M.G.- Novela histórica, con algún tinte de ensayo, pero lo curioso es que también introduces reflexiones y recuerdos personales. Hay una parte autobiográfica.
L.S.- Sí, con la intención de acercar la historia al lector. La lectura histórica siempre es contemporánea e incluso personal. No existe una lectura abstracta e impersonal de la Historia, porque todas las hace una persona y lo hace desde su filtro. Heródoto, el padre de la Historia, era una persona. Hacer historia es un ejercicio de subjetividad y de toma de postura personal, en cuanto a la valoración que se hace de la Historia.
M.G.- La novela se inicia con dos capítulos introductorios en los que narras cómo se gesta esta obra. Este nacimiento tiene que ver con tu familia, un viaje en coche, una melodía y con el concepto de identidad.
L.S.- Tenía la necesidad de contar mi acercamiento a la identidad castellana. Soy castellano por parte de madre, andaluz por parte de padre y me he criado en Madrid, un lugar donde todo se difumina. Mi percepción de la identidad siempre ha sido muy vaga pero, a partir de cierto momento, la he percibido más bien como algo frente a lo que hay que estar prevenido, y no porque yo sea aprensivo o porque tenga prejuicios. Nací en un régimen dictatorial que te vendía una idea de España y de ser español que era preceptiva, inapelable y sin negociación posible. Luego, en democracia, he tenido que convivir con otras identidades que también supieron ser muy antipáticas. Una de esas identidades nacionales mató a ciento y pico de personas en Madrid. Y más tarde, me ha tocado vivir en Cataluña, otra afirmación de la identidad que, en cierto modo, te venía a decir que tenías que ser así, si querías ser catalán y si no, pues sobras. Por eso digo que es para estar prevenido.
He querido reaccionar contra todo eso haciendo una búsqueda de la identidad como algo menos colectiva, menos preceptiva, más personal, más por elección propia. He buscado en qué medida la identidad, tratada como una aventura de indagación, de auto-exploración, de auto-reconocimiento individual, dentro de la libertad de la persona, puede ser una forma de enriquecer tu percepción del mundo. No se trata de distinguirte o contraponerte a los demás. No es cuestión de ser más que los demás, sino de extraer, de lo que conforma tu identidad, aquello que puede ser más universal y desechar lo que no te sirva. Mi identidad la decido yo. No voy a comprar ni mercancía putrefacta ni mercancía averiada. Compraré lo que a mí me sirva. Esta novela es un viaje al reconocimiento de alguien que identifica esas raíces castellanas y trata de buscar en qué medida eso le enriquece en su visión del mundo.
M.G.- ¿Hay también un intento de devolver a Castilla el lugar que le corresponde?
L.S.- Sí. Siempre he sentido a Castilla como muy malquerida, incluso a veces por los propios castellanos. Tienen poco apego a su historia y a su propia condición. Hablar mal de Castilla y de los castellanos se ha convertido casi en un deporte nacional. Siempre se ha mostrado como fuerza reaccionaria, autoritaria y atrabiliaria, pero esta historia da una imagen de Castilla que es todo lo contrario. Habla de un pueblo y de unas gentes que, en el siglo XVI, plantea una revuelta anticipatoria, aunque no de manera exacta, de ciertas ideas emancipadoras que no se terminarán de desarrollar en Europa hasta casi tres siglos después. No hay ninguna ecuación entre Castilla y autoritarismo, entre Castilla y tiranía, o entre Castilla y absolutismo. Más bien es todo lo contrario. En este episodio, lo que vemos es que los castellanos se sitúan en la trinchera contraria, lo arriesgan todo y muchos de ellos lo pierden también todo, su hacienda y hasta su vida. Sus convicciones quedaron demostradas en el campo de batalla. Sin embargo, las convicciones de otros solo han sido siempre de boquilla.
Personalmente siento un desasosiego, por llamarlo de alguna manera, cuando veo que mucha gente reclama convicciones por las que no paga ningún peaje, sino que simplemente se convierten en escalas por las que medran y por las que sacan beneficio personal. A mí esas convicciones me pesan menos que las de alguien que, por tenerlas, en lugar de medrar, se sacrifican y lo pierden todo.
M.G.- Se habla de aquella revuelta comunera como una de las primeras revueltas europeas pero, ¿no es un episodio que está muy difuminado en la Historia? ¿Hay mucha gente que conozca en detalle este suceso?
L.S.- No, porque como eran enemigos de Carlos V y él fue como el gran monarca de la Historia española, el fundador del imperio español. Pero lo que verdaderamente quiso fue defender el imperio de los Augsburgo, que era lo que a él le interesaba. Esta rebelión castellana se empaquetó como una crisis de crecimiento del alma española pero fue un poquito más complicado que eso. Hay muchas luces y sombras en esta historia. Cuando te acercas a ella, te das cuenta de que hay escenas muy oscuras. Hubo mucha represalia por parte del ejército imperial contra la población civil. Llegaron a quemar una ciudad, con la gente dentro. Pero también hay que reconocer que igualmente hay momentos muy oscuros en el bando comunero, con linchamientos y personajes muy violentos. Es decir, hay de todo en ambos lados. Quizá se idealizó en exceso la revolución de las Comunidades. Si fracasó fue porque los revolucionarios cometieron unos cuantos errores.
M.G.- ¿Pero tuvieron alguna posibilidad de vencer a las tropas imperiales?
L.S.- Bueno, hubo un momento en el que uno de los virreyes de Carlos V, el cardenal Adriano, le comunica que está en un tris de perder el reino. Lo cuento en la novela. El virrey se ha quedado sin dinero y sin ejército. Los comuneros ocupan las ciudades principales, recaudan los impuestos y nombran a los alcaldes. El virrey si tiene que esconder en su casa de Valladolid. Está solo y consigue escapar por la noche, disfrazado de campesino montado en una burra. Convendrás conmigo en que es un momento en el que reino está colgando de un hilo. Así que sí, estuvo a punto de perder Castilla. Si Carlos V hubiera perdido Castilla, su imperio se hubiera desmoronado como un castillo de naipes porque Castilla era el cimiento de todo.
M.G.- La revuelta estuvo liderada por Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. ¿Cómo eran estos hombres?
L.S.- Bueno, el liderazgo era algo más complejo. Ellos fueron los tres caudillos militares y tampoco lo fueron durante todo el periodo. Hubo un momento en el que el caudillo militar fue Pedro Girón, un miembro de la gran nobleza y comunero, a la vez. Es decir, que hubo liderazgos cambiantes y siempre muy colectivo. Si nos hemos quedado con esos tres capitanes es porque son los que dan la última batalla y, tras perderla, son ajusticiados. Ellos se convirtieron en la cabeza visible del movimiento.
Padilla fue como el gran caudillo popular pero en la dirección política del movimiento jugó un papel más importante Pedro Laso de la Vega, el hermano de Garcilaso de la Vega. Es un personaje que la mayoría de la gente no conoce.
M.G.- Según he leído en tu blog, los restos de Padilla descansan en un monasterio, pero sin identificar. Y al resto, ¿qué les pasó?
L.S.- Sí. A los tres capitanes los decapitaron para ejemplarizar. Luego, en el momento de la derrota, había como veinte procuradores, veinte representantes de las Comunidades en la Junta comunera, a los que hicieron prisioneros. Prácticamente los ejecutaron a todos. Los demás huyeron y se escondieron. Con el tiempo, el rey les fue perdonando la vida. Bueno, les perdonó la vida pero les confiscó los bienes. A los trescientos comuneros más importantes los condenó a la muerte civil. El movimiento fue aplastado. Las ciudades que se rebelaron las frieron a impuestos para pagar las indemnizaciones de guerra de los señores que habían defendido la corona de Carlos V. La represión fue durísima y el mensaje, muy contundente.
M.G.- Y a Padilla no solo le cortan la cabeza sino que le tiran la casa abajo y echan sal en el terreno.
L.S.- Eso es. Primero los enterraron en Villalardo, donde fueron ejecutados. La viuda de Padilla negoció traerlos a Toledo, pero acordaron no hacerlo de manera inmediata porque, cuando enterraron a Juan Bravo en Segovia hubo tumultos y murieron ciertas personas. Así que esperaron que se enfriara el tema, pero ahí se quedó porque, como nadie apuntó donde se echaban sus huesos, no los pudieron localizar después. Los restos de Juan de Padilla parecen que están enterrados en un monasterio de Valladolid, derruido, y enterrado junto a un montón de monjes.
M.G.- Has mencionado a la mujer de Padilla, a María Pacheco. Muy interesante su papel en esta historia. La llamaban la Leona de Castilla.
L.S.- Bueno eso fue por una película. María Pacheco fue una mujer muy inteligente, con formación, una intelectual. Fue muy consciente de todo lo que iba pasando. Ella no resiste a lo loco en Toledo. Se dio cuenta de que si se rendía sin más, a Toledo la iban a humillar, como humillaron a Segovia, a Valladolid. Para que te hagas una idea. En Segovia, al juez que tuvo la ciudad sitiada durante meses, que dirigió la represión, al que más odiaban en Segovia, lo nombraron concejal del ayuntamiento. Eso, para humillar más si cabe a los segovianos. María pensó que, la única manera que tenía de negociar unas condiciones honrosas, era no rendirse inmediatamente. Ella consigue que la población resista y se hace con el liderazgo moral. María empieza a tener su ascendencia sobre la población porque es la viuda de Padilla pero al final si se ganó a la gente llana de Toledo en las asambleas fue por sus propios méritos.
M.G.- El punto álgido de esta revuelta tiene lugar el 23 de abril de 1521, con la batalla de Villalar. Hace muy poquito que se han conmemorado los quinientos años. Me dio por buscar qué acto se había llevado a cabo para celebrar estos quinientos años. Encontré una ofrenda floral hecha por las instituciones de la localidad, pero muy poco concurrida y con poca cobertura.
L.S.- Voy a decir una maldad. Imagínate que esto fuera una efeméride a la historia de Cataluña.
M.G.- Ya. Si yo te entiendo.
L.S.- Pero además, en Cataluña no solo se montaría la de Dios, sino que saldría en todos los telediarios. También en Canal Sur. Pero como es Castilla, pues...
Castilla, después de la derrota de los comuneros, quedó postergada y olvidada hasta hoy. Castilla no ha dejado de languidecer desde 1521. Tú ves Villalar hoy, u otros pueblos de la provincia de Valladolid, de Palencia, de Burgos, de Soria, y están todos muertos o moribundos. La gente se fue a América, al País Vasco, a Andalucía, a Madrid,... Y Castilla fue muriendo. No tiene quien la quiera, ni quien la reivindique, ni quien se acuerde de ella, ni quien se fije en ella. Castilla es un poco la cenicienta de la Historia de España y encima, cargando con todas las culpas, que es lo más gracioso.
M.G.- Por cierto, Lorenzo. Si todo este episodio ocurre en el siglo XVI, ¿por qué hay un capítulo dedicado al Cid, si él nació y murió muchísimo tiempo antes?
L.S.- El Cid es un personaje histórico, pero también es un personaje literario. No olvidemos que uno de los grandes poemas épicos que ha dado la Literatura y que, además, es una obra de propaganda y de construcción mítica de Castilla está dedicado a él. El Cid es el héroe castellano por antonomasia, un héroe que tiene unas virtudes que sirven de modelo y de referente para los comuneros. En Grecia, los héroes homéricos eran un referente para los atenienses y los espartanos. Los niños crecían leyendo la Odisea y la Iliada, con lo que Aquiles y Ulises acabaron influyendo en la realidad. Pues en Castilla, esa mitología castellana está representada por el Cid y antes que él, por Fernán González, otro personaje que también tiene su poema épico y también es del siglo XIII. En ese siglo XIII, Castilla fija sus coordenadas míticas. Por eso, cuando tú ves a Juan de Padilla cargando en Villalar, a caballo y con lanza, inevitablemente resuenan ciertos ecos.
Y tampoco olvidemos a don Quijote, otro héroe literario castellano. Aunque puede ser una parodia, no lo es tanto. Basta con pararse a leer lo que él dice cada vez que habla.
M.G.- Has hecho especial hincapié en manifestar que has querido ser leal a los hechos, sin novelar, ni ficcionar.
L.S.- No he querido inventar para mi conveniencia. Cuando te pones a fabular, corres el riesgo de adulterar los hechos, poner las cosas más bonitas, o realzar excesivamente a un personaje. Esto se aprecia mucho en el propio poema de Los comuneros de Luis López Álvarez, que me gusta mucho y con el que declaro mi deuda. Lo que pasa es que ahí está todo subrayado poéticamente para que los comuneros parezcan lo más noble posible y que el cardenal Adriano parezca un hombre malísimo, y no era del todo así. Era un estadista de su tiempo, un servidor del emperador, un político, pero también era un hombre que sufrió por la destrucción que se está produciendo a su alrededor. Por eso, he querido renunciar a todos esos excesos. He intentando buscar ese difícil equilibrio para mostrar quiénes eran todos ellos.
Cuando te acercas a una persona, y no importa que sea un revolucionario, o un esbirro del emperador, no deja de ser un ser humano, y a los seres humanos hay que tratarlos con cierta indulgencia, porque todos los somos y porque no siempre estamos a la altura de lo que deberíamos ser o hacer. He querido hacer una narración más humana y más verdadera, que huya de los excesos épicos y de los excesos románticos que giran alrededor de esta historia.
M.G.- Lorenzo, después de haber escrito este libro, ¿te sientes más castellano?
L.S.- Sin duda. Y soy más consciente en qué medida mi herencia castellana es valiosa para mí. La reivindico y la reivindicaré hasta el final. Con las mismas, no tengo ningún inconveniente en señalar las zonas oscuras de la castellanidad que no son pequeñas y algunas están contadas en la propia novela.
M.G.- Para finalizar. Si echo la vista atrás y contemplo la cantidad de libros que llevas publicados, tan dispares, tan distintos unos de otros, no puedo evitar pensar que debes ser una persona inquieta y que le gusta poco encasillarse.
L.S.- Soy una persona curiosa pero no dejo de ser siempre el mismo. Si alguien hace el esfuerzo de leerse los setenta y ocho libros, cosa que nadie está obligado a hacer, salvo yo mismo y mi madre, verá que, con mucha disparidad, al final siempre está la misma persona detrás de ellos. En todos ellos, hay inquietudes básicas que se repiten, aun tomando formas muy distintas. Lo más estimulante y enriquecedor de este oficio es buscar las formas tan variopintas que puede tomar una misma preocupación, y las maneras tan distintas que hay de acercarte a cuestiones como las convicciones, el espíritu de sacrificio o la identidad,... Todas ellas, cuestiones fundamentales para el ser humano.
M.G.- Un placer volver a leerte y conversar contigo. Gracias.
L.S.- Gracias a ti.
Sinopsis: 1521. La revuelta de los comuneros contra Carlos V
Un sueño de orgullo y libertad que marcó la identidad española.
La épica revuelta del pueblo de Castilla contra el abuso de poder de Carlos V culminó en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. Las tropas imperiales arrollaron a las de las Comunidades de Castilla y decapitaron a sus principales capitanes: Padilla, Bravo y Maldonado. Aquella jornada marcó el declive definitivo de un próspero reino que se extendía a lo largo de tres continentes y cuya disolución dio lugar a un nuevo Imperio que se sirvió de sus gentes y sus recursos. Desde entonces, Castilla y los castellanos han sido vistos como abusivos dominadores, cuando en realidad su alma quedó perdida en aquel campo de batalla y ha languidecido en tierras empobrecidas, ciudades despobladas y pendones descoloridos.
Esta novela es un viaje a aquel fracaso, nacido de un sueño de orgullo y libertad frente a la ambición y la codicia de gobernantes intrusos y, en paralelo, del descubrimiento tardío del autor, a raíz del extrañamiento y el rechazo ajeno, de su filiación castellana y del peso que esta ha tenido en su carácter y en su visión del mundo.