Me gustan las novelas de Vanessa Montfort. En casa la conocimos con Mitología de Nueva York, obra que se alzó con el Premio de Novela Ateneo de Sevilla, en 2010. Desde entonces hemos sido fiel a sus publicaciones, pasando por nuestras manos La leyenda de la isla sin voz, Mujeres que compran flores y El sueño de la crisálida. Confieso que aquella novela, cuya trama transcurría en una isla por la que Dickens se paseaba a mediados del siglo XIX, y que con tan buen acierto nos relató Montfort, era, hasta el momento, mi favorita. Hasta el momento. Porque Dickens ha sido levemente desplazado por una mujer española, cuya vida me ha parecido absolutamente fascinante. Me refiero a María Lejárraga, la esposa del escritor Gregorio Martínez Sierra, y cuya vida, la novelista madrileña, ya mostró al público en la obra de teatro Firmado Lejárraga. Alrededor de la figura de María Lejárraga ha habido siempre mucho misterio. Entre los círculos literarios se comentaba que ella colaboró con su marido en la escritura de obras como Canción de cuna, llevada al cine en 1961 y, posteriormente por José Luis Garci, en 1994 ¿Pero qué hay de verdad en todo eso? ¿Realmente colaboró con el marido o hubo algo más?
Esta novela, la última de Vanessa Montfort, y que tiene como protagonista a una de las primeras dramaturgas españolas, se titula La mujer sin nombre. Sin que me tiemble el pulso, puedo decir que ha sido mi mejor lectura de este 2020. Pero antes de que os hable con detalles de la novela, os dejo con la entrevista a la autora.
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[@Asís Redes] |
Marisa G.- Vanessa, felicidades. Qué novela más bonita, qué historia más apasionante. Mira que me gustó La leyenda de la isla sin voz que, hasta la fecha, era mi novela preferida, pero es que con esta te has superado a un nivel brutal.
Vanessa M.- Muchas gracias. No te imaginas lo que me alegra oírte decir eso, porque la escribí en estas circunstancias tan complicadas, como te puedes imaginar. El personaje de María Lejárraga me ha atrapado tanto, que me he dejado el corazón en esta novela. Ha habido momentos en los que me he reído, otros en los que he llorado, y eso, al final, se nota. Con esta novela me ha pasado lo mismo que con La leyenda de la isla sin voz, pero a la española. Porque la novela es muy española, muy cercana. En definitiva, ha sido un viaje muy emocionante.
M.G.- Pero, ¿en qué momento se cruza el nombre de María Lejárraga en tu vida? ¿Recuerdas ese instante en el que dijiste, la historia de esta mujer la tengo que contar?
V.M.- Pues fue como ocurre con las grandes historias de amor. María llegó a mi vida por azar. El director del Centro Dramático Nacional, Ernesto Caballero, me llamó para hacerme un encargo. Me explicó que querían rescatar y dar voz a cuatro mujeres de las artes escénicas. Habían pensado que yo me podía encargar de María Lejárraga. Cuando me dijeron eso, el corazón se me salía por la boca. Yo ya había escuchado hablar de esta mujer, y siempre me había parecido muy interesante, pero hasta que no me he sumergido bien en su vida, no he comprendido realmente la importancia de esta mujer, hasta dónde llegaba su papel como autora de diversas obras. Con María Lejárraga se habían escuchado campanas, y siempre se había comentado que había ayudado a su marido, a Gregorio Martínez Sierra, a escribir sus obras, pero se decía que fue en las obras más tempranas, o que unas sí y otras no. Sin embargo, lo que yo me encuentro es absolutamente diferente.
M.G.- Para ello, habrás tenido que hacer una labor importante de documentación. Buena parte de esa inmersión que haces en la vida de María la vamos a ver y a apreciar en la novela, donde incluso aparecen otras dos investigadoras que han centrado sus estudios en Lejárraga.
V.M.- Sí. Me he basado en investigaciones muy serias. Concretamente, en todo lo que investigó Patricia O'Connor, que también siguió el rastro de María, y también en la investigación de Alda Blanco. Ambas aparecen en la novela. Cuando me marché a vivir a Nueva York, para emprender una investigación para la Universidad de Columbia, contacté con estas dos investigadoras. Y posteriormente, en unas vacaciones en Madrid, contacté también con los parientes vivos de María Lejárraga. Me fui colando por los porches de la Plaza de Oriente porque había visto en la guía que había unos Lejárraga por allí. No sabía si eran descendientes o si seguían vivos. Según mis cálculos, de ser descendientes, tenían que tener cien años. Y así era. Margarita, sobrina de María, que desgraciadamente nos dejó hace dos meses, fue la gran recuperadora y la que guardó todas las pruebas de ese secreto que María no quiso llevarse a la tumba, esas cartas en las que se contaba la verdad. Si María no hubiera querido que la verdad se supiera, hubiera destruido todas esas cartas. Y también pude hablar con Antonio González Lejárraga, el sobrino nieto de María, que ya se ha convertido en un gran amigo. Con todos estos contactos, fui tirando de un hilo que ya existía, que no había tenido notoriedad en el mundo académico, ámbito en el que, a día de hoy, y por algún motivo, todavía queda alguien que le niega la autoría total de las obras a María, y le da méritos a Gregorio como autor, cuando solo lo tiene como director.
Lo que me propuse en su día con Firmado Lejárraga y ahora con esta novela, es llevar al público la figura de María Lejárraga para demostrar con pruebas que ella es la autora de noventa obras, y no su marido.
M.G.- Claro porque ahí está el quid de este misterio. Se habla de colaboración cuando, en realidad, habría que hablar de autoría.
V.M.- Exacto. En el mundo académico no se niega la colaboración de María en las obras de su marido. De hecho, hay un documento firmado por el propio Gregorio que así lo reconoce. Hay gente que dice que algunas obras las escribió únicamente él y otras en las que participó María. Bueno, estoy segura de que eso no es así. Hay cartas de Gregorio Martínez Sierra que ellas se llevó al exilio. Si las lees de forma seguida, te das cuenta que en ellas su marido confiesa que no es el autor literal. Cuando ya se habían separado y María estaba en el exilio, hay una carta en la que Gregorio le cuenta a María que está empezando a escribir con otros colaboradores porque ella ya no quiere escribir para él. En otra le dice que está probando a escribir él y que empieza a perderle miedo a los diálogos. Es más, después de separarse, la prensa no dejaba de preguntarse por qué Gregorio no estrenaba nada nuevo y solo hacía reposiciones. Pero si hasta le llegó a pedir a un amigo que le escribiera el obituario para Torcuato Luca de Tena. Y encima le decía a esa persona que se diera prisa, que si tardaba mucho la familia se iba a molestar con él.
M.G.- (Risas) A ese punto llegaba.
V.M.- Es que Gregorio Martínez Sierra era el seudónimo de María Lejárraga. Hay que entenderlo desde esa perspectiva. Otros autores eligen un nombre inventado, como George Sand, un seudónimo que no da ningún tipo de problemas al verdadero autor porque, al no ser un ser vivo, no se puede morir, ni hay posibilidad de divorcio, ni puede dejar embarazada a otra, ni se acostumbra a ser un gran autor, sin dar las gracias al verdadero creador.
M.G.- Pero María luchó muy poco porque se le reconociera su nombre. Y me chocó mucho porque era una mujer que luchaba por los derechos de las mujeres, y se codeaba con Victoria Kent, con Clara Campoamor, con un montón de mujeres interesantes en ese delicioso Lyceum Club.
V.M.- Luchó mucho en los últimos años.
M.G.- Sí, pero antes no. De hecho, tiende a excusar a Gregorio ante sí misma. ¿Lo hacía por amor? ¿Estuvo siempre enamorada de Gregorio, a pesar de todo lo que él le hizo?
V.M.- No, no, en absoluto. El desamor llega. Creo que hay dos cuestiones que debemos tener en cuenta. Por un lado, María tiene una relación materno-filial con Gregorio, y sobre esto me dio la razón la propia Margarita. Él era seis años menor que ella, algo muy curioso para la época. Además, era muy enfermizo. En las cartas se puede leer cómo él le daba auténticos partes médicos a María. Le hablaba de sus dolores con minuciosidad e incluso le da información sobre los análisis que le habían hecho sobre su materia fecal. María, estando ya separada de Gregorio, seguía llamándolo "mi muñeco". Creo que ella lo protegió toda su vida porque era un ser mucho más débil que ella, en lo psicológico. Gregorio era una persona que se deprimía con frecuencia aunque luego, en lo social, era muy chisposo, pero había que animarlo. Al considerarlo débil, María le perdona cosas como se le perdonarían algunas cosas a un hijo.
Desde luego, la mejor invención de María Lejárraga fue su propio marido como autor. Ese es el mejor personaje que ella escribe. ¿Cómo se para eso? ¿Qué dices cuando te separas? Si ella hubiera declarado que era ella la que escribía, hubiera destruido a Gregorio pero también se hubiera destruido a sí misma. Ten en cuenta que no solo estaba protegiendo la dignidad de él, sino también la de ella. Si hay algo más imperdonable que ser mujer y escritora en la época, era ser negro literario. De hecho, aún lo es hoy día. Uno no puede salir de repente y decir que ha escrito parte de la obra de tal autor. Ahí te enfrentas a dos cosas. La primera es destruir al supuesto autor. Y María no era capaz de destruir a nadie. Por eso, cuando ella le reclama cosas a Gregorio, lo hace en documentos privados o desde el extranjero. Y lo hace por una cuestión de supervivencia. Porque cuando Gregorio se lía con Catalina, la primera actriz del momento, y tiene una hija con ella, María se da cuenta que, al existir una heredera, tiene que protegerse. Es más, es que Gregorio ni siquiera menciona a María en su testamento, aunque ella tenía documentos privados en los que se le reconocía derechos de autor.
Y segundo. Cuando María escribe sus memorias, Gregorio y yo, y se declara colaboradora de su marido, el libro solo se publica en México. En España se prohíbe y encima la ponen a caer de un burro. Nunca la creyeron y alegaban que, a un hombre de la talla de Gregorio Martínez Sierra, no le hacía falta que una mujer le escribiera las obras. Lo más bonito que dicen de María fue algo así como, a nosotros nunca nos gustó María Martínez Sierra, ni a su marido tampoco. Esa declaración está publicada en la prensa española, cuando María escribe Gregorio y yo. Así que, no es que María no luche. Es que ese día, ella se da cuenta que es una batalla perdida.
María se muere seis meses antes de cumplir los cien años, traduciendo a Pirandello, y leyendo Tirano Bandera, más lúcida que tú y yo juntas. Y todas esas cartas en las que se reconocía su autoría, las guarda en un baúl. Un baúl que viaja a España, porque ella muere en Buenos Aires, y llegan a mano de su sobrina Margarita. En esas cartas se puede ver cómo Gregorio le hacía peticiones a María, obra por otra, acto por acto. Y te digo más, él firmaba traducciones de obras de otros autores a idiomas que desconocía. Pues bien, todas esas pruebas que te comento, María opta por guardarlas hasta que llegara un momento más propicio para la mujer. Así que, en vida, lucha hasta donde puede luchar, pero es que tampoco podía hacer como las moscas, darse porrazos contra un cristal. Mientras él estuvo vivo, ella respetó a Gregorio. Sin embargo, tras su muerte, estando María en el exilio, y con los derechos en manos de Catalina y su hija, María empezó a reclamar lo que le pertenecía, por una cuestión de supervivencia.
M.G.- Estamos hablando constantemente de cartas. Hay muchas cartas en la novela, misivas entre María y Gregorio, o entre María y otros personajes, como Juan Ramón Jiménez. ¿Son todas auténticas?
V.M.- Sí, lo son. Absolutamente. Todas las que se recogen en la novela lo son. Cuando se manejan cartas reales, tienes entre tus manos al autor de las mismas en estado de desnudez. También he visto cartas de Falla en las que él le comentaba a María que había escrito una "musiquilla". Y firmaba como "don Manué, er de las músicas". La primera vez lo leí me mataba de la risa.
M.G.- (Risas) Es verdad. Yo también me quedé atónita. Es muy divertido.
V.M.- Es buenísimo. Pero en esto de las cartas influyó muchísimo que María y Gregorio se separaran. Claro, cada uno tiró por su lado. Él se iba de gira y ella se refugiaba en Niza. La única manera que tenían de comunicarse era por cartas y ahí quedó registrado buena parte de todo lo que ocurrió entre ellos y todo lo relativo a las obras. Son un testimonio escrito. Si no se hubieran separado, seguramente no hubiéramos sabido nada de la autoría de María Lejárraga. Por eso, hay quien afirma que las primeras obras sí las escribió Gregorio porque, como estaban juntos, no hay pruebas por escrito que demuestren lo contrario. Aunque sí las habrá más tarde, cuando hablen de esas obras en el futuro.
Además las cartas son muy importantes por otro motivo. Cuando uno escribe, usa giros que le son propios. Luego, esos mismos giros se los puede llegar a prestar a los personajes de una obra. Es decir, podemos encontrar conexiones entre las cartas escritas por María y la forma de expresarse de algunos personajes de las obras de su marido. Por no hablar de otra cuestión también muy curiosa. Mira, Granada, guía emocional, que se considera una obra maestra, supuestamente está escrita por Gregorio, que se basó en las memorias infantiles de los veraneos de María en Granada. ¿Tú te crees que eso tiene sentido? O, por ejemplo, con Canción de Cuna o El Reino de Dios, la crítica alabó la capacidad de mimetización de Gregorio con los personajes femeninos y ensalzó el trazado que el autor hace de las monjas de clausura. A ver, María tenía una hermana monja y fue María la que se interna en el convento, como ella misma recoge en sus memorias, para averiguar cómo era la vida de clausura. Es decir, la vida, los recuerdos, y todo el universo de María están en las obras que firmó Gregorio, desde la primera a la última. Así que, en realidad, no hay que demostrar la autoría de María Lejárraga. Es Gregorio Martínez Sierra el que tendría mucha dificultad para demostrar la suya.
M.G.- Sin embargo, cuando Canción de cuna se estrena en Nueva York, en el cartel sí aparece el nombre de María.
V.M.- Sí. Eso es algo que me sorprendió muchísimo. Mira, durante once años existió un trío amoroso entre Catalina, Gregorio y María. Él se encontraba en el vértice de ese triángulo. Por un lado, tenía a Catalina, que no podemos olvidar que fue otra víctima más, y que amenazaba con abandonar la compañía de Gregorio si él no se separaba de su esposa. Y por otro, tenía a María, la mejor escritora de teatro de la época. Él no era tonto, y sabía que no podía prescindir de ninguna de las dos. Entonces, ¿qué hizo? Si Catalina no se hubiera quedado embarazada y María no lo hubiera obligado a reconocer a su hija, él hubiera continuado con María porque le compensaba. Gregorio no quería enfadarla porque necesitaba tener una buena relación con ella.
Cuando definitivamente se separan, toda la obra de Gregorio había alcanzado un éxito brutal. Y fíjate qué curioso. Me doy cuenta que, el momento en el que Gregorio firma ese documento privado en el que reconoce que todas sus obras están escritas en colaboración con María, coincide con el instante en el que la República reconoce a los hijos ilegítimos, otro de los asuntos a favor del cual luchó María. Pero claro, ella se da cuenta que, con el nacimiento de esa niña, será esa hija ilegítima la que herede todos los derechos de autor. Por lo tanto, llegan al acuerdo de que únicamente las obras que se estrenen en el extranjero serán firmadas por los dos. De este modo, María se garantiza recibir esos derechos en el extranjero. ¿Y por qué solo en el extranjero? Pues porque no había Internet. Si se estrenaba algo en Estados Unidos bajo tal o cual nombre, difícilmente llegaría esa noticia a España.
M.G.- Tremendo todo lo que montaron. Pero Vanessa, esta novela es más que una novela. Hay partes en las que no solamente te centras en María, sino que te sumerges profundamente en la vida de otros tantísimos personajes. Aparece Falla, Turina, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez y Zenobia, María Guerrero,... Profundizas muchísimo en la vida de otros personajes con los que ella se codeó.
V.M.- Me parecía muy interesante hacerlo así. Era necesario con un personaje como María, que llegó a vivir casi cien años y siempre estuvo en el momento justo, viviendo los momentos históricos del siglo, en el epicentro, y conociendo a los protagonistas de ese proceso. No la podía separar de ese ambiente, porque ella también se explica a través de su relación con otros personajes. Tenía relaciones muy estrechas con algunos. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez dejó escrito de su puño y letra un poema en el propio diario de María. También hay fotos con Lorca, o con Stravinski, escritas por detrás. María es un personaje que te puede llevar de la mano a conocer a Galdós, que además fue el mentor de la marca Martínez Sierra, a Manuel de Falla, a María Guerrero, a Clara Campoamor. A todos ellos, los he estado escuchado hablar con si estuviera mirando por un agujerito de la Historia, en su faceta más humana, cuando todavía no sabían qué papel les reservaba el destino. Es muy bonito sacarlos de la enciclopedia y que esos nombres desciendan a un nivel en el que los podamos ver como seres humanos, con la falta de timón emocional que tenemos todos, con sus contradicciones, con sus problemas de amores. Me parecía interesante retratar cómo se tuvo que enfrentar Benavente a la homosexualidad de la época, cómo Manuel de Falla soñaba los primeros acordes de El amor brujo, junto a María, o como de repente cree que ha contraído la sífilis, solo porque ha pasado un tiempo en París en actitud un tanto díscola.
M.G.- De todas esas relaciones de María con otros personajes, la que mantiene con Turina es absolutamente preciosa. Ese viaje que hacen juntos es una maravilla.
V.M.- Esa parte me gustó mucho escribirla. Es verdad que en ese pasaje, hay bastante ficción, pero documentada. En la obra de teatro, ya me atreví a que medio se enamoraran platónicamente. Recuerdo que entre el público estaban los descendientes reales de los personajes y nadie se enfadó. Los Turina salieron encantados, llamando abuelo a Gerald Filmore, al actor que hacía del compositor Joaquín Turina. Sus nietos, Joaquín y José Luis Turina, me confirmaron algo que yo ya sabía, que hubo muchos celos entre Turina y Falla pero, a la vez, eran grandísimos amigos. De hecho, Falla fue padrino de algún hijo de Turina. Y luego también me dijeron que, con la Lejárraga, podía haber tenido algo más que palabras. Así que me dieron rienda suelta para que los enamorara definitivamente.
Por otra parte, era muy extraño que una mujer casada viajara con otro hombre, cuando ni siquiera se podía subir a un coche con alguien que no fuera ni su marido, ni su hermano, ni su padre. Y María hizo un viaje con Falla primero y luego con Turina. Con Falla no, pero es que ves a Turina y oye, era otra cosa distinta (Risas). Con él, ella se va a recorrer Tánger y él le dedica una sonata a su risa, que pone del revés a Manuel de Falla. María cuenta con mucha risa cómo Falla rompe en sus narices la partitura que él le había dedicado del Pan de Ronda, y monta una zapatiesta tremenda. Se enfada muchísimo porque decía que Turina iba a deshonrar a María. Y por si eso fuera poco, cuando Falla estrena El amor brujo, ni María ni Turina se presentan. Estaban juntos en ese viaje y, aunque al principio le dijeron a Falla que llegarían a tiempo para el estreno, al final no aparecen. Solamente hay un motivo por el que una autora se perdería un estreno como ese (Risas).
M.G.- (Risas) Qué buena escena esa. Bueno, Vanessa, no te quiero robar más tiempo. Me llevaría un par de horas más hablando de esta novela porque hay mucho de qué hablar. Y te insisto, felicidades porque es un novelón. Ojalá podemos vernos pronto para seguir hablando de ella.
V.M.- Muchas gracias. Me encantaría verte, de verdad. Hay un club de lectura en Sevilla que siempre quiera que vaya, Con esto de la pandemia, la editorial ha restringido mucho los viajes de promoción y lo ha hecho con mucho acierto. A ver si, a primeros de años, puedo escaparme y me paso por Sevilla.
M.G.- Te estaré esperando. Muchas gracias, Vanessa.
V.M.- Gracias a ti.
Sinopsis: La fascinante aventura de una mujer silenciada por la historia oficial... hasta ahora.
Cuando a la directora teatral Noelia Cid le encargan estrenar Sortilegio, la obra perdida del reputado dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, decide informarse sobre ella a través de los documentos que conservó su mujer, María Lejárraga. Sin embargo, mediante su investigación Noelia no sólo se sumerge en la compleja relación amorosa entre María y Gregorio, sino que va a encontrarse con un misterio que lleva más de un siglo sin resolver.
Se verá entonces arrastrada por la vida llena de pasión, arte y feminismo de María, alguien que luchó contra viento y marea por ejercer su vocación y que vivió en primera línea los grandes hitos del siglo pasado: el Madrid literario de los años veinte, el París de la Belle Époque, la lucha política de las mujeres durante la Segunda República, el exilio tras la Guerra Civil, la ocupación de Francia por los nazis o el glamour? de la época dorada de Hollywood. Además descubriremos la versión más humana de las grandes personalidades que fueron sus amigos y colaboradores, como Juan Ramón Jiménez, Manuel de Falla o Federico García Lorca.