jueves, 31 de diciembre de 2020

FELIZ AÑO 2021

A punto están de sonar las campanadas que anuncian la llegada de un año nuevo y la despedida de un año nefasto, negro y triste. Que levante la mano quien no haya perdido a un ser querido en 2020, quien no haya tenido miedo, quien no haya llorado de rabia e impotencia, quien no haya perdido el trabajo, o quien no haya visto cómo su vida se volvía del revés, anulando planes e ilusiones. 

¿Nadie?

NADIE. 

Yo confieso, ante vosotros amig@s, que cumplo cuatro de las cinco premisas previas. 

- Perdí a mi padre el 14 de noviembre, sin poder despedirme de él.

- He tenido miedo, mucho, y lo sigo teniendo. Miedo más por los míos que por mí. 

- También he llorado de rabia e impotencia. Las primeras semanas lloré cada tarde a las ocho, con aquellos aplausos en los que ponía todo mi corazón. Luego, con el paso de cada negro día, lloré y lloro en cualquier momento, siempre montada en una noria emocional que me deja poco respiro.

- Y, como a todo el mundo, la vida se me volvió del revés. Tenía la agenda llena de proyectos, viajes y actividades que se fueron cancelando uno tras otro, de tal modo que siento que este año ha sido un gran agujero negro, lleno de vacío.

El trabajo es lo único que se ha mantenido intacto, aunque tuvimos que adaptarnos a la versión telemática. La novedad de trabajar desde casa me hizo gracia aquellos primeros días, pero luego, la reclusión y la falta de contacto con mis compañeros me resultó cansina. 

Aun así, y para ser justa, el año 2020 también me dio algunas alegrías, en lo familiar y en lo personal, y he procurado aferrarme a esos diminutos momentos en los que encontraba paz y tranquilidad, como si de una tabla de salvación se tratara. Imagino que a todos nos ha pasado igual.

Y AHORA ENCARAMOS UN NUEVO AÑO. ¿Qué nos traerá? Yo deseo que el 2021 sea más benévolo que el anterior, que nos dé un poco de sosiego, esperanza y tranquilidad. Confío en que podamos ir levantando cabeza, recuperando poco a poco todo lo que se nos ha ido arrebatando, para que podamos regresar a lo que era nuestra vida antes de aquel marzo de 2020. 

En resumidas cuentas, os deseo  SALUD, TRABAJO Y AMOR. Ojalá que el nuevo año sea mucho mejor para todo el mundo,  que suponga UN NUEVO AMANECER.



FELIZ AÑO 2021


domingo, 27 de diciembre de 2020

UN DESCANSO NAVIDEÑO

Como viene siendo habitual en estas fechas, el blog se toma un pequeño descanso navideño. Aún me queda por publicar una entrevista de 2020 y, por supuesto, tengo que hablaros de diversos libros que estoy leyendo estos días. Sin embargo, quiero dejar descansar este espacio por unos días. A ratos, me pasearé por vuestros rincones, y apareceré para felicitaros el Año Nuevo y también para curiosear en vuestros regalos el día de Reyes. No obstante, el regreso definitivo, si nada lo impide, será el 11 de enero.





Pasadlo bien estos días. Sed prudentes, juiciosos y responsables. Nuestra aportación a la humanidad nunca fue tan necesaria y, a la vez, tan sencilla. 


jueves, 24 de diciembre de 2020

FELIZ NAVIDAD

Salud. Es la primera palabra que se me viene a la mente para empezar este escrito. La salud que ha faltado a tantas personas este año, dejando familias rotas y corazones destrozados. Trabajo. Es la segunda que acude a mis labios. El trabajo que muchos han perdido, cuando más falta hacía, la cantidad de empresas y negocios familiares que se han visto obligados a cerrar. Amor. Es la tercera que cierra el círculo. El amor como refugio contra el dolor, como vela que alumbra el desánimo, como sinónimo de respeto hacia los demás. 

Salud, Trabajo y Amor. Estos son mis tres regalos para vosotros. Los tres deseos que pido, cerrando los ojos con mucha fuerza para que lleguen a cumplirse.



Mucha prudencia y responsabilidad.

Nos jugamos mucho.  

Nos jugamos la vida.



Feliz Navidad a todos, amig@s.


miércoles, 23 de diciembre de 2020

DE ILUSIÓN TAMBIÉN SE VIVE (COMEDIA - 1947)

Año: 1974

Nacionalidad: EE.UU

Director: George Seaton

Reparto: Maureen O'Hara, John Payne, Edmund Gwenn, Gene Lockhart, Natalie Wood, Porter Hall, William Frawley, Jerome Cowan, Philip Tonge, Mae Marsh, Thelma Ritter

Género: Comedia

Sinopsis: Durante un desfile navideño organizado por los grandes almacenes Macy de Nueva York, el hombre que encarna a Santa Claus es sustituido porque se encuentra indispuesto. Un anciano llamado Kris Kringle es contratado para el trabajo, pero todo se complica cuando asegura que es el auténtico Santa Claus.

[Fuente: Filmaffinity]


¿Qué? ¿Os tocó la lotería? Por aquí, medio salvamos la inversión. No sé vosotros pero este año ni me parece Navidad. Mañana es Nochebuena y no tengo la sensación de que sea así. Es más, yo que jamás me he perdido el sorteo de la lotería, ayer ni puse la radio, y me daba igual los números agraciados. Confío en que, por lo menos, la suerte haya tocado con su varita mágica a todas esas personas que han perdido su trabajo por culpa de la pandemia. Pero hablemos de cine, que es lo que toca hoy.

Si el año pasado me centré en el cine navideño infantil, este año he optado por revisionar algunas películas clásicas, de esas en blanco y negro, que tienen que ver con estas fechas. La semana pasada le tocó turno a Cena de Navidad. Pero buscando títulos que encajaran en mis propósitos, encontré un listado de largometrajes entre los que figuraban películas tan conocidas como ¡Qué bello es vivir! o El bazar de las sorpresas. En dicha relación también aparecía el título del que os hablo hoy, De ilusión también se vive, una película de 1947, dirigida por George Stanton, de la que tampoco guardaba un recuerdo demasiado entrañable. Como la había visto hace muchísimos años, pensé en darle una segunda oportunidad, a ver si mis impresiones variaban. El resultado ha sido similar. A pesar de que este largometraje se llevó tres Oscar (Mejor Actor de Reparto, Mejor Guión y Mejor Historia) y dos Globos de Oro (Mejor Guión y Mejor Actor de Reparto), la cuestión es que esta película no termina de emocionarme. 

De ilusión también se vive narra principalmente la relación entre un anciano y una niña, sobre lo que os hablaré más adelante. El día de Acción de Gracias, Doris Walker está muy atareada. Trabaja como ejecutiva de los grandes almacenes Macy's, de Nueva York, encargados de organizar el desfile de ese año para darle la bienvenida a Santa Claus. El problema está en que, al anciano que han contratado para hacer de Papá Noel le gusta mucho el alcohol y no parece estar en circunstancias de encarnar al viejo barbudo. Casi de la nada, aparece un abuelito de larga barba blanca que dice saber mucho sobre la Navidad, el espíritu navideño y el propio Santa. Doris ve el cielo abierto cuando se encuentra con el anciano, e inmediatamente lo contrata para el desfile. Todo es un éxito. Los dueños de Macy's quedan encantados con este Santa Claus, que atiende con tanto cariño a los niños. Pero el problema surge cuando el anciano asegura ser el auténtico Santa Claus e ir haciendo recomendaciones comerciales poco beneficiosas para Macy's. Al final, la verdadera identidad del anciano tendrá que ser debatida en los tribunales. ¿Qué tiene que decir el juez Harper al respecto? ¿Se demostrará que el anciano es realmente Santa Claus?

Pero más allá de esta diatriba, De ilusión también se vive ahonda en otras cuestiones. Doris es una mujer práctica que nunca ha creído en la magia ni en la fantasía. Separada de su marido, ha criado a su pequeña hija Susan bajo esos mismos criterios. Es decir, la niña no cree en nada que no vean sus ojos, ni en Santa Claus, ni en las leyendas, ni en los cuentos. Entre el señor Galey, vecino de Doris, y el propio anciano, tratarán de hacer cambiar de parecer tanto a la madre como a la hija. 

Por otra parte, la película hace entrar en conflicto dos cuestiones que siempre salen a relucir en estas fechas. Por un lado, la fe, el amor y el espíritu navideño que no siempre prevalecen sobre la otra parte de la Navidad, el consumismo, los intereses comerciales y el dinero. El viejo barbudo, el que dice ser Santa Claus, trata de enseñar a todos unas cuentas lecciones: la importancia de la imaginación, los verdaderos valores de la vida, y la de la necesidad de tener fe. ¿Quién es este viejo que escucha con atención a todo el que le cuenta sus problemas? ¿De dónde viene, regalando tan buenos consejos? ¿Está loco? Bueno, todo eso lo sabréis al ver la película.

De ilusión también se vive es una película amable que no ha terminado de convencerme. Es verdad que lanza unos mensajes preciosos y muy valiosos pero no sé, creo que le falta algo, o que va perdiendo fuerza a medida que avanza el metraje. 

En cuanto al reparto, Maureen O'Hara como Doris Walker me ha gustado bastante, pero si tengo que destacar a alguien es a Edmund Gwenn como el viejo barbudo. Me parece un abuelito muy dulce, y es mirarlo y decir, si Santa Claus existe, sin duda es este hombre. Eso sí, el personaje de la niña me ha provocado cierto rechazo y ojito que es ni más ni menos que Natalie Wood, cuando tenía nueve añitos.

Independientemente de la trama, desde el inicio el espectador entiende que se trata de una película navideña. La melodía de arranque es alegre y cascabelera, pero tengo que confesar que he aborrecido la banda sonora de esta película. Todo es una sucesión de jingles con poca estructura musical. Ahora que lo pienso, me ha recordado mucho al hilo musical navideño de los grandes almacenes y, lo mismo, es lo que se pretende. Aun así, me ha parecido horrorosa. 

Originalmente titulada como Milagro en la calle 34 (donde se ubican los almacenes Macy's),  De ilusión también se vive me parece un película con bonito mensaje que cumplía su misión en aquellos años. A día de hoy, y bajo mi punto de vista, se me queda en poca cosa. La parte cómica es casi nula, pero tampoco apela excesivamente a la parte más sensible del espectador para metérselo en el bolsillo. He leído alguna crítica en la que se habla de final lagrimógeno. Yo soy muy llorona y no se me ha escapado ninguna lágrima.

Bonita, dulce, amable, agradable de ver y navideña. Eso es De ilusión también se vive. Y recordad:

«La Navidad es una actitud»


[Nota: En 1994, se hizo un remake protagonizado por Elizabeth Perkins y titulado Milagro en la ciudad]





Trailer [en inglés]                                                            Puedes adquirirla aquí:     
 
        

martes, 22 de diciembre de 2020

VANESSA MONTFORT: 'Gregorio Martínez Sierra era el seudónimo de María Lejárraga'

Me gustan las novelas de Vanessa Montfort. En casa la conocimos con Mitología de Nueva York, obra que se alzó con el Premio de Novela Ateneo de Sevilla, en 2010. Desde entonces hemos sido fiel a sus publicaciones, pasando por nuestras manos La leyenda de la isla sin voz, Mujeres que compran flores y El sueño de la crisálida. Confieso que aquella novela, cuya trama transcurría en una isla por la que Dickens se paseaba a mediados del siglo XIX, y que con tan buen acierto nos relató Montfort, era, hasta el momento, mi favorita. Hasta el momento. Porque Dickens ha sido levemente desplazado por una mujer española, cuya vida me ha parecido absolutamente fascinante. Me refiero a María Lejárraga, la esposa del escritor Gregorio Martínez Sierra, y cuya vida, la novelista madrileña, ya mostró al público en la obra de teatro Firmado Lejárraga. Alrededor de la figura de María Lejárraga ha habido siempre mucho misterio. Entre los círculos literarios se comentaba que ella colaboró con su marido en la escritura de obras como Canción de cuna, llevada al cine en 1961 y, posteriormente por José Luis Garci, en 1994 ¿Pero qué hay de verdad en todo eso? ¿Realmente colaboró con el marido o hubo algo más? 

Esta novela, la última de Vanessa Montfort, y que tiene como protagonista a una de las primeras dramaturgas españolas, se titula La mujer sin nombreSin que me tiemble el pulso, puedo decir que ha sido mi mejor lectura de este 2020. Pero antes de que os hable con detalles de la novela, os dejo con la entrevista a la autora.

[@Asís Redes]

Marisa G.- Vanessa, felicidades. Qué novela más bonita, qué historia más apasionante. Mira que me gustó La leyenda de la isla sin voz que, hasta la fecha, era mi novela preferida, pero es que con esta te has superado a un nivel brutal.

Vanessa M.- Muchas gracias. No te imaginas lo que me alegra oírte decir eso, porque la escribí en estas circunstancias tan complicadas, como te puedes imaginar. El personaje de María Lejárraga me ha atrapado tanto, que me he dejado el corazón en esta novela. Ha habido momentos en los que me he reído, otros en los que he llorado, y eso, al final, se nota. Con esta novela me ha pasado lo mismo que con La leyenda de la isla sin voz, pero a la española. Porque la novela es muy española, muy cercana. En definitiva, ha sido un viaje muy emocionante.

M.G.- Pero, ¿en qué momento se cruza el nombre de María Lejárraga en tu vida? ¿Recuerdas ese instante en el que dijiste, la historia de esta mujer la tengo que contar?

V.M.- Pues fue como ocurre con las grandes historias de amor. María llegó a mi vida por azar. El director del Centro Dramático Nacional, Ernesto Caballero, me llamó para hacerme un encargo. Me explicó que querían rescatar y dar voz a cuatro mujeres de las artes escénicas. Habían pensado que yo me podía encargar de María Lejárraga. Cuando me dijeron eso, el corazón se me salía por la boca. Yo ya había escuchado hablar de esta mujer, y siempre me había parecido muy interesante, pero hasta que no me he sumergido bien en su vida, no he comprendido realmente la importancia de esta mujer, hasta dónde llegaba su papel como autora de diversas obras. Con María Lejárraga se habían escuchado campanas, y siempre se había comentado que había ayudado a su marido, a Gregorio Martínez Sierra, a escribir sus obras, pero se decía que fue en las obras más tempranas, o que unas sí y otras no. Sin embargo, lo que yo me encuentro es absolutamente diferente. 

M.G.- Para ello, habrás tenido que hacer una labor importante de documentación. Buena parte de esa inmersión que haces en la vida de María la vamos a ver y a apreciar en la novela, donde incluso aparecen otras dos investigadoras que han centrado sus estudios en Lejárraga.

V.M.- Sí. Me he basado en investigaciones muy serias. Concretamente, en todo lo que investigó Patricia O'Connor, que también siguió el rastro de María, y también en la investigación de Alda Blanco. Ambas aparecen en la novela. Cuando me marché a vivir a Nueva York, para emprender una investigación para la Universidad de Columbia, contacté con estas dos investigadoras. Y posteriormente, en unas vacaciones en Madrid, contacté también con los parientes vivos de María Lejárraga. Me fui colando por los porches de la Plaza de Oriente porque había visto en la guía que había unos Lejárraga por allí. No sabía si eran descendientes o si seguían vivos. Según mis cálculos, de ser descendientes, tenían que tener cien años. Y así era. Margarita, sobrina de María, que desgraciadamente nos dejó hace dos meses, fue la gran recuperadora y la que guardó todas las pruebas de ese secreto que María no quiso llevarse a la tumba, esas cartas en las que se contaba la verdad. Si María no hubiera querido que la verdad se supiera, hubiera destruido todas esas cartas. Y también pude hablar con Antonio González Lejárraga, el sobrino nieto de María, que ya se ha convertido en un gran amigo. Con todos estos contactos, fui tirando de un hilo que ya existía, que no había tenido notoriedad en el mundo académico, ámbito en el que, a día de hoy, y por algún motivo, todavía queda alguien que le niega la autoría total de las obras a María, y le da méritos a Gregorio como autor, cuando solo lo tiene como director. 

Lo que me propuse en su día con Firmado Lejárraga y ahora con esta novela, es llevar al público la figura de María Lejárraga para demostrar con pruebas que ella es la autora de noventa obras, y no su marido.

M.G.- Claro porque ahí está el quid de este misterio. Se habla de colaboración cuando, en realidad, habría que hablar de autoría.

V.M.- Exacto. En el mundo académico no se niega la colaboración de María en las obras de su marido. De hecho, hay un documento firmado por el propio Gregorio que así lo reconoce. Hay gente que dice que algunas obras las escribió únicamente él y otras en las que participó María. Bueno, estoy segura de que eso no es así. Hay cartas de Gregorio Martínez Sierra que ellas se llevó al exilio. Si las lees de forma seguida, te das cuenta que en ellas su marido confiesa que no es el autor literal. Cuando ya se habían separado y María estaba en el exilio, hay una carta en la que Gregorio le cuenta a María que está empezando a escribir con otros colaboradores porque ella ya no quiere escribir para él. En otra le dice que está probando a escribir él y que empieza a perderle miedo a los diálogos. Es más, después de separarse, la prensa no dejaba de preguntarse por qué Gregorio no estrenaba  nada nuevo y solo hacía reposiciones. Pero si hasta le llegó a pedir a un amigo que le escribiera el obituario para Torcuato Luca de Tena. Y encima le decía a esa persona que se diera prisa, que si tardaba mucho la familia se iba a molestar con él.

M.G.- (Risas) A ese punto llegaba.

V.M.- Es que Gregorio Martínez Sierra era el seudónimo de María Lejárraga. Hay que entenderlo desde esa perspectiva. Otros autores eligen un nombre inventado, como George Sand, un seudónimo que no da ningún tipo de problemas al verdadero autor porque, al no ser un ser vivo, no se puede morir, ni hay posibilidad de divorcio, ni puede dejar embarazada a otra, ni se acostumbra a ser un gran autor, sin dar las gracias al verdadero creador.

M.G.- Pero María luchó muy poco porque se le reconociera su nombre. Y me chocó mucho porque era una mujer que luchaba por los derechos de las mujeres, y se codeaba con Victoria Kent, con Clara Campoamor, con un montón de mujeres interesantes en ese delicioso Lyceum Club.

V.M.- Luchó mucho en los últimos años.

M.G.- Sí, pero antes no. De hecho, tiende a excusar a Gregorio ante sí misma. ¿Lo hacía por amor? ¿Estuvo siempre enamorada de Gregorio, a pesar de todo lo que él le hizo?

V.M.- No, no, en absoluto. El desamor llega. Creo que hay dos cuestiones que debemos tener en cuenta. Por un lado, María tiene una relación materno-filial con Gregorio, y sobre esto me dio la razón la propia Margarita. Él era seis años menor que ella, algo muy curioso para la época. Además, era muy enfermizo. En las cartas se puede leer cómo él le daba auténticos partes médicos a María. Le hablaba de sus dolores con minuciosidad e incluso le da información sobre los análisis que le habían hecho sobre su materia fecal. María, estando ya separada de Gregorio, seguía llamándolo "mi muñeco". Creo que ella lo protegió toda su vida porque era un ser mucho más débil que ella, en lo psicológico. Gregorio era una persona que se deprimía con frecuencia aunque luego, en lo social, era muy chisposo, pero había que animarlo. Al considerarlo débil, María le perdona cosas como se le perdonarían algunas cosas a un hijo.




Desde luego, la mejor invención de María Lejárraga fue su propio marido como autor. Ese es el mejor personaje que ella escribe. ¿Cómo se para eso? ¿Qué dices cuando te separas? Si ella hubiera declarado que era ella la que escribía, hubiera destruido a Gregorio pero también se hubiera destruido a sí misma. Ten en cuenta que no solo estaba protegiendo la dignidad de él, sino también la de ella. Si hay algo más imperdonable que ser mujer y escritora en la época, era ser negro literario. De hecho, aún lo es hoy día. Uno no puede salir de repente y decir que ha escrito parte de la obra de tal autor. Ahí te enfrentas a dos cosas. La primera es destruir al supuesto autor. Y María no era capaz de destruir a nadie. Por eso, cuando ella le reclama cosas a Gregorio, lo hace en documentos privados o desde el extranjero. Y lo hace por una cuestión de supervivencia. Porque cuando Gregorio se lía con Catalina, la primera actriz del momento, y tiene una hija con ella, María se da cuenta que, al existir una heredera, tiene que protegerse. Es más, es que Gregorio ni siquiera menciona a María en su testamento, aunque ella tenía documentos privados en los que se le reconocía derechos de autor. 

Y segundo. Cuando María escribe sus memorias, Gregorio y yo, y se declara colaboradora de su marido, el libro solo se publica en México. En España se prohíbe y encima la ponen a caer de un burro. Nunca la creyeron y alegaban que, a un hombre de la talla de Gregorio Martínez Sierra, no le hacía falta que una mujer le escribiera las obras. Lo más bonito que dicen de María fue algo así como, a nosotros nunca nos gustó María Martínez Sierra, ni a su marido tampoco. Esa declaración está publicada en la prensa española, cuando María escribe Gregorio y yo. Así que, no es que María no luche. Es que ese día, ella se da cuenta que es una batalla perdida. 

María se muere seis meses antes de cumplir los cien años, traduciendo a Pirandello, y leyendo Tirano Bandera, más lúcida que tú y yo juntas. Y todas esas cartas en las que se reconocía su autoría, las guarda en un baúl. Un baúl que viaja a España, porque ella muere en Buenos Aires, y llegan a mano de su sobrina Margarita. En esas cartas se puede ver cómo Gregorio le hacía peticiones a María, obra por otra, acto por acto. Y te digo más, él firmaba traducciones de obras de otros autores a idiomas que desconocía. Pues bien, todas esas pruebas que te comento, María opta por guardarlas hasta que llegara un momento más propicio para la mujer. Así que, en vida, lucha hasta donde puede luchar, pero es que tampoco podía hacer como las moscas, darse porrazos contra un cristal. Mientras él estuvo vivo, ella respetó a Gregorio. Sin embargo, tras su muerte, estando María en el exilio, y con los derechos en manos de Catalina y su hija, María empezó a reclamar lo que le pertenecía, por una cuestión de supervivencia.

M.G.- Estamos hablando constantemente de cartas. Hay muchas cartas en la novela, misivas entre María y Gregorio, o entre María y otros personajes, como Juan Ramón Jiménez. ¿Son todas auténticas?

V.M.- Sí, lo son. Absolutamente. Todas las que se recogen en la novela lo son. Cuando se manejan cartas reales, tienes entre tus manos al autor de las mismas en estado de desnudez. También he visto cartas de Falla en las que él le comentaba a María que había escrito una "musiquilla". Y firmaba como "don Manué, er de las músicas". La primera vez lo leí me mataba de la risa.

M.G.- (Risas) Es verdad. Yo también me quedé atónita. Es muy divertido.

V.M.- Es buenísimo. Pero en esto de las cartas influyó muchísimo que María y Gregorio se separaran. Claro, cada uno tiró por su lado. Él se iba de gira y ella se refugiaba en Niza. La única manera que tenían de comunicarse era por cartas y ahí quedó registrado buena parte de todo lo que ocurrió entre ellos y todo lo relativo a las obras. Son un testimonio escrito. Si no se hubieran separado, seguramente no hubiéramos sabido nada de la autoría de María Lejárraga. Por eso, hay quien afirma que las primeras obras sí las escribió Gregorio porque, como estaban juntos, no hay pruebas por escrito que demuestren lo contrario. Aunque sí las habrá más tarde, cuando hablen de esas obras en el futuro. 

Además las cartas son muy importantes por otro motivo. Cuando uno escribe, usa giros que le son propios. Luego, esos mismos giros se los puede llegar a prestar a los personajes de una obra. Es decir, podemos encontrar conexiones entre las cartas escritas por María y la forma de expresarse de algunos personajes de las obras de su marido. Por no hablar de otra cuestión también muy curiosa. Mira, Granada, guía emocional, que se considera una obra maestra, supuestamente está escrita por Gregorio, que se basó en las memorias infantiles de los veraneos de María en Granada. ¿Tú te crees que eso tiene sentido? O, por ejemplo, con Canción de Cuna o El Reino de Dios, la crítica alabó la capacidad de mimetización de Gregorio con los personajes femeninos y ensalzó el trazado que el autor hace de las monjas de clausura. A ver, María tenía una hermana monja y fue María la que se interna en el convento, como ella misma recoge en sus memorias, para averiguar cómo era la vida de clausura. Es decir, la vida, los recuerdos, y todo el universo de María están en las obras que firmó Gregorio, desde la primera a la última. Así que, en realidad, no hay que demostrar la autoría de María Lejárraga. Es Gregorio Martínez Sierra el que tendría mucha dificultad para demostrar la suya. 

M.G.- Sin embargo, cuando Canción de cuna se estrena en Nueva York, en el cartel sí aparece el nombre de María.

V.M.- Sí. Eso es algo que me sorprendió muchísimo. Mira, durante once años existió un trío amoroso entre Catalina, Gregorio y María. Él se encontraba en el vértice de ese triángulo. Por un lado, tenía a Catalina, que no podemos olvidar que fue otra víctima más, y que amenazaba con abandonar la compañía de Gregorio si él no se separaba de su esposa. Y por otro, tenía a María, la mejor escritora de teatro de la época. Él no era tonto, y sabía que no podía prescindir de ninguna de las dos. Entonces, ¿qué hizo? Si Catalina no se hubiera quedado embarazada y María no lo hubiera obligado a reconocer a su hija, él hubiera continuado con María porque le compensaba. Gregorio no quería enfadarla porque necesitaba tener una buena relación con ella. 

Cuando definitivamente se separan, toda la obra de Gregorio había alcanzado un éxito brutal. Y fíjate qué curioso. Me doy cuenta que, el momento en el que Gregorio firma ese documento privado en el que reconoce que todas sus obras están escritas en colaboración con María, coincide con el instante en el que la República reconoce a los hijos ilegítimos, otro de los asuntos a favor del cual luchó María. Pero claro, ella se da cuenta que, con el nacimiento de esa niña, será esa hija ilegítima la que herede todos los derechos de autor. Por lo tanto, llegan al acuerdo de que únicamente las obras que se estrenen en el extranjero serán firmadas por los dos. De este modo, María se garantiza recibir esos derechos en el extranjero. ¿Y por qué solo en el extranjero? Pues porque no había Internet. Si se estrenaba algo en Estados Unidos bajo tal o cual nombre, difícilmente llegaría esa noticia a España.

M.G.-  Tremendo todo lo que montaron. Pero Vanessa, esta novela es más que una novela. Hay partes en las que no solamente te centras en María, sino que te sumerges profundamente en la vida de otros tantísimos personajes. Aparece Falla, Turina, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez y Zenobia, María Guerrero,... Profundizas muchísimo en la vida de otros  personajes con los que ella se codeó.

V.M.- Me parecía muy interesante hacerlo así. Era necesario con un personaje como María, que llegó a vivir casi cien años y siempre estuvo en el momento justo, viviendo los momentos históricos del siglo, en el epicentro, y conociendo a los protagonistas de ese proceso. No la podía separar de ese ambiente, porque ella también se explica a través de su relación con otros personajes. Tenía relaciones muy estrechas con algunos. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez dejó escrito de su puño y letra un poema en el propio diario de María. También hay fotos con Lorca, o con Stravinski, escritas por detrás. María es un personaje que te puede llevar de la mano a conocer a Galdós, que además fue el mentor de la marca Martínez Sierra, a Manuel de Falla, a María Guerrero, a Clara Campoamor. A todos ellos, los he estado escuchado hablar con si estuviera mirando por un agujerito de la Historia, en su faceta más humana, cuando todavía no sabían qué papel les reservaba el destino. Es muy bonito sacarlos de la enciclopedia y que esos nombres desciendan a un nivel en el que los podamos ver como seres humanos, con la falta de timón emocional que tenemos todos, con sus contradicciones, con sus problemas de amores. Me parecía interesante retratar cómo se tuvo que enfrentar Benavente a la homosexualidad de la época, cómo Manuel de Falla soñaba los primeros acordes de El amor brujo, junto a María, o como de repente cree que ha contraído la sífilis, solo porque ha pasado un tiempo en París en actitud un tanto díscola.

M.G.- De todas esas relaciones de María con otros personajes, la que mantiene con Turina es absolutamente preciosa. Ese viaje que hacen juntos es una maravilla.

V.M.- Esa parte me gustó mucho escribirla. Es verdad que en ese pasaje, hay bastante ficción, pero documentada. En la obra de teatro, ya me atreví a que medio se enamoraran platónicamente. Recuerdo que entre el público estaban los descendientes reales de los personajes y nadie se enfadó. Los Turina salieron encantados, llamando abuelo a Gerald Filmore, al actor que hacía del compositor Joaquín Turina. Sus nietos, Joaquín y José Luis Turina, me confirmaron algo que yo ya sabía, que hubo muchos celos entre Turina y Falla pero, a la vez, eran grandísimos amigos. De hecho, Falla fue padrino de algún hijo de Turina. Y luego también me dijeron que, con la Lejárraga, podía haber tenido algo más que palabras. Así que me dieron rienda suelta para que los enamorara definitivamente. 

Por otra parte, era muy extraño que una mujer casada viajara con otro hombre, cuando ni siquiera se podía subir a un coche con alguien que no fuera ni su marido, ni su hermano, ni su padre. Y María hizo un viaje con Falla primero y luego con Turina. Con Falla no, pero es que ves a Turina y oye, era otra cosa distinta (Risas). Con él, ella se va a recorrer Tánger y él le dedica una sonata a su risa, que pone del revés a Manuel de Falla. María cuenta con mucha risa cómo Falla rompe en sus narices la partitura que él le había dedicado del Pan de Ronda, y monta una zapatiesta tremenda. Se enfada muchísimo porque decía que Turina iba a deshonrar a María. Y por si eso fuera poco, cuando Falla estrena El amor brujo, ni María ni Turina se presentan. Estaban juntos en ese viaje y, aunque al principio le dijeron a Falla que llegarían a tiempo para el estreno, al final no aparecen. Solamente hay un motivo por el que una autora se perdería un estreno como ese (Risas). 

M.G.- (Risas) Qué buena escena esa. Bueno, Vanessa, no te quiero robar más tiempo. Me llevaría un par de horas más  hablando de esta novela porque hay mucho de qué hablar. Y te insisto, felicidades porque es un novelón. Ojalá podemos vernos pronto para seguir hablando de ella. 

V.M.- Muchas gracias. Me encantaría verte, de verdad. Hay un club de lectura en Sevilla que siempre quiera que vaya, Con esto de la pandemia, la editorial ha restringido mucho los viajes de promoción y lo ha hecho con mucho acierto. A ver si, a primeros de años, puedo escaparme y me paso por Sevilla.

M.G.- Te estaré esperando. Muchas gracias, Vanessa.

V.M.- Gracias a ti.

Sinopsis: La fascinante aventura de una mujer silenciada por la historia oficial... hasta ahora.

Cuando a la directora teatral Noelia Cid le encargan estrenar Sortilegio, la obra perdida del reputado dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, decide informarse sobre ella a través de los documentos que conservó su mujer, María Lejárraga. Sin embargo, mediante su investigación Noelia no sólo se sumerge en la compleja relación amorosa entre María y Gregorio, sino que va a encontrarse con un misterio que lleva más de un siglo sin resolver.

Se verá entonces arrastrada por la vida llena de pasión, arte y feminismo de María, alguien que luchó contra viento y marea por ejercer su vocación y que vivió en primera línea los grandes hitos del siglo pasado: el Madrid literario de los años veinte, el París de la Belle Époque, la lucha política de las mujeres durante la Segunda República, el exilio tras la Guerra Civil, la ocupación de Francia por los nazis o el glamour? de la época dorada de Hollywood. Además descubriremos la versión más humana de las grandes personalidades que fueron sus amigos y colaboradores, como Juan Ramón Jiménez, Manuel de Falla o Federico García Lorca.


lunes, 21 de diciembre de 2020

NOSOTRAS, ENFERMERAS de Enfermera Saturada

Editorial: Plaza & Janés
Fecha publicación: Octubre, 2020
Precio: 14,900 €
Género: Ilustrado
Nº Páginas: 176
Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta
ISBN: 9788401025716
[Disponible en eBook y Audiolibro;
puedes empezar a leer aquí]

Autor

Héctor Castiñeira nació en Lugo y se graduó en Enfermería por la Universidad de Santiago de Compostela. Especialista en enfermería del trabajo, ha cursado másters en Formación del Profesorado, en Integración de Cuidados, Urgencias y Emergencias y en Seguridad Clínica. Experto en cuidados críticos del paciente adulto y pediátrico. Héctor ha trabajado como enfermero en el Servizo Galego de Saúde, en Emerxencias Sanitarias de Galicia 061 y en el Servicio Madrileño de Salud, donde en la actualidad desarrolla su labor asistencial.

Considerado el perfil más influyente en gestión sanitaria por la IMF Business School, colabora habitualmente en medios de comunicación (RNE, Corporación Radio e Televisión de Galicia, Antena 3 TV, El Mundo, El Huffington Post o El Progreso) donde se encarga de la divulgación sanitaria y ayuda a combatir las fake news de la salud. Embajador de la iniciativa Salud sin Bulos y miembro de la Asociación Española de Comunicación Científica, ha recibido importantes premios en reconocimiento a su labor de promoción, defensa y visibilidad de la profesión enfermeras

Sinopsis

Esta es la historia de una enfermera que luchó contra el coronavirus en primera línea, armada con una bolsa de basura y una mascarilla reutilizada. Pero, en realidad, es también la de todos los enfermeros y las enfermeras que plantaron cara al virus, esos a los que la sociedad llamó héroes, y por quienes aplaudía a las ocho, mientras ellos y ellas vivían con el miedo pegado a su espalda. Es el testimonio de sus lágrimas, temores y sacrificios, y a la vez de la inmensa felicidad que sentían cada vez que apagaban un respirador y entregaban el alta a un paciente.

[Información tomada directamente del ejemplar]



Cuánto interés tenía en leer lo último de Enfermera Saturada. Acostumbrada a unos libros cuya base principal era el humor, aplicado al mundo de la enfermería, sentí muchísima curiosidad al saber que Héctor Castiñeira se atrevía a abordar la crisis sanitaria de este 2020 en Nosotras, enfermeras. La primera duda que me surgió fue cómo iba a hacerlo. ¿Iba a dejar de lado el humor socarrón de Satu, la protagonista de los siete volúmenes que el gallego lleva publicado hasta ahora? ¿Pretendía ofrecernos un libro totalmente diferente, de carácter menos divertido? La intencionalidad de Castiñeira queda clara en las primeras páginas de este nuevo volumen. Para ello, algo novedoso en esta publicación si la comparamos con las anteriores, el libro se abre con una introducción en la que se dice:


«Este libro pretende ser un testimonio de cómo las enfermeras vivimos los días en que un virus apagó el mundo durante la primavera de 2020 y sumió a España en la peor pandemia del siglo XXI. Desde dentro y en primera línea de batalla contra el coronavirus. Un relato realista para que, con el transcurso del tiempo, todas las historias vividas a lo largo de esas semanas no se pierdan en el olvido, se reescriban o desdibujen. Y para que, quienes no lo han experimentado tan de cerca, sean un poco más conscientes de lo que pasó realmente». [pág. 12]


Estructurado en nueve capítulos, numerados y que abordan una horquilla temporal que va desde enero a mayo, en Nosotras, enfermeras se nos irá relatando cómo, tanto Satu como sus compañeras, empezaron a hacer frente al coronavirus. Por ejemplo, nos contará cuándo se detectó al primer contagiado. Fue el 8 de diciembre de 2019, quedando el paciente ingresado en el Hospital Zhongnan de Wuhan (China). Partiendo de ese inicio y de la llegada del virus a España, se nos irá narrando toda la problemática a la que el personal sanitario ha tenido que hacer frente, desde la escasez de medidas de protección, el desconocimiento inicial del virus, la dificultad de ponerse un EPI, y el calor asfixiante que producía trabajar dentro de los equipos de protección, el robo de las mascarillas,... Pero también hay espacio en estas páginas para hablar de la solidaridad, del apoyo de muchos colectivos que arrimaron el hombro. Es conmovedor leer sobre los taxistas, que pusieron sus vehículos al servicio del personal sanitario. En definitiva, una crónica de la evolución de la pandemia, vista principalmente, desde el interior de un hospital. 

Pero en este volumen también hay crítica y, sinceramente, me alegro que la haya. Porque es muy fácil confiar en la labor de los sanitarios y depositar en ellos toda nuestra esperanza, pero poco pueden hacer si no le damos los recursos necesarios. Y aunque IFEMA fue un auténtico logro logístico y sanitario, Satu nos advierte que tampoco fue un "hospital milagro". 


«Esa misma que perdimos a nuestra primera colega llegamos a superar la cifra de tres mil sanitarios infectados, y nuestro llamamiento para conseguir batas y mascarillas era ya desesperado. Algo que a nuestros gestores y políticos, a salvo en sus despachos, sometiéndose a pruebas PCR cada dos por tres y bien lejos de los pacientes, parecía no importar demasiado pues habían encontrado en la frase "vienen de camino" la respuesta perfecta para nuestras peticiones». [pág. 112]


No os voy a engañar. Hay pasajes realmente duros, a pesar de ser un libro de Enfermera Saturada. El capítulo sexto es demoledor. En él se habla del Palacio de hielo como una monstruosa morgue, a donde iban a parar todos esos fallecidos que habían exhalado su último aliento lejos del calor de sus familias. Satu hace una reflexión interesantísima en este capítulo. Y es que, dado que nunca se autorizó el acceso a los medios de comunicación para grabar las hileras de féretros (tan solo se filtró una fotografía), la ciudadanía vivió ajena a la auténtica realidad. Si no le expones la verdad en toda su crudeza, si procuras "proteger" y aislar a los ciudadanos de lo que verdaderamente está ocurriendo, te expones a que no lo comprendan en toda su magnitud y así, difícilmente conseguirás que se conciencien:


«Esa gente probablemente recordará todo esto como la pandemia de las sonrisas, los bailes, el papel higiénico y el hacer pan en casa, los directos en Instagram y los aplausos de las ocho... y, por supuesto, el eslogan "Todo va a salir bien". Si no te has contagiado o has perdido a un ser querido, claro». [pág. 123]


Porque ahí está el quid de la cuestión. Somos tan egoístas que jamás nos ponemos en la piel del otro, en la piel del que lo ha pasado de puta pena tras contagiarse, o de todos esas ¿sesenta mil familias? (yo ya no sé qué cifra hemos alcanzado) que ha perdido a un ser querido. 

Y en abril llegaron a fallecer casi mil personas en un día, por una única patología, y empezó a verse que la solidaridad de muchos salía a flote únicamente a las ocho de la tarde y desde los balcones de la casa de cada uno. Porque, a otras horas, había gente poniendo carteles en las viviendas de los sanitarios instándolos a abandonar el inmueble. A día de hoy, cuando ya auguramos una tercera oleada (¿estamos ya en ella?) sigue ocurriendo lo que ya ocurría en mayo, que seguimos viendo «la actitud despreocupada e irresponsable de demasiadas personas que se comportaban como si el virus ya se hubiese evaporado, como si durante el período que pasaron confinados en sus casas no hubiese ocurrido nada»




Suma y sigue. Porque ahora, con las navidades a la vuelta de la esquina, hay quien va lanzando voz en grito su intencionalidad de hacer lo que le salga de las narices, de saltarse todo tipo de medidas y recomendaciones. Se apela a la responsabilidad individual, pero es una expresión que carece de sentido frente a los que, de por sí, son irresponsables e inconscientes. No se le puede pedir peras al olmo. Enero dirá lo que tenga que decir.

Pero volviendo al libro, aunque detrás de Satu siempre está Héctor Castiñeira, es este libro donde más he detectado la presencia real del autor y, por ende, del enfermero. Si las vivencias de Satu en los libros anteriores eran un reflejo de lo que el autor gallego y sus compañeros vivían en las unidades en las que prestaban sus servicios sanitarios, en este caso, se percibe mucho más esa realidad de la que bebe Nosotras, enfermeras.

Y un dato a tener en cuenta, aunque el enfoque desde el que parte Castiñeira es mucho más serio y respetuoso, Satu sigue siendo Satu, y su sentido del humor sigue estando ahí. Eso sí, bastante más eclipsado por la pesadumbre. Además, con el avance de la lectura percibí que ese humor se iba difuminando, adentrándose en un terreno mucho más sombrío y con un efecto más paralizante. Nada de lo que se cuenta en el libro es motivo de risa. 

Escrito en pasado, como si esta pesadilla hubiera quedado atrás, este volumen, al igual que los anteriores, cuenta con las ilustraciones de @Clarilou. Siguen siendo dibujos igual de bonitos y entrañables, aportando ese colorido tan característico en los libros de Enfermera Saturada.

Poco más os puedo contar. Sé que muchos sois tan fans como yo de las aventuras de Enfermera Saturada. Bajo mi punto de vista, este es el mejor libro de toda la colección. El más necesario. Por eso, os invito a leerlo. Y como complemento, en este enlace encontráis la conversación que mantuve con Héctor Castiñeira, en relación a este libro. 


[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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viernes, 18 de diciembre de 2020

LAS CARTAS DE PAPÁ NOEL de J.R.R. TOLKIEN

Editorial: Minotauro
Fecha publicación: Octubre, 2020
Precio: 17,95 €
Género: Fantasía
Nº Páginas: 192
Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta
ISBN: 9788445006733

Autor

J.R.R. Tolkien nació el 3 de enero de 1892 en Bloemfontein. Después de participar en la Primera Guerra Mundial se embarcó en una distinguida carrera académica, hasta el punto de ser reconocido como uno de los mejores filólogos del mundo. Se le conoce sobre todo por ser el creador de la Tierra Media y el autor de clásicas obras de ficción tan extraordinarias como El Hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarilion. Sus obras han sido traducidas a más de cincuenta lenguas y han vendido millones de ejemplares en todo el mundo. J.R.R. Tolkien fue distinguido con el grado de Comendador de la Orden del Imperio Británico y recibió un Doctorado de Letras honorario de la Universidad de Oxford en 1972. Falleció el 2 de septiembre de 1973, a la edad de 81 años.

Sinopsis

Todos los años en el mes de diciembre, los hijos de J.R.R. Tolkien recibían cartas de Papá Noel. El presente libro recoge todos los extraordinarios dibujos y cartas, desde la primera nota para su hijo mayor en 1920 hasta la última y conmovedora correspondencia con su hija en 1943, en una única y maravillosa edición. . 


[Información tomada directamente del ejemplar]


Fue hace justo un año, cuando empecé a ver este libro por la blogosfera. El Grupo Planeta, a través de su sello Minotauro, publicaba esta joya que me entró por los ojos inmediatamente. Se trata de un volumen que recoge las cartas que J.R.R. Tolkien escribió a sus hijos (John, Michael, Christopher y Priscilla) durante veinte años, haciéndose pasar por Papá Noel. Las cartas cuentan con ilustraciones realizadas por el propio Tolkien, llenas de detalles minuciosos, que recrean algunos sucesos y circunstancias que el autor, en su papel de Papá Noel, narra a los niños. 

El volumen cuenta con una breve introducción, en la que se nos explican algunos datos interesantes:


«Para los hijos de J.R.R. Tolkien, el interés y la importancia de Papá Noel iba más allá de su capacidad de llenarles los calcetines que colgaban en Nochebuena, porque todos los años les escribía una carta en la que describía con palabras y dibujos su casa, sus amigos y los acontecimientos, desternillantes o preocupantes, que tenían lugar en el Polo Norte». [pág. 5]


Las cartas abordan una horquilla temporal que va desde 1920  a 1943. En ellas, prevalece la ficción o, mejor dicho, la fantasía, sin embargo también hay algunas pinceladas de realidad. Está claro que Tolkien tenía una grandísima imaginación, que despliega a lo largo de estas cartas, inventando un lugar extraordinario ubicado en el Polo Norte, lugar de residencia de Papá Noel, donde el viejo barbudo trabajaba a destajo, preparando todos los regalos que los niños le pedían. Para llevar a cabo su tarea, contaba con la ayuda de un Oso Polar, un personaje muy divertido, siempre metido en líos, y que no dejaba de hacer una trastada tras otra. 

Muchas de las cartas están escritas con letra temblorosa, y es que en el Polo Norte hace mucho frío, o Papá Noel está muy viejo y cansado. Eso dice el remitente de estas misivas. A través de ellas sabremos que tiene tanto trabajo, que no siempre puede encontrar tiempo para escribir a los niños. Por eso, hay cartas más largas y otras más breves. Aunque todas cuentan con alguna ilustración. También hay que señalar que hay años en los que Papá Noel escribe más de una carta a los niños.




Lo que se narra en ellas tiene mucho que ver con la preparación de los regalos, o con las trastadas del Oso Polar, que no deja de enredar y meter la pata. Es la parte más divertida. Incluso el Oso Polar deja su aportación en las cartas, con anotaciones al margen, escritas con otro color. También, en alguna otra ocasión, se narra el ataque de los trasgos, unos seres malvados que aparecen de vez en cuando. Porque, en el Polo Norte, no solo habita Papá Noel y el Oso Polar. También hay otros habitantes como los elfos, los gnomos y los sobrinos del Oso Polar (Paksu y Valkotukka). De hecho, uno de los elfos, Ilbereth, terminará siendo el secretario de Papá Noel y veremos algunos fragmentos escritos de su puño y letra. Pero, de todo lo que se cuenta en estos textos, me ha llamado mucho la atención esos pasajes en los que Papá Noel se queja de que no tiene dinero para todos los regalos que los niños piden. Como dice, el mundo está cada vez más poblado y hay mucho más niños a los que llevar regalos. 

Con referencias a personajes reales como Beatrix Potter, y a acontecimientos tales como la guerra, me parece digno de alabar toda la logística que Tolkien desplegó para hacer llegar estas cartas a sus hijos porque, algunas de ellas llegaban llenas de polvo de nieve y casi todas traían un sello del Polo Norte. Por otra parte, considero que el libro vale más por su valor sentimental y emocional que por lo que se narra en las cartas. Es muy meritorio que un padre hiciera esto por sus hijos durante tantos años, que se tomara tantas molestias para mantener la ilusión de unos niños. Creo que ahí radica el auténtico valor de este libro, un volumen que aconsejo ir leyendo con mucha calma. Resulta delicioso fijarse en las ilustraciones y en las fotografías de las propias cartas, donde podemos ver la letra de Tolkien. De otro modo, si lo acometes del tirón, terminarás empachado. 


[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]

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jueves, 17 de diciembre de 2020

BÁRBARA BLASCO: 'Con esta novela, he querido abordar el paso del tiempo dentro de un hospital'

Bárbara Blasco gana el Premio Tusquets Editores de Novela 2020 con Dicen los síntomas. Nada más ver el título, me quedé algo en shock, provocándome una cierta desazón, porque, ¿qué dicen los síntomas? Sin duda, es una pregunta que nos conecta directamente con la enfermedad, el dolor e incluso la muerte. Y mucho de todo esto es lo que podemos encontrar en esta novela, que cuenta con un planteamiento original. Nunca había leído una novela cuya trama se desarrollara prácticamente en su totalidad, entre las paredes de una habitación de hospital. El enfermo es el padre de Virginia (la protagonista), un hombre que está en coma, sin posibilidad de recuperación. Los días transcurren despacio, a la espera de un desenlace esperado, en ese mundo que se construye únicamente en los centros hospitalarios. En un escenario que huele a desinfectante y enfermedad, Virginia entabla amistad con el compañero de habitación de su padre. Reflexiones, anhelos, deseos, amor, sinceridad,... todo ello se dan la mano en una novela de la que os hablaré con detalles más adelante. 

De momento, os dejo con la entrevista a la autora.

Marisa G.- Bárbara, antes de entrar en materia, te diré que me ha sorprendido la cantidad de cosas que has hecho en la vida. Desde teleoperadora, pasando por bailarina de cabaret hasta empleada de gasolinera. Lo mismo sirves para un roto que para un descosido.

Bárbara B.- He hecho muchas cosas pero todas bastante mal. Todo hay que decirlo (risas). Creo que soy bastante vaga y trabajar no me gusta mucho. Bueno, soy vaga para trabajar en lo que no me gusta. He hecho muchos trabajos porque necesitaba el dinero, como todo el mundo, pero me cansaba enseguida. Cuando era más joven, sin tener claro todavía que quería ser escritora, no me veía toda la vida haciendo de ayudante de mago (risas), así que iba cambiando de trabajo cada poco tiempo. Era la precariedad que vivimos ahora, pero un poquito adelantada. No deja ser lo que ocurre hoy, que lo mismo eres licenciada en alguna materia, y te ganas la vida poniendo copas en un bar. 

M.G.- Cierto. Bueno, has ganado el premio Tusquets. ¿Te lo esperabas? ¿Confiabas en que la novela iba a gustar al jurado?

B.B.- No, no. En realidad, era pesimista a ratos. No sé si le ocurrirá lo mismo a todos los escritores, pero a veces pienso que lo que he escrito es una bazofia, y otras veces me da por pensar que es una obra maestra. No será ni una cosa ni la otra, sino un término medio. Pero este año me propuse ir a por algún premio. Se me apetecía intentarlo. Lo de ganar un premio siempre me ha parecido algo muy difícil, pero mi marido estaba convencido de que me iban a dar alguno.

M.G.- Y cayó.

B.B.- Pues sí. De momento, está teniendo razón en todo lo que ha dicho.

M.G.- Pero qué curioso que el año pasado también se lo llevara una valenciana.

B.B.- Por eso, precisamente, pensaba que no me lo iban a dar. Como lo que se suele pensar cuando juegas a la lotería, que si un año cae en tu ciudad, ya no va a tocar al siguiente. Pero el Tusquets es un premio que valora la obra, se leen todos los manuscritos, y eligen el que más les gusta.

A Elisa Ferrer no la conocía, y resulta que vive muy cerca de mí. Somos ruzaferas las dos, y ahora somos amigas, claro. Somos las Tusquets de Ruzafa.

M.G.- (Risas) Bárbara, en la nota de prensa, se habla de un retrato generacional. Si te soy sincera, a mí tu novela no me ha parecido generacional en ningún momento. No sé si tu intención era hacer ese retrato y yo no he sabido captarlo.

B.B.- Pues a mí me pasa lo mismo que a ti. No he pretendido retratar una generación. En cualquier caso, Virginia, una mujer de 40 años, sí comparte problemas con la realidad que vivimos: el trabajo, la maternidad,... Son cosas comunes que veo a mi alrededor y que yo misma he vivido. Es normal que uno escriba desde esa realidad, sobre todo si pretende escribir una novela en clave realista.

M.G.- Lo que está claro es que Dicen los síntomas habla de enfermedad y de muerte. Pero la cosa no se queda ahí. Creo que Virginia emprende una búsqueda de sí misma y trata de encontrar un lugar, su lugar.

B.B.- Pues sí. En principio, Virginia me creció con mucho rencor y muy cabreada con la vida. La vi en un momento de crisis, pero una crisis rumiada durante muchos años. Llega un momento que, de tanto sufrir, la realidad aparece de pronto como un poquita lisérgica. Adquiere visos de irrealidad. Además aparece humor porque todos tenemos un límite en el sufrimiento y Virginia llega a ese límite. Además tiene una voluntad de felicidad muy férrea. A pesar de todo, su intención es buscar esa felicidad. La gente que está muy jodida, inconsciente tiende a buscar la felicidad. 

M.G.- Virginia siente una urgente necesidad de ser madre, como reza la sinopsis. ¿Ella busca esa felicidad de la que hablamos, a través de la concepción de un hijo?

B.B.- En el fondo, no. El tema del hijo se le ocurre, de entrada, como venganza hacia su padre. Es parte de ese rencor que siente. Virginia siempre ha estado dominada por su padre pero ahora él está enfermo y está a punto de morir, y ella está viva y siente ganas de dar vida. Es doble vida frente a la muerte del padre. Pero bueno, también hay otras razones. El deseo de tener algo suyo, su propio círculo de cariño,...

M.G.-Me gustan mucho las referencias, las anécdotas que se incluyen. Se mencionan las teorías del científico Adrian Owen, hablas de Susan Sontag, o de cómo Buster Keaton se enfrentó a ese trance de perder la vida. ¿Este libro te ha supuesto hacer una búsqueda exhaustiva de esas referencias?

B.B.- Algunas ya las conocía porque la obsesión aparece antes que el libro. De todos modos, no me recuerdo documentándome mucho para escribir este libro. Lo que sí suele ocurrir es que, cuando estás escribiendo una historia, te van surgiendo cosas en el camino o te empiezan a aparecer noticias en Internet, al hilo de lo que estás escribiendo. Es como cuando estás embarazada y solo ves embarazadas por la calle. 

M.G.- O cuando tienes una herida en un dedo y todos los golpes van al mismo sitio.

B.B.- También, también.

M.G.- Y Bárbara, qué bien dibujas la vida dentro de un hospital, una vida que parece que transcurre en otra galaxia. El retrato de ese microcosmos hospitalario en el que la vida y la muerte se dan la mano, y en el que se establecen relaciones muy singulares entre los pacientes y los familiares. Es tan realista que, inevitablemente, todos los que hemos pasado por ahí, nos vamos a ver reflejados.

B.B.- Sí, es un escenario muy literario porque los escritores tratamos de llevarlo todo al límite. Exageramos las emociones de los personajes, las situaciones,.. En ese sentido, un hospital, con la muerte tan cerca, intensifica todo lo que ocurre entre sus paredes. Con esta novela, he querido abordar el paso del tiempo dentro de un hospital. Es un tiempo diferente que no tiene que ver con el tiempo que transcurre fuera de un centro hospitalario. A la vez, hay un tono de irrealidad cuando uno se encuentra en el hospital, tal vez porque no se duerme bien y nos sentimos un poco anestesiados.

M.G.- Y en ese hospital se habla del fingimiento. Hay un par de reflexiones que me parecen muy interesante.


"...una ley que promulga que no será necesario el fingimiento, puesto que estos lugares  (se refiere a los hospitales) ya se edifican sobre él"

 "la vida se compone de tres cuartas partes de fingimiento, un inmenso océano en el que flotan unas pocas verdades como islotes"


B.B.- Creo que era Nietzche quien lo decía, que aprendimos a mentir hace mucho tiempo, pero hemos olvidado que mentimos. Vamos por la vida como si tuviéramos claro ciertas cosas y no tenemos ni idea de nada. No sabemos qué hacemos aquí, no sabemos qué es la muerte, pero fingimos que todo tiene muchísimo más sentido y que no tenemos dudas. Creo que hay situaciones en las que ese convencimiento se tambalea. Virginia está en ese punto, mirando todo ese fingimiento que, por otra parte, hace que las cosas funcionen. 

M.G.- Sin embargo, ella es un personaje muy sincero. Aunque tiene a un padre postrado y moribundo, sigue fiel a sus sentimientos. Es decir, no por tener a un padre a punto de morir, cambia y suaviza lo que siente por él. Y eso es algo que se suele hacer.

B.B.- Bueno, en el fondo, lo hace un poco. La novela está escrita en primera persona. Nos metemos en la cabeza de Virginia y sabemos cómo piensa, por eso podemos leer las dobles intenciones que tienen sus frases. Lo que siente por su padre solo se atreve a decirlo cuando está sola y porque el padre está en coma. Con la madre y con la hermana delante, no se atreve a decir lo que siente realmente por ese hombre que está en la cama de un hospital. Pero claro, en la literatura, la primera persona no habla hacia fuera, sino hacia dentro. 

M.G.- Virginia es como la oveja negra de su familia, mientras que su hermana es la perfección. Los padres no tienen el mismo apego por una hija que por otra porque, los padres no quieren a todos los hijos por igual, ¿verdad?

B.B.- No. Aunque no sé si, en este caso, se puede hablar de amor, pero desde luego, los padres no consideran a todos los hijos por igual. Ni tampoco reparten los roles de igual modo. Cada hijo se supone que tiene un papel muy concreto. 

En la novela dejo muchas cosas a la sombra, porque tampoco me apetecía escribir una novela centrada únicamente en la relación padre-hijo. Parte del misterio que aparece en la novela, tiene que ver con la razón por la que Virginia no se ha entendido nunca con su padre. Se explica un poco, pero no quise entrar mucho en ese asunto. Además, el padre está en coma, por lo que ni siquiera él podría explicarlo. En cualquier caso, sí es el padre el responsable de que Virginia no se lleve bien con la hermana ni con la madre.

M.G.- Y esa madre, que vive en un sufrimiento constante. Ahí sí he visto un pelín de retrato generacional, de esas madres de una cierta época, que necesitan sufrir un poquito cada día.

B.B.- Ese sufrimiento ha estado asociado a una generación de mujeres, a las que se les ha enseñado que tenían que sufrir. Casi que, para ser una mujer como Dios manda, hay que sufrir, sin derecho a disfrutar. A mí es un personaje que me da mucha pena. La madre de Virginia es casi un estereotipo, en el que muchas mujeres de cierta edad se podrían ver reflejadas.

M.G.- Y hay otro personaje más, muy interesante, y que genera cierto suspense. Me refiero al compañero de habitación, un hombre enfermo cuyo nombre solo sabremos al final. Mientras tanto, Virginia se refiere a él como "el extraño". De su discurso se pueden subrayar muchas cosas. Me resulta brillante su opinión sobre la sobreexposición en redes sociales.


"El anonimato se ha convertido en un nuevo lujo. Poder vivir libres de miradas ajenas pronto estará solo al alcance de unos pocos. Algo tan barato como la intimidad se ha vuelto un privilegio"


B.B.- Desgraciadamente es algo que estamos viviendo. El extraño representa justo lo contrario al teatrillo que tienen montado Virginia y su familia, ese fingimiento del que hablábamos antes. El extraño es un hombre que le gusta la sinceridad pero además, está en unas circunstancias concretas que lo liberan de la servidumbre, y de estar dando una imagen. Es un hombre crítico con la nueva realidad que vivimos. Además, me gustaba también el juego de las apariencias y de la verdad. Hay mucha gente que parece que se preocupa por los demás y resulta que luego es muy insensible. Pero el extraño, que parece un hombre duro, inhumano y maleducado, resulta que es una persona muy sensible y considerada, que no quiere molestar a nadie.

M.G.- Para terminar Bárbara, me llamó la atención que la sinopsis ubica la trama en una clínica de Valencia, pero la ciudad queda tan difuminada, que el hecho de que transcurra en Valencia es meramente anecdótico.

B.B.- Totalmente. La ciudad no es ningún personaje. El hospital tiene tal fuerza de succión que se ubique donde se ubique, se come a la ciudad.

M.G.- Pues te doy la enhorabuena por este premio y las gracias por haberme atendido.

B.B.- Muchas gracias a ti. 

Sinopsis: Aunque Virginia nunca ha mantenido una buena relación con su padre, se siente obligada a visitarlo a diario y a hacerle compañía cuando este es ingresado gravemente enfermo en una clínica de Valencia. Para ella, obsesionada con las dolencias, los síntomas se revelan más sinceros que las palabras. En esa habitación de hospital se ponen a prueba los vínculos con su madre y con su hermana, precisamente en un momento crítico en la vida de Virginia, para quien la maternidad empieza a ser una urgencia. Un nuevo paciente, un hombre enigmático y no carente de atractivo, ocupa entonces la cama vecina. Al principio Virginia apenas cruza con él algunas palabras de cortesía, pero, poco a poco, los dos traban una complicidad ajena a la asepsia del hospital, y acaban creando un pequeño espacio compartido, un lugar en el que cobijarse. Y en el que tal vez, cuando todo esté perdido, surja algo inesperado y auténtico.