Editorial: Algaida.
Colección: Calambé.
Fecha publicación: mayo,2019.
Precio: 17,00 €
Género: Narrativa.
Nº Páginas: 224
Encuadernación: Tapa blanda con solapa.
ISBN: 978-84-9189-129-1
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Autor
Francisco Gallardo, sevillano del barrio de San Lorenzo, fue jugador de baloncesto durante más de dos décadas. Médico de profesión, especialista en Medicina y Traumatología del Deporte, ha desarrollado su carrera profesional en el Caja San Fernando de baloncesto, la selección española de baloncesto, el Club SatoSport y el Centro de Alto Rendimiento de la Cartuja. Actualmente dirige el Instituto Salud y Deporte Dr. Gallardo.
Sinopsis
Regresar no es lo mismo que retornar. Regresa quien anhela, retorna el que no puede hacer otra cosa. Cuando tengo la suerte de regresar a San Lorenzo me doy cuenta de que mi niñez es muy de barrio. De jugar a la pelota, el fútbol entonces era una cosa de los ingleses. Mi infancia era una plaza y una Alameda donde correr detrás del futuro, eso que los más optimistas llamaban el porvenir. La felicidad era correr fuerte, rápido y luego tener hambre, mucha hambre. La felicidad era saltar al cielo, a piola, alto, muy alto y luego rebotar en el suelo. Los huesos de niño son inmortales. Mi infancia es un quiosco de periódicos adonde llegaban las noticias que me importaban muy poco. Luego, de mayor, siempre he tenido muchos problemas para saber dónde estaba la importancia del mundo. Si en las pequeñas cosas que pasaban en esta plaza o las que yo veía en un televisor en blanco y negro.
Regresar no es lo mismo que retornar. Regresa quien anhela, retorna el que no puede hacer otra cosa. Cuando tengo la suerte de regresar a San Lorenzo me doy cuenta de que mi niñez es muy de barrio. De jugar a la pelota, el fútbol entonces era una cosa de los ingleses. Mi infancia era una plaza y una Alameda donde correr detrás del futuro, eso que los más optimistas llamaban el porvenir. La felicidad era correr fuerte, rápido y luego tener hambre, mucha hambre. La felicidad era saltar al cielo, a piola, alto, muy alto y luego rebotar en el suelo. Los huesos de niño son inmortales. Mi infancia es un quiosco de periódicos adonde llegaban las noticias que me importaban muy poco. Luego, de mayor, siempre he tenido muchos problemas para saber dónde estaba la importancia del mundo. Si en las pequeñas cosas que pasaban en esta plaza o las que yo veía en un televisor en blanco y negro.
[Información tomada directamente del ejemplar]
Francisco Gallardo escribe su propio nombre con letras mayúsculas en el devenir de la ciudad de Sevilla. Ya lo comentaba tiempo atrás, que este médico sevillano con profundas raíces en Manzanilla, el pueblo materno que tan bien conoció y conoce, surca las calles de esta tierra mariana con una humildad impropia en estos tiempos. De su labor como profesional de la medicina conozco lo justo para saber que la ciencia se enorgullece de tenerlo entre sus filas pero es en el terreno literario, él como escritor y yo como lectora, donde aunamos fuerzas y somos capaces de trenzar conversaciones a base de títulos y autores por los que sentimos admiración.
Que Gallardo cambia los avíos médicos por la pluma es algo que muchos hemos ya constatado a través de El rock de la calle Feria, La última noche o Áspera seda de la muerte, pruebas más que palpables de una pasión por la literatura que compite abiertamente con su profesión como médico. Y ahora, tiempo después de ganar el Premio Ciudad de Badajoz 2017, el autor regresa a las librerías con un libro que no lo es tanto, sino ese joyero, relicario, cofre o caja del que os hablaba un poco más arriba. Cuaderno de San Lorenzo nace de un reencuentro, cuando el hombre que hoy viste bata blanca se enfrenta al niño con gafas de pasta negra y pantalón corto que un día fue. En ese careo surgen los recuerdos de la niñez, de la infancia, de la juventud que le han permitido volver a pisar la calle Santa Ana y llamar al número 23 donde vivió. En aquella casa se asomó al mundo para comprobar que más allá de las fronteras del barrio de San Lorenzo poco había que fuera de su interés.
Con una importante carácter intimista, Gallardo pinta escenas domésticas a base de brochazos nostálgicos y emotivos, remembranzas que permiten al lector conocer aquellos primeros años de su vida, en la que los días tenían la temperatura exacta de la mano de su madre y la banda sonora que emitían las radios de cretona. La familia queda retratada en estas páginas con un amor eterno. No en balde, abriendo y cerrando el volumen en un círculo perfecto, las primeras páginas y las últimas están dedicadas a sus padres. Ella, de belleza helénica y mirada limpia. Él con porte de galán, elegante y circunspecto porque la vida hay que tomársela muy en serio. Pero por estas páginas también pasearán la tía Luna y la tía Lela, dos madres más con la que aquel niño contó, dos hadas madrinas que en verdad lo son de todos nosotros y que se acicalaban frente al espejo de las peinadoras. Y habrá lugar también para los hermanos, una tribu unida con la que Gallardo vivió sus primeras aventuras junto a sus primos y por supuesto, habrá también palabras para la abuela María Jesús, a la que el autor no abrazó lo suficiente como ninguno de nosotros hemos abrazado bastante a nuestras propias abuelas.
Cuaderno de San Lorenzo es un retrato que traspasa las paredes de la casa del autor para enseñarnos un estilo de vida, una sociedad en la que confluye también lo político pues todos, incluso aquel niño, vería su existencia marcada por diversos acontecimientos que alteraron por un día su jornada, como así lo hizo la visita a la ciudad de Carmen Polo o del propio Franco. Es un libro que te reconcilia con el vocabulario de antes, que rescata del olvido aquellas profesiones que siguen siendo las mismas que las de hoy pero con nombres más acorde a los tiempos.
Sirve también este libro como homenaje al barrio por el que el autor se movió, en el que a día de hoy sigue residiendo, vecino privilegiado de una plaza que reúne en unos cuantos metros a un Señor que todo lo puede, a una Soledad que llora a lágrima viva y a un escultor que, gubia en mano, era capaz de crear vida. El barrio de San Lorenzo, que también tuvo moradores ilustres, es un espacio acotado por unas calles que todos hemos tenido en nuestra infancia, donde era fácil encontrar una taberna como la de Joaquín, un economato como el de Angelito o una panadería como la de Amparo y Felipa. Si había vida más allá de aquellas vías, poco importaba. Eso ya lo descubriría más tarde aquel niño al que no le gustaban -y probablemente sigan sin gustarle- los finales de año. Viendo a aquel pequeño de zapatos inmaculados el día de su Primera Comunión, que como todos sentía curiosidad por lo prohibido o que encontró en la lectura un refugio para el alma, y por eso no le importaba gastarse los pocos ahorros en sus primeros libros, es fácil comprender al hombre de hoy. En realidad, Cuaderno de San Lorenzo es también un callejón que nos conduce un poco a nosotros mismos, un pasadizo hacia nuestra propia niñez, cuando combatíamos las tórridas tardes del verano tirándonos a lo largo y ancho en el suelo fresco de un patio, cuando los inviernos se nos llenaban de olor a cisco, cuando los domingos por la tarde eran momento para hacer visitas familiares, cuando regresábamos al colegio estrenando zapatos Gorila y alardeando de aquella pelota de goma verde que venía en cada caja.
Y acompañando a los textos, la edición incorpora un álbum de fotografías que nos muestra cómo era la Sevilla de entonces. Son imágenes extraídas del archivo personal del autor o que han sido rescatadas de los distintos archivos públicos. Son instantáneas que nos muestran una Sevilla que ya solo queda en nuestro recuerdo, aquella del muro de Torneo cuando, al otro lado, tan solo existían las vías de un tren, una calle en la que un día circuló un antiguo vehículo, de los que hoy ya no se fabrican, que bien podría ser aquel Renault 8 de color claro que mi padre condujo siendo yo una niña. Y qué bonita es Sevilla incluso en aquellos años de hambre y riadas, qué bonita incluso con miseria. Pintada en blanco y negro, se puede apreciar el colorido de su cielo y la calidez de su sol.
Este abanico de recuerdos ha sido como un tratamiento médico, esa pócima milagrosa con efecto balsámico. No he podido dejar de pensar en mi madre mientras lo leía. Sé que a ella le hubiera gustado mucho. Me la imagino con las gafas puestas, esas que siempre tenía perdidas por la casa y que tardaba más de quince minutos en encontrar en cada ocasión. Mi madre miraría las fotos en busca de aquello que ella recordaba y conoció. Vería a la madre del autor, vestida de novia y recordaría su boda, aunque se guardaría los recuerdos para ella, pues siempre adoleció de un incomprensible pudor. Esas fotos la harían pensar que hubo un tiempo en el que ella también tuvo la piel tersa y en esas imágenes encontraría la vida de verdad, la que vivió, la que padeció de niña y joven. Y volvería a recordar a aquella familia pudiente a la que sirvió cuando abandonó su pueblo para mudarse a la ciudad, y me volvería a hablar de aquella tarde de merienda con chocolate y picatostes que le sirvió al cardenal Bueno Monreal. Yo lo conocí, -me diría de nuevo orgullosa-, cuando la señorita Luisa se puso de largo.
Así funciona la memoria y así funciona la literatura, tejiendo vínculos con lo que somos, con lo que fuimos. No cabe duda que somos la suma de todas nuestras vivencias y que cada uno guarda en su interior un rosario de imágenes que nos traslada a otros tiempos, no sé si mejores o peores que los actuales. Francisco Gallardo ha hecho un ejercicio memorístico que nos regala en este volumen escrito con una ternura infinita, de cuya lectura he disfrutado tanto como para haceros esta recomendación.
Si quieres saber más sobre este libro, te invito a ver el vídeo de la presentación.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
Así empieza Cuaderno de San Lorenzo:
Un libro no siempre es un conjunto de páginas impresas. No siempre es un volumen que contiene una historia real o ficticia al que el lector se acerca con mayor o menor afinidad y deleite. A veces los libros son relicarios, joyeros, cofres repujados o cajas adamascadas que encierran recuerdos de toda una vida. Basta con abrir esas pequeñas arcas de papel y tinta para que el lector se asome a un pasado que no dista mucho del propio, para reencontrarse consigo mismo.
[Lectura de la página 14 - 'Madre';
música: 'Final Reckoning' de Asher Fulero]
Un libro no siempre es un conjunto de páginas impresas. No siempre es un volumen que contiene una historia real o ficticia al que el lector se acerca con mayor o menor afinidad y deleite. A veces los libros son relicarios, joyeros, cofres repujados o cajas adamascadas que encierran recuerdos de toda una vida. Basta con abrir esas pequeñas arcas de papel y tinta para que el lector se asome a un pasado que no dista mucho del propio, para reencontrarse consigo mismo.
Francisco Gallardo escribe su propio nombre con letras mayúsculas en el devenir de la ciudad de Sevilla. Ya lo comentaba tiempo atrás, que este médico sevillano con profundas raíces en Manzanilla, el pueblo materno que tan bien conoció y conoce, surca las calles de esta tierra mariana con una humildad impropia en estos tiempos. De su labor como profesional de la medicina conozco lo justo para saber que la ciencia se enorgullece de tenerlo entre sus filas pero es en el terreno literario, él como escritor y yo como lectora, donde aunamos fuerzas y somos capaces de trenzar conversaciones a base de títulos y autores por los que sentimos admiración.
Que Gallardo cambia los avíos médicos por la pluma es algo que muchos hemos ya constatado a través de El rock de la calle Feria, La última noche o Áspera seda de la muerte, pruebas más que palpables de una pasión por la literatura que compite abiertamente con su profesión como médico. Y ahora, tiempo después de ganar el Premio Ciudad de Badajoz 2017, el autor regresa a las librerías con un libro que no lo es tanto, sino ese joyero, relicario, cofre o caja del que os hablaba un poco más arriba. Cuaderno de San Lorenzo nace de un reencuentro, cuando el hombre que hoy viste bata blanca se enfrenta al niño con gafas de pasta negra y pantalón corto que un día fue. En ese careo surgen los recuerdos de la niñez, de la infancia, de la juventud que le han permitido volver a pisar la calle Santa Ana y llamar al número 23 donde vivió. En aquella casa se asomó al mundo para comprobar que más allá de las fronteras del barrio de San Lorenzo poco había que fuera de su interés.
Con una importante carácter intimista, Gallardo pinta escenas domésticas a base de brochazos nostálgicos y emotivos, remembranzas que permiten al lector conocer aquellos primeros años de su vida, en la que los días tenían la temperatura exacta de la mano de su madre y la banda sonora que emitían las radios de cretona. La familia queda retratada en estas páginas con un amor eterno. No en balde, abriendo y cerrando el volumen en un círculo perfecto, las primeras páginas y las últimas están dedicadas a sus padres. Ella, de belleza helénica y mirada limpia. Él con porte de galán, elegante y circunspecto porque la vida hay que tomársela muy en serio. Pero por estas páginas también pasearán la tía Luna y la tía Lela, dos madres más con la que aquel niño contó, dos hadas madrinas que en verdad lo son de todos nosotros y que se acicalaban frente al espejo de las peinadoras. Y habrá lugar también para los hermanos, una tribu unida con la que Gallardo vivió sus primeras aventuras junto a sus primos y por supuesto, habrá también palabras para la abuela María Jesús, a la que el autor no abrazó lo suficiente como ninguno de nosotros hemos abrazado bastante a nuestras propias abuelas.
Cuaderno de San Lorenzo es un retrato que traspasa las paredes de la casa del autor para enseñarnos un estilo de vida, una sociedad en la que confluye también lo político pues todos, incluso aquel niño, vería su existencia marcada por diversos acontecimientos que alteraron por un día su jornada, como así lo hizo la visita a la ciudad de Carmen Polo o del propio Franco. Es un libro que te reconcilia con el vocabulario de antes, que rescata del olvido aquellas profesiones que siguen siendo las mismas que las de hoy pero con nombres más acorde a los tiempos.
Sirve también este libro como homenaje al barrio por el que el autor se movió, en el que a día de hoy sigue residiendo, vecino privilegiado de una plaza que reúne en unos cuantos metros a un Señor que todo lo puede, a una Soledad que llora a lágrima viva y a un escultor que, gubia en mano, era capaz de crear vida. El barrio de San Lorenzo, que también tuvo moradores ilustres, es un espacio acotado por unas calles que todos hemos tenido en nuestra infancia, donde era fácil encontrar una taberna como la de Joaquín, un economato como el de Angelito o una panadería como la de Amparo y Felipa. Si había vida más allá de aquellas vías, poco importaba. Eso ya lo descubriría más tarde aquel niño al que no le gustaban -y probablemente sigan sin gustarle- los finales de año. Viendo a aquel pequeño de zapatos inmaculados el día de su Primera Comunión, que como todos sentía curiosidad por lo prohibido o que encontró en la lectura un refugio para el alma, y por eso no le importaba gastarse los pocos ahorros en sus primeros libros, es fácil comprender al hombre de hoy. En realidad, Cuaderno de San Lorenzo es también un callejón que nos conduce un poco a nosotros mismos, un pasadizo hacia nuestra propia niñez, cuando combatíamos las tórridas tardes del verano tirándonos a lo largo y ancho en el suelo fresco de un patio, cuando los inviernos se nos llenaban de olor a cisco, cuando los domingos por la tarde eran momento para hacer visitas familiares, cuando regresábamos al colegio estrenando zapatos Gorila y alardeando de aquella pelota de goma verde que venía en cada caja.
Y acompañando a los textos, la edición incorpora un álbum de fotografías que nos muestra cómo era la Sevilla de entonces. Son imágenes extraídas del archivo personal del autor o que han sido rescatadas de los distintos archivos públicos. Son instantáneas que nos muestran una Sevilla que ya solo queda en nuestro recuerdo, aquella del muro de Torneo cuando, al otro lado, tan solo existían las vías de un tren, una calle en la que un día circuló un antiguo vehículo, de los que hoy ya no se fabrican, que bien podría ser aquel Renault 8 de color claro que mi padre condujo siendo yo una niña. Y qué bonita es Sevilla incluso en aquellos años de hambre y riadas, qué bonita incluso con miseria. Pintada en blanco y negro, se puede apreciar el colorido de su cielo y la calidez de su sol.
Este abanico de recuerdos ha sido como un tratamiento médico, esa pócima milagrosa con efecto balsámico. No he podido dejar de pensar en mi madre mientras lo leía. Sé que a ella le hubiera gustado mucho. Me la imagino con las gafas puestas, esas que siempre tenía perdidas por la casa y que tardaba más de quince minutos en encontrar en cada ocasión. Mi madre miraría las fotos en busca de aquello que ella recordaba y conoció. Vería a la madre del autor, vestida de novia y recordaría su boda, aunque se guardaría los recuerdos para ella, pues siempre adoleció de un incomprensible pudor. Esas fotos la harían pensar que hubo un tiempo en el que ella también tuvo la piel tersa y en esas imágenes encontraría la vida de verdad, la que vivió, la que padeció de niña y joven. Y volvería a recordar a aquella familia pudiente a la que sirvió cuando abandonó su pueblo para mudarse a la ciudad, y me volvería a hablar de aquella tarde de merienda con chocolate y picatostes que le sirvió al cardenal Bueno Monreal. Yo lo conocí, -me diría de nuevo orgullosa-, cuando la señorita Luisa se puso de largo.
Así funciona la memoria y así funciona la literatura, tejiendo vínculos con lo que somos, con lo que fuimos. No cabe duda que somos la suma de todas nuestras vivencias y que cada uno guarda en su interior un rosario de imágenes que nos traslada a otros tiempos, no sé si mejores o peores que los actuales. Francisco Gallardo ha hecho un ejercicio memorístico que nos regala en este volumen escrito con una ternura infinita, de cuya lectura he disfrutado tanto como para haceros esta recomendación.
Si quieres saber más sobre este libro, te invito a ver el vídeo de la presentación.
[Fuente: Imagen de la cubierta tomada de la web de la editorial]
Puedes adquirirlo aquí:
Qué bonita la reseña. Me ha gustado mucho, por los recuerdos y por los sentimientos que compartes. Ya tiene mérito el libro. Me gusta mucho esa mirada al pasado con tanto cariño y el paisaje que dibuja. Me lo llevo.
ResponderEliminarBesos
Y qué bien que nos vuelves a leer.
Que me gusta a mí una escena doméstica, sobretodo de medio siglo hacia atrás 😍🤩
ResponderEliminarBesitos 💋💋💋
Qué buena pinta Marisa, me ha gustado mucho esta reseña.
ResponderEliminarBesitos