Autora
Nuria Barrios (Madrid, 1962) es escritora y doctora en Filosofía. Es autora de las novelas Amores patológicos (1998) y El alfabeto de los pájaros (2011); de los libros de poemas El hilo de agua (2004), que fue ganador del Premio Ateneo de Sevilla, y Nostalgia de Odiseo (2012); del libro de relatos El zoo sentimental (2000); y de un libro de viajes, Balearia (2000). Sus relatos están presentes en numerosas antologías, entre ellas: Páginas amarillas, Vidas de mujer, Cuentos de mujeres solas, Pequeñas resistencias, Tu nombre flotando en el adiós, Comedias de Shakespeare y Cuentos breves para ir y venir. Su obra ha sido traducida al holandés, al italiano, al portugués, al croata y al esperanto. Colabora habitualmente como crítica con el suplemento literario de El País y con la revista Mercurio. Más información en www.mbagencialiteraria.es
Sinopsis
¿Qué distancia separa el dolor de la felicidad? Un pastor evangélico gitano proclama ante sus enardecidos fieles que la distancia entre uno y otra es de ocho centímetros. En ese intervalo mínimo se sitúan las historias de Nuria Barrios, intensas y vibrantes: allí donde no todo está perdido, donde la escritura hace visibles umbrales que raramente se nos muestran. Estos once relatos tienen aristas y brillan con dureza. Son once diamantes. Cortan. ¿No es acaso lo que esperamos de la literatura? Que indague, que ilumine, que nos duela.
[Biografía y sinopsis tomadas directamente del ejemplar]
Hace unos días publiqué la reseña del libro de relatos Ocho centímetros de Nuria Barrios (puedes leerla aquí), un volumen que recoge historias duras pero también «ternura, cariño y amor». Me interesaba mucho hablar con la autora. Quería preguntarle por qué embarcarse en relatos de esta índole, llenos de dolor, tristeza, angustia,... ¿Qué mensaje quería transmitir a los lectores con sus historias? La ocasión llegó la semana pasada. Esto fue lo que nos contó.
Marisa G.- Nuria, es la primera vez que leo algo tuyo.
Nuria B.- Por algo se empieza
M.G.- Has escrito novela, escribes cuentos, también has probado con la poesía, de hecho ganaste el Ateneo con poesía. Eres una escritora que no se encasilla, ¿no?
N.B.- No, según lo que vaya a escribir lo enfoco por un lado u otro. El tema mismo me pide la estructura que requiere.
M.G.- Ocho centímetros se compone de once relatos. Algunos de ellos tienen continuación, como una segunda parte que abordas en otros relatos posteriores. ¿Por qué usas esta estructura?
N.B.- Cada cuento se puede leer de forma autónoma, incluso los que están entrelazados no requieren que se lean en orden. Pero hay historias que me pedían más y por eso las continué con otros desarrollos, otros momentos de la vida de los personajes.
M.G.- El título, Ocho centímetros, es una frase que figura en el primer relato. ¿Por qué eliges esa frase como título y no cualquier otra?
N.B.- Porque ocho centímetros representa la distancia mínima pero casi milagrosa que separa el dolor de la felicidad y como todos los relatos hablan precisamente de esa zona de penumbra donde parece que no todo está perdido, me pareció que ese título representaba muy bien la atmósfera emocional de todo el libro.
M.G.- Son relatos muy duros. Se habla de enfermedad, de droga, de muerte... No son temas atípicos pero sí que es verdad que a la hora de llegar al lector, este tiene que estar preparado para enfrentarse a tal dureza. No sé si consideras que tus relatos son una apuesta arriesgada.
N.B.- Todos los temas que trato son temas por los que todos transitamos, antes o después: las amistades que se rompen, las enfermedades, la muerte, el efecto de las adicciones en un ser querido,... Son temas para todos muy conocidos pero sobre los que normalmente no ponemos el foco de atención. Yo quería centrarme en ellos porque creo que es mucho más cruel sofocar asuntos que forman parte de la vida pero que resultan dolorosos, que simplemente hablar de ellos y darle el peso y la hondura que tienen.
M.G.- El ser humano, por naturaleza o por inercia, tiende a eludir estos temas pero tú pones las cartas sobre la mesa y hablas de ellos incluso casi con naturalidad.
N.G.- Es que todo esto es muy natural. El dolor del que hablo en el libro no es el dolor de las tragedias o del drama. Es el dolor al que todos estamos abocados desde el momento en que nacemos. El dolor forma parte de la existencia y creo que al tratarlo con naturalidad, al hablar sobre él, reconocerlo como parte de nuestra vida, ver cómo el propio dolor reescribe nuestra vida, nos reescribe a nosotros,... produce un efecto catártico que te permite enfrentarte a todo lo demás, a las demás circunstancias de tu vida, a las alegrías,... con mucha más intensidad y limpieza. Sofocar el dolor no lo suprime, simplemente lo deja en estado latente y muchas veces se enturbia, ensuciando tu propia vida. Creo que es mucho mejor darle su espacio, mucho más saludable.
M.G.- ¿Y qué sensaciones quieres transmitir al lector? Porque a mí tu libro me ha dolido, me ha escocido. Son historias que me han calado hondo.
N.B.- Es un libro del que yo no he salido de rositas. No he salido indemne. Creo que está bien que al lector le duela, sienta el impacto de las historias porque son parte de nuestra vida. Muchos me dicen que son historias muy duras pero también muy tiernas, o muy secas pero también con mucha poesía. Si es así cómo lo percibe el lector, a mí me parece estupendo.
M.G.- En los primeros relatos, la presencia de Dios es muy fuerte. Describes ese entorno de los gitanos evangélicos del que yo sé muy poco pero parece que tú lo conoces en profundidad, ¿no?
N.B.- Sí, lo conozco sí. Yo siempre he sentido mucho interés por la cultura gitana, me gusta mucho el flamenco, me interesa mucho la historia de los gitanos y cuando la iglesia evangélica arraigó bien en España me pareció fascinante. Hubo una temporada en la que yo fui a muchos cultos en Madrid porque, además, en la iglesia se juntaban muchos de mis intereses. Por una parte veía cómo una cultura hacía propia una fe, cómo la adaptaba a sus propias características, algo muy interesante, y luego la fe evangélica se impregnaba de la forma de vida gitana... Y fíjate que entre los evangélicos había muchos artistas. En los cultos, había muchos elementos que a mí me interesaban y por eso asistía. No sé si habrá cambiado desde entonces pero hace unos años conocía ese mundo bastante bien.
M.G.- El mundo gitano llama mucho la atención, ¿verdad? No hay más que ver esos programas de televisión que a veces emiten.
N.B.- Sí, lo que pasa es que lo hacen de forma anecdótica.
M.G.- ¿Como si fuera un espectáculo?
N.B.- Sí, un espectáculo. Creo que rozan un poco lo grotesco. Muchos de esos programas reciben muchas críticas de las asociaciones gitanas y yo las entiendo porque muestran un aspecto que, aunque es verdad que existe, no identifica a la cultura gitana, que tantas caras tiene. Pero claro, la televisión es espectáculo, y ellos tienden a coger esa parte porque es la que nos parece más estrambótica, más llamativa,...
M.G.- En tus relatos también tocas el mundo de la droga y nos adentras en esos barrios marginales, en esos asentamientos,... Uno de los personajes es una chica universitaria de buena familia, que cae en las adicciones. Ese personaje representó para mí la vulnerabilidad de todos y me llamó la atención que eligieras un perfil así, porque cuando pensamos en drogas, se nos viene a la mente familias desestructuradas, problemas económicos,... Aunque no siempre es el caso.
N.B.- Sí, tenemos la tendencia de vincular los problemas con los demás. La heroína y el crack son drogas, como tú comentas, de gente marginal, familias desestructuradas,... pero no es cierto. Hay consumidores de heroína y crack de todas las clases sociales y de todos los niveles culturales: catedráticos, jueces, policías, médicos,...